domingo, 7 de diciembre de 2014

Incomodidades pre y post coito

Toda mujer que planea una cita atiende a los detalles de cada sentido y parte del cuerpo: el perfume en su exacta medida, la tela de la ropa interior, el rimmel -push up de la mirada-, el color en las uñas que guiará las caricias, la suavidad de la piel y la ausencia de distracciones en el recorrido total de las piernas, todo apunta a la armonía. Como una orquesta que confía en sus músicos para la eufonía, como una receta que abraza el equilibrio de sus ingredientes, en las citas, sean primeras o segundas, se cuida que pormenores no pasen a mayores. La vagina, por menor o mayor que sea, es la reina de los detalles, el último en revelarse si todo sale como planeado -y no planea como salado. Las precavidas jamás la olvidan y se ingenian las mejores técnicas para quitarse el apósito a tiempo. Ellas, que  apuestan por la sequedad en la tela y  humedad en la entrepierna, nunca olvidan llevarlo puesto pero saben lo embarazoso que puede resultar al tacto masculino por lo que sacan sensuales bailecitos de la galera o comienzan fellatios cronometrados que distraen por completo y permiten la extracción del incómodo protector sin testigos desencantados. ¿ A dónde van a parar los apósitos que no llegan a quitarse en el baño? ¿Tiene un protector diario la capacidad de bloquear la líbido del hombre ultra sensible que se shockea con la palabra flujo o menstruación?
Hace tiempo conocí a un chico que vive solo y  tiene un tacho de basura en su baño. La pregunta surgió al instante, ¿ para qué tiene un hombre un tacho en el baño? Él, con total convicción me dijo que era por 'las chicas'. La segunda pregunta también surgió instantáneamente, ¿revisará la basura cuando la saca? ¿es la curiosidad, en este caso, una suerte de morbo?
Ayer a la noche encontré un forro cargado a metros de la entrada a mi departamento y recordé que días atrás había visto un protector diario usado arrojado por la misma zona, mismo perímetro. Pensé, entonces, ¿serán ambos desechos de la misma pareja? ¿Qué estrategia habrá usado ella para quitarse la toallita? ¿Dónde la habrá conservado hasta abandonar la casa de su compañero sexual? ¿Por qué produce tanto rechazo la palabra 'toallita'?



jueves, 13 de noviembre de 2014

De runner humillada a atleta consagrada (o viceversa )

