viernes, 27 de diciembre de 2013

Prendé el aire que te abrazo

Con temperaturas como las que venimos aguantando, de abrazarse ni se habla. Ni siquiera nos besamos en el saludo, hasta las mujeres nos damos la mano para evitar el traspaso de sudor de cachete a cachete. Y no me quejo, está muy bien. No estoy con ganas de hacer un cóctel de sudores en mis mejillas.
Pero la gente de Echesortu, que por suerte venimos zafando de los cortes de luz, agua, piernas, felicidad, nos tiramos abajo del aire acondicionado -siempre en 24 por respeto al prójimo- y nos ponemos a pensar. Me quedé dormida y la quietud hizo que me diera frío. Increíble, luego de tantos días ver piel de gallina, era como regresar de un mes de vacaciones y volver a usar el auto. Uno se extraña, se siente ajeno a lo propio, es rarísimo. Feliz con mi piel de gallina me dije 'Qué ganas de que haga frío para cucharear y mirar peliculas'. Y me sobrevinieron unas ganas de abrazar rarísimas en mi. 'Claro, es la cuadratura de planetas opuestos que me pronosticó mi signo, estoy en cualquiera'. Tenía que ser eso. Hay personas que naturalmente deseo apretujar apenas las veo pero esto de andar con ganas de abrazar por la vida es preocupante. Por suerte tengo una de esas almohadas chorizo para cama de dos plazas así que la abracé con brazos y piernas a lo koala y me quedé pensando un rato más. Ahí me di cuenta que ya me había desenojado con un amigo  pero él todavía no se podía enterar por eso seguí prendida a la almohada.
En el cumple de un amigo, el cumpleañero hizo un ranking de gente abrazable presente en el festejo. Le prometí que le sacaría fotos con cada uno de ellos, cosa que no sucedió, pero reparé en los abrazos que repartió y noté una cosa que es común en los hombres en general. Si bien él es cariñoso y le dice 'te quiero' a sus amigos, cada vez que se abrazan, el gesto no dura más de seis segundos y se remata con unas dos o tres palmaditas ruidosas en la espalda. 'Ahí cagaste el amor', pensé. Las palmaditas finales son una suerte de 'bueno tampoco la pavada', un equilibrio, una gotita de limón que corta. Como el despechado que aún odiando declara su amor con un 'te amo pelotuda'. Es tierno también. Me recuerda a cuando mi mamá se quejaba de que su último novio la abrazaba en público y a ella le daba pudor lo que pensaran los vecinos. 'Sos una ridícula, ojalá te hagan un pasacalle con nombre y apellido', le desée. Yo tenía un amigo muy cariñoso que me abrazaba muy seguido y si bien no me molestaba porque siempre olía rico, él era tan chiquito que yo sentía que lo atravesaba y que mis tetas le salían por la espalda, entonces me ponía incómoda. Él, creyendo que yo era dura y fría me obligaba a repetirlo. 'Abrazame bien, amiga'. Yo no sabía cómo entrar las tetas o pedirle a los pezones que miraran para el costado, porque encima los forros cuando estás incómoda se erectan, como los pitos. Suerte que ya casi no lo veo.
Hace poco, leí una nota sobre esos estudios ridículos que hacen en las grandes universidades que se ve que están muy al pedo porque investigan cosas súper divertidas de leer pero como que hay cánceres y cosas más serias que analizar, creo. Decía que el abrazo que supera los treinta segundos es el más beneficioso porque libera unas hormonas copadas como oxitocina y no sé cual otra que te hacen más feliz. Lo cuento en criollo porque no recuerdo la data precisa pero si el tiempo: 30 segundos.

Claro, con razón andamos tan estresados por la vida. Treinta segundos es una eternidad. Lo acabo de comprobar cronometrando un abrazo a mi almohada. Nadie los da tan largos, menos con este calor y menos aún sin las tres palmaditas 'tampoco la pavada', para regular la dosis de amor y por si algún homofóbico se piensa que sos puto.


lunes, 16 de diciembre de 2013

La amiga porno

Existe algo mucho peor que caerle mal alguien que nos agrada y es caerle bien a la gente que no bancamos. En primer lugar, caerle  mal a quien nos interesa es penoso porque además de signifcar el fracaso de nuestro encanto, nadie quiere a quien lo considera un salame y, por lógica, se debe empezar a a odiar a esa persona o, cuanto menos, dejar de mostrarle interés. Odiar es un viaje, mejor ignorar; al menos públicamente. Para indagar secretamente en sus vidas, existen las redes.
Caerle bien a los que nos caen mal, por otro lado, es mucho peor. Sobre todo si se tiene poca crueldad o se le da gran importancia a los sentimientos del otro. Es doblemente perverso, la sinceridad y la culpa se disputan la resolución final que será, al menos, complicada si una fuerte crianza católica trastocó nuestra conciencia.
Cuando se trata del sexo opuesto, la cuestión es más sencilla. Hay frases como 'no me llames, yo te llamo' que nos ahorran la explicación: a buen entendedor, pocas palabras. A menos que se trate de un espécimen que no haya superado la fase de negación en la que deliran absurdas excusas de por qué no fueron llamados: 'capaz se quedó sin crédito', 'a lo mejor perdió mi numero', 'mirá si le hackearon el facebook y olvidó mi nombre'. Ellos no aceptan el no.
Con los del mismo género es más jodido, sobre todo si se es mujer. Las minas podemos alcanzar un nivel de cinismo que puede conducirnos a la locura sin retorno, en especial aquellas cuyo dominio del sarcasmo no conoce de límite moral. Porque claro, yo soy irónica y un poco ácida pero tengo mis límites. Mi superyo puede volverme una Heidi en cuestión de segundos haciéndome pedir disculpas a un otro que quizás ni las merezca. Todavía lucho contra eso.
Aún así, he pasado por situaciones en la que la sinceridad se encargó de alejarme de mucha gente. Antes me agradaba decir que tengo más amigos hombres que mujeres pero ya no. Es más, quiero tener amigas nenas, ya pasó eso de ser un pibe más en el mar de huevos. Porque además si uno tiene sólo amigos hombres es evidente que hay algo en una que también nos vuelve una jodida misógina que no interactúa con las de su género. Y hacer amigas sí que es difícil. Las mujeres son cerradas y sus círculos de amistades suelen ser más herméticos que los Tupperware de mi mamá. Si sos muy sincera podés pecar de soreta o de torta por decirle linda a alguien que crees lo merece. Si intentás involucrarte, también, '¿Qué quiere esta piba? ¿No tiene amigas? ¿Por qué me habla?'. Por suerte aún conservo mi pequeño escuadrón de la primaria.
De más grande conocí e hice amigas en otros ámbitos, con poco esfuerzo debo admitir. Mi variada experiencia laboral varias veces propició el encuentro, sobre todo en Teletech, que es como una mini  -o maxi- ciudad. La recuerdo a ella, sobre todo; no diré su nombre pero la llamaré Rubia. La Rubia era el bombón del lugar, tan 'ingenua' como sensual. Hizo estragos durante el tiempo que estuvo y se mostró siempre avasalladora y competitiva. Tenía los mejores puntajes – si, en el call center todo es por puntos y en ranking- y las mejores medidas. De un día para el otro, no sé cómo realmente, nos hicimos amigas. Me di cuenta de esto el día en que me encontré en su casa con ella semi en bolas frente a mí mostrándome los centímetros de cintura que deseaba no tener y su cajón de ropa interior importada. Creí que el castigo por tantos años de revista Cosmo finalmente había llegado, en un esbelto envase y hueco discurso. Ultra Cosmo. Pero ella era divina conmigo, al menos al principio. Era demasiado cariñosa, lo cual me asustaba un poco porque no abrazo tan seguido porque si y mucho menos me mando mensajes melosos con amigas. 'Guau, pegué una de esas amigas que te dicen te amo todo el tiempo', pensé. Sin saber que esto iría aún más lejos.
Salíamos juntas todos los findes en un grupito de cuatro o cinco. Ella maltrataba y mandoneaba a todas excepto a mi. Ven, me quería posta, no daba para forrearla. Una noche decidí no salir y me mandó un mensajito que recuerdo al día de hoy. 'Hoy no vamos a dormir juntitas y no voy a tener quien me caliente la camita'. Quiero explicar antes que nada, cuando ella se quedaba en casa y hacía mucho frío, calentábamos las sábanas con el secador de pelo. A eso se refiere, nada más. Pero aún así, suena raro. 'No puede ser torta, está muy buena y tiene mucho levante. Pará, será bi?, no lograba salir de mi confusión. Le respondí una pelotudez para zafar la incomodidad y todo siguió como si nada. Desde entonces los mensajtos cariño-dudosos aumentaron y con ellos su maltrato al resto del grupo que para entonces eran sus soldaditos. Yo me sentía en una peli yankee de chicas malas y populares, era la consentida. Pero a la vez me asfixiaba cada vez más, llegando incluso a hacerme escenas si rechazaba una propuesta. Pocas cosas me alejan de una persona como la persecusión constante y no sé cómo pero por suerte lo notó y comenzó a alejarse.
Hizo cosas por mí que nadie había hecho antes. Bastaba con decirle que alguien me molestaba para que ella estuviese ahí, cual capitana del equipo de porristas, para defenderme comiéndose al novio de la acechada o vengándonse de alguna manera. Nunca me sentí tan yankee.
Me dio pena perderla pero sus escenas raras me daban 'cosa' y no estaba acostumbrada a dormir en pseudo-cucharita con amigas nuevas.
En la facultad, algo similar volvió a sucederme . Conocí una chica, igual de porno, que, como si viviera en un orgasmo permanente, hablaba y gestualizaba como puta ingenua. Era de esas teens que constantemente provocan a la platea masculina al mismo tiempo que se quejan de no ser tomadas en serio. 'Me dijo de ir a su casa de noche que no había nadie y fui, no pensé que me iba a querer coger', así solían empezar nuestras charlas de pasillo en las que se lamentaba de que el mundo quisiera cogerla cuando ella sólo buscaba ser querida. 'Bueno, te quiere... dar', le decía yo burlándome, 'No deja de ser una forma de querer'. Y de inmediato me hacía trompita y me peleaba de mentirita. Eso también me asustaba. Pegame o insultame pero no me hagas trompita, yo no te quiero coger ni me parecés tierna.
A lo mejor la jodida soy yo. Siempre quejándome de que no tengo amigas nenas y cuando la vida me las cruza en el camino yo las espanto con vómitos de sinceridad. Mi entorno me volvió exigente con el resto de la gente y acá estoy, sin amigas nuevas mientras ellas reparten su tiempo entre trabajo, novio y quehaceres del hogar. De ahora en más las escenas porno de celos las voy a hacer yo, al menos para que me peguen por pelotuda.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

