miércoles, 6 de julio de 2016

El grito en forma de cascote

1) "Negros de mierda, después se quejan cuando dicen que hay que matarlos a todos. Mirá cómo te dejaron el auto. Ves, vos que después los querés justificar. Pasa que sos muy buena y es al pedo porque siempre te van a querer cagar. ¿Qué te digo siempre? Cuidate, no seas tan confianzuda, los negros están atentos a todos tus movimientos. Yo entiendo que vos quieras ayudar y todo pero el tipo que es hijo de puta, es hijo de puta. Y si es hijo de puta de pibito, ya está, ya lo perdiste. Ustedes, vos, y con los que andás vos que militan en los grupos esos de la facultad se piensan que ayudan pero no. Y acá no hay  derecho humano ni nada que lo vaya a cambiar. Si los ayudás se la dejás más fácil todavía. Es feo pero es la verdad".


2) Me rompieron la luneta de un cascotazo. Un taxista me dejó una nota sobre el asiento trasera que decía "Tengo tu campera negra. Tres menores te hicieron esto, te dejo mi celular así hablamos y te la devuelvo". Me contó que fue a las 5 am. Que vio a los tres chicos corriendo, uno de ellos con mi campera en mano y sospechando que alguna se habían mandado los corrió hasta quitársela y preguntarles a quién se la habían robado hasta que uno de ellos confesó que de un auto estacionado. Sí, de mi auto. 

3) Me rompieron la luneta. Nunca me gustaron las palabras con este sufijo como "amiguete".  Luneta: lun-eta. Puaj.

 1. suf. U. para formar diminutivosdespectivos u otras palabras de valor afectivoaveces de manera no muy explícitaa partir de adjetivos y sustantivosRegordete,calvetevejeteamiguetecaballerete.

Ergo, rompí mi versión diminutiva, la manera despectiva de llamarme y pensarme y tal vez de ver las cosas. Y sucedió a la fuerza. Hace tiempo lo venía sintiendo pero necesitaba el cascotazo porque yo misma, cada tanto, me digo retándome: "¡Cómo te gusta aprender a la fuerza!". La fuerza esta vez vino en forma de cascote. Y ese cascote en busca de abrigo. La campera negra que hace poco me regaló mi vieja. La campera que vengo usando casi religiosamente por estos días fríos. Esa que a lo mejor esos pibes no tienen y a mí me sobra y hasta tuve el atrevimiento de criticar: "Ay mamá, es horrible, parezco Michelin. No, bueno ya fue, es abrigada, me la quedo" ¿De qué otra forma puedo leer el robo de un abrigo? ¿Me faltará dar un poco más? Me cascotearon para quitarme abrigo, rompiendo mi luneta, mi mala ingenuidad. Hay mucho pasando en la cabeza de esos pibes. Los cristales van y vienen. Los pedidos de abrigo-afecto-educación son más urgentes. Nos piden abrigo a cascotazos. ¿Cómo es que no todos podemos verlo?

4) Me cascotearon la luna, el cristal trasero, la puerta de atrás, lo que intentaba esconder. Entraron por el fondo, me invadieron. No lo busqué ni esperaba pero lo hicieron igual. Y se fueron corriendo, sin hacerse cargo. ¿Me tiré sobre una red que creí segura cuando no lo estaba? ¿Son la ilusiones más débiles que el cristal de un auto?

5) Por fin te diste cuenta. Hay maldad afuera, sí, era cierto. Y puede que muchas veces el lobo se presente disfrazado de oveja. Los chicos sólo fueron actores de reparto. Tenías que saberlo, Marianela. Romper el cristal de la idealización y reconocer que tanto vos como muchas personas -incluso las que querés- tienen malas intenciones y poco les importa cascotearte mientras consigan lo que quieran a través tuyo. Ojalá hayas podido interpretarlo y agradezcas el llamado de atención. 

6) Me rompieron la luneta. No sé qué tema sonaba en ese momento en mi cabeza pero sí recuerdo el último que hace días vengo cantando y está permanentemente de fondo: "Dark necessities", la canción nueva de Red Hot. Esa que tiene un verso que me encantó y que de estar en la era del Messenger me pondría de nick: The darkness helps to sort the shine. ¡Y qué cierto! Muchas cosas lindas últimamente, Moli. Algo malo tenía que suceder para que aprendas a valorarlas aún más. 

