jueves, 2 de mayo de 2013

La meditación de la risa


Hágase un zoom que lo despixele. Deje que su cuerpo traslade a la piel el desconsuelo de su cabeza. Que el corazón le lata queriendo salirse de usted y que su miedo a que eso suceda lo paralice. Siéntase  un mendigo rogando y acariciándose el corazón para que aminore la marcha. Y de a poco empiece a alejarse. Tome distancia. No importa que la conmoción no cese, siga tomando distancia. Salga de su cuerpo. Mírese desde afuera, desde otro lado y otro cuerpo. Vacíe la mochila de culpa. Permítase mirar sin juzgarse y dé lugar a la sensación. No la reprima. Ahora intente distanciarse aún más. Suprima los imposibles y vuele. Váyase lejos, muy lejos y mírese desde arriba, desde el techo  de su casa y, si puede, desde el cielo. Compárese con los bichos y animales que alguna vez ahuyentó o pisoteó. Búrlese, si quiere. Trate de ver, desde lo alto, la dimensión de aquello que lo aflige. Grafíquelo en un punto negro. Coloque ese punto en el paisaje que sigue viendo desde lo alto del cielo. Agradezca poder ver el paisaje y perder fácilmente de vista su punto negro. Despídase de ese punto que una vez fue su paisaje. Imprégnese de esa paz y procure recordar este distanciamiento. Ríase. Sobre todo ríase. Piense en aquellos males del pasado que hoy sólo puede recordar riendo. Ría más. Convénzase de que las cicatrices se convierten en  risas y, por favor, recuerde este atajo al cielo y procure encontrar excusas para seguir riendo.