viernes, 2 de noviembre de 2012

Las conchas de las putas y las madres (Prólogo al libro de Matt Rob Lo Cascio: "ConchaTuPutaMadre")


Benditas sean las conchas y las madres, por patrocinar todos y cada uno de nuestros momentos de mierda. Pero más benditas sean las putas, porque es gracias a ese atributo que logramos convencernos que no es de la madre propia de quien estamos hablando.     
Las loras no son la excepción, pero dudo que los insultos en sus nombres les afecten tanto ya que es de público conocimiento, o no, que las loras no tienen concha; ahora bien, no me sorprendería que los habitantes de La concha de la lora se muestren algo desconcertados ante nuestro tan popular insulto.
Por qué será  que acudimos a la entrepierna materna para blasfemar o exaltar el carácter de infortunio de un evento? Es, acaso, la concha, la raíz de todas las desgracias?  Sí y no.
Por qué existe un maleante? Porque una concha lo parió. Cómo se define, entonces, a ese sujeto? Como un hijo de puta. Por qué? Porque el maleante nunca es uno, es otro y ese otro es hijo de otra madre, que no es la propia y entonces es puta.
De todos modos, si profundizamos un poco más el análisis, nos topamos con que, en ocasiones, también nuestra madre es puta: ‘la re concha de mi puta madre’. Cómo se explica esto!? Que tan hijo de puta  hay que ser para putear de esa forma? La respuesta es muy simple. Existen desgracias  que evidencian tanto nuestra culpa o estupidez que nuestra honestidad, sólo por cola de paja, sale a la luz decidida a hacerse cargo de la cagada cometida nada más ni nada menos que embarrando a la propia madre. Por qué? Porque somos unos eternos cobardes que, en vez de decir ‘la re pija’ o ‘la re concha mía’, nos eximimos de cualquier responsabilidad hundiendo y emputeciendo a nuestra madre.
El procedimiento, de claro tinte freudiano, que nos lleva a tal conclusión, advierte  un límite de mala leche en cada uno de nosotros que, una vez excedido, hace necesario un relegamiento de responsabilidad a la progenitura, puesto que únicamente una herencia puede explicar tanta mala leche y tal herencia no puede venir sino de una madre.
Si intentamos graficar un poco la fórmula, se vería algo así:
‘No puedo tener tanta mala leche’ – por eso, como consecuencia    ‘La re concha de mi puta madre’ (no puedo tener tanta mala leche, esto es herencia materna)

sábado, 13 de octubre de 2012

La rebelión de las maniquíes


Pobrecitas.
Había días en que apenas podían caminar. Tenían las articulaciones en las últimas y padecían tendinitis en las muñecas por sostener cosas  todo el día.
Eran totalmente ignoradas. Nadie notaba el dolor en sus miradas. La gente sólo veía lo que tenían puesto y seguían de largo. Como si nada.
Pero un día todo cambió.
Cansadas de tanto maltrato, acordaron en vengarse y hacer algo por ellas mismas.
Abusándose del poder que tenían para imponer lo que ellas quisieran como moda, resolvieron, por decisión unánime, burlarse de las mujeres con una propuesta de vestuario sui géneris. Exclusivamente ridícula.
Recordando viejas modas y acentuando el gran rechazo a la, por suerte, breve movida flogger,  optaron por hacer que las mujeres se jactaran de lucir el vestuario que tanto criticaron.
Para ello, propusieron extravagantes y ordinarias prendas en colores flúo. Bien chillones y berretas. Como para, de algún modo, desafiar el nivel de imbecilidad de todas, como para ver qué tan lejos podía llegar la falta de juicio en ellas.
El plan, no sólo funcionó sino que superó todas las expectativas. Las mujeres, como de costumbre, obedecieron y llegaron, incluso, a tratar de inferiores y distanciarse de aquellas que no cumplieran con las órdenes. ‘Ordenes’ que, de tan bien presentadas e impuestas, no significaban un sacrificio sino un placentero deber. Un must, como le gusta decir al Fashion World.
Meses más tarde y abusándose de la visible disminución visual en las mujeres- como producto de la creciente moda flúor-  decidieron, una noche, romper las vidrieras y huir. Ser libres. Andar en pelotas por las sierras sin pelotudas alrededor acosándolas para copiarles el look.
Para el momento en que las mujeres recuperaron la visión, ya era demasiado tarde.
 Las vidrieras estaban todas destrozadas. Las alarmas de los locales no paraban de sonar y de los  maniquíes nada se sabía.
La calle era un caos. Y las mujeres no salían del shock, temiendo perder sus referentes y, con ellas, el sentido de su look (y para algunas, de sus vidas).
A la semana siguiente, todas las galerías, boutiques, locales y shoppings del mundo se llevaron una gran sorpresa.
Todos, al mismo tiempo, recibieron postales de las maniquíes. Se las veía felices y libres, corriendo en pelotas por las montañas.
 Del otro lado de las postales, había un mensaje, el mismo en todas ellas:
 ‘Cópiennos ésta ahora, hijas nuestras, teletubbies en decandencia hipnotizadas por la industria de la moda. A ver si se animan a andar en pelotas ahora, descerebradas’

Las maniquíes sí que la tenían clara. 



(Continuará)

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Vellos que nada tienen de bellos: el primer y prematuro contacto con la depilación


Existe, acaso, una comparación más odiosa para hacerle a una nena traumada con sus pelos que decirle que se parece a Milagros, la peluda de Chiquititas? Definitivamente no.
Sé que hoy en día es una mujer muy bonita pero déjenme acercarles una imagen de ella cuando niña, asi entienden mi punto:


Esa misma es Agustinita Cherri cuando trabajaba en mi novela infantil preferida. La única novela que me hizo pensar en matar a mis padres para volverme huérfana y vivir en un hogar de huérfanos como era el dichoso y millonario Rincón de Luz. Allí, todos los niños eran felices. Podías bajar escaleras por toboganes,  escribir un fantástico libro de la vida contando tus penas y sueños y jugar a la guerra de almohadas y hacer que las plumas del relleno volaran a tu alrededor sin estornudar ni una vez.
 Las chufas tenían una vida perfecta. Yo no. Yo me conformaba con mirar y envidiar esa vida de ensueño en mi aburrida casa con mis dos papás vivos al pedo porque nunca se prendían a contarme un cuento ni empezaban a bailar de la nada siguiendo una coreo cantada y bailada en perfecta sincronización. Que porquería de padres tuve.
Volviendo a Agustina y a nuestro supuesto parecido físico, pasaré a explicarles el porqué de mi odio por tal odiosa comparación.
Para ello es necesario remontarnos un poco en el tiempo. Unos 24 años atrás, específicamente, cuando Cristina decidía expulsar el resultado de su descuido o traición del profiláctico de la época por su entrepierna. Si, quien les escribe.
Mamá , siempre que puede, cuenta esta anécdota en cualquier reunión, ya sea familiar o con  des o recién conocidos, como si fuese algo que la enorgulleciera (nunca entendí lo que ella considera un ‘orgullo’)
Según cuenta la anécdota, mis hermanos quedaron más que conmovidos por mi nacimiento. Pero la conmoción no se debía a mi sorpresivo arribo al mundo sino a cómo podía, una criatura recién nacida, ser tan fea. No lograban delimitar la frontera que dividía mi pelo del resto de mi cara: frente y cejas. La ‘pelusita’, según mi madre, abarcaba toda la frente y casi que se unía directamente a mis pequeñas cejas que, apenas podían distinguirse por ser un poco más oscuritas que el resto de la pelusa facial.
Pesaba tres kilos y chirola. La chirola era de pelo.
Gracias al paulatino acomodamiento hormonal del pasar de los años, la pelusa se redujo ampliamente. Pero el calificativo de ‘peluda’ seguía vivo en mí y no dejaba de atormentarme. Era como una anorexia vellosa. Ya no eran tan peluda (había peores casos en mi curso) pero, aún así, creía ver un oso cuando me enfrentaba al espejo.
Fueron tiempos muy duros y los niños son crueles. La burla y la imposición de la estética estaban ya a la orden del día y las chicas rudas se encargaban de hacértelo saber.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Era verano y las piernas de Maira resaltaban por su suavidad.
-“Te afeitasta las piernas?!” Le pregunté  ingenuamente.
-“Obvio, nena, mirá si vas a seguir andando con las piernas peludas!” me respondió.
Inmediatamente supe que el momento había llegado. Maira, sin duda, iba a transar y conseguir novio antes que todas nosotras con esas piernas lisas. Esa noche llegué a casa y fui directamente al baño.
Mi madre nunca me había visto tan ansiosa por bañarme. Le robé una Gillete a mi papá y, ansiosa, entré a la bañera decidida a  ponerle fin a ese peludo período de mi vida.
Dudo haberme sentido tan sexy y a la vanguardia como ese día. Intuía que la vida sería distinta de ahí en adelante, que ya era grande, que los chicos iban a gustar de mí porque, a diferencia del resto (y a excepción de Maira) yo ya no era una nenita con pelos en las piernas. Ya era adolescente.
La depilación marcó un antes y un después en mi vida. Y las piernas fueron sólo el comienzo.
 Le había agarrado el gustito a la piel lisita y depilada por lo que pensé en seguir con mis anchas cejas.
Por supuesto que la maquinita de afeitar no me servía para tan ceñido área por lo que opté por hacerlo más rústicamente: con la tijerita para cortar uñas y mi aliada, la pincita.
Veinte tijeretazos más tarde, mis cejas  dejaron de ser las de Bertuccelli para volverse las de Pamela Anderson, de no más de un centímetro de ancho. Un horror.