El día del juicio final: cuando extracción es sinónimo de carnicería

La lista de indicaciones pre-quirúrgicas era interminable, en ella había dos marcadas en negrita: la colocación de dos inyectables y los dos gramos de Amoxicilina una hora antes de la intervención.
Me levanté más temprano de lo habitual y desde entonces empecé a recibir mensajitos deseándome suerte. No quería pero ya sentía miedo. Para relajarme escuché música motivadora y me preparé para ir a desayunar a algún barcito, algo que amo hacer y que hoy aprovecharía más que nunca por los días a puré que se venían.
Fui a 'Bao Babs', el bar que frecuenta mamá donde está el mozo que me regaló el exprimido y cree que soy interesante porque escribo. El chico no estaba pero había otro que también es muy simpático y tiene un tatuaje muy lindo. Le pedí el desayuno de siempre y le pedí un vaso de agua extralarge para las pastillotas de Optamox Duo. Le conté lo que me esperaba y con un "Uh, qué garrón" de por medio me deseó suerte. Volví a sentir miedo.
Mamá pasó a buscarme por el bar para acompañarme a la primer fase del juicio: los inyectables.
"Quién los coloca, es esa chica? Es buena? Mirá que son dos y quiero uno en cada cachete" le dije a la farmacéutica que con una sonrisa me dijo que no me preocupara, que no dolían. Pero bastó con que los pusiera sobre el mostrador para leer  'Decadrón' en la cajita justamente más grande. Qué palabra horrible, de inmediato me recordó mis reiterados episodios de bronquitis y ataques de asma infantiles que siempre terminaban con uno de ellos inyectado e inmortalizado con un hermoso moretón en mi colita.
Machista y sin disimulo, sonreí al ver que un peladito de chupines preguntó quién seguía para inyectables. Entré contenta. Como a todos los que me crucé en la semana, quizás quincena, le conté de mis muelas. "Ni te preocupes que con todo esto que vas a tener encima es imposible que sientas algo", me dijo. Por fin alguien me daba confianza. "Ooouch", me quejé. "Y si, este es el decadrón, arde un poquito, pero ahora a este otro ni lo vas a sentir". Dicho y hecho, pero fui una ilusa al pensar que me iría caminando como si nada. Como pude, seguí el apresurado paso de mi madre hasta un taxi y me senté como quien esquiva un vómito en el asiento, por lo duro que tenía el culo, con la pelvis apuntando a  mi vieja.
Una vez en el consultorio, me anuncié y la recepcionista, siempre rubia, me hizo firmar un papel, 'una cuestión formal', me dijo. El papel  básicamente decía que si moría ni el consultorio ni el doctor eran responsables de nada. "Una lavada de manos", pensé por dentro. Hice una firma horrible, como si ello me sirviera de algo más que para mostrar una bronca infantil que nadie captaría.
Apenas me senté el doctor me llamó por mi apellido. Miré a mi mamá por última vez y entré, ya débil e idiotizada por los dos gramos de droga y los inyectables en el traste.
"Bueno, con vos habíamos quedado en sacar las tres muelitas, no? Ponete cómoda que empezamos a aplicar anestesia y mientras te toma hacemos unas plaquitas", me dijo Muñoz sin darme tiempo a decir nada.
Lo vi acercarse con esa jeringa horrible y cromada de dentista y lo frené para preguntarle "No, para, ¿vos no tenés esa pastita que se pone en la encía para no sentir el pinchazo? Mi odontólogo anterior lo tenía", le dije sin filtro alguno y comenzando a odiarlo. Me miró con un gesto burlón y me dijo "Vos con todos esos tatuajes me vas a decir que no te bancás unos pinchazos?" El odio ya era un hecho y se lo hice saber: "No me estás cayendo bien". Fueron seis en total, dos por cada muela a extraer. Sigo sin entender qué necesidad hubo de enterrar toda la aguja y moverla tanto al retirarla. Si una buena cirugía era indolora, ésta ya empezaba mal.
Lo siguiente fueron las placas. Para ese entonces yo sentía que mi boca superaba en botox a todas las vedettes argentinas y mi corazón latía más fuerte que la vez que me tomé cuatro Speeds para no dormirme en la ruta. Le pregunté si era normal, en un tono tranquilo pero por dentro rogando que mi madre irrumpiera en la sala y le pegara. Pero él, muy canchero y relajado, me dijo que si, "súper normal" poniendo Phil Collins de fondo y anunciando la llegada de la asistente.
"Hola, qué tal? Yo soy la asistente del doctor y voy a estar de este lado ayudándolo". Lo que en verdad quería decir: "Hola, yo soy la forra que te va a sostener este lado del cachete con un gancho tipo gato de auto para que nunca cierres la boca y te voy a absorber la saliva con esta mini aspiradora del costado que menos saliva tengas así te ahogás".
Hacían tantos chistecitos malos entre ellos para relajarme que yo sospechaba que armaban guiones para cada intervención o que la naturalidad y despreocupación que mostraban  era proporcional a la gravedad del caso.
"Si llegás a sentir dolor, cosa que no creo por toda la anestesia, vos me levantás la mano pero nunca te muevas o te puedo hacer mal, ¿estamos?". Asentí con la cabeza mientras sentía como el fruncimiento de mi culo elevaba mi cadera a la altura de mis tetas como si levitara, pero en tensión. "Relajate Marianela, estás muy tensa", el forro lo notó. Me solté y desplomé en el asiento ultra moderno como globo que se desinfla.
Barrió la encía un rato y excarvó la primera muela, siempre preguntándome si dolía, hasta largar el primer anuncio del terror: "Bueno, vas a sentir un crack, un chasquido, no te asustes, la vamos a sacar en pedacitos porque está encariñada, se quiere quedar con vos". La asistente se rió como restándole importancia mientras yo le deseaba una buena vaginitis que no la dejara coger por meses. Una horrible maquinita me trituraba las paredes de la muela hasta que una pala y tres chasquidos más tarde, llegó el hilo. La primer extracción ya era un hecho.
Seguimos con la del lado derecho. Volvió a excarvar y decidí de inmediato cerrar las ojos al ver que lo que entraba en mi boca era un bisturí, filoso y aún con restos de sangre de la extracción anterior. Ya sabía que me iban a cortar pero ver un cuchillo entrar en uno no es cosa agradable. Desde entonces no volví a abrir los ojos.
La asistente, de la nada, largó el peor comentario que pudo haber hecho en la jornada: "Che, esta nos está costando más que la paciente de hoy de los molares súper retenidos, puede ser, doctor?" Dupliqué el lapso e intensidad de la vaginitis que le había deseado hacía instantes. Muñoz, supongo queriendo arreglarla, dijo que "Esta asistente es una exagerada, sabías que ella viene a sacarse una muela por semana? Claro, la muy viva en vez de fumarse uno prefiere sentir la anestesia, es te-rri-ble". Pocos chistes malos y desubicados superaban a los de esta dupla. Ni siquiera abrí los ojos para avisarles que lo había escuchado.
La segunda fase de la cirugía se completó luego de otra destrucción. Mis dientes eran el asfalto que rompía una excavadora conducida por un obrero bien en pedo. Mis glúteos ya no daban más de tanta tensión y de a ratos tenía que aflojar mis gemelos para no acalambrarme. "Necesito comer más banana", pensé por dentro. Ni aún agonizando dejo de pensar en comida.
Finalmente llegó la tercer muela, la de arriba, esa que me tuvo de hija todo el mes. Rogué que ésta saliera entera, pero tampoco tuvo suerte.
"Vas a sentir que te empujo todos los dientes hacia adelante, vos oponé resistencia porque sino no sale", me avisó . Creí que exageraba pero de no haberme tirado con todo el cuerpo hacia el lado de la graciosa asistente, me hubiera caído del asiento. La muela se quebró en dos partes, casi igual que mi cara. Sentí por tercera vez el hilito acariciándome el labio superior, el único que sentía algo y así me enteré de que habíamos llegado al final.
"Terminamos", me dijo como quien termina de asistir un parto. Me hizo unas últimas placas y luego de pasarme un papel por mi mentón que terminó empapado en sangre, comenzó con los 'no' post-operatorios que también me alistó por escrito.
Yo sentía que la boca me colgaba por las tetas. Me toqué la pera sosteniéndola para asegurarme de que siguiera allí. Me dijo que la verdadera hinchazón se vería en las próximas cuarenta y ocho horas y que iba a estar molesta por lo que me volvió a recetar otro decadrón. 'Molestia' en odontología significa morir de dolor. La lengua casi me tocaba el paladar y apenas si podía hablar y tragar así que como pude me despedí de él.
Abrí la puerta y ahí estaba ella, sentada y fingiendo estar despierta en la sala de espera una hora y media más tarde. Su cara lo dijo todo, no tuve más que disentir con la cabeza para contarle lo terrible que había sido.
Fuimos de inmediato a comprar los calmantes y nos tomamos un taxi hasta su casa donde pensaba quedarme unos días. Nada mejor que el cuidado materno cuando se sufren los dolores más indisimulables.
"Ez ud cadnicero", le dije como pude en el taxi, resumiendo la operación e iniciando el relato de la anécdota con el taxista.







