jueves, 16 de junio de 2016

Dreamers Andarivel

Mi andarivel es el de siempre. El segundo, el de los que llevamos pocos meses nadando pero los suficientes como para querer presumirlos. Soy una silueta interminable abriéndose paso a filosas brazadas; interrumpo el curso del agua que sumisa se hace a un lado, pienso. Pero me mueve la desesperación y falta de aire. Soy, en verdad, una figura que la nicotina vuelve torpe en su patada y brazada y que lejos de interrumpir, implora al agua clemencia mientras salpica a los demás andariveles. "Cuando nado no pienso, me olvido de todo", solía decir cuando predicaba mi deporte. Acaso confundiendo no pensar con el diálogo que mantengo con el agua o las metas absurdas por cada ejercicio: "Si hago dos vueltas seguidas sin respirar quiere decir que este año termino de escribir mi libro" o "si las completo me anoto sin falta en la convocatoria". Le recuerdo, por si acaso, mi eterno respeto desde aquella primera clase de natación en que el profe nos adivirtió "al agua no se le teme, se la respeta" y yo traduje : "no te hagas la pistola en la pile ni el mar y cerrá la canilla a tiempo". Con la mano, toco por fin la pared y salgo impulsada por mi pies y falta de aire a la superficie. Falta que roza la asfixia y me obliga a abrir la boca cual señora recién rescatada por un guardavida para verte llegar, con tu shortcito Speedo, sin duda, más caro que las expesas en mi edificio. Cierro por fin la boca exigiéndome respirar por la nariz mientras te sigo con la mirada. No por lo cari y cuerpilindo que sos sino porque noto la contracción de toditos tus abdominales y la búsqueda de excusas para seguir riendo y que la risa te mantenga trabado hasta entrar al agua, con el resto de los humanos. Te metés a la pileta y ahora con las antiparras y gorra camuflada, el agua te vuelve uno más del andarivel de los espalda ancha que nadan hace años. Me imagino entrando al natatorio como él acaba de hacerlo: trabando mis abdominales -que ni trabados se marcan- meintras saludo a un público imaginario y me río tanto que formo burbujas en mi impecable vuelta de mariposa. Salgo del agua y el desafío cumpido me dice que este año quizás logre lo del libro. Sigo riendo, las burbujas son ahora invisibles. Quizás por eso me guste tanto venir a nadar. 





viernes, 10 de junio de 2016

Mientrastantistas (o meanwhilers)



A nosotrxs nos seduce la previa, lo que viene primero, lo impulsivo. No llegamos a ver la peli porque nos perdemos en un loop interminable de trailers que se traduce luego en una lista infinita de marcadores que nos prometemos revisar más tarde, a veces respetando un orden de prioridad. Somos impuntuales porque el mientras tanto nos retrasa, porque la playlist de cuatro canciones para bañarnos y tres para elegir la ropa se extiende por la intuición cada vez más afilada en las sugerencias de YouTube que se abusa de nuestra debilidad. 
Leemos los comentarios antes de ver el capítulo. Con temor y el índice en la ruedita del mouse siempre listo para huir si presentimos un spoiler, por el sólo hecho de correr el riesgo. Abrimos nuevas pestañas para ir viendo otra cosa mientras aquello se carga. Recordamos, cada tanto, nuestra humanidad cuando natura llama y en lo que pareciera un intento por callarla, posponemos el trámite (casi en tono de reproche por pretender interrumpirnos)  o ideamos un plan en cuestión de segundos que hace coincidir una pava en el fuego y un tupper en el microondas mientras un número uno -o dos-  nos tiene escuchando mensajes de audio en el baño. 
Para nosotrxs, hervir legumbres significa hacer mandados cortos. Para el almacenero, somos lxs estudiantes de departamento que bajan en pantuflas y piden “el más económico que tengas” que evita el discurso de las opciones y posible búsqueda interminable de precios en alguna carpeta oficio tachada o borroneada de tanta inflación. 
Renderizar, para lxs que editamos, equivale a un pucho en el parque, un sacar el perro a hacer pis y visitar a ese amigx que tenemos medio olvidadx y nos queda de paso a comprar ese “coso” que venden en la ferretería para arreglar la cadena del baño o frenar el chiflete que se cuela por la ventana.