Y como si esto no fuera suficiente, tuve que bancarme una cagada a pedos de mi mamá que me acusó de ‘quemar etapas’; lo que, para ella, significa algo así como vivir aceleradamente o pisotear la niñez, como si ser fea y peluda fuese algo propio de esa edad. No sé, nunca terminé de entenderla. De a ratos, pensaba que la depilación era el primer paso a volverme puta y que, por eso, las actrices pornos se depilaban tanto y mi mamá estaba tan atemorizada.
Por suerte, o como mecanismo de defensa de mi inconsciente, no recuerdo exactamente la reacción de mis compañeritas, al  día siguiente, ante mis liliputienses cejas de actriz porno. Lo que sí recuerdo, es que, después de esa poda indiscriminada y alteración total de mi expresión facial, (las cejas dicen mucho) logré que mi madre accediera a llevarme a Osiris, donde profesionales en el tema podían hacer el trabajo prolijamente.
Uno nunca sabe cómo puede reaccionar un niño ante la burla de los demás. Yo no tuve problema en achurarme los pelos, pero tranquilamente pude haberme vuelto una psicópata y haber matado a tijeretazos a varios como venganza. Menos mal que no lo hice, es muy yankee y  mainstream reaccionar así hoy en día, no les parece?


jueves, 6 de septiembre de 2012

La coordinación en las posiciones amorosas

En la era de la voluptuosidad, en la que el tamaño si importa, los fabricantes de colchones se pusieron al día lanzando al mercado el famoso ‘king size’, ideal para parejas que no quieren tocarse ni con un palo o para fiesteros que prefieren las orgías.
No sé qué pensaran ustedes pero, para mí, el inventor del king size no tenía una buena vida amorosa o no contaba con suficiente espacio en el colchón para sus compañer@s orgiásticos y por eso decidió crearlo.
De algún modo u otro, dudo que el tipo haya sido un romántico. Por qué digo esto? Porque la comodidad jamás fue compatible con el amor. O van a negarme, acaso, que cuando sobra piel también sobra espacio? No lo creo.
Prueba de ello, son las contracciones musculares. Dudo que haya dolor de espalda más lindo que el que nos produce dormir entrelazados o en posiciones que, vistas desde arriba, parecen un laberinto de piel en el que no se entienden donde empiezan los brazos o las piernas.
Es cierto que las trenzas de piel al dormir no duran para siempre sino que, al igual que el período de enamoramiento, suelen disolverse paulatinamente y el amor, entonces, se hace presente en otros gestos. Es entonces cuando aquellas cosas naturales, como los eructos, dejan ser tiernas y se vuelven asquerosas y, dado el caso, también juegan como motivo de pelea.
Por suerte mi situación es una excepción a la regla. Mi novio y yo solemos ser empalagosamente tiernos, según los demás, y pese a los años, nos seguimos abrazando como si de noche alguien nos viniera a separar. Claro que esto no dura toda la noche pero, a menos que una esgrima verbal preceda el momento de irnos a dormir, así  esperamos que el sueño pase a buscarnos.
Una vez dormidos, él me deja por la almohada y la abraza fuertemente usando mi cadera de apoya pierna y, en  ocasiones,  también me roba la mía y me saca ‘accidentalmente’ la sabana con esa famosa técnica que consiste en envolverse con ella cual panqueque y, luego, girar hacia el lado contrario. Todo un experto.
 Pero no lo culpo. El se banca mis ronquidos y me sigue diciendo que soy hermosa después de verme durmiendo. Eso es amor.
Ahora bien, haciendo a un lado la distribución del colchón y la tenencia de las almohadas, hay algo que si me cuesta tolerar y es la descoordinación respiratoria. Me resulta complicado engancharle el ritmo. Trato de inhalar y exhalar al mismo tiempo que él pero mis inhalaciones son más largas que las suyas. Estadísticamente, una inhalación mía completa equivale a dos suyas.
Otra cosa que me juega en contra es que él ni se entera de mi esfuerzo por adaptarme a su respiración. No es porque tenga mal aliento, todo lo contrario, por suerte. Pero respirar el aire calentito y usado que otro tira para afuera me parece totalmente desagradable. Y acá no hay amor que me haga pensar lo contrario. Si, lo quiero, pero no por ello quiero respirar su dióxido de carbono.
Afortunadamente existe la cucharita. Y ahí si, hablémonos al oído y abracémonos fuerte total cada uno larga su dióxido para diferentes laterales.
Algo parecido sucede con caminar abrazados. Por suerte, no es lo mío pero siempre pensé que las parejas que pueden caminar abrazados conocen perfectamente sus ritmos o, eligieron  la altura del otro antes de enamorarse.
La mejor manera es, sin duda, acordando, al mejor estilo ejército, con qué pierna se da el primer paso y, de ahí en adelante, prestando atención a los escalones y evitando calles como las del microcentro que son horriblemente angostas y detestan la tortolería caminante.
Ponerse de acuerdo. En eso está la clave. 

Dedicado a la famosa pareja de mi comisión de la facultad que, no importa cuántos apuntes tomen  o qué tanto los miremos, se toman de la mano por debajo del pupitre y no se sueltan hasta el recreo.



viernes, 31 de agosto de 2012

'Cambiá esa cara de orto y saludá a la abuela!'


