viernes, 29 de junio de 2012

Pasatiempos de semáforo

Es curioso cómo un minuto puede ser fugaz o eterno. En cualquier situación del día. Incluso en el semáforo.
Y particularmente cuando se está detrás del volante.
Los disfraces de auto nos hacen parecer robots, como si fuésemos uno con él, pero en el semáforo, volvemos a ser humanos. Y de ahí no nos podemos escapar.
A menos que tengas vidrios polarizados, puede que sigamos pensando que sos el Audi o la renoleta que tenés. Pero si no tenés forma de ocultarte, en el semáforo sabré al menos una cosa de vos.
Estoy al lado tuyo, en la misma fila que vos, junto a muchísimos otros que nos quieren pasar detrás nuestro. Como un ejército que espera la orden para arrancar.
Pero  el semáforo te saca de la cuadrilla y te expone al ojo clínico de la ventanilla del auto de al lado.
Y vos ahí. Completamente embelesado en tu misión de sacarte ese moco.
Ese moco porfiado que prendido a tu fosa nasal se resiste a tu  índice criminal. Desafiando los segundos de semáforo que quedan, también el meñique demuestra su habilidad. 
Pero el meñique no puede resolverlo sino que sirve de palanca, gracias a su tamaño, para intentar extraerlo de raiz. 
Una vez arrimado y confiando en la pegajosidad del moco, se vuelve a emplear el índice o el fuck you para deslizarlo hacia el exterior. Y es entonces que, por un casual ruido del exterior o de un auto boliche (esos autos que pasan con la música fuertísima y vidrios polarizados que te hacen suponer una fiesta privada dentro)  mirás a tu lado y, sin interrumpir tu cometido y manteniendo tu cara que, para el momento, se ve bastante amorfa (con la boca abierta y un extremo superior de tu labio levantado hacia un costado como si hicieras ese gesto de levantarte un labio con un hilito invisible), advertis un gesto de total repulsión en la cara del conductor del auto de al lado que, por suerte, arranca rápido y se va porque finalmente el semáforo se pone en rojo o bien, perpetúa su mirada obligándote a, lentamente, volver tu cara a su estado normal.
Y del moco poco se sabe. El momento en que se es descubierto por otro en una situación tan íntima puede ser tan incómodo que el moco puede terminar en el volante, en la palanca de cambio o el pantalón del que conduce.
Pero éste es sólo un caso.
Existen otros pasatiempos de semáforo casi o más shockeantes que este.
Muchos usamos el auto como un retiro espiritual, como una actividad con fines terapéuticos. Sobre todo si se cuenta con un stereo para escuchar música fuerte.
Y es que suele ser tan fuerte esta relación entre la música y el estado de ánimo que ésta puede determinar nuestra forma de conducir. No suena, acaso, incoherente escuchar Metallica yendo a 20 km? Y qué me dicen de un Let it be a 80? No. No pegan.
En mi caso particular, mi auto es mi escenario. Y no, no tengo polarizados. 
Me esfuerzo por recordarlo pero hay canciones que uno las siente tanto que no puede no gritarlas y es entonces que, si  llego al semáforo con autos al lado, fingiré estar buscando algo en el piso o en el asiento de atrás para no interrumpir mi increible falsete.
Y ese es otro punto, la acústica del auto -o del oido del presumido- nos hace escucharnos tan pero tan increíbles que hasta a veces pensamos en dejar la carrera y dedicarnos al canto de una vez y para siempre.
Pero hubo una vez en que la canción se encarnó en mí. Iba escuchando System of a Down, una de mis bandas favoritas, que, como sabran, es algo 'ruidosa'.
Yo no era Molly. Era Serje Tankian. Y de a ratos me volvía Daron y hacía una segunda voz. Y no era yo. No. Era la canción dentro mío que usaba mi cara, mi voz e incluso mis manos (porque también el baterista estaba dentro mío). No fueron más de 20 segundos. Y quien sabe, a lo mejor 15. Pero terminada la estrofa y por fin, volviendo a ser Molly, mi performance de semáforo fue elogiada con el aplauso mudo del conductor del auto de al lado que, con cara de padre que festeja la pirueta de un niño, me sonrió con gratitud.
El semáforo puede revelar actitudes y aptitudes  que no creíamos propias o bien, corrobar prejuicios que a veces no queremos creer, como el banana.
 El banana no falta nunca. Invade todos los espacios. Incluso virtuales.
Ya he escrito una vez acerca de esto, si mal no recuerdo. Y sugerí una forma de detección de un banana en facebook (antes de aceptar su solicitud de amistad). Es fácil, si en la descripción de 'Cita favorita' responde con su ideal de cita romántica, es un hecho. No lo agregues a menos que quieras un Arjona en tus contactos. Yo sé que puedo estar sonando muy prejuiciosa pero no me culpen, mi prejuicio está respaldado estadísticamente por mi propia experiencia.
Las mujeres que conducimos somos victimas permanentes de acoso automovilístico. El macho del auto de al lado no sólo que no siente pudor alguno en hacerte caritas sino que bajará la ventanilla y las caritas se convertirán en gritos si él lo cree necesario. Y los segundos del semáforo parecerán eternos. 
Ni hablar si el macho está con amigos en el auto. La necesidad de atención de la hembra que esté cerca aumenta notablemente. 
En ese caso, además de las caritas y gritos grupales, consideremos unos bocinazos y un arranque abrupto y acelerado si la respuesta de la hembra es de ignorancia total (y un posible acercamiento de su auto al tuyo, como cuando en un boliche te pasan tan por al lado que crees tener al otro encima, comportamientos muy semejantes en distintos ámbitos)
A los que manejamos sin polarizados: discreción, y a ustedes, sean conductores, peatones o acompañantes, dedíquenle un zoom al momento del semáforo. Pueden deleitarse con cualquier tipo de espectáculo y encima gratuito.