En ocasiones, somxs lxs que todavía no se recibieron o no planean hacerlo porque los cursos, viajes y experiencias meanwhile nos volvieron ajenxs al nido o conquistaron con lo novedoso y espontáneo. 
Hijxs del multitasking, queremos estar en todos lados pero rara vez estamos realmente en uno. Queremos y podemos escucharte pero necesitamos anotar esto que se nos acaba de ocurrir para usarlo después, sin por ello interrumpir la historia que estás contando. Pero inquietxs, desprolijxs y desordenadxs, lamentamos cada cola de nunca rapi-pago o sala de espera sin libro a mano. Y ahí, cuando no hay wifi y en cambio nos aturde un súbito silencio, soltamos ese discurso o charla que nos debemos y paranoiqueamos al descubrir una cámara que acaba de grabarnos hablando solos. 
Si pasamos por una calle distinta y descubrimos una gráfica por demás repudiable que pide a gritos nuestra intervención y en el bolso una Bic que apenas escribe aún así bosqueja la ira, nos amenazamos: “Nunca más vuelve pasarme”. Es así que la mochila  -además de impuestos, biromes, forros, monedas y anotadores- suma libros, cinta scotch y fibrones: por si pinta revolución.

Ahora recuerdo porque decidí llamar Eterno mientras tanto a este rincón virtual, mi siempre mochila de amateur.


miércoles, 8 de junio de 2016

De besos y mordidas

Cuando quiero mucho, muerdo; me dí cuenta. Pero no quiero ponerme freudiana y voy a vencer la tentación de desarrollar la idea detrás de "comer a besos" con palabras prestadas y reclamadas en parciales de facultad. Sólo quiero decir que hoy besé una rodaja de pan lactal que luego acabó en la basura. Tal como mi mamá hace cuando, por ejemplo, deja que los alimentos se descompongan por la impunidad que sólo el tiempo goza. “Para que nunca me falte”, me explicó la primera vez que la vi hacerlo y porque, supongo, mi cara de sorpresa habrá exigido. “Porque a mí me faltó una vez y no puedo permitirme tirar comida a la basura”, insistía mientras yo, en mi cabeza de infante que no tiene muchos amigos y, en cambio, lee demasiado imaginaba a mi madre sin dientes recolectando del piso migajas de opulencias ajenas. La historia de mamá me había marcado tan fuerte que sigo dibujando en mi mente las escenas que con frecuencia se pone a describir. Incluso hoy, cuando por accidente dejo caer una rodaja de pan lactal en la pileta con vajilla y agua sucia y no tengo opción más que el descarte. Beso la tostada y con el eco del término “descarte” aturdiéndome, recuerdo el mensaje de texto que el muy imbécil no supo ocultar mientras me dejaba descansar en su pecho: “estoy por hablar. la descarto y voy para allá”. Le concedí el permiso para descartarme y, como si fuera poco, de darme ese besito en la frente que todavía siento y puedo ver si corro mi flequillo a un costado. “Cada día más flequillo tenés”, comentaban mis amigos para aquellos días. Fijé la vista en la rodaja por algunos segundos como haciéndole reiki con la mirada. Pensé en el imbécil -que me sigo permitiendo llamar así por su cobardía o pésimo uso del lenguaje- en lo trágico que puede volverse un besito de descarte en la frente y en lo horrible que acabo de hacer: sobornar. Como si mi besito significara una bifurcación en la ruta del karma que vuelve a toda velocidad para castigarme pero podría ahora perdonar o reducir la condena. Aún con este pseudo cuestionamiento moral apuntándome, recuerdo o, mejor dicho, no logro recordar cuándo besé o me dejé besar por descarte. Me alegro y sonrío con una complicidad que no entiendo con quién comparto y me hace dudar si sigo siendo una. Río entonces en un guiño compinche conmigo misma. Y es que últimamente sólo me dedico a morder.