Cuando era chiquita mi mamá pensaba que tenía algo en contra de mis abuelos o la tercera edad en general. Y, es que, había cuestiones  particulares en ellos que mi mamá ni mi familia nunca pudieron entender. Yo no tramaba nada contra la tercera edad, sólo odiaba saludar a mis abuelas y las abuelas en general (siempre nos enseñan a decirle a abuela a toda señora que se vea muy mayor) porque eran muy enérgicas en su saludo y porque realmente salía herida cada vez que lo hacía.
Primero que todo, de pequeña me caracterizaba una importante cara de orto a donde fuéramos, por lo que, mi madre, se anticipaba ante el saludo de los otros avisando ‘Tiene carita de culo pero es una santa!’. Si había algo que podía ponerme de peor humor era que dijera eso, no sólo por el mensaje en sí, sino, también, por la respuesta del otro que incluía una opinión acerca del origen de mi cara de orto, como si me conocieran.
Segundo, y casi principal, la gente grande no tenía la puntería necesaria como para inclinarse hacia abajo para saludar a una niña y aterrizar su piquito ansioso justo en la mejilla  y, es por eso que, en ciertas ocasiones, mis abuelas me daban picos o, si tenían los labios mojados, parecía que me transaban. Era un asco. Entiendo que para muchos pueda ser tierno darse picos con los padres y/o abuelos pero para mí no lo es. Lo siento.
Pero eso no era todo. Había algo más. No sólo comentaban sobre mi cara de culo y me transaban sino que, además, me pinchaban los cachetes con sus fuertes e inquebrantables vellos faciales. Porque claro, los adultos entienden por qué esto sucede y lo creen normal, pero para una niña introvertida de siete años, que las abuelas tengan barba que pinche me hacía suponer un posible cambio de sexo superada cierta edad o una especie de castigo celestial por llegar a tan viejo. Vaya uno a saber cuántas cosas habré conjeturado para explicarme este fenómeno que, encima de no tener explicación, era motivo  de sermón y regaño cada vez que se  lo preguntaba a algún mayor.
-‘No seas irrespetuosa no ves que es una señora mayor!
Y encima eso, llamaban falta de respeto a mi curiosidad sobre los bigotes de la abuela. Quién los entiende.
Desde entonces supe que sobre la gente mayor no había que hacerse demasiadas preguntas sino una era tomada por irrespetuosa. Por eso, cada vez que alguna característica de los abuelos llamaba mi atención y no tenía forma de explicármelo, como por ejemplo el hecho de que todas las abuelas tengan pelo corto y blanco, era, para mí, un requisito que Dios tenía para dejar entrar la gente al cielo (si, fui a escuela ultra religiosa).
A lo mejor, al ser todo blanco y limpito en el cielo, este tipo quería que todas suban con sus cabelleras haciendo juego. Andá a saber. De lo único que si estaba segura, era de que las monjas de mi escuela entraban si o si. A mi entender, eran tan fanes de la virgen que se vestían como ellas para que Dios las aceptara y estaba segura de que así sería.
Y si, no les voy a mentir, por un breve tiempo de mi inocente y manipulada niñez pensaba que a lo mejor tenía que volverme monja. Pero al salir de bañarme con el toallón envuelto en pelo a lo monja, me veía tan fea que pensé que los demás me tendrían miedo. Además, las monjas de mi escuela parecían tener una vida tan triste que, de a poco, la idea del llamado divino se fue desvaneciendo.
Por suerte crecí, me hice adolescente y las hormonas llegaron a mi rescate.
 Todo fenómeno aparentemente anormal tiene su explicación hormonal correspondiente. Me preguntó por qué nadie se atrevió a hablarme de hormonas cuando era pequeña, al menos para explicarme por qué mi abuela tenía una barba tan pinchuda. 



jueves, 30 de agosto de 2012

La peatonal Córdoba y su tendencia a acentuar mi mal humor


No veo la hora de llegar a casa. Bah, casa de mi novio. Pero en fin, ya resolví esa incomodidad de llamarle ‘casa’ sin un posesivo adelante. De hecho, él se siente casi halagado cuando digo ‘casa’ así que es  un golazo.
 Voy caminando tan rápido que ni pienso en jugar a no pisar los bordes de los mosaicos. Es más, me siento madura y superada por no estar haciéndolo, pero por dentro sé que apenas pueda caminar lento voy a volver a jugarlo. Pero eso no importa ahora. Sólo quiero llegar a casa y que el transcurso sea lo más rápido posible. Pero parece a propósito, cuanto menos uno quiere ver gente, aparecen los que encabezan la lista de ‘personas que odiaría cruzarme cuando voy caminando rápido y de mal humor por la calle’. Que no es gente que no bancas sino que todo lo contrario. Es esa gente que no podés no parar a saludar (porque puede que se depriman, dejen de hablarte  o le digan a tu mamá que sos una insolente por no haber saludado) pero que, a la vez, no sabés qué decirles en escenas tan repentinas.
-‘Tanto tiempo!’ Mirá cómo tenés los brazos todo pinturrajeados. Queeeé looocaaa! (con una tonadita ascendente, horrible e interminable)
Sin duda los tatuajes funcionan de imán para preguntas idiotas:
-“ Qué significa esto? Por qué te lo hiciste?. Uuuy, y eso?! Una calavera? Ay qué miedo…por qué una calavera?”
Y te lo dicen preocupados. Como suponiendo que si te tatuás una calavera tuviste una adolescencia ultra problemática o que alguno de tus padres es alcohólico o está en cana. Y ahí se supone que viene tu explicación barata de por qué te gustan las calaveras y no las flores de loto, con un ininterrumpido contacto visual como para evaluar tu mentira, porque ellos están convencidos de que lo que decís es todo ficticio y que estás sufriendo y necesitas terapia.
Pero fingen comprar tu mentira y es ahí cuando tenés que ser lo suficientemente astuto para rápidamente mirar el reloj e improvisar un compromiso urgente para escapar o sino…
-‘Pará… pará, y tu mami cómo anda? Sigue con el negocio? Ay y qué te dice de los tatuajes! Debe estar como loca, o no?!”
Y ahí, cagaste. Cuando empiezan a preguntarte por el resto de tu familia, es mala señal. A partir de ese momento tenés que considerar unos 20 minutos extras para llegar a tu destino.

-“ La puta madre que las parió a todas  las amigas de mi mamá y al mini usb del orto que no aparece por ningún puto lugar y no me deja cargar el mp3 para poder caminar por la calle con música y que me funcione de excusa para no saludar a nadie y maldita facultad hippie por estar justo en el medio del centro y la peatonal!”
...

Me cuesta controlar mi irritabilidad post-periodo y pre-examen final. Sepan disculparme si no los saludo al cruzarlos por la peatonal. Odio la peatonal. Me parece un desfile de personajes. Siempre pienso que los que caminan por ahí, exageran lo que hacen porque se sienten tan observados que necesitan sobreactuar cada uno de sus pasos. Para mi, es por la tipica escena de película en que el personaje camina entre el gentío y se sabe el protagonista de la escena. O algo así.
 Dos de cada tres encuentros casuales en la peatonal suelen ser explosivos, con griterío y abrazo de koala de por medio. Y si hay algo que no soporto es el derroche de euforia en pelotudeces. Si un día se ganan la lotería, qué onda? Se mueren de un infarto? Bueno, por mí que se jodan.

domingo, 26 de agosto de 2012

Cuando hacer el ridículo se vuelve hobby (presentación)


‘De los cuernos y la muerte no se salva nadie’, dicen por ahí. No me opongo pero le agregaría otra cosita más: ‘del ridículo tampoco’.
Sin duda alguna, todos hemos sentido alguna vez ese calorcito propio del pudor que nos recorre de pie a cabeza y nos deja las mejillas bordo, como con una sobredosis de rubor o, nos hace decir pelotudeces que nosotros creemos que nos zafan pero terminan hundiéndonos aún más.
Es cierto, también, que quienes padecemos este tipo de situaciones con mayor frecuencia nos caracterizamos por ser principalmente impulsivos. La gente algo más reservada suele esquivar la escena ridícula con más facilidad pero estoy segura de que cuando la atraviesan, deben sufrir el doble que nosotros, los habitué, que habiendo desarrollado cierto grado de cotidianeidad con ella, terminamos haciendo públicos aquellos momentos que, de tan ridículos, creemos que merecen ser contados.