Yo soy extremista, en casi todo lo que hago. Odio admitirlo pero es cierto, tengo etapas para todo. Tuve una etapa de vegana nivel Peta, de hip hopera de departamento, de cinéfila nivel encierro y la más interesante: de justiciera. De esta última pocos se enteraron -fue poco después de que nos robaran y encerraran con mamá en el baño de casa- porque temía que me denunciaran. Durante al menos un mes salí con un tramontina en el bolsillo a todos lados (incluso a Jorgito el potro, que estaba al lado de casa) y miraba a todos con desconfianza. Gracias a Buda nunca siquiera amagué a usarlo.
Dos semanas atrás regresé a mi intermitente etapa de atleta, esta vez con partner: Matías. Matt, como se hace llamar, me cruzó una vez en Scalabrini y después de burlarse de la marcha noventosa en mis auriculares y lo horrible que corría, me enseñó a trotar de verdad.  Esa tarde comprobé que el pibe era más que un buen recomendador de películas y peculiar standapero por lo que formalizamos como running couple. Gracias a él ahora resisto mucho más sin perder pulmones en el camino. Nos cebamos rápidamente y bastaron dos salidas para redoblar la apuesta: para la próxima vez corriríamos desde el Gigante hasta el Indepencia.
Como toda exagerada, comí proteínas como para todo un mes y unas pastillas de ginseng, té rojo y otros yuyos que ingeridas después de las siete son un ticket de ida al insomnio.
‘Te espero en Génova y Avellaneda’, me escribió y para sacarme la duda le pregunté si el 153 que pasa por Pellegrini me dejaba. ‘Sí, el que va para el lado de Corrientes’, agregó. Qué boludo, pensé. Era obvio que tenía que tomar el que va y no el que vuelve, por Pellegrini.
Salí media hora antes para llegar puntual porque Matías tiene la maldita costumbre de salir sin celular por lo que si no lo encontraba al llegar no era desorbitado temer lo peor -o mejor, es un pibe de gustos raros-.
Tal como le había prometido, me había vestido como para correr por Oroño: calza corta Adidas para sentir que ‘imposible is nothing’, chaleco con bolsillo para los indispensables (llave, plata, teléfono y tarjeta de bondi) porque el corpiño tiene sus límites y las zapas chetas para running, tan cómodas como horribles. Es increíble como cierto calzado permite saborear la ilusión de una espalda recta y rótulas alineadas y balanceadas por unas horas.
El sol rajaba el pavimento y derretía el colectivo. Mi bozo sudaba como en el peor de los eneros y le hablaba a todos de mi fuerza de voluntad y pasión por las pistas. Mi expresión era la de un atleta consagrado en gigantografía de Nike. Era la única runner del 153; el resto, unos tristes mortales.
Sin desatender mi fantasía, noté que seguíamos por Pellegrini y que ya habíamos pasado Avellaneda, hacía rato. Entrábamos súbitamente a un barrio que desconocía, de calles sin nombre y jaurías -por alguna razón- enojadas con nuestra llegada. El contingente de pasajeros se había reducido a seis personas: cinco claramente locales y una runner extranjera que ya no publicitaba para Nike y, en cambio, chequeaba el saldo de su teléfono.
El colectivo detuvo su marcha y refunfuñó como perro agitado en señal de cansancio. Mi arritmia nerviosa ya era un hecho.
Me paré y exagerando un protagónico de huérfana al mejor estilo Cris Morena intenté conmover al chofer con mi desventura (los tatuajes poco ayudan cuando se intenta enternecer).
‘Tu amigo te mandó para cualquier lado’, me dijo prendiéndose un cigarro con una sonrisa que invitaba al diálogo. Me aliviaba saber que no estaría sola en pleno Bronx al bajar del bondi. ‘Si querés quedate sentada acá, yo me tomo algo y en veinte vuelvo a salir’, me sugirió. Supuse que habría notado la contracción de mis glúteos -claramente nerviosa- y acepté con falsa despreocupación: ‘Bueno, dale. Todo bien igual, eh’.
¿Tanto semáforo y hostal boliviano de mala muerte para asustarme por un barrio de pinta fulera? No era tanto el prejuicio del lugar sino mi look runner, cheta y regalada como pocas veces, lo que más me comprometía. Recordé la charla Ted sobre expresión corporal y me acomodé descomprimiendo glúteos y hombros, con un pie contra el respaldo de otro asiento y la frente en alto, tan gangster como mi imaginación lo aprobaba. De afuera debí haberme visto como un caniche gruñón ladrando desde un auto, como un típico macho beta que grita ‘soltame que lo mato’ cuando nadie lo detiene, pero bastó para aliviar mi inseguridad.
A los veinte minutos clavados, el chofer volvió a subir. Yo salí del papel de negra del Bronx y volví a mi realidad de runner humillada. Para ese entonces eran pasadas las siete y el hijo de puta de Matt ni un mensaje me había mandado. Me bajé cerca del Independencia y corrí sola. Pensar las puteadas para Matías me motivó muchísimo y  batí mi propio record de seis vueltas sin parar. Me volví a casa victoriosa, con la remera empapada y las piernas de hierro. Matt ya me chupaba un huevo, había vuelto a la publicidad de Nike.




martes, 4 de noviembre de 2014

A las putas, Dios no nos habla.