De las seis interpretaciones de un mismo siniestro hay cinco que hoy pude hacer porque tuve la gran fortuna de acceder a la educación, de tener una familia que, con sus errores y todo, me dio lo mejor: contención, educación, comida y muchas camperas de muchos colores. Porque tuve acceso. Porque mi familia salió bien de abajo para terminar mandándome, incluso, a aprender idiomas y porque tuvieron el poder adquisitivo para lograrlo. Suerte, culo, Dios -diría mi madre-, destino, como quieras llamarle. A lo que haya sido que me dejó llegar a donde estoy, le doy mis gracias devolviendo el favor, dando un poco de mí en todas las maneras que hoy encuentro posibles. 
De las seis lecturas, hay una que es muy nociva y que, multiplicada, conduce al caos total. Así y todo es la más repetida en salas de espera de compañías aseguradoras, comisarías, kioskos y paradas de semáforo. Y es la que la mayoría cree que unx -la 'víctima'- está esperando escuchar. A veces se dice como cumplido (no sé con quién querrán cumplir, conmigo seguro que no, a mí me espantan) como quien dice "te banco apoyando la idea de matar a todos". Claro, mucho sentido. Esa lectura es la que disfrazó de "pobreza cero" al verdadero objetivo: "para los pobres: cero". Es la que multiplica la desigualdad, la que conduce a todo lo que en verdad queremos erradicar: más violencia. Por favor, no dejemos que esa lectura se siga reproduciendo. Mirá cuántas interpretaciones podemos hacer, incluso de los contratiempos.







jueves, 16 de junio de 2016

Dreamers Andarivel

Mi andarivel es el de siempre. El segundo, el de los que llevamos pocos meses nadando pero los suficientes como para querer presumirlos. Soy una silueta interminable abriéndose paso a filosas brazadas; interrumpo el curso del agua que sumisa se hace a un lado, pienso. Pero me mueve la desesperación y falta de aire. Soy, en verdad, una figura que la nicotina vuelve torpe en su patada y brazada y que lejos de interrumpir, implora al agua clemencia mientras salpica a los demás andariveles. "Cuando nado no pienso, me olvido de todo", solía decir cuando predicaba mi deporte. Acaso confundiendo no pensar con el diálogo que mantengo con el agua o las metas absurdas por cada ejercicio: "Si hago dos vueltas seguidas sin respirar quiere decir que este año termino de escribir mi libro" o "si las completo me anoto sin falta en la convocatoria". Le recuerdo, por si acaso, mi eterno respeto desde aquella primera clase de natación en que el profe nos adivirtió "al agua no se le teme, se la respeta" y yo traduje : "no te hagas la pistola en la pile ni el mar y cerrá la canilla a tiempo". Con la mano, toco por fin la pared y salgo impulsada por mi pies y falta de aire a la superficie. Falta que roza la asfixia y me obliga a abrir la boca cual señora recién rescatada por un guardavida para verte llegar, con tu shortcito Speedo, sin duda, más caro que las expesas en mi edificio. Cierro por fin la boca exigiéndome respirar por la nariz mientras te sigo con la mirada. No por lo cari y cuerpilindo que sos sino porque noto la contracción de toditos tus abdominales y la búsqueda de excusas para seguir riendo y que la risa te mantenga trabado hasta entrar al agua, con el resto de los humanos. Te metés a la pileta y ahora con las antiparras y gorra camuflada, el agua te vuelve uno más del andarivel de los espalda ancha que nadan hace años. Me imagino entrando al natatorio como él acaba de hacerlo: trabando mis abdominales -que ni trabados se marcan- meintras saludo a un público imaginario y me río tanto que formo burbujas en mi impecable vuelta de mariposa. Salgo del agua y el desafío cumpido me dice que este año quizás logre lo del libro. Sigo riendo, las burbujas son ahora invisibles. Quizás por eso me guste tanto venir a nadar. 





viernes, 10 de junio de 2016

Mientrastantistas (o meanwhilers)