Es por eso que voy a inaugurar hoy una ‘sección’ de este blog que dedicaré a mis payadas mensuales- semanales de mayor relevancia (cuando aprenda a organizar mis publicaciones por temas verán esto que les digo) para que vean que no soy una feminista empedernida que dedica un blog al escracho de boludos anónimos.
Una de las escenas ridículas que les voy a contar hoy pasó, en verdad, hace ya unos meses y la otra hace semanitas pero decidí reunirlas en esta publicación porque ambas tratan el mismo tema: mi intimidad sexual.
Como habrán leído en el post anterior, de púber, crecí leyendo revistas boludas que te enseñan a elevar tu superficialidad mental a una altísima potencia (y a crear una dependencia horrible con tu media naranja) pero te llenan de consejos sobre cómo mantenerlo hipnotizado y rendido a tus pies (para que, idealmente, vos no vuelvas a trabajar en tu vida). 
Uno de los consejos principales, un must diría la ‘Cosmopolitan’, es mantener encendida la llama y para eso te sugieren pequeños gestos como mandarle mails o mensajitos de textos eróticos, hablándole sucio, como les gusta decir a las revistas.
Quizás sea una secuela de mi período Cosmopolitan pero admito que hay varios tips que, a veces inconscientemente, sigo, aunque no tan al pie de la letra. Hasta el momento parece funcionar (y sino pregúntele a él).
Fue así que tras una tarde de mucho estudio y poco ocio, decidí, como excusa para un  recreo, mandarle un mensajito a mi novio contándole cómo estaba y adelantándole lo que planeaba hacerle apenas lo viera. Por supuesto que el contenido del mensajito de texto era de alto voltaje y gran definición, por no decir muy explícito y el fin no era otro más que calentarlo.
Debo aclararle que esa tarde estaba en el comedor de la casa de mi hermana mayor mientras ella miraba tele desde la cama con mi cuñado en su pieza, que está apenas a unos metros de donde yo estudiaba.
No pasaron treinta segundos luego de apretar el Send y ver el ‘enviado’ en la pantalla de mi precario celular que un estallido de risas se escuchó desde la habitación de mi hermana.
‘Un momento crucial en el programa de chimentos centroamericano que mira mi hermana’, pensé.
Pero bastó con ver el nombre de mi cuñado en el buzón de entrada de mi teléfono para darme cuenta que no era de ninguna novela sino de mi que se reían tanto.
Las manoteadas, cochinadas y pedidos de favores  para mi novio habían sido mandados a mi cuñado que, con total diplomacia, me agradeció la oferta pero me pidió que revisara el número del destinatario.
Creo que si había una fase de mí por revelar ante él, que me conoce desde los 5 años, era ésta, la de porno star virtual no correspondida, fiel discípula de los consejos para mantener la plenitud sexual de revistas femeninas.
El pudor fue inevitable pero, revisando luego el orden en mi lista de contactos del teléfono, agradecí infinitamente al ordenamiento planetario que produjo ese error por haber sido mi cuñado y no un simple conocido de la vida el destinatario de mis deseos sexuales.
Pero esto no termina acá. Meses posteriores a este incidente, hace unas semanas atrás para ser más específica, volví a dar la nota, se ve que extrañaba este tipo de papelones en mi vida así que decidí repetirlo, esta vez en casa de mi suegra.
Hace un tiempo que prácticamente vivo con la familia de mi novio así que, imagínense que, para  mí, el riesgo de hacer el ridículo se duplicó notablemente.
Mis hábitos y conducta sexual, pese a la convivencia, se mantienen intactos pero requieren de un doble esfuerzo por mantenernos motivados porque, convivir, nos saca la careta  y nos vuelve monótonos y aburridos y yo no quiero terminar cocinando en pijamas con mi suegra mientras mi novio, junto a los otros hombres de la familia, hacen las cosas de hombre (me toco la teta izquierda).
‘Ahora que lo tengo en vivo y en directo conmigo puedo ahorrar crédito y decirle las cosas en la cara o al oído’, pensé entusiasta.
Su pieza, que por suerte está en otro piso,  es casi una monoambiente aparte. Lo único malo es que se sube a ella desde la cocina-comedor de su casa que es el centro de reunión familiar por excelencia.
Y si algo aprendí, después de un monólogo erótico de despedida que le di mientras bajaba las escaleras para irme, es la importancia de cerrar esa puertita en particular que conecta la pieza con el abajo, la cocina, el pueblo.
Si mi suegra creía conocer a mi novio, luego de ese discurso se enteró de sus hábitos en la sexualidad ( o de lo puta que es su nuera).
Nunca lo olviden. Las puertas están para algo, ciérrenlas si no quieren hacer de la habitación un auditorio.
Lo mismo con la telefonía celular. Las preguntas, a veces reiterativas que nos hacen los celulares para confirmar el destinatario son prueba de algo: somos muchos los pelotudos que pifiamos el contacto.
El ridículo está siempre al acecho de nuestra impulsividad, cuidense!


viernes, 24 de agosto de 2012

Pateticismo, pose y pubertad: eternos sinónimos.



Nadie nació indie, punk ni under. Entiendo que, luego, todos decidamos adoptar un estilo pero si padeciste la pre adolescencia en los 90 y sos mujer, dudo que no hayas, al menos, escuchado las Spice Girls (si no es que las tuviste como referente). Claro que también depende de tu entorno y muchos otros factores pero no nos hagamos los cool since 1900  porque no compro esa farsa. Y si no tuviste una pubertad ridícula, entonces cuidate porque podes estar haciéndolo ahora, de más grandecita.
Es casi una equivalencia, ser púber es ser patético. Especialmente porque a esa edad estamos totalmente perdidos, no sabemos quiénes carajo somos ni qué ni cómo queremos ser entonces nos subimos al colectivo de cualquier tribu urbana que se nos pasa por enfrente y vamos probando qué estilo de ropa, música, humor y hobbies, nos sienta mejor.
De púber me distinguía mi total desinterés por la estética y el qué dirán. Aunque, pensándolo bien, si tenía un concepto algo formado de la estética pero era tan precario, bochornoso  y fluctuante que suena mejor decir que no lo tuve y ya. Los años y la cultura de la discreción nos vuelven más ‘reservados’ al punto de horrorizarnos ante cualquier desacato de lo que se debe hacer.
Pasé por muchas modas. Fui horriblemente hippie por culpa de Stefanía, tuve, por suerte, un breve período cumbiero por culpa de nadie (me quise hacer la distinta y caí en esa) en la que básicamente me vestía como puta a donde fuese y, finalmente, punk por influencias de Nadin y su visión conflictiva y rencorosa de la sociedad.
Con Nadin nos fuimos adentrando, inocentemente, en el confuso tema de la sexualidad y creíamos hacerlo  escondiéndonos detrás de los árboles de la plaza López para mirar parejitas transando o leyendo revistas boludas que, mediante tests (en los que siempre mentíamos) y otros amigables tips (sobre, por ej, cómo colocar un forro cual verdadera actriz porno) nos educaban para ser unas pelotudas totales (pero increíblemente sexies y seductoras).
Aún así, las dos nos vestíamos igual de horribles y poco nos importaba que los joggings y remeras de Archie Reiton o My Picture  hubieran pasado de moda ya para nuestros 13 y 14 años.
Los días de escuela se pasaban entre cartas de amigos invisibles, asombrosos descubrimientos corporales, escenas de celos entre amigas, trágicas discusiones en torno a la organización de la mesa principal de los 15 y obligados momentos de oración con la catequista de labios finitos y paletas prominentes que yo tan bien imitaba. Nos reíamos de todos pero sobre todo de nosotras mismas.
Sabíamos que el ideal de mujer de aquel entonces era parecernos a Britney pero no contábamos con suficientes recursos como para  imitarla y  en nuestros intentos, terminábamos peor que siguiendo el ideal de elegancia materna: vestiditos floreados y zapatitos con medias con voladitos. Un horror.
Aun así, fui siempre muy perseverante y si no podía parecerme físicamente a mis ídolas de revista al menos intentaba aprenderme todas sus coreos. Fue así que pasé días enteros frente a Mtv con la video grabadora lista para  darle ‘Rec’ apenas aperecieran los videos de las coreos que me quería aprender porque, claro, en aquel tiempo youtube no estaba en mis posibilidades y casi lo único que hacía en Internet era chatear por Mirc y Viarosario. Lo mismo con las canciones y los casettes. Realmente memorable.
Nos divertíamos pero no perdíamos de vista la idea de ser chicas fashion por eso con mi amiga Nadin  decidimos fundar lo que hoy recuerdo en el podio de mis anécdotas patéticas, el C.C.F: Club de Chicas Fashion.
Si, con siglas y todo. Fundamos un club de chicas triple R, rudas, rebeldes y reboludas y, como si esto fuera poco, habríamos periódicamente la inscripción para que las  nenitas de mama pudieran aproximarse, con nuestra ayuda, a la vida de una verdadera chica fashion, con todo lo que eso implica. Teníamos, para eso, un reglamento interno inviolable en el que teníamos como ciertas normas, por ejemplo, llevar la jumper por encima de la rodilla y prohibíamos totalmente el uso de carpetas, mochilas y/o accesorios con dibujitos animados como Mickey o Winnieh Pooh. Eramos grandes y listas y nos sentíamos capacitadas para arreglar chicas fracasadas, no sin antes revisar cada caso particularmente y en una cruel pero sincera declaración, te explicábamos qué podíamos hacer con tu triste vida.
Por un breve tiempo nos creímos súper adelantadas a todo pero fue suficiente con asomarnos a la vida de otras chicas de otras escuelas y otras mentalidades para darnos cuenta de que nos habían pasado por encima, mientras nosotras teníamos este patético club, las demás ya estaban de novio e incluso habían tenido su primera vez (o cuarta o quinta).
Y nosotras en la plaza, viendo gente transar y comprando forros a escondidas para, con la ayuda de una cosmo u otra revista teen, aprender a usarlos (para un lejano futuro- ni siquiera teníamos amigos varones, nuestra escuela era de mujeres-).
Llegamos más tarde a muchas cosas, por suerte, y conservamos, por sobre todo y por todo lo que pasamos, un gran rechazo a las poses que no descansan y se estresan en sus burbujas por no saber reírse de quienes fueron y quienes son.