Madre Cabrini, como toda escuela católica, ofrecía a sus alumnas una misa semanal en su capilla con un previo o miércoles detox en los que nos invitaban a pasar factura de nuestras travesuras con un señor de blanco que, a través de una ventanita de madera agujereada a lo mosquitero, nos perdonaba todo. Las chicas decían que los agujeritos servían para que el tipo no nos fichara pero yo nunca entendí por qué nos hubiera juzgado si era tan bueno como todos decían. Para mí, los agujeros eran para que el pobre tipo no se contagiara de nuestros pecados, era una suerte de protección; un profiláctico espiritual.
En mi curso, durante unos años, fuimos veinticuatro. Casi que podría enumerar los apellidos y nombres de cada una en el orden alfabético de la lista. De las veinticuatro, yo era la número trece (dejo a mano este dato por si más adelante quieren sacar conclusiones) y la única con baja señal para hablar con Dios.
Los cuadernillos que armaban las catequistas, además de arcas de noé para colorear y morbosos lyrics que repetíamos por inercia, tenían actividades re difíciles que incluían, entre otras, charlas con Dios o alguno de allá del cielo. Por lo general, esta tarea se hacía en casa; no es fácil concentrarse en clase ni es justo para el pobre Dios tener que estar en línea con veinticuatro chicas a la vez.
Si bien mi ñoñez me obligaba a participar siempre en clase -actitud que ofendía a las celosas y aliviaba a las irresponsables-, mi mano se escondía cuando la catequista pedía testimonios de nuestros diálogos con diosito. Nunca entendí bien por qué todas querían participar pero me servían para disimular mi silencio. Y no es que yo no hiciera mi tarea, es que por más duro que trataba, a mí Dios no me hablaba. La seño decía que sabríamos cuando Él nos estuviera hablando porque lo sentiríamos en el cuerpo, seguramente cerca del órgano cardíaco. A lo mejor mi cuerpo me hacía trampa o el exceso de Touched by Angel -la serie religiosa de la Warner-  me estaba afectando pero lo cierto es que pensar fuerte me daba mucho hambre o el diablo se burlaba de mí invadiendome con imágenes de cosas obscenas que de haberse enterado, Dios se hubiera enojado muchísimo.
Yo que quería ser monja y rezaba en todos los recreos largos -porque hasta tercer grado no tuve amiguitas- no podía estar más preocupada por los inodoros, penes y malas palabras proyectándose dentro mío cada vez que me concentraba tratando de llamar a Dios. ¿Por qué a mis compañeras les hablaba y a mí no? ¿Por qué concentrarme para invocarlo implicaba revivir la escena del día en que abrí apurada la puerta del baño y ví el pene de papá?
Por mucho tiempo pensé que Dios me hacía revivirla a modo de amenaza y que por haber visto un pene a tan temprana edad sufriría el castigo de no poder hablarle. Sabía que si la seño me hacía compartir mi testimonio no podía inventar una historia porque habría estado mintiendo pero, a su vez, contar la verdad me hubiera condenado de por vida y quizás me hubieran apedreado como a María Magdalena, la puta de la Biblia (en un sueño recuerdo haber idealizado el vestuario para el día de mi condena).

De todos modos, escuchar los testimonios de mis compañeras me hizo dar cuenta de un par de cosas. Primero que todo, que Dios usaba la misma grabación para todas -o que la mayoría necesitaba oír lo mismo-  porque a cada una de ellas les repetía que se portaran bien, que Él las amaba y que las cuidaba en todo momento. Lo segundo que descubrí se desencadena de lo anterior: si es cierto que fui de las últimas en hacerse una paja sin culpa, entonces mis compañeras son unas morbosas. Si tanto les recalcó que Él las cuidaba todo el tiempo, de seguro se pajearon muchísimas veces con Dios en línea. Me pregunto que castigo les habrá tocado a ellas.





miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sumisión en la peatonal

Me equivoqué de bondi, otra vez. Cada vez que me pasa siento que es el 112 mostrándome sus celos -y cada vez que lo pienso me siento una boluda. Me bajo apenas me doy cuenta y, sin planearlo, me encuentro otra vez caminando por la odiada peatonal, la pasarela por la que desfila toda la gente que vos no querés ver. Empiezo a caminar cada vez más rápido, elijo las canciones que quiero escuchar hoy -día nublado post lluvia y limpieza- y al ritmo de Rancid camino imaginando que lidero una patota de punkrockers dispuestos a romper vidrieras y, otra vez, quiero jugar a que soy el tipo del video Bittersweet Simphony. Me corro para el lado que más gente pasa y me propongo mirar a quien venga caminando frente a mí con tal fuerza que logre hacerlo correr, la meta es que sea el otro quien se corra y yo pase victoriosa. Empiezo con una señora que viene retando a su -quizás- hija, no me importa, no me dejo conmover, nos acercamos cada vez más hasta que un hombrazo más tarde nos chocamos. Ella me mira y parece saber todo, enseguida me disculpo, con cara de cachorra arrepentida, y culpa. Ahora además de frustrada me siento forra, justo vengo a jugar al ‘correte vos’ con una señora que va ocupada con su hija -que seguro es un demonio que la hace renegar- pensando en cosas seguramente más importantes que las mías. En eso, siento que la patota de punkrockers me deja, que se va con una líder menos sumisa que no se deja conmover por una señora que seguramente se preocupa por mantener ocupada a su hija para poder ir a la manicura y seducir a su jefe para ascender en la oficina. Vuelvo a jugar, ahora con un grupo de chicos carilindos. Imagino, prejuiciosamente, que hablan del finde y de las fotos del boliche y de la ph forra que los escrachó en una foto horrorosa. Es una presa ideal, el desafío es muy grande y están cada vez más cerca. Me miro fuerte con unos de ellos con mi mejor cara de orto y cuando nos estamos por chocar, se corre; gané. Ahora suena NOFX y al ritmo de Don’t call me white pateo saboreando mi victoria. A la distancia diviso un grupo de púberes conflictivos: nuevo reto. Al acercarnos unos metros detecto un grado de descaro en ellos con el que no creo poder lidiar. Seguro son los que hacen bullying en el curso, lo sé. Veo el asco con  que miran a la gente pasar y la fuerza e intensidad de sus miradas me hace sentir Eminem en medio de raperos negros de la vieja escuela, Ale Sergi en Valentín Alsina un Miércoles de madrugada, Iggy Azalea en una riña de gallos de negras. Aborto la misión, esta vez con una serie de argumentos a mi favor: que conocer las limitaciones de una misma no es ser cagona sino inteligente y que -en todo caso- es preferible salir herido en defensa de otro o por una causa real, que valga la bajada de comedor. Toda la cuadra siguiente pienso en empezar un arte marcial pero termino resignándome, pienso que -de hacerlo- estaría atrayendo situaciones violentas a mi vida.

Ahora escucho Libertines, ‘Don’t look back into the sun’, de repente pienso en lo feliz que soy, incluso en mi sumisión. Juego a no pisar los bordes de las baldosas.