martes, 3 de diciembre de 2013

Mesa para tres personas y un oso, por favor

'Cambiá  la nena que vamos a comer', gritaba mi papá y mi mamá corría a vestirme interrumpiendo la coreo o cuentito que estuviera inventando. No porque le llevara mucho tiempo decidir qué ponerme sino porque tenía una obsesión con hacerme trencitas y tardaba en trazar esa raya al medio rectilinea que me atravesaba el cráneo.
Al menos un día del fin de semana, con mis viejos se salía a comer afuera. No importaba si habían discutido minutos antes o si yo inventaba exámenes al día siguiente para no ir y quedarme estudiando, el plan se concretaba siempre.
Mi mamá me vestía con alguno de los vestiditos floreados que saturaban mi placard y me ponía los zapatitos o guillerminas con medias de boladitos blancas; 'las que tienen pollerita', decía yo.
La elección del lugar dependía del día y del nivel de impaciencia de mi padre para esperar una mesa. Los viernes comíamos pizza o comida rápida y los sábados pasta o asado, pero por lo general disputábamos entre 'Mengano' o 'La Huella'. A mi me daba igual, me comía todo donde fuera que me llevaran. 'Es de buen comer', decían en mi familia. Lo cierto es que de chiquita, cuando mi mamá se iba a trabajar, yo visitaba a Mario, el vecino de la fábrica de al lado y le decía que no me habían dado de comer. Mi actuación era tan brillante que, al tiempo, el vecino citó a mi mamá para preguntarle si necesitaba plata o prefería que él me diera de comer porque 'no podés dejar la nena sin almorzar, Cristina'. Por supuesto que le explicó que era una farsante y que le decía eso para comer dos veces porque era una gorda. Mario le creyó y hasta le causó gracia mi gula así que volví a la aburrida rutina de un almuerzo por día.
Cuando salíamos los tres, las cenas eran súper aburridas. Mis papás hablaban sobre cosas de viejos o muy difíciles de seguir por lo que un día comencé a llevar a mis hijos. Los iba turnando para que todos conocieran la ciudad pero lo cierto es que los elegía según el lugar al que decidíamos ir y por cómo se venían portando: Luli y Fidel eran los más afortunados. Luli era una muñeca de trapo bastante vieja que sobrevivía al calvario del lavarropas al que la obsesiva de mi mamá la sometía y Fidel era un oso blanco muy simpático y popular entre sus compañeros de curso que, por su albinismo, también cumplía la condena del lavado.
Como toda madre, siempre busqué el bienestar de mis hijos, sólo que pocos podían apreciarlo. Mi mamá me entendió desde la primera vez, mi papá creyó que ambas éramos unas ridículas y le sonreía al mozo como certificando nuestra locura. A mí, poco me importaba; jamás sentí pudor en reclamar una silla de bebé para ellos. Para que podamos comer tranquilas y cuidar a nuestros pequeños, un ingenioso creó esta maravilla, ¿por qué no utilizarla?.
Algunos me respondían creyéndome cachorra o bebé recién nacida, como si exagerando los agudos y pronunciando mal a propósito me fuesen a caer mejor. Otros mozos, mucho más educados, consentían mi pedido en su timbre natural de voz y si había, también me daban un almohadón.
A ellos les resultaba tan tierno que, a veces, quedaban perplejos y tardaban en reaccionar.
'¡Ustedes están locas, cómo van a pedir una silla para el peluche de la piba?!', se quejaba mi papá. Para él, lo 'normal' era pedir una silla para sentar las carteras o 'papeles importantes' al lado. Pero ni los bolsos comen ni los archivos hablan, están ahí al lado sin siquiera vernos comer. No podemos dotarlos de vida, tomarlos de la mano para cruzar la calle ni hacer naricita con ellos. Mucho menos ponerles nombre o meterlos en el asiento del changuito del super. Sin embargo, nadie mira mal a quienes piden lugar para sus cosas o las personifican para, quizás, sentirse menos solos.
La ceguera de la adultez nos hace ver como delirantes a quienes hablan con muñecos y cuerdos a los que caminan y entran a un kiosko a comprar cigarrillos sin dejar de hablar por celular con manos libres. Es evidente que nos faltó jugar.


viernes, 22 de noviembre de 2013

Alegato contra la horma estrecha

De tobillos a cabeza irradia elegancia. Incluso su pelo, cómplice, la acompaña en cada gesto facial.
Tobillos hacia abajo la cosa cambia, y mucho. Sus estilosos zapatos cuyo taco parece no tener fin no logra ocultar el sufrimiento de sus dedos.

El pobrecito ya no puede más. Probó apoyarse sobre su uña pero la evidente falta de calcio le hizo tambalear y cambiar rápidamente de posición. Tampoco el callo le hizo el favor así que volvió a acurrucarse, a hacerse bicho bolita en sí mismo.
Es obvio que ni ella se cree ese elogio barato que vuelve especial a quienes tienen el dedo medio del pie,  fuck you en la mano, más largo que el resto; algo parecido a lo que se dice de los zurdos para escribir. De creérselo, no descuidaría una excentricidad de esta forma, embutiéndolo cual arrollado encarcelado tras las tiras opresoras de unas sandalias.

Madurar o volverse mujer, dos conceptos distintos si se piensa detenidamente, pareciera significar cagarse en las patas, en los dedos más puntualmente. El escalón  a la madurez femenina es análogo al que se sube tras calzar unos buenos stilettos, unos ocho centímetros, como mínimo, alejados de la tierra, de la adolescencia y la mediocridad.
Mucho se habla de calzado y poco de cuidado. El dinero gastado en estética es siempre una inversión pero pocas veces contempla la salud del pie. Es que claro, ¿quién te mira los pies además del podólogo, ese sujeto que, al igual que al destista, no se consulta sino por una urgencia? Tu mamá, mejor amiga o novio cuando por puro amor se ofrece a cortarte las uñas. 
¿Cómo sería un mundo en el que los pies fuesen el centro de atención? Mis primeras conjeturas me dicen que no habría tanto atropello, que los dedos no se someterían al calvario de la posición fetal bajo ninguna circunstancia: ni evento glamoroso ni tacañería fiel a la oferta de los pares discontinuos.
La envidia a Cenicienta no es alegórica ni murió en el cuento. En sintonía con la perversión del talle único, los zapatos de alta gama, esos que se vuelven un must en el placard de las refinadas que distinguen a la legua un Louis Vuitton de un Luis Botón, son tan exclusivos en  diseño como en tamaño. 
Pocas son las princesas que logran encajar o, dicho de modo más siniestro pero no menos cierto, lo merecen.
Bajo esta perspectiva, los pies son como los padres. Se miman poco porque están siempre y porque es su deber sostenernos:
'¿Si no me vas a mantener para qué me tuviste!?, patalean los que peor adolescen.
La nobleza del pie es proporcional a su capacidad de adaptación a las hormas más estrechas y exigentes. Darwinista y real, sólo los empeines que se ajustan a las cláusulas de la moda del calzado pueden soñar con esporádicos privilegios: reflexología, palanganas de agua tibia, masajes, cremas y demás honores.
Los otros, los de contorno pretencioso, hibernan. Se mantienen encapsulados en la adolescencia de las Converse o borcegos que con un toque de gracia se incorporan al look. Los privilegios son nulos: con suerte y mala gana se los atiende con un poco de Eficient porque encima de no encajar, huelen mal.
Cada vez que mi hermano festeja los derroches de generosidad de mi mamá con halagos de niño consentido, mi hermana mayor siempre murmura : ' Vamos a ver quien se encarga de la vieja cuando deje de oler rico y se nos cague encima...'.
Vuelvo a la escena. La chica divina de tobillos a cabeza se sienta rodeada de payasos que probablemente aborrezca pero por ahora le nutren el ego. La cercanía  y la longitud del mantel me permiten seguir observando todo. 
Afuera, el clima anuncia una lluvia inminente y por estas calles cerca de Tribunales el piso es súper resbaladizo; sus tacos ya se atemorizan. Quizás los pies con sus diez soldados le tiendan una trampa.





miércoles, 20 de noviembre de 2013

La verdadera función de las fuentes


Eso de que la raza humana es la más importante además de la única que haya habitado el -'nuestro'- planeta son puras falacias. Y dejenme decir, poco inocentes. No se evita hablar del tema por miedo a lo sobrenatural ni por considerarse una pérdida de tiempo; se elude por soberbia. Si, somos tan egocéntricos que preferimos creer o incluso pretendemos demostrar que es imposible que otra especie de tanta relevancia como la humana haya precedido.
Inventamos cosas y les asignamos con tanta convicción una utilidad a cada una que si alguien intenta usar un lápiz para otra cosa que no sea escribir, nos alteramos. Ahora bien, si sucede y por su practicidad se masifica, se declara referente de una época, como las biromes que se usaban para rebobinar casettes. Pero por sobre todo, para dejar en claro que es inusual que respondiera a otra función además de la propia, la 'natural'.
Mi asombro se despierta más todavía con las cosas que no sirven para algo o que son meramente decorativas. Las columnas que no sostienen nada, por ejemplo, ¿para qué están ahí?, ¿quién dijo que son lindas? Lo mismo con las fuentes; las que tiran agua y las que no también. Pasé muchas tardes tomando jugos en citas con chicos que me gustaban cerca de la fuente de la plaza López mientras los perros se bañaban ahí, en ese agua verdosa y desagradable producto de lluvia y orina acumulada. De hecho, cada vez que iba con amigos nos fijábamos, primero, si había lugar cerca de la fuente antes de elegir cualquier otro banco. De a ratos la comparo con un altar y si me pongo la gorra y pienso como tal, creo que es un lugar súper estratégico para poner una cámara. Las fuentes son testigos de manejes y franeleos que más tienen de ilegales que de inocentes. Suficiente, me saco la gorra.
Cuando voy al cine del Alto, me divierte suponer que las mini salchichas blancas con una línea roja en la punta que cercan el estacionamiento son tampones de gigantes y siempre hago el mismo chiste de sentarme sobre ellas.
Hace dos noches atrás, me quedé mirando la luna llena desde la ventana de mi habitación, nunca antes mejor ubicada, e imaginaba que los tanques de agua de las terrazas eran las tacitas o shots de whisky de los gigantes. 'Es obvio', me convencía.

En todo momento, he notado, estoy resignificando la funcionalidad de las cosas que me rodean como si fuese un gigante, o como si ellos hubieran existido. A veces ni siquiera me lo planteo y directamente asumo que existieron. 'Eso es re de agrandada', me dijeron una vez. Puede ser. Es que la era de las gigantografías y los mega edificios es imposible hacer la vista gorda al bombardeo y, en cambio, divertido minimizar el supersize jugando a ser gigante y percibiendo la pequeñez de cada cosa. 
Debo decir, además, que en mi juego le encuentro más sentido a muchos objetos e instalaciones que nadie comprende pero por snobismo halagan como críticos de arte. En este sentido, es más que obvio: las fuentes son los bidets; pero por más agua que algunas se siguen echando, no todos lo ven tan claramente. Por eso es que suelen estar cercadas: son altares, lugares de reverencia, casi sagrados como el acto mismo  o, debiera decir, la parte del cuerpo divina que incluso los gigantes hubieron de venerar con un aseo.
En Estados Unidos hay fuentes pero no se usan bidets.¿Será que existieron gigantes y que los yankees tienen el culo sucio?.


sábado, 16 de noviembre de 2013

Las palabras y las cervicales

'Con la casa ordenada se piensa con más claridad', insisten las obse. 'Hacer la cama sería perjudicial para la salud', dicen ahora los científicos. Mis mejores resúmenes pre-examen, esos que colorearon la libreta universitaria que aún no tengo, se concibieron en madrugadas de encierro, café y aroma a Procenex en una cocina impecable y sin tazas desparramadas a la vista.
Los relatos que mejor hablan de mí cobran en lumbalgias, un valor muy alto pero que vale y se corresponde en cada uno de sus nudos y oraciones.
Nunca pude escribir en la cama, al menos nada que me convenciera. Ni siquiera en mis días 'buena onda'-como las mentiritas que perdona Brahma- cuando la liviandad se apodera del estrado y deja a un fan de Arjona en control de calidad. El colchón propicia el descanso y mi voluntad se desvanece al primer hipervínculo que en forma de pestañeo me arrastra al sueño.
A menos que la incomodidad surja desde adentro y sea la emoción quien guíe el trazo, siempre en cursiva cuando hay urgencia, la escritura comprometida que en su caligrafía revela furia envuelta en tachones y ansiedad en lineas que escamotean rectitud, no puede jamás nacer del confort.
Desde el sillón se invita al dolor a un café al paso y con suerte se plasma el sentimiento. Los novatos que aún exprimimos el empuje emocional y el cuadernito en la cartera para capturar ideas que tememos no regresen, nunca nos sentamos en el banco de suplentes sino que nos plantamos en el arco para atajar la gambeta goleadora que nos tire y atraviese.