Hasta la próxima!

jueves, 23 de agosto de 2012

El encare virtual (Continuación del polémico post ‘El pajero virtual’)


No es que quiera  insistir con el tema pero, como recordarán, les prometí un enfoque distinto y menos ‘agresivo’  y este nublado mediodía me regaló la victima de turno para terminar de agotar mis dudas.
Quiero también aclararles que no voy por la vida mordiendo a quienes me dicen cosas lindas sino que, por el contrario, suelo aceptarlas poniendo carita de picaflor y mirando risueñamente hacia un lado, fingiendo una picarona timidez, como para pasar la cuadra sin cara de arisca total (es eso lo que esperan?)
Sólo reacciono contra aquellos que no distinguen entre piropo y guarangada, que, por lo general, son los mismos que tiran comparaciones (o comentarios alusivos a la morfología del miembro masculino) pelotudas en cotidianeidades como ir a comprar un kilo de banana a la verdulería o un paquete de salchichas al almacén.
Esta vez, me propuse lograr que el chamuyero me encuentre ‘copada’, es decir, acercarme de alguna manera a lo que él quiere escuchar o, de no ser posible, hacerme el amigo o entrarle por algún lado que me provea de datos para este profundo y célebre análisis.
La conversación con este sujeto ‘G’ se inició de la siguiente manera:


Como verán no le ladré sino que tomé el halago y acoté un chascarrillo para poder encaminar un diálogo sin el típico y aburrido ‘gracias’.
Renglón siguiente, el macho de la ventana respondió con una  imagen sensorial táctil en la que indicó cómo se me debería agarrar. Respondí a esta estupidez con total diplomacia y con un recordatorio de mi estado civil para delimitar (o mejor dicho bloquear) el área de ataque.
Como suele suceder, el macho decidió compararse con mi pareja resaltando una cualidad en común, como para dejar ver que el también tiene eso que yo vi en mi novio.
Aprovechando su interminable risa y asumiendo que su humor se prestaba para el diálogo, proseguí.





Tuve, en un momento, que re encarrilar el tema de mi investigación porque, si descuidaba el fin, el diálogo en si mismo se volvía un chamuyo por lo que tuve que pedirle que lo deje de lado. No estuve muy cordial en este punto, mi impulsividad tipeó antes que yo pero, por suerte, él no lo tomó mal. Por el contrario, se jactó de sus encantos físicos y confesó que su éxito con las mujeres se debe a ellos y no a su retórica.
Como habrán visto, mi impulsividad volvió a ganarme y volqué otra gotita de sarcasmo que fue rápidamente tapada por una descripción más detallada sobre su forma de encarar. Le restó importancia al chamuyo virtual pero, como todo gran chamuyero, dejó en claro que si pinta, vamos con toda, por si cambiaba de opinión o lo estaba dudando y volvió a tomar el mando de la conversación preguntando qué estaba haciendo. Un tipo elocuente.
Pero esto no terminó aquí. Sé que quieren ver más por eso lo mostraré el remate de la conversación.



Sin duda, ‘G’ es uno de los chamuyeros más inocentes y sinceros que experimenté hasta hoy. No sólo se cubrió afirmando ser un pelotudo sino que, además, se sintió halagado por formar parte de mi análisis. Admito que su respuesta me hizo replantear la publicación de este relato (casi que llega a conmoverme) pero por suerte me recompongo rápido y las ganas de borrarlo duraron efímeras milésimas de segundo.
Concluyo, entonces, que si te animás a subirte al tren y desviar el rumbo del chamuyo, detrás de todo encare virtual hay una carcajada esperándote.
Dos cosas y los despido:
  • Vieron?  Pude ser amable y analítica sin ofender a nadie.
  • ‘G’, tu inocencia quedará en mi recuerdo.

Hasta la próxima.













































viernes, 17 de agosto de 2012

El pajero virtual

Pocas personas son tan fáciles de reconocer como los pajeros virtuales.
No importa que tan linda, fea, flaca, gorda o patética seas, siempre habrá un boludo anónimo tras la pantalla dispuesto a chamuyarte.
Este relato y la idea que llevó a concretarlo surgió de un breve intercambio de ideas con un muchacho que calificaba perfectamente para la descripción de pajero virtual, por sus constantes 'halagos' (así es como él describe sus declaraciones).
Admito que este muchacho no es el especimen ideal para describir al pajero virtual por antonomasia pero resultó galardonado con un breve sermón por el horario de su performance -que lo define como un chamuyero madrugador-.
Hace tiempo ya, he renunciado a mi pasividad por 'cortesía' frente a las guarangadas que nos gritan los hombres sueltos en la calle que, lejos de ignorar el avance tecnológico de la imagen, se ponen al día recitando guarangadas en hd, no por lo sofisticadas sino por lo finamente ilustrativas.
El añorado piropo callejero ha sido sustituído por un soliloquio que se inicia aún a metros de la hembra seleccionada y comienza, por lo general, con alguna interjección como 'Uy' , 'Ay' o 'Uff'', acompañada de una descomunal cara de baboso.
Una vez exclamado alguno de estos sonidos, la mujer intuye lo que vendrá por lo que acelera su paso o cruza la calle aún sabiendo que no será de utilidad, porque el pajero no se rinde fácilmente y no hay pudor que acalle su discurso (menos aún si están presentes miembros de su jauría que, de seguro, lo bancan con cualquier aporte).
El pajero, a menos que la mujer cruce de calle y deba gritar, con su cuerpo paralizado fijará su mirada en la hembra que pasa por delante y la seguirá mirando hasta donde la rotación (por lo general de 180°) de su cuello lo habilite, relojeándola de arriba a abajo como si la estuviera radiografiando.
Durante esa intensa e incomodísima radiografía que parece nunca acabar, el pajero sacará a relucir sus dotes de falso seductor,creyéndose Don Juan cuando es Don Paja, y te dejará saber todo lo que él te haría si vos, en un acto de delirio e inconciencia total le dieras la oportunidad.
La mayoría de las mujeres atraviesan esta situación con meras expresiones faciales de asco pero les advierto que tanta grosería gratuita y forzosa nos está cansando y ya somos varias las que nos frenamos y sacamos la feminista luchadora de adentro y nos dirigimos hacia el pajero (y/o resto de la manada) con total firmeza y hostilidad.
No les diré que salí siempre ilesa de estos enfrentamientos pero la catarsis lograda no tiene precio. Puede que no diga mucho pero en el momento me hace sentir la líder de un movimiento feminista anti-pajeros y, en mi emoción, imagino una tribuna de mujeres ovacionándome por haber actuado tan justamente en nombre de todas ellas.
De todos modos, y como les decía antes, JP, el pajero del día, no era tan así. Es sólo que ya van varios 'halagos' y yo, presa de mi curiosidad, quise indagar la forma de relacionarse de los boludos virtuales con mujeres desconocidas.
Finalmente JP, terminó disculpándose, cosa que no es común en estos especímenes que, por lo general, se enojan, te agreden o te hacen sentir a vos una engreída total por pensar que realmente significaban lo que nos dicen (lo que nos lleva a deducir que si no son pajeros, son mentirosos).
Gracias JP por permitirme este acercamiento al pensamiento del chamuyero de redes sociales. De ahora en más, no sólo agradeceré todos los halagos sino que les seguiré el chamuyo a todos los de tu especie y los convertiré en material público de burla feminista.
                                                                                   


jueves, 19 de julio de 2012

Estrategias para negar la autoría de un pedo

El género escatológico sin duda ha despertado el interés de muchos de los lectores regulares de este blog quienes pasan a chusmear si escribí algun otro texto de mierda. 

  No me centraré esta vez en alguna anécdota sino que, basada en mi experiencia, les prestaré algunos tips que creo muy útiles tanto a la hora de negar como  de dar a conocer al autor del pedo.
 
Primero que todo, entendamos que en el 90% de los casos, estos hechos son involuntarios -por más que su autor pueda alegrarse si en el momento se encuentra una persona de su desagrado (si, hay pedos con dedicatoria)- lo cual no quita ni disminuye en absoluto la molestia o ira del otro alli presente.