A nosotrxs nos seduce la previa, lo que viene primero, lo impulsivo. No llegamos a ver la peli porque nos perdemos en un loop interminable de trailers que se traduce luego en una lista infinita de marcadores que nos prometemos revisar más tarde, a veces respetando un orden de prioridad. Somos impuntuales porque el mientras tanto nos retrasa, porque la playlist de cuatro canciones para bañarnos y tres para elegir la ropa se extiende por la intuición cada vez más afilada en las sugerencias de YouTube que se abusa de nuestra debilidad. 
Leemos los comentarios antes de ver el capítulo. Con temor y el índice en la ruedita del mouse siempre listo para huir si presentimos un spoiler, por el sólo hecho de correr el riesgo. Abrimos nuevas pestañas para ir viendo otra cosa mientras aquello se carga. Recordamos, cada tanto, nuestra humanidad cuando natura llama y en lo que pareciera un intento por callarla, posponemos el trámite (casi en tono de reproche por pretender interrumpirnos)  o ideamos un plan en cuestión de segundos que hace coincidir una pava en el fuego y un tupper en el microondas mientras un número uno -o dos-  nos tiene escuchando mensajes de audio en el baño. 
Para nosotrxs, hervir legumbres significa hacer mandados cortos. Para el almacenero, somos lxs estudiantes de departamento que bajan en pantuflas y piden “el más económico que tengas” que evita el discurso de las opciones y posible búsqueda interminable de precios en alguna carpeta oficio tachada o borroneada de tanta inflación. 
Renderizar, para lxs que editamos, equivale a un pucho en el parque, un sacar el perro a hacer pis y visitar a ese amigx que tenemos medio olvidadx y nos queda de paso a comprar ese “coso” que venden en la ferretería para arreglar la cadena del baño o frenar el chiflete que se cuela por la ventana.

En ocasiones, somxs lxs que todavía no se recibieron o no planean hacerlo porque los cursos, viajes y experiencias meanwhile nos volvieron ajenxs al nido o conquistaron con lo novedoso y espontáneo. 
Hijxs del multitasking, queremos estar en todos lados pero rara vez estamos realmente en uno. Queremos y podemos escucharte pero necesitamos anotar esto que se nos acaba de ocurrir para usarlo después, sin por ello interrumpir la historia que estás contando. Pero inquietxs, desprolijxs y desordenadxs, lamentamos cada cola de nunca rapi-pago o sala de espera sin libro a mano. Y ahí, cuando no hay wifi y en cambio nos aturde un súbito silencio, soltamos ese discurso o charla que nos debemos y paranoiqueamos al descubrir una cámara que acaba de grabarnos hablando solos. 
Si pasamos por una calle distinta y descubrimos una gráfica por demás repudiable que pide a gritos nuestra intervención y en el bolso una Bic que apenas escribe aún así bosqueja la ira, nos amenazamos: “Nunca más vuelve pasarme”. Es así que la mochila  -además de impuestos, biromes, forros, monedas y anotadores- suma libros, cinta scotch y fibrones: por si pinta revolución.

Ahora recuerdo porque decidí llamar Eterno mientras tanto a este rincón virtual, mi siempre mochila de amateur.