No sé si quiero comprarme una silla de oficina para escribir más cómoda. 'La escritura engorda' dijo una compañera del taller literario; ' y te caga la espalda' le faltó decir.





martes, 12 de noviembre de 2013

La culpa es de las hormigas

Hace días que tengo hormigas en la cocina. Se abusan de mi pereza para lavar los platos antes de ir a dormir y en la madrugada vienen en patota a invadir la bacha.
No distinguen dulce de salado, irrumpen igual y cubren la mesada de tal manera que, de lejos y sin lentes, parece cubierta por un individual marrón. He llegado a pensar que la makumbera de mi mamá las manda a modo de castigo por no lavar la vajilla. Desde el último clásico viene congelando jugadores de newell's en el freezer así que no me extrañaría que me dedicara un gualicho de fines educativos.
Son tan astutas y perceptivas que apenas me arrimo huyen desesperadas en distintas direcciones, como para marearme. Si bien la mañana es mi momento más optimista del día, desayunarme semejante invasión dejó de causarme gracia por lo que renunciando al consejo patético de Conny Mendez de exigirle a los insectos respeto por mi espacio, directamente las rocío con alcohol y las prendo fuego. Al principio me dolía verlas agonizar pero como sucede con todo, la costumbre me quitó sensibilidad.
Son una plaga, de eso no hay duda; sin embargo tienen ciertas características que las distinguen del resto. Nadie pide desinfectar un bar por una invasión de hormigas, ni siquiera la muni en su actual seguidilla de clausuras mandaría una inspección por unas simpáticas coloradas.
A diferencia de las cucarachas, ellas no ensucian, sólo resaltan tu suciedad. Si aparecen es porque dejaste mermeladas abiertas o cucharas endulzadas a su alcance y las pobrecitas no resisten su adicción a lo dulce.
Cuando se está al sol en algún parque o banco de plaza, el campamento se planta lejos del hormiguero, por rechazo o respeto, quién sabe, pero siempre lejos.
Mi primer jardín de infantes fue 'La hormiguita viajera' y no 'la cucaracha' y dudo que alguna madre mandara a su hijo a alguna institución que la tuviera como personaje de atractivo infantil. Porque las cucarachas son repugnantes, se mueven rápido, pueden volar cuando les conviene y no se dedican al trabajo sino a reproducirse.
Las hormigas, en cambio, se llevan los halagos de quien las mire trabajar, no importa dónde ni qué estén cargando, su incesante labor puede suscitar reclamos y cargadas de los workaholics y trabajadores resentidos hacia los vagos, a los parásitos, a todos esos que, lejos de parecérseles, son mantenidos o se dedican a tener críos para cobrar planes.
Nunca se las ve reproduciéndose y pocas veces comiendo o durmiendo con lo que incluso las teorías marxistas son pisoteadas por las pequeñas alienadas. No se sienten libres en sus funciones vitales sino priorizando el mantenimiento de la colonia, su construcción y la recolección de comida.
Lo que es aún más loable es que tampoco se distraen si una reina o una colorada culona les pasa por al lado mientras trabajan y es impensable que se detengan a gritarle un piropo o guarangada.
El trabajo dignifica y si viene acompañado de sacrificio, el reconocimiento es aún mayor. En la era del capítal, la productividad es mandamiento y parecerse a las hormigas, un elogio.
Por culpa de ellas, los desempleados y los que prefieren trabajar menos para vivir más somos tildados de parásitos o inútiles.

No  es revolucionario quien quema volquetes o dibuja una 'A' dentro de un círculo (el arroba de los informáticos se rió de los anarquistas) sino quien ataca el problema de raíz, bien desde abajo, donde viven las hormigas: la verdadera revolución se emprende aplastando hormigueros.


viernes, 1 de noviembre de 2013

La mirada desde la vereda: el espectador que incomoda

Este año en una de las Xperiencias de TEDx nos regalaron un boucher de 3 días para entrenar en Megathlon, la ciudad-gimnasio. 'Buenísimo', pensamos mis kilos de más y yo.
Se vencían el treinta de Octubre así que, fiel a impuntualidad, el veintiocho me presenté en recepción con mis horribles zapas de correr y remera vieja chivable. Me hicieron completar unos formularios con preguntas poco relevantes del tipo 'Cómo se enteró de Megathlon', que respondí con un 'es bastante grande como para no verlo', entre otros datos personales.
Cual gordita llena de esperanza pasé el molinete y luego de escanear rápidamente el lugar imaginé la Moli de la foto del después, saliendo triunfante con un culo que de tan parado y tonificado se trabaría en la salida.
No daba para pedir ayuda apenas entraba ni que se notara lo nuevísima que era en esa pasarela de cuadriceps aceitados y transpiración givenchy así que encaré directo para la cinta, mi aparato favorito. ' No puede ser muy distinta de las de los gyms normales', pensé y me alivié al ver el quick start gentilmente ubicado en el centro de la base de controles.
En Megathlon, todas las máquinas para chivar apuntan hacia la esquina de Mitre y Tucumán formando un semicírculo y en ese mismo rincón se dan 'talleres' de abdominales y ejercicios en serie dictados por algún entrenador del lugar.
La fachada está completamente vidridada y se ve con la misma definición desde adentro como de afuera, lo que intimida de igual manera a los timidos que pasan caminando por la vereda y se sienten observados por los musculosos como a las mujeres que sudan y son radiografiadas por los babosos que pasan caminando a un misisipi por hora. Por suerte, este gran semicirculo está coronado por una hilera de lcds en distintos canales, para cuando uno se cansa de mirar a la vereda o a la plaza comunista con sus yonkies de turno.
Caminé rápido unos cinco minutos y después llevé la velocidad a 8,5 para empezar a trotar. Automáticamente, todo lo que me colgaba me empezó a molestar: las tetas, el flequillo, la colita del pelo, los rollos, todo. Me até la colita más tirante de todos mis años de ballet, me mandé el flequillo con un moñito rosa al costado -aún sabiendo lo horrible que me queda- y me acomodé las tetas subiéndome el top deportivo. Cuando corro, todo me chupa un huevo y soy todo lo anti-sexy que una mujer puede ser porque lo único que me importa es respirar sin que un vaso sanguíneo me apuñale y que ningún mechón de pelo se me pegotee en la cara. A falta de toallita para secarme el sudor, tuve que llevar un repasador que di vuelta y le pedí que, por ese día, hiciera de toalla y procurara mostrar el lado blanco en caso de caerse. La única toalla mediana o pequeña que tenía en casa era la del bidet así que la descarté como opción al instante, preferí compartir la tela con vajilla que con, en fin.
Ubiqué rápidamente el 'emergency stop' para alejarme de él y evitar otro show como el que di una vez en un gym de barrio cuando sin querer lo apreté y casi me estampo con el espejo frente a la máquina. Ese día supe que las cintas responden rápidamente al botón de emergencia y yo que venía enchufadísima a la matrix maratón con algún techno en mis auriculares, casi reproduzco la escena de los dibujitos en que algún personaje se ceba en la bici fija y sale andando.
Eran cerca de las cuatro y éramos pocos, por suerte.Completé mis veinticinco minutos permitidos y me mudé al elíptico, uno de los aparatos más flasheros de todo gimnasio. Es como una cinta pero sin impacto que mezcla los pasos de Armstrong en su alunizaje con los de Michael Jackson si se mira de lejos y se hace el esfuerzo de suprimir la máquina.
Estuve otros veinte minutos ahí hasta que la adherencia de mi remera a la piel, mi cara entre roja y violeta y la mirada de las flaquitas que no sudan porque no tienen que más quemar me intimidaba y me mudé al sector fierro.
Bajé del elíptico y me esforcé en disimular el efecto piernas robotizadas que te deja ese ejercicio hasta localizar algún instructor que, ahora si, me guiara en el sector de los chicos pesados. No hizo falta ni preguntar, al minuto tenía un muchacho a mi disposición que con actitud extremademente servicial de empresa yankee se ofreció a ayudarme.
-'Quiero hacer algo de piernas pero te pregunto por las dudas porque estas máquinas son raras y no la quiero cagar', le dije sin vueltas, como si con la transpiración, además de sales, hubiera perdido mi poca timidez. Él se sonrió y me indicó cómo usarla con tanta cordialidad que sospeché que algún encargado estuviera merodeando por ahí chequeando la atención de estos pibes.
-'Buenísimo, gracias', le respondí para que se alejara y me dejara hacer mis caras de sufrimiento en soledad.
Recorrí otras super máquinas más y mientras hacía mis últimas series en la prensa, advertí la llegada de una dupla que se robó la atención de todo el gym. Era un rubio fortachón que vestía unas calzas cortas negras y una mini versión suya siguiéndolo por detrás en shortcitos; por el parecido intuí que eran padre e hijo. Entraron y saludaron a los musculosos del sector heavy, donde están los chicos XXL que levantan bocha de peso, gritan raro al hacerlo y sudan poco pero con olor a anabólico. El pibito era la sombra de su padre, lo seguía e imitaba en cada gesto. Desfilaron hacia el semicirculo en el que yo había abandonado unas trescientas calorías, según las máquinas me informaron, donde los esperaba un entrenador personal alto y con cara de jodido.
'Ni loca me pierdo esto', pensé y de inmediato pero con disimulo, encaré para allá. Decidí agregar unos minutos de bici a mi rutina para poder ver el show y me aseguré de elegir la mejor ubicación.
Los ejercicios parecían tomados de una rutina de entrenamiento militar pero con un poquito menos de exigencia y variaban entre salto de soga, abdominales con piques de pelota contra la pared y trompadas al aire, todo muy intenso y en serie; yo sufría de sólo verlos.
En cada prueba, padre e hijo competían y se burlaban de la flojera del otro entre risas que encandilaban el lugar por el brillo de sus perfectas dentaduras publicitarias. Mi atención se repartía entre ellos y un capítulo viejísimo de CSI desde uno de los teles para hacerme la desinteresada; aunque de a ratos, los tropiezos del pequeño y la risa del padre me encontraban sonriendo por lo bajo y me mandaba al frente sola.
Era la escena perfecta de un dia de training burgués de un padre y su hijo en un lujoso lugar donde todos ríen para mostrar la blancura de sus dientes y el aliento fresco de chicle caro hasta que la oscuridad asaltó el espectáculo.
Unos chicos de la calle que caminaban por Mitre se detuvieron al verlos y lejos de disimular su curiosidad, se sentaron cómodamente sobre el tapialcito de la fachada del gimnasio como quien se acomoda para ver una función. Se ubicaron bien en frente de ellos hasta desconcentrarlos por completo y contagiar la tensión al resto de los presentes que mirábamos de reojo haciéndonos los boludos.
El entrenador los movió un poco de escena cambiando el ejercicio pero ellos seguían ahí, con sus risas burlonas que si bien no se oían, tensionaban el ambiente.
En los aparatos para chivar éramos pocos, una chica de unos treinti, un señor más grande y yo. Ellos se dejaron hipnotizar por los teles y yo parecía la única incómoda por lo que estaba pasando. En momentos como esos uno no sabe si mostrarse amigable o sorete así que intenté ambos. De a ratos los miraba y me reía como uniéndome a su juego pero me ahuyentaban con besos y caras pajeras por lo que desviaba mi vista, resignada.
La escena duró unos cinco minutos pero la tensión que generaron hizo que pareciera eterna. Son muchos los que pasan y se quedan mirando y no sorprende que suceda porque el mismo vidrio parece querer provocarlo, sin embargo puede resultar incomodísimo según quien sea el espectador.
Yo que estaba ahí gracias a un boucher sentí la necesidad de demostrar de alguna manera que mi presencia era circunstancial y me sentí una idiota por pensarlo, como quien es sorprendido en la escena de un crimen e intenta explicar que nada tiene que ver con ello.
Esto me dejó pensando y me di cuenta, también, de que había elegido cintas, bicis y todas máquinas alejadas de la vidriera-escenario no por vergüenza sino para que nadie me viera en Megathlon, el gimnasio más careta de la ciudad. Como si estar en este lugar me jugara en contra o me humillara de alguna manera.
Cuando pasan cosas así nos damos cuenta de que el 'nos chupa un huevo lo que piensen' es ilusorio y que en cierta forma estamos permanentemente cuidando lo que los otros ven de nosotros mismos. Recordé, de pronto, miles de situaciones donde me encontré en total desintonía con el entorno y de alguna manera mostré mi no pertenencia, casi repudio al lugar con pequeños gestos como una visible cara orto o brazos cruzados.
Vivimos criticando y descubriendo a los otros en distintas escenas de crímenes que también nosotros cometemos. Señalamos con tanta dureza a quienes cambian de opinión que a veces nos tienta más seguir siendo un sorete que cambiar para mejor.
Los índices acusadores nunca van a descansar hasta que los nuestros bajen la guardia y quizá, ni cuando eso suceda. Cualquier cosa que hagamos o dejemos de hacer pasa por una lupa hipócrita que no reconoce a quien la sostiene sino que persigue principalmente a quienes más pegada al cuerpo tienen la remera.
No recuerdo exactamente quién pero un filósofo que leímos en la facu decía que las ideologías y los ismos en general acentúan el sufrimiento. Creo que encontré una escena donde esto se ve bien clarito.