'Mas vale perder un amigo que hacer explotar el estómago', me dijo mi pediatra  una vez cuando, siendo muy chiquita, escandalicé a mi familia  por un fuerte dolor de panza cuyo diagnóstico pasó de ser 'apendicitis' a 'pedo atravesado'. No crean que de ahí en más me convertí en una descarada y pedorra mujer sino que, dado un cierto de grado de confianza con quien esté presente, desarrollé habilidades para huir velozmente a un baño o rincón discreto y oportuno para dejarlo ser.
En mi familia este tema está tan familiarizado y despojado de carga negativa que es común hablar de ello e incluso reirnos de quienes lo toman como algo totalmente tabú.
Mi novio, por otro lado, es un caso extremo. El no sólo desconoce o, a veces, desestima el 'valor' de los modales sino que suele expresar su desprecio por ellos diciendo que son una boludes, por lo que no los larga sólo  por extrema urgencia sino que disfruta también de invocarlos. Y es esta una diferencia muy grande porque, como expliqué renglones arriba, en la mayoría de los casos, éstos se consideran accidentes o hechos que no pueden evitarse pero él, por más lejano que se encuentren, se toma el tiempo y dedicación de acercarlos.
Es por este motivo que en complicadas ocasiones digestivas, suele molestarme mucho que se los tire en mi presencia (y creo necesario aclarar que sufre trastornos gástricos más seguido de lo que imaginan) Y, notando que esto empieza a molestarme, esporádicamente niega haberlos producido con patéticas estrategias que lo hunden aún más (compréndase por patéticas estrategias: culpar a la mascota que más cercana se encuentre, fingir haber pisado caca, jurar que viene de otro lado, etc) y me permiten  perfeccionarme en su detección.
Ciertamente la estrategia dependerá siempre de la situación en la que uno se encuentre y usted deberá ser lo suficientemente hábil para estimar -o subestimar- la astucia del otro en su plan.
Si puede predecir el arribo del pedo y garantizar que será uno de esos 'puro ruido' entonces usted cuenta con una gran ventaja ya que, calculando finamente el momento en que éste llegue, puede desviar o iniciar una conversación con una gran carcajada o exclamación seguida de un lógico relato que lo respalde.
Ahora bien, si se trata de uno cálido y suave que recorre lisamente toda su entrepierna, prepárese para huir velozmente con una grandiosa excusa o, si tiene la suerte de estar en un tumulto, descuídese pero sea el primero en 'detectarlo' haciendo comentarios repulsivos acerca de ello tales como:
- 'Por Dios alguien acaba de re cagarse' (si se encuentra con gente de su entorno y plena confianza) o
-"Uy, parece que alguien no esta muy bien de la panza' (si pretende sonar menos guarro)
U otros comentarios de similar significado. 
Si está con usted algún amigo de confianza o hazmereir público (esas personas que son siempre tomadas de punto) utilícela recriminándole haber sido el culpable o inventádole un trastorno gástrico por algo recientemente ingerido.
Si, por otro lado, está usted padeciendo alguna que otra dolencia estomacal y se sabe victima de flatulencias intermitentes y se ve obligado a estar rodeado de otros, cuide muy bien su postura al sentarse. Cuando son ruidosos, una mala postura de los isquiones (huesos de la cola) en la silla puede crear un efecto trompeta acentuando su estruendo. Trate de posicionarse como los médicos no lo recomiendan, es decir, con la espalda curva y como sacando pelvis. De este modo, anulará la sonoridad del pedo (o al menos evitará que aumente).
Otra cosa que no debe olvidarse, si se trata de uno de esos pedos 'al paso' (mientras va caminando, por ejemplo) es que éstos suelen encariñarse con uno por lo que tratarán siempre de seguirlo a donde vaya. Por eso, antes de detenerse, asegúrese de haber caminado lo necesario para que su aroma se haya fundido con el del ambiente. 
Espero haberles sido útil con estos consejos y sugerencias tanto para evadir como para reconocer al autor del pedo de turno.
Hasta pronto!








Lo grandioso de la letra chica

Se encontraron una tarde, el 0.1% de las probabilidades de embarazo de los preservativos con el 0.1% de los bacterias y hongos que los desinfectantes no elimina.
Se quitaron sus sobretodos impermeables de desgracia , se miraron cortito y se sonrieron, como cuando uno se alegra de encontrarse con otro que tiene algo en común y que nadie más  tiene ni entiende.
Compartieron anécdotas y se rieron de alguna que otra víctima pero más se lamentaron de muchos otros casos en los que no pudieron actuar aún sabiendo que su intervención pudo haber enseñado una gran lección.
No les molestaba sentirse marginados y rechazados por la mayoría sino que, por el contrario, aceptaban gustosos el desafío de ser malvistos por el resto porque sabían que tarde o temprano (o quizás nunca concientemente) les agradecerían haber aparecido. 
Lo improbable e inesperado suele llevar un sobretodo o disfraz de desgracia pero todo eso que no se quiere que suceda (pero igual pasa) está siempre ahí queriendo decir algo. Queda en uno seguir dramatizando tragedias o aprender a leer la letra chica. Y uno somos todos.


miércoles, 18 de julio de 2012

BAJO TIERRA SOCIAL BELIEVES



Me pregunté, con mucha fuerza me pregunté, cuán enterradas en la conciencia colectiva están  esas ideas de que cuanto más trabajes, mejor persona serás; cuanto más consientas a tus hijos, mejor padre te volverás y otras barbaridades que, de tanto cuestionarme, me vi, de pronto, a metros de profundidad bajo tierra, cayendo por un túnel que parecía no tener fin.
Allí abajo me encontré con viejos familiares y amigos que me recibieron con un gran banquete de bienvenida al creer que por fin comulgaría con ellos  y sus arraigadas creencias morales.
A la salida me cobraron la comida y dos multas, una por disturbio en propiedad privada y otra por haber bajado tanto sin arnés reglamentario.

sábado, 14 de julio de 2012

Posiciones (fragmento de adelanto)


Las manos, hasta la plaza, no podían encontrarse.
Una vez en la plaza ,la escena nos encontraba en un banco. Guardábamos unos treinta centímetros de distancia que se iban achicando mientras hablábamos de temas que nos servían de excusas para reir fuerte y simular que el acercamiento entre ambos era una casual consecuencia de lo corporales y movedizas que se volvían las risas. La tomada de mano le seguía, aunque no espontáneamente. Pero yo ya lo sabía y  no me importaba demasiado. Me divertían nuestras pequeñas rutinas y, dentro de ellas, nuestras rebuscadas posiciones sofisticadamente disfrazadas de casuales.