martes, 26 de junio de 2012

Un poema pelotudo.



Lllega la noche y mis baldosas contadas, los caramelos rojos que ,por azar, saqué de la bolsita, las caminatas apuradas por alcanzar el semáforo en verde y las canciones que aparecen en orden aleatorio, no sólo no significan nada si no puedo compartilas con vos, sino que me hacen sentir más pelotuda que una mina que cuenta baldosas, juega a sacar caramelos rojos, corre para alcanzar el verde y escucha música más atentamente si está el modo aleatorio activado.

lunes, 25 de junio de 2012

Barbarie colectiva

Hay una reto evidente entre ellos. Se nota en sus miradas.
Un aire competitivo los envuelve, los hace sacar a la fuerza a ese ventajista interno que algunos hipócritas niegan tener.
La escena es inquietante y revela un desafío entre bárbaros y civilizados.
Estos últimos se valen de su perspicacia para, por ejemplo, fingir un embarazo o inventar una excusa en cuestión de segundos si fuese necesario. Suelen ser sus propios abogados y, convencidos de merecer lo que disputan, pueden elaborar una coartada que, de tan persuasiva, podría cambiar el rumbo de este texto.
Los bárbaros, por otro lado, desconocen las estrategias modernas de persuasión pero son tan claros, espontáneos y poco bajtinianos en su discurso que no titubean en pedir si quieren o preguntar si necesitan saber.
Pobres bárbaros. Desconocen que en esta selva moderna se premian las poses y se tilda de grosero pedir lo que se quiere.
Dichoso aquel que, en la silenciosa pero intensa disputa, logre ganarse ese último y, por ello, doblemente deseado asiento del colectivo.



sábado, 23 de junio de 2012

La incomodidad de las canciones


 No sé si creen en el azar o las causalidades pero, desde ya, estoy segura que más de una vez, el 'destino' los dejó boquiabiertos.
Yo creo plenamente en las causalidades y aunque padesca una tendencia a buscar señales en estupideces cotidianas (ampliaré profundamente este punto), estoy segura de que les sucedió lo que ahora procederé a contarles.
Tuve un fin de semana de extremos altibajos, con mas altis que bajos, por suerte, pero ambos de gran intensidad.
 Rendí mi primer parcial del año (por suerte positivamente)  y fui victima de un accidente casero típicamente invernal en el que, por emular el giro de un pollo cocinándose al spiedo, mi nalga derecha tuvo un contacto del primer tipo con el calefactor.
 Cúlpese al tráfico del carril por el que circulaban mis neurotransmisores o a mi admiración heracliteana por el fuego pero el 'correte que te estás quemando' o, en idioma bebé, el 'tuto' llegó demasiado tarde.
  No exageraré diciendo que es una quemadura de primer grado pero tiene pre-escolar hecho hace rato.
Y créanme que reviví la situación cuantas veces me senté en algun lado (fácilmente 3 veces  por comida del día, es decir, unas 12 veces de seguro dentro del hogar  sin contar las sentadas en la facultad y/o moto de mi novio, y, obviando las idas al baño que se volvieron sentadillas, -si, unas piernas divinas-)
 Esporádicamente, sobre todo en períodos de furia cinéfila (en la que miro 2 películas al día durante un lapso de tiempo que una fuerza exterior a mi me obliga a ver) tengo la sensación de que vivo en una película y de que las acciones del día van acompañada de un soundtrack permanentemente y siempre acorde a la situación.
  Tal es así que, a veces, sin estar transitando mi período cinéfilo, la música de fondo - de un ringtone, de una radio o de un programa de televisión- aparece y me musicaliza (por lo general inoportunamente) una escena.
  Fue el Viernes pasado que fui  a tatuarme la cara interna del brazo (la parte blanquita, el famoso 'salero') a 'Pelado Tattoo Studio' de donde soy socia con un nutritivo desayunito previo para tolerar la sesión.
Ahora bien, cabe aclarar que mi concepto de nutritivo en el desayuno incluye siempre un fresco exprimido de naranja, alguna que otra semilla y/o cereal. Ese día no tenía más que las semillas y una naranja pasadita así que con eso salí para el estudio.
  No es mi primer tatuaje sino el décimo cuarto por lo que, a esta altura, el dolor ya no es obstáculo alguno. O al menos eso creía.
 Desde luego había olvidado las consecuencias de tatuarse en dos o mas sesiones (por el dolor de tatuar sobre lo tatuado) por ende el 'tironcito que te hace la depi lady' (esa terrible falacia que dicen las mujeres que se hacen las que no sufren con un tatuaje) se había vuelto en una trincheta asesina que contorneaba la silueta de una nena en el dibujo de mi tattoo.
 Si, ouch.