miércoles, 8 de junio de 2016

De besos y mordidas

Cuando quiero mucho, muerdo; me dí cuenta. Pero no quiero ponerme freudiana y voy a vencer la tentación de desarrollar la idea detrás de "comer a besos" con palabras prestadas y reclamadas en parciales de facultad. Sólo quiero decir que hoy besé una rodaja de pan lactal que luego acabó en la basura. Tal como mi mamá hace cuando, por ejemplo, deja que los alimentos se descompongan por la impunidad que sólo el tiempo goza. “Para que nunca me falte”, me explicó la primera vez que la vi hacerlo y porque, supongo, mi cara de sorpresa habrá exigido. “Porque a mí me faltó una vez y no puedo permitirme tirar comida a la basura”, insistía mientras yo, en mi cabeza de infante que no tiene muchos amigos y, en cambio, lee demasiado imaginaba a mi madre sin dientes recolectando del piso migajas de opulencias ajenas. La historia de mamá me había marcado tan fuerte que sigo dibujando en mi mente las escenas que con frecuencia se pone a describir. Incluso hoy, cuando por accidente dejo caer una rodaja de pan lactal en la pileta con vajilla y agua sucia y no tengo opción más que el descarte. Beso la tostada y con el eco del término “descarte” aturdiéndome, recuerdo el mensaje de texto que el muy imbécil no supo ocultar mientras me dejaba descansar en su pecho: “estoy por hablar. la descarto y voy para allá”. Le concedí el permiso para descartarme y, como si fuera poco, de darme ese besito en la frente que todavía siento y puedo ver si corro mi flequillo a un costado. “Cada día más flequillo tenés”, comentaban mis amigos para aquellos días. Fijé la vista en la rodaja por algunos segundos como haciéndole reiki con la mirada. Pensé en el imbécil -que me sigo permitiendo llamar así por su cobardía o pésimo uso del lenguaje- en lo trágico que puede volverse un besito de descarte en la frente y en lo horrible que acabo de hacer: sobornar. Como si mi besito significara una bifurcación en la ruta del karma que vuelve a toda velocidad para castigarme pero podría ahora perdonar o reducir la condena. Aún con este pseudo cuestionamiento moral apuntándome, recuerdo o, mejor dicho, no logro recordar cuándo besé o me dejé besar por descarte. Me alegro y sonrío con una complicidad que no entiendo con quién comparto y me hace dudar si sigo siendo una. Río entonces en un guiño compinche conmigo misma. Y es que últimamente sólo me dedico a morder.

viernes, 2 de octubre de 2015

G.A.P

El viento de la tormenta no sólo agudizó la escoliosis de los árboles de la cuadra. Las alarmas y los perros del edificio enloquecieron y yo, que me vuelvo romántica si la lluvia me encuentra bajo techo, subí la persiana para contemplar el desastre. Sufrí tanto al notar la resistencia del arbolito anoréxico de enfrente que fruncí piernas y glúteos, en gesto de adhesión a la lucha. Una contracción similar a la que hago cuando voy de copilota en auto ajeno. No sólo por desconfianza, también por respeto. Es horrible cuando a una le dicen "che, guarda ese auto, che guarda el semáforo". Por eso, y porque me encomiendo al poder del prisma lunar que guardan mis glúteos, yo sólo frunzo y confío.

La culpa que me produjo ver a un señor correr contra el torbellino me hizo bajar la persiana; volví al calvario de la edición. Cortar, mover, estirar y deshacer hasta ver en qué acción cagué medio proyecto. Lo encuentro y el alma regresa, como puede, a mi cuerpo cada vez más encorvado. Afuera, el viento sigue soplando furioso. La imagen del tele se tilda, "no es nada" me digo. Por las dudas apago todo, la notebook se banca dos horitas. De repente, una ráfaga furiosa sacude mi puerta. Me repito que "no pasa ninguna" (y digo 'ninguna', que quita años y seriedad) mientras abro Youtube en busca de un pop Spice Girls que me haga olvidarlo todo. Pero en eso, el picaporte se mueve lenta y sospechosamente. Lo noto porque en casa no hay un artefacto que no haga ruido: me paralizo y entro panza, como si hacerlo me volviera invisible. De espaldas al costado de la puerta (porque tantos años de CSI no son en vano), estampo mi oído contra la pared. Escucho voces. Mi panza sigue escondida, el poder del prisma lunar también está en ella. "Qué ganas de andar robando con esta tormenta", pienso y en un inexplicable impulso -valiente y suicida a la vez- abro la puerta. El vecino de planta baja y su concubino se asustan al verme aparecer tan súbitamente y cagando el rating y dramatismo de mi escena me dicen: "¿Vos también flasheaste que te golpeaban la puerta?". Les dije que sí con una calma fingida y volví a mi cueva. No valía la pena explicarlo. Ellos jamás entenderían el poder de mis músculos.







