martes, 29 de octubre de 2013

Emociones new wave: viejos malestares, new names

La angustia no es chic. En un mundo donde todo es inmediato, comprimido y efervescente, no hay tiempo para estar angustiado y si se está, es porque evidentemente se está al pedo y hay que rellenar ese vacío con más cosas, como para que el tiempo no le de cabida a la angustia. Las enfermedades en general son malestares que uno se pesca mientras está ocupadísimo haciendo cosas y se maldicen porque nos pausan y nos exponen a vacíos y los vacíos producen terror, de ellos nace la angustia.
El stress. en cambio, es copado. Habla de una vida acelerada en la que ser multitasking es virtud y 'no tener tiempo' es la respuesta-meta que muchos anhelan decir o se jactan de pronunciar. A diferencia de la angustia, que es de flojitos, la de los multitasking se dice de otra forma: ataque de pánico. Ellos que creían haberlo impermeabilizado todo, se convencen de que esto es otra cosa, como si la angustia al igual que la humedad, no fuese más fuerte que el blotting y lograra traspasarlo todo cuando se acumula e intensifica. La palabra misma lo dice, son 'ataques', algo externo e incontrolable que se nos presenta y no algo que buscamos o pescamos por estar al pedo. El ataque embiste y nos atrasa en nuestras tareas y el pánico que lo acompaña, termina por imposibilitarnos. La angustia es propia de los bohemios que se la rascan y terminan enamorándose de su propio drama y el ataque de pánico es propia de las superpersonas que, pobrecitas, tuvieron la mala leche de caer en eso por la vida acelerada que llevan al ser tan  inquietos y habilidosos.
Hace muchos años fui al psicólogo porque tenía ataques de pánico y esto que describo era mi idea en ese entonces y la que veo que aún vive en mucha gente.
'Lo que vos tenés es angustia', me había dicho Flavio, mi psico.
'Imposible', le refuté, casi ofendida. 'Qué se cree este tipo que estoy tan al pedo como para un día levantarme y decir me pongo esta pollera y elijo la angustia', pensaba por dentro.
'El ataque de pánico es la forma moderna de llamar a la angustia', siguió él. Y yo, aunque seguía ofendida, me guardé esto que dijo en el tintero. Decía 'moderno' y sonaba a crítica y a mi toda esa cosa de bardear al sistema me re copaba así que tenía que recordarlo.
Con el paso de las sesiones y algún que otro juego que Flavio me hacia hacer, revolvimos escombros y tiramos paredes pesadísimas. Definitivamente tenía una angustia tan grande que hasta llegué a relacionarla metafóricamente con mi escoliosis. Flavio escuchaba con atención todas las pelotudeces que le decía y escribía poco mientras yo hablaba hasta que, no se cómo, se dio cuenta de que me gustaba que escribiera mucho o fingiera hacerlo cuando le contaba cosas 're zarpadas'. Las herramientas con las que el analista hace visible su interés en mi super historia de vida son la birome y el papel así que me vale que las use conmigo, me convencía; y Flavio, complaciente, aceptaba las reglas de mi juego.
'A nadie le gusta admitir la angustia, fijate cómo  reaccionaste cuando te dije que estabas angustiada'. El hijo de puta la pegaba siempre, eso me daba bronca. Si, ya se que uno no va a terapia para discutir con el analista pero que te saquen la ficha tan rápido tampoco estaba bueno.
El humor siempre ayuda a encubrir inseguridades y más cuando se está para el orto. Por suerte siempre tuve la habilidad de esconder bastante el dolor con chistes idiotas o imitaciones de gente graciosa o quizás se la deba a tantos años de ballet. En la danza clásica, fingir es una orden y 'tu público' jamás debe notar que te está matando el juanete o te empezó a sangrar salvajemente una uña del pie. 'La bailarina es femenina y brilla sobre el escenario donde se  entrega por completo', nos recitaba Silvia, la profe de danza mientras practicábamos frente al espejo sonrisitas falsas para caretear la tortura de las puntas.
Lo cierto es que los 'ataques' existían y por más chiste y carcajada, había momentos en lo que la gente a mi alrededor se volvía zombie o conspiraba contra mi en secreto. Mi pecho se comprimía como cuando te asustan y te cagás toda y te empieza a faltar el aire. De a ratos desaparecía de las reuniones multitudinarias o me tomaba taxis donde estuviera para irme a casa de inmediato. De haber tenido un tachero privado se hubiera hecho la guita conmigo.
Las explicaciones del rato o día después a mis huidas detallaban siempre sobre la misma idea 'No nada, pasa que, que se yo, estoy como con ataques de pánico y bueno, me tuve que ir', como quien explica el cáncer con un preámbulo interminable para evitar el peso de las letras unidas de una: c-a-n-c-e-r. En mi caso eran tres palabras así que el preámbulo era más largo. Jamás se me hubiera cruzado decir 'angustia', esa palabra si que es cancerígena. A nadie se le diagnostica y suena más a poema que a afección médica que se toma en serio.
Menos mal que la medicina y la psicología siempre se la rebuscan para nombrar a las nuevas enfermedades que de nuevas no tienen nada pero que son mas cool si se vuelven a bautizar y justifican la aparición de la latest plaga social, el coaching ontológico. Si bien no estoy tan familiarizada  como para bardearlo con total libertad, de por sí  que se mezclen esas palabras me hace mucho ruido. Siempre odié los coaching o, quizás no y me encantan pero odio el modo en que se llama. Como a todo, yo me quiero pero no banco mi nombre y sobre todo no poder pronunciarlo espontáneamente pero bueno, es otra cosa. Me suena a carrerita alternativa  de psicólogo frustrado que se quedó a mitad de camino o que ya estaba muy viejo para empezar y le temía a la presentación del primer día de clases. Por supuesto que se me cae la cara diciendo esto porque soy experta en abandono de carreras pero me justifico siguiendo en el ruedo y jactándome de que me interesan muchas cosas a la vez.
La realidad es que estas nuevas disciplinas responden a la inmediatez que todos buscamos, el efecto píldora me gusta decirle. A un coach no le contás tu vida entera así que no es un viaje empezar una terapia de este tipo y si bien le puede resultar útil  a muchas personas, yo me quedo con los flavios. Podré hacerme la moderna con muchas cosas pero soy pacata en otras y no hablo sin saber porque he probado terapias alternativas y sigo prefiriendo las long-term relationships y las largas psicoterapias que me saquen la ficha con fundamento y me hagan dar cuenta y reír de mi propia estupidez.