Tal vez por eso le huyo a los grupos cerrados y me divierto deambulando entre minorías.


martes, 29 de octubre de 2013

Emociones new wave: viejos malestares, new names

La angustia no es chic. En un mundo donde todo es inmediato, comprimido y efervescente, no hay tiempo para estar angustiado y si se está, es porque evidentemente se está al pedo y hay que rellenar ese vacío con más cosas, como para que el tiempo no le de cabida a la angustia. Las enfermedades en general son malestares que uno se pesca mientras está ocupadísimo haciendo cosas y se maldicen porque nos pausan y nos exponen a vacíos y los vacíos producen terror, de ellos nace la angustia.
El stress. en cambio, es copado. Habla de una vida acelerada en la que ser multitasking es virtud y 'no tener tiempo' es la respuesta-meta que muchos anhelan decir o se jactan de pronunciar. A diferencia de la angustia, que es de flojitos, la de los multitasking se dice de otra forma: ataque de pánico. Ellos que creían haberlo impermeabilizado todo, se convencen de que esto es otra cosa, como si la angustia al igual que la humedad, no fuese más fuerte que el blotting y lograra traspasarlo todo cuando se acumula e intensifica. La palabra misma lo dice, son 'ataques', algo externo e incontrolable que se nos presenta y no algo que buscamos o pescamos por estar al pedo. El ataque embiste y nos atrasa en nuestras tareas y el pánico que lo acompaña, termina por imposibilitarnos. La angustia es propia de los bohemios que se la rascan y terminan enamorándose de su propio drama y el ataque de pánico es propia de las superpersonas que, pobrecitas, tuvieron la mala leche de caer en eso por la vida acelerada que llevan al ser tan  inquietos y habilidosos.
Hace muchos años fui al psicólogo porque tenía ataques de pánico y esto que describo era mi idea en ese entonces y la que veo que aún vive en mucha gente.
'Lo que vos tenés es angustia', me había dicho Flavio, mi psico.
'Imposible', le refuté, casi ofendida. 'Qué se cree este tipo que estoy tan al pedo como para un día levantarme y decir me pongo esta pollera y elijo la angustia', pensaba por dentro.
'El ataque de pánico es la forma moderna de llamar a la angustia', siguió él. Y yo, aunque seguía ofendida, me guardé esto que dijo en el tintero. Decía 'moderno' y sonaba a crítica y a mi toda esa cosa de bardear al sistema me re copaba así que tenía que recordarlo.
Con el paso de las sesiones y algún que otro juego que Flavio me hacia hacer, revolvimos escombros y tiramos paredes pesadísimas. Definitivamente tenía una angustia tan grande que hasta llegué a relacionarla metafóricamente con mi escoliosis. Flavio escuchaba con atención todas las pelotudeces que le decía y escribía poco mientras yo hablaba hasta que, no se cómo, se dio cuenta de que me gustaba que escribiera mucho o fingiera hacerlo cuando le contaba cosas 're zarpadas'. Las herramientas con las que el analista hace visible su interés en mi super historia de vida son la birome y el papel así que me vale que las use conmigo, me convencía; y Flavio, complaciente, aceptaba las reglas de mi juego.
'A nadie le gusta admitir la angustia, fijate cómo  reaccionaste cuando te dije que estabas angustiada'. El hijo de puta la pegaba siempre, eso me daba bronca. Si, ya se que uno no va a terapia para discutir con el analista pero que te saquen la ficha tan rápido tampoco estaba bueno.
El humor siempre ayuda a encubrir inseguridades y más cuando se está para el orto. Por suerte siempre tuve la habilidad de esconder bastante el dolor con chistes idiotas o imitaciones de gente graciosa o quizás se la deba a tantos años de ballet. En la danza clásica, fingir es una orden y 'tu público' jamás debe notar que te está matando el juanete o te empezó a sangrar salvajemente una uña del pie. 'La bailarina es femenina y brilla sobre el escenario donde se  entrega por completo', nos recitaba Silvia, la profe de danza mientras practicábamos frente al espejo sonrisitas falsas para caretear la tortura de las puntas.
Lo cierto es que los 'ataques' existían y por más chiste y carcajada, había momentos en lo que la gente a mi alrededor se volvía zombie o conspiraba contra mi en secreto. Mi pecho se comprimía como cuando te asustan y te cagás toda y te empieza a faltar el aire. De a ratos desaparecía de las reuniones multitudinarias o me tomaba taxis donde estuviera para irme a casa de inmediato. De haber tenido un tachero privado se hubiera hecho la guita conmigo.
Las explicaciones del rato o día después a mis huidas detallaban siempre sobre la misma idea 'No nada, pasa que, que se yo, estoy como con ataques de pánico y bueno, me tuve que ir', como quien explica el cáncer con un preámbulo interminable para evitar el peso de las letras unidas de una: c-a-n-c-e-r. En mi caso eran tres palabras así que el preámbulo era más largo. Jamás se me hubiera cruzado decir 'angustia', esa palabra si que es cancerígena. A nadie se le diagnostica y suena más a poema que a afección médica que se toma en serio.
Menos mal que la medicina y la psicología siempre se la rebuscan para nombrar a las nuevas enfermedades que de nuevas no tienen nada pero que son mas cool si se vuelven a bautizar y justifican la aparición de la latest plaga social, el coaching ontológico. Si bien no estoy tan familiarizada  como para bardearlo con total libertad, de por sí  que se mezclen esas palabras me hace mucho ruido. Siempre odié los coaching o, quizás no y me encantan pero odio el modo en que se llama. Como a todo, yo me quiero pero no banco mi nombre y sobre todo no poder pronunciarlo espontáneamente pero bueno, es otra cosa. Me suena a carrerita alternativa  de psicólogo frustrado que se quedó a mitad de camino o que ya estaba muy viejo para empezar y le temía a la presentación del primer día de clases. Por supuesto que se me cae la cara diciendo esto porque soy experta en abandono de carreras pero me justifico siguiendo en el ruedo y jactándome de que me interesan muchas cosas a la vez.
La realidad es que estas nuevas disciplinas responden a la inmediatez que todos buscamos, el efecto píldora me gusta decirle. A un coach no le contás tu vida entera así que no es un viaje empezar una terapia de este tipo y si bien le puede resultar útil  a muchas personas, yo me quedo con los flavios. Podré hacerme la moderna con muchas cosas pero soy pacata en otras y no hablo sin saber porque he probado terapias alternativas y sigo prefiriendo las long-term relationships y las largas psicoterapias que me saquen la ficha con fundamento y me hagan dar cuenta y reír de mi propia estupidez.