jueves, 17 de septiembre de 2015

Más Beyoncés, menos Sweet Honestys


Yo, que socialmente soy paz y amor, mate y bizcochito, pan con manteca y azúcar y que tras tantos años de textos publicados en plataformas virtuales he recogido elogios y fuertes críticas, finalmente dí un gran paso hacia el fin del mientras tanto; que de tan estacionado venía coleccionando multas de parquímetro.
Yo, que de Friends me parecía a Phoebe en lo delirante pero a Rachel en lo sumisa, hice de mis delirios un modo de vida y de la sumisión un disco que apenas escucho.
Ya no me siento Sweet Honesty, el viejo perfume de Avón que, a mi olfato, reproduce el olor a la sumisión. Olor a mujer que todo bieniza con todo y ante todo para evitar roces y usa prendas tejidas color pastel y se niega a un bordó en verano porque "¡los colores fuertes son para el invierno!". Prendas que mi mamá prometía tejer cuando compraba 'El arte de tejer', el reputado manual de tejido noventoso, infaltable en toda mesa ratona o revistero de hogar de clase media.
Hace mucho, un fulano me habló de la importancia de tener enemigos (o gente que no te banque) para la formación de la personalidad y yo pensé "qué mala onda este chabón que festeja la mala onda"; porque como les decía: yo soy 'mate y bizcochito' y '¿para qué bardearnos si todo bien?'.
He descubierto un dulce dejo en saberme enemiga de algunos pedazos de humanidad que condensan propiedades del género humano que aborrezco, debo confesar. Sobre todo porque conocí los motivos y no hay mejor enemigo que quien te odia por tus virtudes.
El mundo - o al menos el mío- necesita de más Beyoncés y menos Sweet Honestys. Este es el leitmotiv que viene y seguirá guiándome en el viaje de ida a Ser más yo que nunca. El mismo que motivó el nacimiento de Femme Fetal y mis nuevos enemigos. Las Beyoncés caminan con la frente en alto y la mirada decidida. Sus espaldas son en verdad extensiones del infinito que en forma de líneas atraviesan la estratósfera para manifestarse en la Tierra.
Que mis virtudes aseguren el derecho de admisión y permanencia en las lenguas ajenas no puede menos que enorgullecerme. Consigan sus propios enemigos y van a ver el abrazo que se dan.

Thank you all for coming.













viernes, 20 de marzo de 2015

Carraspeo

Llegando al final de Desplazamientos -de Levrero- mientras comía mecánicamente el arroz con papa y tomate que me había 'cocinado' (hervir no es cocinar) con la mano derecha, me paralizó el roce de un palo de orégano en mi garganta que, vacilante, vislumbraba su final: mi estómago o el plato, tras un grosero escupitajo. Logré despedirlo con un grácil carraspeo que elogió mi finura. Volví al texto.
Levrero, una vez más, confundiendo fantasía y realidad, entraba al cuarto donde Nadia y la hermana fea protagonizaban una fogosa escena mientras el bebé de una de ellas lloraba y él intentaba, en vano, controlar su excitación. Por estas páginas, Mario ya me había hecho esbozar su bulto aprisionado con tal detalle que temía, una vez fuera de casa, buscar su equivalente en pantalones rosarinos. Describe las escenas con una exactitud que a veces incomoda, especialmente al referirse al llanto del bebé y la culpa por su eminente erección. Reflexionó durante tantos renglones que terminó haciéndome pensar en las veces que mi padre habría hecho algo semejante. Sin orégano de por medio, volví a detener la lectura. El arroz, la papa y el tomate, en una orgía llamada bolo alimenticio, se inquietaban dentro mío. Me levanté hasta la canilla por un vaso de agua. En la pileta, el colador por el que había pasado el arroz estaba cubierto de un agua espesa producto del residuo de almidón, cada vez más semén. El plato donde yacía el palo escupido brillaba cubierto de aceite. Un aceite que pudieron haber usado para concebirme, que pudo haber facilitado el acto. De pronto, todo a mi alrededor era sexo. Pensé en llamar a mi madre para, luego de escuchar su voz, pensarla con la dulzura que la identifica, de madre; de madre que no coge. Recordé que, desde hace un tiempo, un ringtone de Romeo Santos remueve horribles sensaciones mientras espero su voz por lo que desistí.
Me senté frente a la computadora, recriminándome por haber exagerado tanto. Entré directo al muro de Facebook de mi mamá para terminar enterneciéndome con sus consabidas publicaciones de ositos que hablan y perros en adopción. Que Mario Levrero sea un degenerado no significa que mi mamita o papito también lo hayan sido. Un palo de orégano siempre presagia un mal trago.