- Te duele mucho, negra? Me pregunto él.

 Claro que mentí y le dije que no pasaba nada (pensé que así lo haría más rápido) así que a los tres minutos, o menos, de comenzado el tattoo, me ví en el programa de Veronica Lercari (la que hacia gym por tele y era famosa por marcar las repeticiones de los ejercicios con una bonita pandereta al compás de 'chiquito, chiquito y un y dos’)-  http://www.youtube.com/watch?v=gjhRQF9U14E-  y comencé mis ejercicios de contracción de grupos musculares. Dicho en criollo, me fruncí desde el dedito gordo del pie, que de haber estado descalza se hubiera visto como el dedo de ET apuntando al cielo, hasta la mandibula.
  No, no exagero esta vez. El dolor era tal que, llegado el punto en que los gluteos dolían de tanta contracción, comencé a reprocharme y arrepentirme del juguito de naranja y las semillas (ustedes dirán que fui inoportuna en desayunarme una diarrea asegurada pero en mi cuerpo, estas combinaciones ya no son novedosas y se toleran tranquilamente) dado que la contracción ya no sólo envolvía a los músculos sino que  también algunos órganos se unieron al fruncimiento colectivo.
  Boca arriba, con el bracito tatuándose inmóvil y fingiendo que nada doloroso sucedía, intercambié comentarios, risitas y onomatopeyas con mi tatuador que intentaba distraerme. Es así que criticando la música que sonaba en el momento, mi tatuador, entre risas, le pidió  a otro de los chicos del local que ponga un tema en particular sin especificar su nombre.
  Segundos después, quien les escribe, se encontraba con el 80% de su cuerpo fruncido al ritmo de una divertida canción titulada 'Ataque de caca'  http://www.youtube.com/watch?v=4i64jAgWO4A,  una tragicómica canción de una banda punk, cuya procedencia desconozco, que relata la desesperación de un joven en pleno proceso previo a defecar. Si. Muy azarosa la canción.
  Transcurrida la sesión con mi cuerpo enteramente contracturado y el brazo tatuado como recién cortajeado con una trincheta rota, me subí al auto y con la fuerza que me quedaba manejé.
Y adivinen quién apareció al sentarme..
 Si, la nalga carbonizada.
Y adivinen qué canción de qué artista sonaba azarosamente en la radio del stereo.
Si, 'Me arde' de Calamaro.
 Pero el azar fue aún mas lejos.
 La noche previa había tenido una absurda pero trágica discusión con mi novio en la que, actuando como una desquiciada sin motivo alguno, me fui de su casa. Al salir subí al auto e, interiormente admitiendo mi error, Pete Doherty se burló de mí cantándome : 

And what a nice day for a murder
You call yourself a killer but the only thing that you're killing is your time
There's nothing absurder

 Resulta que  había dejado mi cd de Babyshambles puesto y Pete estaba esperándome, como siempre, con un buen consejo para darme
 Siempre sospeché que los músicos y compositores, al componer, lo hacen pensando en alterar, acompañar y sobre todo incomodar una escena.
 Lo que es aún peor es cuando se está acompañado y la canción fantasma sugiere un tema que no viene al tema, como cuando la persona que te acompaña fue dejada por su pareja y la canción que resuena trata sobre una infidelidad o como si pasada una reciente perdida de un familiar apareciera 'no estaba muerto, estaba de parranda'. 
  O no les pasó, acaso, que estando en compañía de una persona muy mayor, aparecen canciones de esas modernas que apoyan sin prejuicio alguno la total liberacion sexual? (si, todas esas que se les están ocurriendo, desde las del tipo ‘Arde papi’  hasta las novedosas y actuales canciones de cumbia y reggaeton)
  Tampoco padecieron un tema romántico o que ‘incita al encare’ mientras están con una persona del sexo opuesto  que acaban de conocer?

 En fin. 
 Así de incómodas pueden ser las canciones.
 No sé quién es el dj de los momentos incómodos, pero a quien sea le digo: ubicate!