jueves, 24 de octubre de 2013

Espacio y movimiento

Desapercibida, entra a la sala y se escabulle entre la gente. Todos hablan con alguien sobre algo que les interesa o no, pero hablan; es lo que tiene que pasar en un coffee break.
Ella no habla, no tiene con quien ni quiere crearlo. Deambula mirando los cuadros en la pared con falso asombro porque nada la conmueve y por el contrario le recuerda a la decoración de la cocina de la casa de su abuela, la que le meaba el colchón cuando dormía en su cama.
La fila de cuadros termina y comienza entonces la búsqueda de una nueva excusa, un nuevo algo que la haga parecer ocupada o entretenida en vez de sola y perdida en una multitud.
Fingir le cansa y se propone, esta vez, evitar el celular como evasión para enfrentar este tipo de situaciones. A unos metros descubre una silla escondida entre gente alta y amontonada y camina hacia ella. La silla  era un pequeño patio de casa de pasillo rodeado de grandes edificios. Ella se sienta y ni el edificio rubio de la derecha ni la torre de rulos de la izquierda advierten su llegada. Ahora, además se sola se siente pequeña.
Bebe con extremo cuidado su café esquivando los codazos y movimientos bruscos del hombre-edificio que se mueve y habla enérgicamente para resaltar su presencia mientras ella suspira, tose y sopla con fuerza su infusión para evitar la incomodidad del 'ojo que estoy acá atrás' o cualquier otra frase que, sin duda, sería tanto más efectiva como humillante. Avisar que se está nunca es agradable, a menos que se llegue y corte la ansiedad del que nos espera.
El diálogo de los hombre-edificios llega al climax y uno de los señores choca contra la silla donde resultó estar la chica. Se disculpa tocándole el hombro y con una reverencia se aleja unas dos baldosas hacia un costado. Ella, de pronto, siente el calor de los focos iluminándola en un nuevo escenario al que el desconocido que tanto se movía la había empujado.
Los codazos y empujones en las fiestas y pistas de baile reclaman distancia y desaparecen cuando en sincronía, la coreografía dirige a los cuerpos en la misma dirección  en cada momento. Si uno se queda quieto, ni sigue o amolda al movimiento del otro, debe correrse o será golpeado. La mímesis es una orden.
El resto de los presentes en la sala al fin la descubre sentada.
La distancia de los cuerpos en una multitud advierte y respeta la presencia del otro. Ese distanciamiento dio a luz a la muchacha-jardín que por la proximidad con los hombre-edificios no se dejaba ver. La reverencia fue el parto y las dos baldosas, sus dos primeros minutos de vida: intensos e iluminados.
Los familiares de la mujer que da a luz van al encuentro del bebé que por fin toma distancia de la madre pero sigue de ella dependiendo.
La muchacha nace cuando es descubierta por la multitud de la cual sigue siendo parte.
El segundo bloque del seminario vuelva a comenzar. La multitud, violando las baldosas ajenas, se dirige en masa hacia el auditorio.Ella, aún sentada, queda sola en otro espacio, que más que espacio es otro momento: el coffee break. Mira el suelo y las baldosas; la distancia esta vez es extrema y se siente sola otra vez. Vuelven las luces y la exposición, aún sin espectadores. Las dos baldosas que le dieron vida se multiplican y ahora la matan.
En los velorios se contempla brevemente el cadáver y luego se toma distancia. Se lo llora lejos para no encender las luces y se habla  y desplaza lentamente. La muerte implica  suavidad en el movimiento y una infinidad del baldosas.


martes, 22 de octubre de 2013

El origen de la alergia

Ni los grandes laboratorios ni los agentes de propaganda médica son boludos y hace rato comenzaron a notar el cambio. Por supuesto que no expresan su rechazo y, por el contrario, defienden las propuestas de esta incipiente movida naturista - mientras no los afecte - que de a poco se va ganando la confianza y cariño de la gente y sus estómagos. Está todo bien con la ecobolsa y los volquetes europeos que clasifican la basura mientras no les toquemos la industria y sus bolsillos.
Los muchachos se vienen zarpando feo con los remedios que están inventando y si bien hay muchos fundamentalistas de las pastillas, hay otros que al fin están viendo el signo peso asomarse tras la careta de la medicina tradicional.
En todo grupo de amigos hay un jipi o un cheto seguidor de la movida orgánica y saludable que jactándose de alterno proponen soluciones verdes a molestias que antes no desaparecían sin la ayuda de súper pastillas que tenías que cortar en cuatro o envolver en migas de pan para poder tragar .
La letra cada vez más chica de los prospectos, que de próspero sólo tienen la raíz de la palabra, desata la ira de los miopes y está movilizando sugestiones con mayor facilidad:
-"Ni se te ocurra andar leyendo esas porquerías antes de tomar el remedio", protestaba mi mamá en casa cada vez que, exagerando mis padecimientos, leía y saludaba a los males que al rato me acecharían: 
-"Taquicardia, un gusto. Marianela, tu nueva víctima". Así, mi vulnerable cuerpecito alojaba cuanto efecto adverso quería hospedarse en mí. No sugiero con esto que toda contraindicación se cumpla cual profecía de Nostradamus, pero el poder de sugestión, sobre todo en los niños, es tal que el miedo a padecerlo y una evidente necesidad de afecto crean las condiciones necesarias para que se concreten. Como una especie de permiso de demolición que habilita a romper todo.
Tanto en la niñez como en los intentos de suicido, ningún llamado de atención debe pasarse por alto, para desgracia de las madres y voluntarios de asistencia al suicida, por lo que mi mamá estaba siempre pendiente de mi o fingía estarlo con gran profesionalidad.
-"Mejor seguirle la corriente un rato que después tener que lamentarnos por no haberle creído", la escuché decirle a alguien una vez.
Que no se crea tampoco que la sugestión es cosa de chicos o  se caerá en la imbecilidad colectiva que sacraliza supersticiones y trivialidades que jamás exceden diálogos de ascensor con algún vecino.
Sin ir más lejos, incluso el alcohol y las tentadores drogas de diseño de gran popularidad en raves y fiestas electrónicas ilustran el mismo fenómeno. Hace un tiempo se me ocurrió llevar espirulina a alguna fiesta y ofrecerla como éxtasis y apuesto a que más de uno me agradecería el viaje. Algún día lo voy a intentar.
Ahora bien, cuando de drogas legales y enfermedad se trata, hasta los yonkies más viejos mutan en ositos mimosos: "Uh, esto me va a dar mareos y yo acá sólo, un garrón...". Lo que en la inocencia de la niñez pide a gritos  el afecto materno, en la adultez suele usarse, también, como herramienta de manipulación en la pareja. Son pocos quienes expresan con claridad el deseo de estar acompañados en la enfermedad y,en cambio, son mayoría los que detrás de un 'hace como quieras' o 'no, posta no me jode que salgas' aguardan con tazas voladoras (o vajilla en general) e interminables planteos la decisión final que jamás coincide con lo que literalmente se dice. El 'hace como quieras' es públicamente conocido como 'más vale que hagas lo que te digo o se te pudre todo' por quienes saben qué les conviene de la misma manera que a toda expresión que comience con 'no me jode' debe tachársele el no para leerse correctamente.
La sugestión de la letra chica está causando estragos en todo sentido y la confianza en los medicamentos dejó de ser ciega por lo que ahora, a modo de patovica, se cachea toda droga legal que se va a consumir.
Los visitadores médicos saben que están volviéndose los malos de la película por fomentar la píldora-dependencia en los adultos débiles quienes, a su vez, se reconocen como blanco favorito de los representantes de la movida verde que polemizan con enérgicas apologías de la marihuana, el yuyo más efectivo.
Los remedios de la abuela ganaron tanto terreno que en algunos pueblos y ciudades ya han confiscado hectáreas. Como era de esperarse, los empresarios no se quedaron de brazos cruzados.
Así como los publicistas se encargan de crear nuevas necesidades que perpetúen el consumismo, los dealers legales de traje y corbata se propusieron inmortalizar aquello que más dinero les deja: las afecciones crónicas. Es cierto que las enfermedades serias, esas que con sólo nombrarlas generan tensión e incomodidad, garpan más pero si el cáncer se propagara en exceso quedaría en evidencia la intervención de los muchachos y de ahí al caos total habría sólo un escalón. Por eso, es mejor acechar con molestias sonsas como alergias crónicas y celebrar la elevación del imperio de la loratadina.
Las alergias son tan comunes y fáciles de tratar que basta con una dosis diaria de algún antilaérgico para aminorar los síntomas.Total lo de 'diario'casi que no jode a nadie. De hecho, ya son mayoría los consumidores adictos que gracias a la pregunta de rutina de toda consulta médica '¿qué medicación consume a diario?' se le resta importancia a la dependencia priorizando el bienestar que, encima, nos justifica el uso de los coquetos pastilleros, tan cool y en boga actualmente.
Lo que nadie sabe es que hace tiempo fuimos engañados.
Existió una vez, hace décadas, una asamblea de la que se suprimió todo tipo de evidencia. La junta había convocado a los principales representantes de reconocidos laboratorios, médicos, agentes de propaganda médica y guardaparques. Estos últimos poco entendían su participación hasta que el motivo de la reunión se dio a conocer. 
Casi anticipándose a lo que años más tarde sucedería  y pretendiendo desestimar la botica de la abuela, los asambleístas acordaron en un método o, más bien, un recurso que prolongaría el advenimiento de nuevas enfermedades. Es aquí donde entra en juego el rol de los guardaparques: la estrategia proponía una plantación masiva de plátanos por toda la ciudad y alrededores. 
Estos arbolitos fueron conocidos, tras varios estudios, por provocar diversos síntomas alérgicos en cualquier persona que no tuviera sus defensas en óptimas condiciones por lo que el éxito ya se encarnaba  en sus rostros. Bastaba con una proliferación de árboles e intervención química de alimentos que lograra adicción  a la vez que desnutrición en los consumidores y voila, la operación sería un éxito.
De este plan tan real como macabro, pocos sospechan y, para suerte de los poderosos,  los lúcidos que llegaron a cuestionarse algo semejante han sido tildados de lunáticos o subversivos que, con tal de bardear al sistema inventan teorías súper disparatadas.
Sólo una cosa es cierta: existen centenares de árboles que pueden plantarse y crecer en nuestra región y, sin embargo, hay una especie que predomina en la ciudad que es, a su vez, la responsable de las narices rojas, erupciones cutáneas y coro de 'achises' que musicalizan las veredas donde se encuentren estos especímenes. Raro, no?