viernes, 29 de junio de 2012

Pasatiempos de semáforo

Es curioso cómo un minuto puede ser fugaz o eterno. En cualquier situación del día. Incluso en el semáforo.
Y particularmente cuando se está detrás del volante.
Los disfraces de auto nos hacen parecer robots, como si fuésemos uno con él, pero en el semáforo, volvemos a ser humanos. Y de ahí no nos podemos escapar.
A menos que tengas vidrios polarizados, puede que sigamos pensando que sos el Audi o la renoleta que tenés. Pero si no tenés forma de ocultarte, en el semáforo sabré al menos una cosa de vos.
Estoy al lado tuyo, en la misma fila que vos, junto a muchísimos otros que nos quieren pasar detrás nuestro. Como un ejército que espera la orden para arrancar.
Pero  el semáforo te saca de la cuadrilla y te expone al ojo clínico de la ventanilla del auto de al lado.
Y vos ahí. Completamente embelesado en tu misión de sacarte ese moco.
Ese moco porfiado que prendido a tu fosa nasal se resiste a tu  índice criminal. Desafiando los segundos de semáforo que quedan, también el meñique demuestra su habilidad. 
Pero el meñique no puede resolverlo sino que sirve de palanca, gracias a su tamaño, para intentar extraerlo de raiz. 
Una vez arrimado y confiando en la pegajosidad del moco, se vuelve a emplear el índice o el fuck you para deslizarlo hacia el exterior. Y es entonces que, por un casual ruido del exterior o de un auto boliche (esos autos que pasan con la música fuertísima y vidrios polarizados que te hacen suponer una fiesta privada dentro)  mirás a tu lado y, sin interrumpir tu cometido y manteniendo tu cara que, para el momento, se ve bastante amorfa (con la boca abierta y un extremo superior de tu labio levantado hacia un costado como si hicieras ese gesto de levantarte un labio con un hilito invisible), advertis un gesto de total repulsión en la cara del conductor del auto de al lado que, por suerte, arranca rápido y se va porque finalmente el semáforo se pone en rojo o bien, perpetúa su mirada obligándote a, lentamente, volver tu cara a su estado normal.
Y del moco poco se sabe. El momento en que se es descubierto por otro en una situación tan íntima puede ser tan incómodo que el moco puede terminar en el volante, en la palanca de cambio o el pantalón del que conduce.
Pero éste es sólo un caso.
Existen otros pasatiempos de semáforo casi o más shockeantes que este.
Muchos usamos el auto como un retiro espiritual, como una actividad con fines terapéuticos. Sobre todo si se cuenta con un stereo para escuchar música fuerte.
Y es que suele ser tan fuerte esta relación entre la música y el estado de ánimo que ésta puede determinar nuestra forma de conducir. No suena, acaso, incoherente escuchar Metallica yendo a 20 km? Y qué me dicen de un Let it be a 80? No. No pegan.
En mi caso particular, mi auto es mi escenario. Y no, no tengo polarizados. 
Me esfuerzo por recordarlo pero hay canciones que uno las siente tanto que no puede no gritarlas y es entonces que, si  llego al semáforo con autos al lado, fingiré estar buscando algo en el piso o en el asiento de atrás para no interrumpir mi increible falsete.
Y ese es otro punto, la acústica del auto -o del oido del presumido- nos hace escucharnos tan pero tan increíbles que hasta a veces pensamos en dejar la carrera y dedicarnos al canto de una vez y para siempre.
Pero hubo una vez en que la canción se encarnó en mí. Iba escuchando System of a Down, una de mis bandas favoritas, que, como sabran, es algo 'ruidosa'.
Yo no era Molly. Era Serje Tankian. Y de a ratos me volvía Daron y hacía una segunda voz. Y no era yo. No. Era la canción dentro mío que usaba mi cara, mi voz e incluso mis manos (porque también el baterista estaba dentro mío). No fueron más de 20 segundos. Y quien sabe, a lo mejor 15. Pero terminada la estrofa y por fin, volviendo a ser Molly, mi performance de semáforo fue elogiada con el aplauso mudo del conductor del auto de al lado que, con cara de padre que festeja la pirueta de un niño, me sonrió con gratitud.
El semáforo puede revelar actitudes y aptitudes  que no creíamos propias o bien, corrobar prejuicios que a veces no queremos creer, como el banana.
 El banana no falta nunca. Invade todos los espacios. Incluso virtuales.
Ya he escrito una vez acerca de esto, si mal no recuerdo. Y sugerí una forma de detección de un banana en facebook (antes de aceptar su solicitud de amistad). Es fácil, si en la descripción de 'Cita favorita' responde con su ideal de cita romántica, es un hecho. No lo agregues a menos que quieras un Arjona en tus contactos. Yo sé que puedo estar sonando muy prejuiciosa pero no me culpen, mi prejuicio está respaldado estadísticamente por mi propia experiencia.
Las mujeres que conducimos somos victimas permanentes de acoso automovilístico. El macho del auto de al lado no sólo que no siente pudor alguno en hacerte caritas sino que bajará la ventanilla y las caritas se convertirán en gritos si él lo cree necesario. Y los segundos del semáforo parecerán eternos. 
Ni hablar si el macho está con amigos en el auto. La necesidad de atención de la hembra que esté cerca aumenta notablemente. 
En ese caso, además de las caritas y gritos grupales, consideremos unos bocinazos y un arranque abrupto y acelerado si la respuesta de la hembra es de ignorancia total (y un posible acercamiento de su auto al tuyo, como cuando en un boliche te pasan tan por al lado que crees tener al otro encima, comportamientos muy semejantes en distintos ámbitos)
A los que manejamos sin polarizados: discreción, y a ustedes, sean conductores, peatones o acompañantes, dedíquenle un zoom al momento del semáforo. Pueden deleitarse con cualquier tipo de espectáculo y encima gratuito.




martes, 26 de junio de 2012

Un poema pelotudo.



Lllega la noche y mis baldosas contadas, los caramelos rojos que ,por azar, saqué de la bolsita, las caminatas apuradas por alcanzar el semáforo en verde y las canciones que aparecen en orden aleatorio, no sólo no significan nada si no puedo compartilas con vos, sino que me hacen sentir más pelotuda que una mina que cuenta baldosas, juega a sacar caramelos rojos, corre para alcanzar el verde y escucha música más atentamente si está el modo aleatorio activado.

lunes, 25 de junio de 2012

Barbarie colectiva

Hay una reto evidente entre ellos. Se nota en sus miradas.
Un aire competitivo los envuelve, los hace sacar a la fuerza a ese ventajista interno que algunos hipócritas niegan tener.
La escena es inquietante y revela un desafío entre bárbaros y civilizados.
Estos últimos se valen de su perspicacia para, por ejemplo, fingir un embarazo o inventar una excusa en cuestión de segundos si fuese necesario. Suelen ser sus propios abogados y, convencidos de merecer lo que disputan, pueden elaborar una coartada que, de tan persuasiva, podría cambiar el rumbo de este texto.
Los bárbaros, por otro lado, desconocen las estrategias modernas de persuasión pero son tan claros, espontáneos y poco bajtinianos en su discurso que no titubean en pedir si quieren o preguntar si necesitan saber.
Pobres bárbaros. Desconocen que en esta selva moderna se premian las poses y se tilda de grosero pedir lo que se quiere.
Dichoso aquel que, en la silenciosa pero intensa disputa, logre ganarse ese último y, por ello, doblemente deseado asiento del colectivo.



sábado, 23 de junio de 2012

La incomodidad de las canciones


 No sé si creen en el azar o las causalidades pero, desde ya, estoy segura que más de una vez, el 'destino' los dejó boquiabiertos.
Yo creo plenamente en las causalidades y aunque padesca una tendencia a buscar señales en estupideces cotidianas (ampliaré profundamente este punto), estoy segura de que les sucedió lo que ahora procederé a contarles.
Tuve un fin de semana de extremos altibajos, con mas altis que bajos, por suerte, pero ambos de gran intensidad.
 Rendí mi primer parcial del año (por suerte positivamente)  y fui victima de un accidente casero típicamente invernal en el que, por emular el giro de un pollo cocinándose al spiedo, mi nalga derecha tuvo un contacto del primer tipo con el calefactor.
 Cúlpese al tráfico del carril por el que circulaban mis neurotransmisores o a mi admiración heracliteana por el fuego pero el 'correte que te estás quemando' o, en idioma bebé, el 'tuto' llegó demasiado tarde.
  No exageraré diciendo que es una quemadura de primer grado pero tiene pre-escolar hecho hace rato.
Y créanme que reviví la situación cuantas veces me senté en algun lado (fácilmente 3 veces  por comida del día, es decir, unas 12 veces de seguro dentro del hogar  sin contar las sentadas en la facultad y/o moto de mi novio, y, obviando las idas al baño que se volvieron sentadillas, -si, unas piernas divinas-)
 Esporádicamente, sobre todo en períodos de furia cinéfila (en la que miro 2 películas al día durante un lapso de tiempo que una fuerza exterior a mi me obliga a ver) tengo la sensación de que vivo en una película y de que las acciones del día van acompañada de un soundtrack permanentemente y siempre acorde a la situación.
  Tal es así que, a veces, sin estar transitando mi período cinéfilo, la música de fondo - de un ringtone, de una radio o de un programa de televisión- aparece y me musicaliza (por lo general inoportunamente) una escena.
  Fue el Viernes pasado que fui  a tatuarme la cara interna del brazo (la parte blanquita, el famoso 'salero') a 'Pelado Tattoo Studio' de donde soy socia con un nutritivo desayunito previo para tolerar la sesión.
Ahora bien, cabe aclarar que mi concepto de nutritivo en el desayuno incluye siempre un fresco exprimido de naranja, alguna que otra semilla y/o cereal. Ese día no tenía más que las semillas y una naranja pasadita así que con eso salí para el estudio.
  No es mi primer tatuaje sino el décimo cuarto por lo que, a esta altura, el dolor ya no es obstáculo alguno. O al menos eso creía.
 Desde luego había olvidado las consecuencias de tatuarse en dos o mas sesiones (por el dolor de tatuar sobre lo tatuado) por ende el 'tironcito que te hace la depi lady' (esa terrible falacia que dicen las mujeres que se hacen las que no sufren con un tatuaje) se había vuelto en una trincheta asesina que contorneaba la silueta de una nena en el dibujo de mi tattoo.
 Si, ouch.