jueves, 24 de octubre de 2013

Espacio y movimiento

Desapercibida, entra a la sala y se escabulle entre la gente. Todos hablan con alguien sobre algo que les interesa o no, pero hablan; es lo que tiene que pasar en un coffee break.
Ella no habla, no tiene con quien ni quiere crearlo. Deambula mirando los cuadros en la pared con falso asombro porque nada la conmueve y por el contrario le recuerda a la decoración de la cocina de la casa de su abuela, la que le meaba el colchón cuando dormía en su cama.
La fila de cuadros termina y comienza entonces la búsqueda de una nueva excusa, un nuevo algo que la haga parecer ocupada o entretenida en vez de sola y perdida en una multitud.
Fingir le cansa y se propone, esta vez, evitar el celular como evasión para enfrentar este tipo de situaciones. A unos metros descubre una silla escondida entre gente alta y amontonada y camina hacia ella. La silla  era un pequeño patio de casa de pasillo rodeado de grandes edificios. Ella se sienta y ni el edificio rubio de la derecha ni la torre de rulos de la izquierda advierten su llegada. Ahora, además se sola se siente pequeña.
Bebe con extremo cuidado su café esquivando los codazos y movimientos bruscos del hombre-edificio que se mueve y habla enérgicamente para resaltar su presencia mientras ella suspira, tose y sopla con fuerza su infusión para evitar la incomodidad del 'ojo que estoy acá atrás' o cualquier otra frase que, sin duda, sería tanto más efectiva como humillante. Avisar que se está nunca es agradable, a menos que se llegue y corte la ansiedad del que nos espera.
El diálogo de los hombre-edificios llega al climax y uno de los señores choca contra la silla donde resultó estar la chica. Se disculpa tocándole el hombro y con una reverencia se aleja unas dos baldosas hacia un costado. Ella, de pronto, siente el calor de los focos iluminándola en un nuevo escenario al que el desconocido que tanto se movía la había empujado.
Los codazos y empujones en las fiestas y pistas de baile reclaman distancia y desaparecen cuando en sincronía, la coreografía dirige a los cuerpos en la misma dirección  en cada momento. Si uno se queda quieto, ni sigue o amolda al movimiento del otro, debe correrse o será golpeado. La mímesis es una orden.
El resto de los presentes en la sala al fin la descubre sentada.
La distancia de los cuerpos en una multitud advierte y respeta la presencia del otro. Ese distanciamiento dio a luz a la muchacha-jardín que por la proximidad con los hombre-edificios no se dejaba ver. La reverencia fue el parto y las dos baldosas, sus dos primeros minutos de vida: intensos e iluminados.
Los familiares de la mujer que da a luz van al encuentro del bebé que por fin toma distancia de la madre pero sigue de ella dependiendo.
La muchacha nace cuando es descubierta por la multitud de la cual sigue siendo parte.
El segundo bloque del seminario vuelva a comenzar. La multitud, violando las baldosas ajenas, se dirige en masa hacia el auditorio.Ella, aún sentada, queda sola en otro espacio, que más que espacio es otro momento: el coffee break. Mira el suelo y las baldosas; la distancia esta vez es extrema y se siente sola otra vez. Vuelven las luces y la exposición, aún sin espectadores. Las dos baldosas que le dieron vida se multiplican y ahora la matan.
En los velorios se contempla brevemente el cadáver y luego se toma distancia. Se lo llora lejos para no encender las luces y se habla  y desplaza lentamente. La muerte implica  suavidad en el movimiento y una infinidad del baldosas.