sábado, 19 de octubre de 2013

El sueño de la posición perfecta y la traición de la vejiga ( o un puto relato consuelo)


Cuando por fin lográs ese posición perfecta para leer en la cama que conjuga comodidad, protección lumbar y vista al mejor ángulo de la ventana que arrima el canto de unos gorriones y un rayo de sol que ilumina el adagio de unas partículas en el aire que, inocentes, te sugestionan y cosquillean la nariz, justo en ese momento, el destino -otra vez tirano- estropea tus planes anticipando un meo que sin duda pudo haberse demorado.
Con hambre no se puede pensar y con ganas de mear no se puede leer . Mirás atentamente y tratás de memorizar la posición de la almohada, tus piernas y espalda pero es inútil. Sabés que estas cosas suceden muy esporádicamente y que es poco o nada probable que esa misma comodidad te encuentre al regresar.
El canto de los gorriones se vuelve una burlesca oda a tu desgracia,el rayo de sol difama la mugre de tu habitación y la almohada, ese chorizo aplastado que en nada se parece a la almohadilla alemana de Arredo y de tus burgueses sueños, todos acuerdan en conspirar contra vos.
La posposición del meo no es una opción considerable y restan segundos para que tu vejiga deje de retener lo inevitable y cual dispenser de golosinas yankee estalle.
Te levantás resignada al baño y el sueño de la posición perfecta tan cerca de cumplirse se disipa.
El inodoro es el trono de la reflexión y las confesiones y rindiédole honor a dichas cualidades, le dedicás las más injuriosas maldiciones a todo aquello que pudo haber favorecido tu desgracia: fases lunares, predicciones astrológicas, herencias genéticas de un deficiente sistema urinario y la presidenta, que tanto se esfuerza y logra cagar la vida de todos los argentinos. Asumir responsabilidades o entender ciclos biológicos son empresas inalcanzables en estas situaciones en las que la ira busca objetivos sobre los cuales disparar.

La inoportunidad de los acontecimientos, en especial de los más odiosos, nunca es casual y traaen bajo el brazo -y con un poco de olor a chivo al principio- un abanico de posibilidades que con tiempo y optimismo se saben apreciar: un amor luego de una ruptura, un nuevo empleo gracias a un despido o un simple relato luego de una posición de lectura perfecta interrumpida (y quizás irrepetible).

jueves, 17 de octubre de 2013

Taller de procesos creadores? Y eso qué es, Lisandro?

Los rostros hablan por si sólos. Los que ya conocen la movida de los talleres creativos del Sr. Bregant se muestran ansiosos y expectantes ante lo que pueda depararles la tarde. Los demás, fingen entender que está sucediendo cuando en verdad están recordando a aquellos que se les burlaron cuando dijeron que iban a un taller de procesos creadores.

Sólo una cosa es cierta: este taller es raro. Lisandro de repente empieza a hablar de Freud y el sistema binario mientras una muchacha fotografía a los asistentes que no paran de pedalear sobre bicis fijas y preguntarse con qué se encontrarán a continuación.
Dos ejercicios más tarde, el escenario cambia y con él las caras de los participantes. Lisandro los lleva a un lujoso salón de piso de parquet que encandila y quema fotos de tanto brillo. La incertidumbre que vuelve a invadir el ambiente se transforma en total desconcierto cuando la nueva consigna se da a conocer. Astutamente, los ejercicios que él propone son tan abiertos que no reparan en especificaciones y eso, por lo general, inquieta. Las posibilidades son tantas y la libertad para ejecutarlos es tan amplia que asusta y se preguntan, casi en tono de pedido, detalles que restrinjan un poco el asunto. Lisandro empieza a saborear la victoria.
La respuesta general es positiva. De a poco los temerosos empiezan a soltarse, en parte estimulados por los osados que retrucan con intervenciones cada vez más jugadas y creativas. Al fin y al cabo de eso se trata el taller.

Los ejercicios finales se realizan en grupo y ninguno zafa de mostrar el resultado final. El formato es libre y Lisandro se moviliza con la respuesta de cada uno sabiendo que, al menos por un rato, logró inquietar a un puñado de personas que hoy se irán a casa con la cabeza algo trastocada.
El objetivo se cumple y de pronto Lisandro es rodeado por los más trastocados que, obedeciendo a su curiosidad, se acercan con preguntas y devoluciones.
Es grato y necesario que existan espacios como los que propone este señor, que promuevan la creación de contenido a partir del extrañamiento y mirada ingenua que nos distancien de la realidad hasta ver como 'cosos' todo lo que nos rodea. Y es aún mas rico que esas ideas no respondan a parámetros establecidos ni se arrodillen frente a altares morales sino que, por el contrario, sacudan y escandalicen y se generen desde el movimiento y lo no-convencional. Sin duda, una nueva tendencia en gimnasia cerebral.


Mi amigo Bruno

 Mi mejor amigo se está volviendo libro. Es una hermosa persona que ha dedicado estos últimos años de su vida a leer casi tan compulsivamente como yo a tomar infusiones y abandonar carreras. Nos vemos poco porque él trabaja y lee mucho y yo boludeo, leo poco y escribo mucho pero cuando lo hacemos notamos que la poca periodicidad no nos afecta en lo más mínimo. Cada tanto discutimos un poco porque yo lo acuso de opinar desde sus lecturas y porque suele clasificar y comparar las pelotudeces que digo y hago con grandes conceptos de reconocidos pensadores que él leyó y que a mi, como estudiante de filosofía, debieran al menos 'sonarme de algún lado'; pero nunca pasa.
Él es muy groso pero me asusta que pierda su cuota de sinsentido y lo trague la racionalidad. Me tranquiliza bastante saber que su mejor amigo, Martin, el tincho, si bien es tan nerdo como él, sabe compaginar la insensatez y la vulgaridad con, quizás, una obra de Shakespeare. Me cae bien por eso y porque se encarga de agarrarlo a Bruno de sus largas patas para que no se nos eleve al mundo de las ideas. O al menos no se vaya del todo.
Bruno es de esas personas que te habla del ser y el logos cuando lo visitás a las 2 am con tanta naturalidad y a la vez preocupación que te dan ganas de abrarazarlo y de tomar apuntes de lo que dice. Yo, últimamente, hago las dos cosas y me reservo la parte final de nuestros encuentros para hablar de citas, chicas, amor y todas esas porquerías de las que siempre reniega y señala de incomprensibles. Porque Bruno es así, puede explicarte una teoría que cualquiera usaría como tesis doctoral pero tiene dificultades para comunicarse efectivamente con el sexo opuesto. Lo que yo insisto en remarcarle es que, por fin y por suerte, hay actualmente una reivindicación de los nerds. Hoy ser nerd es cool, como decían los chicos de Radio Gonzo anoche en el programa. Y si es por esto, él tiene todo para ganar. Es muy lindo chico, pese a su insistencia a negarlo (que suele violentarme) y en el fondo, mientras no le hables de pseudociencias y rituales mágicos sin argumento científico que tanto lo irritan, es fácil ver que es un adorable bípedo que atrás de su imagen de pibe intelectual -0 snob y 100% real- lo que más desea es compartir una comida con alguien que le de el mismo amor que él da.


“No tengo autoría sobre mi mismo, al menos no en tanto que no me decidí en el mundo, por tanto podés escribir sobre mi con la misma libertad que sobre un árbol, un país o lo que sea que, como yo, sea parte del mundo que experimentamos. Osea, si gorda obvio. Te quiero. “


Esto último me respondió cuando le pregunté vía sms si podía escribir sobre él. Poquito lo conozco, eh?




domingo, 13 de octubre de 2013

'Me puse lo primero que encontré': la posta sobre las careteadas.