- Te duele mucho, negra? Me pregunto él.

 Claro que mentí y le dije que no pasaba nada (pensé que así lo haría más rápido) así que a los tres minutos, o menos, de comenzado el tattoo, me ví en el programa de Veronica Lercari (la que hacia gym por tele y era famosa por marcar las repeticiones de los ejercicios con una bonita pandereta al compás de 'chiquito, chiquito y un y dos’)-  http://www.youtube.com/watch?v=gjhRQF9U14E-  y comencé mis ejercicios de contracción de grupos musculares. Dicho en criollo, me fruncí desde el dedito gordo del pie, que de haber estado descalza se hubiera visto como el dedo de ET apuntando al cielo, hasta la mandibula.
  No, no exagero esta vez. El dolor era tal que, llegado el punto en que los gluteos dolían de tanta contracción, comencé a reprocharme y arrepentirme del juguito de naranja y las semillas (ustedes dirán que fui inoportuna en desayunarme una diarrea asegurada pero en mi cuerpo, estas combinaciones ya no son novedosas y se toleran tranquilamente) dado que la contracción ya no sólo envolvía a los músculos sino que  también algunos órganos se unieron al fruncimiento colectivo.
  Boca arriba, con el bracito tatuándose inmóvil y fingiendo que nada doloroso sucedía, intercambié comentarios, risitas y onomatopeyas con mi tatuador que intentaba distraerme. Es así que criticando la música que sonaba en el momento, mi tatuador, entre risas, le pidió  a otro de los chicos del local que ponga un tema en particular sin especificar su nombre.
  Segundos después, quien les escribe, se encontraba con el 80% de su cuerpo fruncido al ritmo de una divertida canción titulada 'Ataque de caca'  http://www.youtube.com/watch?v=4i64jAgWO4A,  una tragicómica canción de una banda punk, cuya procedencia desconozco, que relata la desesperación de un joven en pleno proceso previo a defecar. Si. Muy azarosa la canción.
  Transcurrida la sesión con mi cuerpo enteramente contracturado y el brazo tatuado como recién cortajeado con una trincheta rota, me subí al auto y con la fuerza que me quedaba manejé.
Y adivinen quién apareció al sentarme..
 Si, la nalga carbonizada.
Y adivinen qué canción de qué artista sonaba azarosamente en la radio del stereo.
Si, 'Me arde' de Calamaro.
 Pero el azar fue aún mas lejos.
 La noche previa había tenido una absurda pero trágica discusión con mi novio en la que, actuando como una desquiciada sin motivo alguno, me fui de su casa. Al salir subí al auto e, interiormente admitiendo mi error, Pete Doherty se burló de mí cantándome : 

And what a nice day for a murder
You call yourself a killer but the only thing that you're killing is your time
There's nothing absurder

 Resulta que  había dejado mi cd de Babyshambles puesto y Pete estaba esperándome, como siempre, con un buen consejo para darme
 Siempre sospeché que los músicos y compositores, al componer, lo hacen pensando en alterar, acompañar y sobre todo incomodar una escena.
 Lo que es aún peor es cuando se está acompañado y la canción fantasma sugiere un tema que no viene al tema, como cuando la persona que te acompaña fue dejada por su pareja y la canción que resuena trata sobre una infidelidad o como si pasada una reciente perdida de un familiar apareciera 'no estaba muerto, estaba de parranda'. 
  O no les pasó, acaso, que estando en compañía de una persona muy mayor, aparecen canciones de esas modernas que apoyan sin prejuicio alguno la total liberacion sexual? (si, todas esas que se les están ocurriendo, desde las del tipo ‘Arde papi’  hasta las novedosas y actuales canciones de cumbia y reggaeton)
  Tampoco padecieron un tema romántico o que ‘incita al encare’ mientras están con una persona del sexo opuesto  que acaban de conocer?

 En fin. 
 Así de incómodas pueden ser las canciones.
 No sé quién es el dj de los momentos incómodos, pero a quien sea le digo: ubicate!







sábado, 4 de febrero de 2012


La importancia del título

Sobre el Doctor Morra, el dramatismo del parte médico y el humo



Sucede que cuando uno ‘vive’ mucho, escribe poco. O al menos a mi me pasa. Estuve de vacaciones o, mejor dicho, recordando las cosas que importan de verdad (me fui a acampar a San Luis y a Córdoba al literal medio de la montaña y reordené mi lista de prioridades, que, ruego, la ciudad me permita seguir manteniendo)
Tengo un año más y un montón por escribir. Sepan disculpar mi estreñimiento literario, entre tanto por contar se me hace una bola que no me deja organizar las ideas claramente.
Mi regreso a la ciudad en verdad se debió a la llegada de otro inesperado broncoespasmo (para inaugurar el 2012) que nos obligó a mi novio y a mí a volver a la ciudad para revisar mis curtidos bronquios.
Ya vueltos a la apestosa ciudad, visité un nuevo neumonólogo y me prometí obedecerle y hacerme los malditos estudios que siempre me pidieron y nunca antes había hecho: espirometría, radiografía de tórax y otros de rutina.
Efectivamente cursaba el climax de una fuerte bronquitis por lo que estuve por diez días poseída por corticoides, inhaladores y otra pastilla de gusto asqueroso. Cumplí las indicaciones de Morra (mi neumonólogo amigo) al pie de su ilegible letra y me hice toditos los estudios que me pidió.
Ayer, finalmente, volví a visitarlo con todos mis estudios en mano e intriga en rostro para que mi estimado doctor, con cara de médico a punto de diagnosticar un cáncer de pulmón, me diga:
.- “Mirá...(puntos muy suspensivos) estuve viendo tus estudios y si, tenés asma. Es genético y crónico y no se te va a ir nunca, lo único que podemos hacer es prevenir consecuencias severas y cuadros fuertes que puedan derivar en internación continuando el tratamiento de por vida…”

Tal cual. Eso mismo me dijo. A lo que yo, positivamente agregué:

.-“ Ah, entonces tengo que usar el cosito para inhalar todos los días y listo,eh? ”

Y el asintió.
Sin dudas a los médicos les gusta el drama. Qué loco cómo con un tono y una cara, lo que se dice puede adquirir tanto drama, no?
El doctor Morra debería tomar algunas de las clases de lingüística que Rogieri nos dicta en la facultad y aprender a moderar el tono de sus mensajes.
Por qué insisto en este punto? Porque darle un título a una enfermedad que me acecha desde que nací, además de meramente inútil y protocolar, me resulta burocrático o, en criollo, ‘mala leche’.
Todo bien con el slogan vinotorense de llamar a las cosas por su nombre pero a veces los títulos, más que abreviar, terminan por dramatizar (y sino pregúntenle a mi mamá que de seguro está prendiendo una vela en mi nombre)
Mi hermana (fana de Arjona)* no fue la excepción y me sugirió incluso ‘revisar’ mi círculo de amigos para, en lo posible, rodearme de aire más puro.

* La aclaración es harto necesaria. Sirve de gran referencia para entender su dramatismo

Claro que toda la situación me dio que pensar y terminé, como suelo hacer, por concluir (o re-considerar) varias cuestiones:

1) Si querés que algo adquiera extrema importancia, titulalo drásticamente

2) Apuesto a que el doctor Morra en su juventud no decía “moretón” sino “hematoma”

3) Arjona es insalubre

4) Extraño las clases de lingüística

5) Si tuviese que elegir un espacio sin humo, me quedo sin amigos

6) Qué tan eficiente es el Lysoform?

7) El Che Guevara también tenía asma y para curarse se fue a vivir a la sierra, y si hago lo mismo?

8) Google: famosos con asma (...)

Bueno, no todas mis ideas estaban estrechamente relacionadas con el tema pero surgieron igual.
Recibir mis 24 años con la novedad de que soy asmática es como pasar de estar ‘viéndote’ con alguien a pasar a estar en una relación: la misma mierda con otro nombre.

Adiós Gente! Respiren lindo!