martes, 22 de octubre de 2013

El origen de la alergia

Ni los grandes laboratorios ni los agentes de propaganda médica son boludos y hace rato comenzaron a notar el cambio. Por supuesto que no expresan su rechazo y, por el contrario, defienden las propuestas de esta incipiente movida naturista - mientras no los afecte - que de a poco se va ganando la confianza y cariño de la gente y sus estómagos. Está todo bien con la ecobolsa y los volquetes europeos que clasifican la basura mientras no les toquemos la industria y sus bolsillos.
Los muchachos se vienen zarpando feo con los remedios que están inventando y si bien hay muchos fundamentalistas de las pastillas, hay otros que al fin están viendo el signo peso asomarse tras la careta de la medicina tradicional.
En todo grupo de amigos hay un jipi o un cheto seguidor de la movida orgánica y saludable que jactándose de alterno proponen soluciones verdes a molestias que antes no desaparecían sin la ayuda de súper pastillas que tenías que cortar en cuatro o envolver en migas de pan para poder tragar .
La letra cada vez más chica de los prospectos, que de próspero sólo tienen la raíz de la palabra, desata la ira de los miopes y está movilizando sugestiones con mayor facilidad:
-"Ni se te ocurra andar leyendo esas porquerías antes de tomar el remedio", protestaba mi mamá en casa cada vez que, exagerando mis padecimientos, leía y saludaba a los males que al rato me acecharían: 
-"Taquicardia, un gusto. Marianela, tu nueva víctima". Así, mi vulnerable cuerpecito alojaba cuanto efecto adverso quería hospedarse en mí. No sugiero con esto que toda contraindicación se cumpla cual profecía de Nostradamus, pero el poder de sugestión, sobre todo en los niños, es tal que el miedo a padecerlo y una evidente necesidad de afecto crean las condiciones necesarias para que se concreten. Como una especie de permiso de demolición que habilita a romper todo.
Tanto en la niñez como en los intentos de suicido, ningún llamado de atención debe pasarse por alto, para desgracia de las madres y voluntarios de asistencia al suicida, por lo que mi mamá estaba siempre pendiente de mi o fingía estarlo con gran profesionalidad.
-"Mejor seguirle la corriente un rato que después tener que lamentarnos por no haberle creído", la escuché decirle a alguien una vez.
Que no se crea tampoco que la sugestión es cosa de chicos o  se caerá en la imbecilidad colectiva que sacraliza supersticiones y trivialidades que jamás exceden diálogos de ascensor con algún vecino.
Sin ir más lejos, incluso el alcohol y las tentadores drogas de diseño de gran popularidad en raves y fiestas electrónicas ilustran el mismo fenómeno. Hace un tiempo se me ocurrió llevar espirulina a alguna fiesta y ofrecerla como éxtasis y apuesto a que más de uno me agradecería el viaje. Algún día lo voy a intentar.
Ahora bien, cuando de drogas legales y enfermedad se trata, hasta los yonkies más viejos mutan en ositos mimosos: "Uh, esto me va a dar mareos y yo acá sólo, un garrón...". Lo que en la inocencia de la niñez pide a gritos  el afecto materno, en la adultez suele usarse, también, como herramienta de manipulación en la pareja. Son pocos quienes expresan con claridad el deseo de estar acompañados en la enfermedad y,en cambio, son mayoría los que detrás de un 'hace como quieras' o 'no, posta no me jode que salgas' aguardan con tazas voladoras (o vajilla en general) e interminables planteos la decisión final que jamás coincide con lo que literalmente se dice. El 'hace como quieras' es públicamente conocido como 'más vale que hagas lo que te digo o se te pudre todo' por quienes saben qué les conviene de la misma manera que a toda expresión que comience con 'no me jode' debe tachársele el no para leerse correctamente.
La sugestión de la letra chica está causando estragos en todo sentido y la confianza en los medicamentos dejó de ser ciega por lo que ahora, a modo de patovica, se cachea toda droga legal que se va a consumir.
Los visitadores médicos saben que están volviéndose los malos de la película por fomentar la píldora-dependencia en los adultos débiles quienes, a su vez, se reconocen como blanco favorito de los representantes de la movida verde que polemizan con enérgicas apologías de la marihuana, el yuyo más efectivo.
Los remedios de la abuela ganaron tanto terreno que en algunos pueblos y ciudades ya han confiscado hectáreas. Como era de esperarse, los empresarios no se quedaron de brazos cruzados.
Así como los publicistas se encargan de crear nuevas necesidades que perpetúen el consumismo, los dealers legales de traje y corbata se propusieron inmortalizar aquello que más dinero les deja: las afecciones crónicas. Es cierto que las enfermedades serias, esas que con sólo nombrarlas generan tensión e incomodidad, garpan más pero si el cáncer se propagara en exceso quedaría en evidencia la intervención de los muchachos y de ahí al caos total habría sólo un escalón. Por eso, es mejor acechar con molestias sonsas como alergias crónicas y celebrar la elevación del imperio de la loratadina.
Las alergias son tan comunes y fáciles de tratar que basta con una dosis diaria de algún antilaérgico para aminorar los síntomas.Total lo de 'diario'casi que no jode a nadie. De hecho, ya son mayoría los consumidores adictos que gracias a la pregunta de rutina de toda consulta médica '¿qué medicación consume a diario?' se le resta importancia a la dependencia priorizando el bienestar que, encima, nos justifica el uso de los coquetos pastilleros, tan cool y en boga actualmente.
Lo que nadie sabe es que hace tiempo fuimos engañados.
Existió una vez, hace décadas, una asamblea de la que se suprimió todo tipo de evidencia. La junta había convocado a los principales representantes de reconocidos laboratorios, médicos, agentes de propaganda médica y guardaparques. Estos últimos poco entendían su participación hasta que el motivo de la reunión se dio a conocer. 
Casi anticipándose a lo que años más tarde sucedería  y pretendiendo desestimar la botica de la abuela, los asambleístas acordaron en un método o, más bien, un recurso que prolongaría el advenimiento de nuevas enfermedades. Es aquí donde entra en juego el rol de los guardaparques: la estrategia proponía una plantación masiva de plátanos por toda la ciudad y alrededores. 
Estos arbolitos fueron conocidos, tras varios estudios, por provocar diversos síntomas alérgicos en cualquier persona que no tuviera sus defensas en óptimas condiciones por lo que el éxito ya se encarnaba  en sus rostros. Bastaba con una proliferación de árboles e intervención química de alimentos que lograra adicción  a la vez que desnutrición en los consumidores y voila, la operación sería un éxito.
De este plan tan real como macabro, pocos sospechan y, para suerte de los poderosos,  los lúcidos que llegaron a cuestionarse algo semejante han sido tildados de lunáticos o subversivos que, con tal de bardear al sistema inventan teorías súper disparatadas.
Sólo una cosa es cierta: existen centenares de árboles que pueden plantarse y crecer en nuestra región y, sin embargo, hay una especie que predomina en la ciudad que es, a su vez, la responsable de las narices rojas, erupciones cutáneas y coro de 'achises' que musicalizan las veredas donde se encuentren estos especímenes. Raro, no?


sábado, 19 de octubre de 2013

El sueño de la posición perfecta y la traición de la vejiga ( o un puto relato consuelo)


Cuando por fin lográs ese posición perfecta para leer en la cama que conjuga comodidad, protección lumbar y vista al mejor ángulo de la ventana que arrima el canto de unos gorriones y un rayo de sol que ilumina el adagio de unas partículas en el aire que, inocentes, te sugestionan y cosquillean la nariz, justo en ese momento, el destino -otra vez tirano- estropea tus planes anticipando un meo que sin duda pudo haberse demorado.
Con hambre no se puede pensar y con ganas de mear no se puede leer . Mirás atentamente y tratás de memorizar la posición de la almohada, tus piernas y espalda pero es inútil. Sabés que estas cosas suceden muy esporádicamente y que es poco o nada probable que esa misma comodidad te encuentre al regresar.
El canto de los gorriones se vuelve una burlesca oda a tu desgracia,el rayo de sol difama la mugre de tu habitación y la almohada, ese chorizo aplastado que en nada se parece a la almohadilla alemana de Arredo y de tus burgueses sueños, todos acuerdan en conspirar contra vos.
La posposición del meo no es una opción considerable y restan segundos para que tu vejiga deje de retener lo inevitable y cual dispenser de golosinas yankee estalle.
Te levantás resignada al baño y el sueño de la posición perfecta tan cerca de cumplirse se disipa.
El inodoro es el trono de la reflexión y las confesiones y rindiédole honor a dichas cualidades, le dedicás las más injuriosas maldiciones a todo aquello que pudo haber favorecido tu desgracia: fases lunares, predicciones astrológicas, herencias genéticas de un deficiente sistema urinario y la presidenta, que tanto se esfuerza y logra cagar la vida de todos los argentinos. Asumir responsabilidades o entender ciclos biológicos son empresas inalcanzables en estas situaciones en las que la ira busca objetivos sobre los cuales disparar.