La contradicción y la careteada son parte de nuestras vidas y están más presente de lo que creemos o desearíamos. Guardar coherencia entre lo que decimos y hacemos no es tan fácil como parece pero hacernos los boludos y dejar pasar las giladas que decimos si lo es. El garrón es cuando los demás lo notan:
-'Pará, no era que odiabas los lentes de mierda que usan los hipsters'?. Y ahí cagaste. Pocas cosas nos tiran tan abajo como el escrache público que nos hace quedar como mentirosos o contradictorios y que luego es imposible de remontar por el abucheo que nos hacen mientras intentamos dar explicaciones. Es casi una fórmula: a mayor explicación, mayor abucheo.
Hace unos años salí con un chico que siempre criticaba a las mujeres que se maquillaban y compartía esa falsa y barata idea de que no hay rostro más bonito que el de la mujer a cara lavada.
Confiada de esto, evitaba maquillarme cuando estaba con él hasta que un día lo crucé yendo a una entrevista laboral y me halagó tanto que casi me hizo llegar tarde.
-' ¿Me estás jodiendo? Estoy vestida como siempre nada más que me maquillé', le dije. De inmediato intentó restarle protagonismo al make-up remarcando estupideces como la combinación del vestuario, que nunca fue mi fuerte, y la forma en que llevaba la cartera con tal de no admitir que una grandiosa base Lancome había hecho magia en mi cutis.
No sé si es por miedo a hacernos sentir feas si no estamos pintadas o si no quieren vernos tan producidas por cagazo a que los dejemos pero son pocos los hombres que admiten preferir a la mujer maquillada.
Algo parecido sucede con la panza o pancita. Los hombres acostumbran a criticar y tildar de huecas a las mujeres que se cuidan mucho con la comida y elogian a las que no tienen problema en sentarse en el cordón a morfar chatarra de un carrito pero basta con que pase un yeguón anoréxico para que se atraganten con el chori que el minón jamás comería. Nunca lo admitirían pero realmente sucede.
Asimismo, existe una nueva generación de hombres liberales y un toque metro que abusándose de una rara confianza con sus parejas, les hacen notar cada leve defecto que va apareciendo. Observaciones como : 'Mirá te salieron granitos' o 'Tenés como pancita, puede ser?' se están volviendo preguntas de rutina entre los hombres perfeccionistas que quieren que sus minas sean unas 24-hour godess para volverse el macho alfa entre sus secuaces. Por supuesto que no les recrimino la frivolidad a ellos (únicamente) sino el sometimiento a las boludas que les dan pelota.
Alejándonos un poco de los extremos, también nos encontramos con otra realidad: las mujeres nos esforzamos por hacer que todo parezca casual.
Es muy poco probable que una mina haga público, incluso entre sus amigas, que está en una estrictísima dieta sea por 2 rollitos de mierda o 5 kilos de celulitis. Y la explicación es lógica, las mujeres solemos ser tan basura que nos reimos de la preocupación de la otra y, lejos de ayudarla, la tentamos con calóricas ofertas así nos cueste un grano en la frente o un día de isla entrando panza.
Estar lista en cinco minutos habla de lo hermosas que somos y el poco retoque que necesitamos para salir y los hombres, aunque lo nieguen, compran esa farsa. La posta es que son muy pocas las que cumplen ésto y muchas las que caemos en frecuentes crisis de vestuario. El look dice tanto de nosotras que tiene el poder de hacernos sentir espléndidas o para el orto si nos sentimos fuera de contexto, como cuando dormimos en casa ajena luego de una salida y tenemos que enfrentar el sol de la mañana y las miradas difamatorias al día siguiente vestidas como gatos.
Retomando la idea, la negación de la dieta también ha inaugurado una nueva generación de pseudo veganas y celíacas que lejos de preocuparse por los animalitos y las desventajas del .t.a.c.c, priorizan lo más importante: estar flacas sin la espada de la dieta sino por enfermedad o ideología. Puede hasta sonar conmovedor, 'pobrecita, no puede comer harinas'.
En una cena en pareja, los platos hablan por si sólos. El vacío suele ser el del hombre y el que deja los adornitos y algún que otro raviol de la vergüenza, el de la mujer. En mi caso esto es al revés. Alvaro come como pajarito cuando sale a comer conmigo mientras que yo limpio el plato con pan o rasqueteando con el cuchillo hasta arrasar con los adornos. Lo divertido es que cuando salimos con sus amigos casualmente tiene más de hambre que de costumbre y trata de seguirles el ritmo hasta no poder más. Igual no lo juzgo, una cena con sus amigos basta para saber que ser el pajariito de la crew o el que tiene que ir al cajero a buscar plata es condición suficiente para una cargada colectiva de larga duración. Yo, mientras pueda,me voy a tirar siempre para el lado de ellos, verlo a Alvaro indefenso y pensando su coartada me resulta gracioso y tierno a la vez. Sobre todo cuando repiten las historias para volver a gastarlo un rato y se rebela el espíritu Martinelli que rápidamente se contagia: seguir bardeando para ser felices. Son un amor.
Sin duda prefiero el bombardeo en tono afectivo del grupo de muchachos que pelean el podio de la virilidad al grupo de señoritas que se tira flores pero tirotea por detrás. No digo que en las mujeres esto sea siempre así pero a menos que se tengan amigas sin filtro como Nadine, es más frecuente de lo que desearíamos.
Todos somos caretas y  esa idea de 'me puse lo primero que encontré' es totalmente falsa. Lo que debiera erradicarse, a mi parecer, es esa otra idea que subestima el 'ponerse lindo'. Ya sea que nos vistamos horrible o sofisticadamente, la preparación siempre viene bien. Nos bombardean con ofertas y giladas de cosmética que si bien consumidas compulsivamente pueden crear dependencias y obsesiones, ¿por qué no hacer uso de ellas si nos hacen sentir bien un rato?, ¿por qué criticar a la rellenita que clavó un mini short o a la lunga que se zarpa en brillos y transparencias si a ella la hace feliz?. Para mi está claro. No es tanto la ropa lo que se critica sino la actitud, porque yeguones sobran pero son pocas las que se despojan de sus represiones y se ponen eso que tantas ganas tienen de vestir. Y con esto no me refiero a prendas hot. De hecho, cualquier galería vende mini shorts, polleritas y demás prendas que, cual uniformes, el ejército de yeguas luce creyéndose original. Las vidrieras son imposiciones y los looks están tan bien pensados y nosotros tan manipulados que no me sorprendería ser hombre y erectarme con un maniquí. La verdadera actitud, al menos para mi, es escandalizar un poco las vidrieras y combinar incluso esas mismas ropitas de otra forma o con ropa 'de todos los días' y salir con la misma actitud a toda hora. Aparentemente, a la noche la líbido recibe una credencial para batir cualquiera que hace que varias jovencitas terminen gritando orgásmicamente para detener un taxi o por el cambio de color del semáforo. Eso, no es actitud.
Hubo una época en la que ninguna propuesta nocturna de salida me convencía y con mis amigas hacíamos una previa de make up y ropa hot sin salir a ningún lado. Nos conformábamos con tomar tragos baratos home-made y boludear en casa vestidas como diosas para después quedarla o salir a dar vueltas en auto cantando canciones bizarras y volver a dormir.

'Dos días en la vida nunca vienen nada mal' y cinco minutos más de espera que luego se retrucan con un vestuario super estiloso nunca han matado a nadie.




sábado, 12 de octubre de 2013

"¡No te juntes con los piojosos!"

Así como 'Ala' dice que para ser niño hay que mancharse, yo pienso que la pediculosis infantil es la prueba fehaciente del paso por la primaria.
No importaba cuánto 'Mujercitas ' o 'Coquetería' se pusieran, el olor a vinagre 'Fischer'  envolvía a las piojosas de tal forma que les perforaba el aura y las acompañaba a donde fueran. Por desgracia, ese no fue mi caso. Digo desgracia y no suerte porque en casa pediculosis era mala palabra y el vinagre o los productos para combatir los piojos hubieran sido una mejor elección. Mi mamá renegaba tanto de mis piojos que se enojaba conmigo por tenerlos y de castigo me ponía alcohol etílico. El pelo, por supuesto, me quedaba hecho una paja por días y me hacía sentir horrible y, para colmo de males, tenía que cuidarme de no acercarme demasiado a las pocas amiguitas que tenía en el curso para que no me contagiaran y así evitarle disgustos a mamá.
Quienes afirman que los niños son crueles claramente nunca fueron a una reunión de madres. Mi mamá las odiaba y yo mucho más. Las cenas post-reunión suponían un listado de cosas que tenía que corregir o evitar. Si bien yo me portaba bien y mamá se agrandaba con los halagos que por mi recibía, en las reuniones paraba la oreja para detectar quienes eran las nenas de las que yo tenía que alejarme para que no me corrompieran. O al menos eso parecía.
Los intentos de las seños por señalar con criterio y sutileza los defectos de algunas niñas claramente fallaban o las madres eran tan básicas y prejuiciosas que los resumían en tres: putitas, burras o sucias-piojosas.
En mi curso había de todo un poco y yo, para variar, me juntaba con nenas de algunas o todas esas horrorosas clasificaciones.
La opinión de las madres tenía un peso tan grande en nosotras que sobre el discurso materno se promulgaban leyes de convivencia en el salón. Yo, en ese sentido, fui una transgresora: me juntaba con las más sucias y piojosas y me dejaba influenciar por las putitas que me incentivaban a acortar el jumper.
Mi entonces gran amiga Romina, distinguida por su uniforme siempre sucio y desarreglado y cortina de liendres en lugar de flequillo, era uno de los ejemplares que todas las madres querían evitar y que mi mamá terminó aceptando en casa. Romina era súper divertida y juntas la pasábamos genial. Venía a casa todos los fines de semana y lejos de acomplejarnos por sus piojos y los míos, algo más escondidos y atontados por el alcohol, hacíamos torneos de piojos sobre toallas blancas. El juego consistía en bañarnos y sobre una mesa con toallones blancos pasarnos el peine fino hasta recolectar la mayor cantidad de piojos y liendres posible durante un tiempo determinado. Mas allá de quien ganara, la mejor parte era el final: reventarlos uno por uno. Nos gustaba tanto el chasquido de la explosión que cuando terminábamos ese juego y mi mamá no nos veía, le sacábamos las pulgas a mis perros. En esos días sí que la pasábamos bomba.
Por supuesto que Romina y yo no éramos las únicas piojosas del curso sino que la mayoría lo era, sólo que se esforzaban en disimularlo. Los piojos, la desprolijidad y la falta de higiene parecían ir de la mano pero había ciertas salvedades que te eximían de ser una 'romina'.
Teníamos una compañerita que era tan piojosa que podíamos ver el recorrido de las liendres por sus trencitas desde el pupitre de atrás, pero estaba lejos de volverse una de las nenas con las que no tenías que juntarte. A diferencia de Romina, María era de una familia religiosa de padres casados que con ejemplares empleos mantenían una hermosa casa en el centro de la ciudad. Mi gran amiga, en cambio, vivía casi en la periferia y mamá escondía la cartera bajo el asiento cada vez que entrábamos a su barrio. Su casa era bastante más humilde que la de casi todas las nenas del curso y vivía sólo con su mamá que se esforzaba por pagarle la cuota aún estando becada.  
Mientras la pequeña María tenía piojos por tener muchos hermanitos, Romina era una piojosa que se contagiaba constantemente por los villeros de su barrio y su mamá, seguramente por ser soltera, no le dedicaba tiempo a combatírselos. Claro que nadie veía ni hubiera admitido el grado de violencia en este tipo de suposiciones pero en la escuela eran moneda corriente.
El plantel docente y en especial las catequistas sí lo notaban, pero sus propuestas de integración eran aún más siniestras Se predicaba el compañerismo tan ligera y livianamente que bastaba con jugar un recreo con alguna 'romina' para ganar la aprobación de las seños que nos premiaban con semáforos verdes, cual cachorro estimulado con huesitos.
La conclusión puede sonar algo trillada pero lo cierto y lamentable es que esos discursos que se instauran en el salón y se estimulan en casa tienden a seguir gobernando nuestra percepción a lo largo de nuestra adultez.
Hace unos días, en el TEDxRosario se presentó como orador un gran sujeto que, vestido como linyera se escabulló entre los asistentes hasta subir al escenario para contar su emocionante historia de vida. Pachi Tamer, el sujeto en cuestión, nos demostró que el prejuicio sigue primando y que esos mismos diesciocho minutos que dedicamos a escucharlo son tan válidos para él como para cualquier otro 'pachi' que esté dando vueltas por nuestras plazas y quizás nunca llegue a un escenario para obligarnos a prestarle atención.

Es cierto que ser padre o madre nos cambia la perspectiva y que, en ocasiones, el temor que infunden y de la cual viven los medios puede hacernos caer en el frecuente 'no hables con extraños' o las típicas agarradas bruscas de cartera cuando vemos gente 'sospechosa'. Del mismo modo, es comprensible que en una sociedad regida por lo visual las primeras impresiones no sólo sean inevitables sino necesarias para construir nuestra idea sobre el otro. Todos vivimos del prejuicio y es sano reconocerlo y poder reírnos de ello pero sí creo imperioso destacar que el acto de conocer al otro debe ser un proceso y que la primera impresión nunca debería ser la definitiva.

¡Gracias Pachi!





* Para más sobre Pachi Tamer:

Y la magnífica web que le creó a su hija: