viernes, 20 de marzo de 2015

Carraspeo

Llegando al final de Desplazamientos -de Levrero- mientras comía mecánicamente el arroz con papa y tomate que me había 'cocinado' (hervir no es cocinar) con la mano derecha, me paralizó el roce de un palo de orégano en mi garganta que, vacilante, vislumbraba su final: mi estómago o el plato, tras un grosero escupitajo. Logré despedirlo con un grácil carraspeo que elogió mi finura. Volví al texto.
Levrero, una vez más, confundiendo fantasía y realidad, entraba al cuarto donde Nadia y la hermana fea protagonizaban una fogosa escena mientras el bebé de una de ellas lloraba y él intentaba, en vano, controlar su excitación. Por estas páginas, Mario ya me había hecho esbozar su bulto aprisionado con tal detalle que temía, una vez fuera de casa, buscar su equivalente en pantalones rosarinos. Describe las escenas con una exactitud que a veces incomoda, especialmente al referirse al llanto del bebé y la culpa por su eminente erección. Reflexionó durante tantos renglones que terminó haciéndome pensar en las veces que mi padre habría hecho algo semejante. Sin orégano de por medio, volví a detener la lectura. El arroz, la papa y el tomate, en una orgía llamada bolo alimenticio, se inquietaban dentro mío. Me levanté hasta la canilla por un vaso de agua. En la pileta, el colador por el que había pasado el arroz estaba cubierto de un agua espesa producto del residuo de almidón, cada vez más semén. El plato donde yacía el palo escupido brillaba cubierto de aceite. Un aceite que pudieron haber usado para concebirme, que pudo haber facilitado el acto. De pronto, todo a mi alrededor era sexo. Pensé en llamar a mi madre para, luego de escuchar su voz, pensarla con la dulzura que la identifica, de madre; de madre que no coge. Recordé que, desde hace un tiempo, un ringtone de Romeo Santos remueve horribles sensaciones mientras espero su voz por lo que desistí.
Me senté frente a la computadora, recriminándome por haber exagerado tanto. Entré directo al muro de Facebook de mi mamá para terminar enterneciéndome con sus consabidas publicaciones de ositos que hablan y perros en adopción. Que Mario Levrero sea un degenerado no significa que mi mamita o papito también lo hayan sido. Un palo de orégano siempre presagia un mal trago.