La inoportunidad de los acontecimientos, en especial de los más odiosos, nunca es casual y traaen bajo el brazo -y con un poco de olor a chivo al principio- un abanico de posibilidades que con tiempo y optimismo se saben apreciar: un amor luego de una ruptura, un nuevo empleo gracias a un despido o un simple relato luego de una posición de lectura perfecta interrumpida (y quizás irrepetible).

jueves, 17 de octubre de 2013

Taller de procesos creadores? Y eso qué es, Lisandro?

Los rostros hablan por si sólos. Los que ya conocen la movida de los talleres creativos del Sr. Bregant se muestran ansiosos y expectantes ante lo que pueda depararles la tarde. Los demás, fingen entender que está sucediendo cuando en verdad están recordando a aquellos que se les burlaron cuando dijeron que iban a un taller de procesos creadores.

Sólo una cosa es cierta: este taller es raro. Lisandro de repente empieza a hablar de Freud y el sistema binario mientras una muchacha fotografía a los asistentes que no paran de pedalear sobre bicis fijas y preguntarse con qué se encontrarán a continuación.
Dos ejercicios más tarde, el escenario cambia y con él las caras de los participantes. Lisandro los lleva a un lujoso salón de piso de parquet que encandila y quema fotos de tanto brillo. La incertidumbre que vuelve a invadir el ambiente se transforma en total desconcierto cuando la nueva consigna se da a conocer. Astutamente, los ejercicios que él propone son tan abiertos que no reparan en especificaciones y eso, por lo general, inquieta. Las posibilidades son tantas y la libertad para ejecutarlos es tan amplia que asusta y se preguntan, casi en tono de pedido, detalles que restrinjan un poco el asunto. Lisandro empieza a saborear la victoria.
La respuesta general es positiva. De a poco los temerosos empiezan a soltarse, en parte estimulados por los osados que retrucan con intervenciones cada vez más jugadas y creativas. Al fin y al cabo de eso se trata el taller.

Los ejercicios finales se realizan en grupo y ninguno zafa de mostrar el resultado final. El formato es libre y Lisandro se moviliza con la respuesta de cada uno sabiendo que, al menos por un rato, logró inquietar a un puñado de personas que hoy se irán a casa con la cabeza algo trastocada.
El objetivo se cumple y de pronto Lisandro es rodeado por los más trastocados que, obedeciendo a su curiosidad, se acercan con preguntas y devoluciones.
Es grato y necesario que existan espacios como los que propone este señor, que promuevan la creación de contenido a partir del extrañamiento y mirada ingenua que nos distancien de la realidad hasta ver como 'cosos' todo lo que nos rodea. Y es aún mas rico que esas ideas no respondan a parámetros establecidos ni se arrodillen frente a altares morales sino que, por el contrario, sacudan y escandalicen y se generen desde el movimiento y lo no-convencional. Sin duda, una nueva tendencia en gimnasia cerebral.


Mi amigo Bruno

 Mi mejor amigo se está volviendo libro. Es una hermosa persona que ha dedicado estos últimos años de su vida a leer casi tan compulsivamente como yo a tomar infusiones y abandonar carreras. Nos vemos poco porque él trabaja y lee mucho y yo boludeo, leo poco y escribo mucho pero cuando lo hacemos notamos que la poca periodicidad no nos afecta en lo más mínimo. Cada tanto discutimos un poco porque yo lo acuso de opinar desde sus lecturas y porque suele clasificar y comparar las pelotudeces que digo y hago con grandes conceptos de reconocidos pensadores que él leyó y que a mi, como estudiante de filosofía, debieran al menos 'sonarme de algún lado'; pero nunca pasa.
Él es muy groso pero me asusta que pierda su cuota de sinsentido y lo trague la racionalidad. Me tranquiliza bastante saber que su mejor amigo, Martin, el tincho, si bien es tan nerdo como él, sabe compaginar la insensatez y la vulgaridad con, quizás, una obra de Shakespeare. Me cae bien por eso y porque se encarga de agarrarlo a Bruno de sus largas patas para que no se nos eleve al mundo de las ideas. O al menos no se vaya del todo.
Bruno es de esas personas que te habla del ser y el logos cuando lo visitás a las 2 am con tanta naturalidad y a la vez preocupación que te dan ganas de abrarazarlo y de tomar apuntes de lo que dice. Yo, últimamente, hago las dos cosas y me reservo la parte final de nuestros encuentros para hablar de citas, chicas, amor y todas esas porquerías de las que siempre reniega y señala de incomprensibles. Porque Bruno es así, puede explicarte una teoría que cualquiera usaría como tesis doctoral pero tiene dificultades para comunicarse efectivamente con el sexo opuesto. Lo que yo insisto en remarcarle es que, por fin y por suerte, hay actualmente una reivindicación de los nerds. Hoy ser nerd es cool, como decían los chicos de Radio Gonzo anoche en el programa. Y si es por esto, él tiene todo para ganar. Es muy lindo chico, pese a su insistencia a negarlo (que suele violentarme) y en el fondo, mientras no le hables de pseudociencias y rituales mágicos sin argumento científico que tanto lo irritan, es fácil ver que es un adorable bípedo que atrás de su imagen de pibe intelectual -0 snob y 100% real- lo que más desea es compartir una comida con alguien que le de el mismo amor que él da.


“No tengo autoría sobre mi mismo, al menos no en tanto que no me decidí en el mundo, por tanto podés escribir sobre mi con la misma libertad que sobre un árbol, un país o lo que sea que, como yo, sea parte del mundo que experimentamos. Osea, si gorda obvio. Te quiero. “


Esto último me respondió cuando le pregunté vía sms si podía escribir sobre él. Poquito lo conozco, eh?




domingo, 13 de octubre de 2013

'Me puse lo primero que encontré': la posta sobre las careteadas.


La contradicción y la careteada son parte de nuestras vidas y están más presente de lo que creemos o desearíamos. Guardar coherencia entre lo que decimos y hacemos no es tan fácil como parece pero hacernos los boludos y dejar pasar las giladas que decimos si lo es. El garrón es cuando los demás lo notan:
-'Pará, no era que odiabas los lentes de mierda que usan los hipsters'?. Y ahí cagaste. Pocas cosas nos tiran tan abajo como el escrache público que nos hace quedar como mentirosos o contradictorios y que luego es imposible de remontar por el abucheo que nos hacen mientras intentamos dar explicaciones. Es casi una fórmula: a mayor explicación, mayor abucheo.
Hace unos años salí con un chico que siempre criticaba a las mujeres que se maquillaban y compartía esa falsa y barata idea de que no hay rostro más bonito que el de la mujer a cara lavada.
Confiada de esto, evitaba maquillarme cuando estaba con él hasta que un día lo crucé yendo a una entrevista laboral y me halagó tanto que casi me hizo llegar tarde.
-' ¿Me estás jodiendo? Estoy vestida como siempre nada más que me maquillé', le dije. De inmediato intentó restarle protagonismo al make-up remarcando estupideces como la combinación del vestuario, que nunca fue mi fuerte, y la forma en que llevaba la cartera con tal de no admitir que una grandiosa base Lancome había hecho magia en mi cutis.
No sé si es por miedo a hacernos sentir feas si no estamos pintadas o si no quieren vernos tan producidas por cagazo a que los dejemos pero son pocos los hombres que admiten preferir a la mujer maquillada.
Algo parecido sucede con la panza o pancita. Los hombres acostumbran a criticar y tildar de huecas a las mujeres que se cuidan mucho con la comida y elogian a las que no tienen problema en sentarse en el cordón a morfar chatarra de un carrito pero basta con que pase un yeguón anoréxico para que se atraganten con el chori que el minón jamás comería. Nunca lo admitirían pero realmente sucede.
Asimismo, existe una nueva generación de hombres liberales y un toque metro que abusándose de una rara confianza con sus parejas, les hacen notar cada leve defecto que va apareciendo. Observaciones como : 'Mirá te salieron granitos' o 'Tenés como pancita, puede ser?' se están volviendo preguntas de rutina entre los hombres perfeccionistas que quieren que sus minas sean unas 24-hour godess para volverse el macho alfa entre sus secuaces. Por supuesto que no les recrimino la frivolidad a ellos (únicamente) sino el sometimiento a las boludas que les dan pelota.
Alejándonos un poco de los extremos, también nos encontramos con otra realidad: las mujeres nos esforzamos por hacer que todo parezca casual.
Es muy poco probable que una mina haga público, incluso entre sus amigas, que está en una estrictísima dieta sea por 2 rollitos de mierda o 5 kilos de celulitis. Y la explicación es lógica, las mujeres solemos ser tan basura que nos reimos de la preocupación de la otra y, lejos de ayudarla, la tentamos con calóricas ofertas así nos cueste un grano en la frente o un día de isla entrando panza.
Estar lista en cinco minutos habla de lo hermosas que somos y el poco retoque que necesitamos para salir y los hombres, aunque lo nieguen, compran esa farsa. La posta es que son muy pocas las que cumplen ésto y muchas las que caemos en frecuentes crisis de vestuario. El look dice tanto de nosotras que tiene el poder de hacernos sentir espléndidas o para el orto si nos sentimos fuera de contexto, como cuando dormimos en casa ajena luego de una salida y tenemos que enfrentar el sol de la mañana y las miradas difamatorias al día siguiente vestidas como gatos.
Retomando la idea, la negación de la dieta también ha inaugurado una nueva generación de pseudo veganas y celíacas que lejos de preocuparse por los animalitos y las desventajas del .t.a.c.c, priorizan lo más importante: estar flacas sin la espada de la dieta sino por enfermedad o ideología. Puede hasta sonar conmovedor, 'pobrecita, no puede comer harinas'.
En una cena en pareja, los platos hablan por si sólos. El vacío suele ser el del hombre y el que deja los adornitos y algún que otro raviol de la vergüenza, el de la mujer. En mi caso esto es al revés. Alvaro come como pajarito cuando sale a comer conmigo mientras que yo limpio el plato con pan o rasqueteando con el cuchillo hasta arrasar con los adornos. Lo divertido es que cuando salimos con sus amigos casualmente tiene más de hambre que de costumbre y trata de seguirles el ritmo hasta no poder más. Igual no lo juzgo, una cena con sus amigos basta para saber que ser el pajariito de la crew o el que tiene que ir al cajero a buscar plata es condición suficiente para una cargada colectiva de larga duración. Yo, mientras pueda,me voy a tirar siempre para el lado de ellos, verlo a Alvaro indefenso y pensando su coartada me resulta gracioso y tierno a la vez. Sobre todo cuando repiten las historias para volver a gastarlo un rato y se rebela el espíritu Martinelli que rápidamente se contagia: seguir bardeando para ser felices. Son un amor.
Sin duda prefiero el bombardeo en tono afectivo del grupo de muchachos que pelean el podio de la virilidad al grupo de señoritas que se tira flores pero tirotea por detrás. No digo que en las mujeres esto sea siempre así pero a menos que se tengan amigas sin filtro como Nadine, es más frecuente de lo que desearíamos.
Todos somos caretas y  esa idea de 'me puse lo primero que encontré' es totalmente falsa. Lo que debiera erradicarse, a mi parecer, es esa otra idea que subestima el 'ponerse lindo'. Ya sea que nos vistamos horrible o sofisticadamente, la preparación siempre viene bien. Nos bombardean con ofertas y giladas de cosmética que si bien consumidas compulsivamente pueden crear dependencias y obsesiones, ¿por qué no hacer uso de ellas si nos hacen sentir bien un rato?, ¿por qué criticar a la rellenita que clavó un mini short o a la lunga que se zarpa en brillos y transparencias si a ella la hace feliz?. Para mi está claro. No es tanto la ropa lo que se critica sino la actitud, porque yeguones sobran pero son pocas las que se despojan de sus represiones y se ponen eso que tantas ganas tienen de vestir. Y con esto no me refiero a prendas hot. De hecho, cualquier galería vende mini shorts, polleritas y demás prendas que, cual uniformes, el ejército de yeguas luce creyéndose original. Las vidrieras son imposiciones y los looks están tan bien pensados y nosotros tan manipulados que no me sorprendería ser hombre y erectarme con un maniquí. La verdadera actitud, al menos para mi, es escandalizar un poco las vidrieras y combinar incluso esas mismas ropitas de otra forma o con ropa 'de todos los días' y salir con la misma actitud a toda hora. Aparentemente, a la noche la líbido recibe una credencial para batir cualquiera que hace que varias jovencitas terminen gritando orgásmicamente para detener un taxi o por el cambio de color del semáforo. Eso, no es actitud.
Hubo una época en la que ninguna propuesta nocturna de salida me convencía y con mis amigas hacíamos una previa de make up y ropa hot sin salir a ningún lado. Nos conformábamos con tomar tragos baratos home-made y boludear en casa vestidas como diosas para después quedarla o salir a dar vueltas en auto cantando canciones bizarras y volver a dormir.

'Dos días en la vida nunca vienen nada mal' y cinco minutos más de espera que luego se retrucan con un vestuario super estiloso nunca han matado a nadie.




sábado, 12 de octubre de 2013

"¡No te juntes con los piojosos!"

Así como 'Ala' dice que para ser niño hay que mancharse, yo pienso que la pediculosis infantil es la prueba fehaciente del paso por la primaria.
No importaba cuánto 'Mujercitas ' o 'Coquetería' se pusieran, el olor a vinagre 'Fischer'  envolvía a las piojosas de tal forma que les perforaba el aura y las acompañaba a donde fueran. Por desgracia, ese no fue mi caso. Digo desgracia y no suerte porque en casa pediculosis era mala palabra y el vinagre o los productos para combatir los piojos hubieran sido una mejor elección. Mi mamá renegaba tanto de mis piojos que se enojaba conmigo por tenerlos y de castigo me ponía alcohol etílico. El pelo, por supuesto, me quedaba hecho una paja por días y me hacía sentir horrible y, para colmo de males, tenía que cuidarme de no acercarme demasiado a las pocas amiguitas que tenía en el curso para que no me contagiaran y así evitarle disgustos a mamá.
Quienes afirman que los niños son crueles claramente nunca fueron a una reunión de madres. Mi mamá las odiaba y yo mucho más. Las cenas post-reunión suponían un listado de cosas que tenía que corregir o evitar. Si bien yo me portaba bien y mamá se agrandaba con los halagos que por mi recibía, en las reuniones paraba la oreja para detectar quienes eran las nenas de las que yo tenía que alejarme para que no me corrompieran. O al menos eso parecía.
Los intentos de las seños por señalar con criterio y sutileza los defectos de algunas niñas claramente fallaban o las madres eran tan básicas y prejuiciosas que los resumían en tres: putitas, burras o sucias-piojosas.
En mi curso había de todo un poco y yo, para variar, me juntaba con nenas de algunas o todas esas horrorosas clasificaciones.
La opinión de las madres tenía un peso tan grande en nosotras que sobre el discurso materno se promulgaban leyes de convivencia en el salón. Yo, en ese sentido, fui una transgresora: me juntaba con las más sucias y piojosas y me dejaba influenciar por las putitas que me incentivaban a acortar el jumper.
Mi entonces gran amiga Romina, distinguida por su uniforme siempre sucio y desarreglado y cortina de liendres en lugar de flequillo, era uno de los ejemplares que todas las madres querían evitar y que mi mamá terminó aceptando en casa. Romina era súper divertida y juntas la pasábamos genial. Venía a casa todos los fines de semana y lejos de acomplejarnos por sus piojos y los míos, algo más escondidos y atontados por el alcohol, hacíamos torneos de piojos sobre toallas blancas. El juego consistía en bañarnos y sobre una mesa con toallones blancos pasarnos el peine fino hasta recolectar la mayor cantidad de piojos y liendres posible durante un tiempo determinado. Mas allá de quien ganara, la mejor parte era el final: reventarlos uno por uno. Nos gustaba tanto el chasquido de la explosión que cuando terminábamos ese juego y mi mamá no nos veía, le sacábamos las pulgas a mis perros. En esos días sí que la pasábamos bomba.
Por supuesto que Romina y yo no éramos las únicas piojosas del curso sino que la mayoría lo era, sólo que se esforzaban en disimularlo. Los piojos, la desprolijidad y la falta de higiene parecían ir de la mano pero había ciertas salvedades que te eximían de ser una 'romina'.
Teníamos una compañerita que era tan piojosa que podíamos ver el recorrido de las liendres por sus trencitas desde el pupitre de atrás, pero estaba lejos de volverse una de las nenas con las que no tenías que juntarte. A diferencia de Romina, María era de una familia religiosa de padres casados que con ejemplares empleos mantenían una hermosa casa en el centro de la ciudad. Mi gran amiga, en cambio, vivía casi en la periferia y mamá escondía la cartera bajo el asiento cada vez que entrábamos a su barrio. Su casa era bastante más humilde que la de casi todas las nenas del curso y vivía sólo con su mamá que se esforzaba por pagarle la cuota aún estando becada.  
Mientras la pequeña María tenía piojos por tener muchos hermanitos, Romina era una piojosa que se contagiaba constantemente por los villeros de su barrio y su mamá, seguramente por ser soltera, no le dedicaba tiempo a combatírselos. Claro que nadie veía ni hubiera admitido el grado de violencia en este tipo de suposiciones pero en la escuela eran moneda corriente.
El plantel docente y en especial las catequistas sí lo notaban, pero sus propuestas de integración eran aún más siniestras Se predicaba el compañerismo tan ligera y livianamente que bastaba con jugar un recreo con alguna 'romina' para ganar la aprobación de las seños que nos premiaban con semáforos verdes, cual cachorro estimulado con huesitos.
La conclusión puede sonar algo trillada pero lo cierto y lamentable es que esos discursos que se instauran en el salón y se estimulan en casa tienden a seguir gobernando nuestra percepción a lo largo de nuestra adultez.
Hace unos días, en el TEDxRosario se presentó como orador un gran sujeto que, vestido como linyera se escabulló entre los asistentes hasta subir al escenario para contar su emocionante historia de vida. Pachi Tamer, el sujeto en cuestión, nos demostró que el prejuicio sigue primando y que esos mismos diesciocho minutos que dedicamos a escucharlo son tan válidos para él como para cualquier otro 'pachi' que esté dando vueltas por nuestras plazas y quizás nunca llegue a un escenario para obligarnos a prestarle atención.

Es cierto que ser padre o madre nos cambia la perspectiva y que, en ocasiones, el temor que infunden y de la cual viven los medios puede hacernos caer en el frecuente 'no hables con extraños' o las típicas agarradas bruscas de cartera cuando vemos gente 'sospechosa'. Del mismo modo, es comprensible que en una sociedad regida por lo visual las primeras impresiones no sólo sean inevitables sino necesarias para construir nuestra idea sobre el otro. Todos vivimos del prejuicio y es sano reconocerlo y poder reírnos de ello pero sí creo imperioso destacar que el acto de conocer al otro debe ser un proceso y que la primera impresión nunca debería ser la definitiva.

¡Gracias Pachi!





* Para más sobre Pachi Tamer:

Y la magnífica web que le creó a su hija:

martes, 8 de octubre de 2013

El status social en el changuito del super.


La constancia y la intensidad del bombardeo publicitario es tan evidente que se advierte en las conjeturas que hacemos a partir de las marcas que elegimos. Las remeras, las zapas, las galletitas, todo habla de nosotros en el universo de la publicidad. Existen, incluso, marcas que están tan vinculadas a determinadas culturas urbanas que chocan cuando no se corresponden. Algo así como ver un punk en Topper o un rollinga con Vans: no va.
Sigo con lupa en mano analizando estereotipos y no puedo hacer la vista gorda al ojo crítico que nos avasalla al momento de hacer la cola en la caja del super, mientras puteamos la lentitud del cajero o a la parejita que no para de franelearse frente a nuestro chango.
No importa cuántos artículos llevemos, con dos o tres basta para dar rienda suelta a nuestro prejuicio e imaginación y creer conocer la vida de los otros.
Mi mamá y mi hermano, dos prejuiciosos sin filtro ni escrúpulo, solían hacer comentarios por lo bajo del tipo 'dale, seguí así nomás' o 'después se preguntan por qué engordan' sobre los changuitos repletos de calorías: masitas, potes de dulce leche, paquetes de harina y postrecitos tipo shimmy.
Cuando vivimos con papá y mamá, nos adaptamos de tal forma a lo que ellos eligen o nos dejan elegir que es natural sosprendernos u horrorizarnos cuando descubrimos otras marcas en las heladeras ajenas.
En casa, la careta de mi vieja no nos dejaba comprar lácteos que no fueran La Serenísima o Sancor ni masitas de las baratas que se compran sueltas en los kioskos o galletiterías que aún sobreviven.
Cuando me fui a vivir sola, se inquietó tanto al ver mi alacena con masitas Celosas o marca Caricias y cajas de Chelita larga vida que me ofrecía compras mensuales 'de onda', con tal de evitar mi intoxicación por consumir alimentos de segunda marca.
Puede parecer extremo pero este estereotipo es más común de lo que parece. La mamá de la colo era o es aún peor.
Con Nadine amábamos ir a la casa de Stefanía porque siempre tenía cosas raras y caras de todo tipo: maquillaje, comida, tipos de queso, frutas exóticas y gran variedad de té. Desayunar o merendar en su casa implicaba inaugurar cajas de cereales caros o abrir quesos envasados con los que podíamos hacer sandwiches tan zarpados que visualmente parecían photoshopeados.
De la misma manera en que los farmacéuticos nos tildan de putas irresponsables cuando pedimos la pastilla del día después, las cajeras y los observadores prejuiciosos ditinguimos tres consumidores clásicos: los bajoneros, los careta-light y los juntada-escabio. O al menos esos son los tres que se distinguen con más facilidad.
Los primeros, mis favoritos, son muy predecibles. Suelen ir de a dos o tres y no paran de reirse o están super rígidos y perseguidos en la cola por lo fumados que están. Les cuesta calcular la cuenta o contar el vuelto porque están ansiosos por comer todo lo que compraron que, por lo general, incluye artículos variadísimos (papitas, masitas, dulce de leche, nutella o frutas) que no distinguen dulce de salado y priorizan la cantidad por si la lija aumenta más tarde.
Entre los careta-light, están los que van vestidos sport y/o con lujosas zapas para correr- o de running - y llevan en sus changuitos cajas de edulcorante, lacteos de la linea Ser y todas esas 'golosinas' aburridas que los nutricionistas suelen recomendar para matar la ansiedad: las abominables galletas de arroz que, sin dudas, son mas crujientes y ruidosas que ricas.
Nunca entendí por qué muchas de estas mujeres se maquillan para ejercitarse, ¿no se les empasta la cara entre el sudor y la base de maquillaje?. Lo dudo, la mayoría usa esas bases minerales tan zarpadas que ni se notan; esas que muchas veces fingí estar por comprar para que las chicas de Falabella las prueben en mi rostro.
Los últimos también son divertidos de analizar, sobre todo cuando los dueños de estos carritos son hombres y van a hacer las compras en grupo. Bien sabemos que tanto hombres como mujeres solemos volvernos más idiotas en manada pero entre los muchachos particularmente, se aprecia una cuestión fálica en distintas conductas que no deja de sorprenderme. Suelen flirtear con la cajera, hablar a los gritos sobre sus planes para la noche y cargar a quien se queje del precio acusándolo de rata o pobre. Dicho de otro modo, pareciera que el más macho o el de pito más grande es quien más paga, bananea con la cajera o habla de la minita de esa noche.
Sus changuitos suelen llevar cajones de cerveza y bebidas blancas marca Peters si son pibes comunes o Bacardi si son medio chetos o esa noche en particular se juntan con minitas que necesitan impresionar.
Existe, asimismo, una observación más crítica que estriba en la idea de consumo como ritual. Visto de este modo, es necesario admitir ciertas cuestiones de gran importancia: que la idea de pertenecer es una necesidad inherente al ser humano y que es mediante la repetición que nos integramos a un grupo socioeconómico determinado. La carga emocional de esta pertenencia simbólica es tal que el saberse parte de nos produce un alivio. Prueba de ello es la cara de genuina felicidad del skater cuando se le regala una remera Element o un libro de la editorial Gredos a un futuro filósofo. Los ejemplos son innumerables.


Nadie está exento de las etiquetas, pero en días como estos en que los políticos prometen y hablan tan libremente de normalidad, alterar los estándares es, sino una necesidad, una hermosa forma de pronunciarse.


martes, 1 de octubre de 2013

'Mamá, quiero ser bailarina'


Jugaba tanto a la profe de aerobics con mi peluches cuando era chica que desde entonces sentí que lo mío era la coreografía.
Convencida de ello, decidí un día enfrentar a mi madre y estaba dispuesta a acabar con su sueño de que alguno de sus hijos tuviera un bendito título que la ruborizara aún más al hablar de nosotros. No es que hablara mal pero por lo general, de mí, decía que era una santa, que nunca me peleaba con nadie, que era calladita y no molestaba. Mi mamá evidentemente festejaba la creación de una pendeja sumisa que no importaba que sufriera por entrar al salón con las trencitas del pelo desarmadas mientras regresara a casa con semáforos verdes en el margen y buenas notas en la libreta.
Yo ya estaba cansada de tener que esconderme o trabar la puerta con mis juguetes para que los entrometidos de mis padres no entraran y me descubrieran bailando; pero sucedía con frecuencia.
Tenía una cómoda blanca con espejo que se convertía en público cuando yo daba mis shows en los que era una reconocida bailarina de Aqua, Vengaboys o Flavia Palmiero y tenía un sector de la platea exclusivo para mi grupo de fans que estaba encabezado por  oso Fidel, presidente del club.
Cuando daba clases de baile, Fidel era el rubiecito lindo (era un oso blanco y albino, por eso) de la clase que cada tanto tenía que echar porque distraía a sus compañeritos. Me ponía la gorra cuando jugaba para que resultara más creíble.
Todas estas cosas pasaban puerta adentro de mi pieza o, con suerte, en el living cuando mi mamá se iba a hacer los mandados y me daba un changuí para hacer un tour con alguna de mis bandas. Esas eran las 'fechas' de tours que surgían imprevistamente.
Ni mi mamá ni mis hermanos estaban al tanto de esto; no daba. Lllevaban al menos seis años viéndome leer y escribir cuentitos que hacían llorar a las vicedirectoras cuando hablaba de Dios (colegio hiper católico, sepan entender) y no podía caer un día de la nada a decirles '¿che, saben qué?, ya fueron los libros, quiero ser bailarina'. Temía romperles el corazón o que me tomaran para la joda por no saber que pasaba horas entrenando mis pasos en la pieza. ¿Cómo les demostraba que yo era realmente buena si nunca me habían visto?
Alguna que otra vez, porque cuando se es muy chico no te dejan trabar la puerta, me han agarrado con el cuerpo en plena coreo pero al instante en que los veía asomarse, rápidamente cambiaba de posición o fingía un dolor muscular que justificara el movimiento que estaba haciendo. Un fiasco. La Pitu, mi niñera, era la única lúcida que me sacaba la ficha y sabía que bailaba y siempre que me encontraba en esos momentos, sonreía y cerraba la puerta sin hacer escándalo.Al menos tenía una testigo que les hiciera creer a mis papás que yo era re bailarina.
Finalmente me decidí a enfrentar a mi mamá y luchar por mis sueños. Ya lo había comentado en mi diario íntimo así que no podía no hacerlo.
Aproveché una noche en que comí a solas con mi mamá y mientras picaba unas verduras para preparar la cena, la encaré.
Le dije que a mi me encataba leer y escribir y hacer listas de palabras nuevas que descubría en el diccionario pero que también me gustaban otras cosas.
Le hablé tan tranquila y maduramente por tener ocho años que el estómago se me estallaba, por supuesto, la procesión siempre va por dentro. Hasta sabía fingir el dolor, ya contaba con una cualidad innata de bailarina de ballet que no muestra dolor por más que le parta una uña o le sangre un juanete.
Mi mamá reaccionó bastante bien. Siguió picando cebolla como si nada y me dijo:
-'¿Pero qué es lo que vos querés? ¿Empezar danza? Averiguá y anotate...'
Días de preparación y diálogo con mi diario íntimo para que la muy yegua respondiera con tanta tranquilidad, propia de madre que minimiza los delirios de su hija, en vez de abrazarme y correr a anotarme al Círculo, mínimo, jurándome que sería la próxima Eleonora Cassano de mi generación.
Le dí las gracias, de todos modos, y continué hablándole sobre mi pasión por la danza y los escenarios que ella desconocía. Me dolió tanto que no soltara el cuchillo por un instante para darle la atención que semejante acto de valentía ameritaba que me extendí hasta que, sutilmente, me calló mandándome a poner la mesa.

La cena fue agradable pero la comida me cayó para el orto. La previa a mi revelación había sido tan tensa que mi estómago apenas podía procesar una hoja de lechuga, pero no me importó. Me senté a comer con ella más erguida y elegante que nunca reparando incluso, en el correcto y refinado uso de los cubiertos. Desde entonces me esforcé en demostrarle que si bien era una nena estudiosa, podía llegar a ser una talentosa bailarina y no dudé en contarle todo lo que sabía de Paloma Herrero, la niña prodigio del ballet que además de abrirse de gambas y bailar los más emotivos adaggios también llevaba semáforos verdes a casa.