lunes, 1 de septiembre de 2014

La niña tímida y los adultos-reflectores

 A veces pienso que los padres mandan  a sus hijos a aprender diferentes actividades para luego exponerlos en alguna reunión familiar o, lo que es peor, de mujeres que venden Tupperware, Essen o Mary Kay. De hecho, he llegado a pensar que la venta por catálogo y las -en su momento- populares limpiezas de cutis que organizaba la revendedora en su casa eran una trampa siniestra para traumar niños. La hija o hijo de la revendedora por lo general padecía estas juntadas por lo que, en ocasiones, ha llegado a inventar  enfermedades o huir con algún amigo invisible a otra parte, a otro mundo.
Nunca faltaba en estas mesas un triángulo maldito de mujeres compuesto por alguna de risa estrafalaria -que generaba una mezcla de pánico y vergüenza ajena, o ambas- alguna otra que no opinaba sobre nada sino que resaltaba la opinión ajena y , las más temida de todas: la humilladora. Por supuesto que el triángulo maldito actuaba con total permiso de la madre quien, cuando se trataba de festejar a la nena, experimentaba un significativo agrandamiento de busto, una manifestación física del orgullo materno producto de la concepción de la criatura como una prolongación de su propio ser. Algo similar, o quizás el equivalente, a lo que algunos hombres sienten en su miembro cuando su preciado vehículo es venerado.
Los niños más afectados eran aquellos que para llegar al baño tenían que atravesar el living o comedor donde se llevaban a cabo dichas reuniones. No me sorprendería enterarme de que alguno meara en la abandonada pelela o, en casos extremos, se hiciera encima con tal de esquivar la incomodidad.
La escena solía comenzar con algún diálogo de esta naturaleza:
- Vení, mi amor, mostrale a las ‘chicas’ lo que aprendiste en danza
- Pero mami, hace dos clases empecé.
- Ay dale, no seas tímida, mostrales la palomita esa que me hiciste el otro día.
- Es un arabesque pero no me sale.
- Bueno dale, algo que te salga
- No mami, basta, sé hacer un demi plié, nomás.
- Hacelo, dale a ver. Miren, mirenla que divina cómo le sale.
Las ‘chicas’ amigas festejaban cualquier cosa con tal de acotar una apreciación  generando un paréntesis en el tiempo -y luego en la vida de la niña- saturado de exageraciones que lejos de motivar, promovían ideas suicidas. 
- No, no te puedo creer, es divina. Mirá cómo  pone el bracito
- Ay esta chica nació para esto, aparte es delgadita así cualquiera. ¿Te imaginás nosotras ahora haciendo un 'semi pliegue' o eso que hace? (no importa cuán sencillo fuese el nombre del paso, el adulto adulador siempre lo decía mal)
- Ja ja, ¡qué plato! Y qué dulce ella, es la próxima bailarina del Colón, la próxima, ¿cómo se llama la nena esta que baila tan lindo?
- ¡La Paloma!
- Ay, si. La Paloma, ¡qué rica chica!
El diálogo podía volverse eterno por lo que era conveniente no acotar más que un suspiro para no alimentar el fuego. Cabe aclarar, además, que la escena sucedía y se prolongaba en presencia y en la cara de la niña que, por larguísimos minutos, veía en primer plano -y cual reflectores- dentaduras, arrugas, entrecejos y cejas agrandarse sin control para acentuar un presunto asombro.
Las niñas que disfrutaban de la adulación de los adultos reflectores son, en su gran mayoría, las que en su adolescencia temprana asistieron a cual casting existiera y soñaban con ser reina de Colectividades o alguna de esas fiestas de las que los Cualca tan bien se burlan.
El resto, por el contrario, formó parte de los grupos de niños problemáticos de cada curso y en camino a su adultez desarrolló un fuerte interés por todo aquello que, en su momento, no fue socialmente aceptado: piercings, tatuajes, drogas, destrucción esporádica de vajillas varias y, en los peores casos, autoflagelo.




domingo, 31 de agosto de 2014

Pencils gonna hate

Un día, cansada de su trazo se pasó a la tinta. Los lápices se juntaron a sacarse punta y, cual reunión en peluquería de humanos, hablaron pestes de ella toda la tarde. ‘Es una careta, seguro que ahora duerme en cartuchera cara’. Los lápices, ahora unidos por un odio y enemigo común, tramaron un plan siniestro contra las biromes y se jactaban cada vez más de habitar lugares recónditos como cajones olvidados u orejas de carpinteros. ‘Dejala, seguro ahora se junta con las sharpies y sale a escritorios de diseñadores’, gruñían entre sí.
Ella, que apenas empezaba a testear un nuevo trazo, temía tanto que manchaba sus garabatos, no lograba controlar sus líneas. Otras veces, directamente, se paralizaba.
‘Carpetario es una porquería, yo me quiero mudar a Nuevas Hojas, ahí tengo plumas amigas que no se comen el viaje ni te tildan de ‘parker’ si querés cambiar’, se repetía una y otra vez.
Los  nuevos escritorios la asustaban muchísimo. El abandono de sus amigos la obligó a empezar de cero y se encontró, de pronto, garabateando con fibrones. Sí, con los más cabeza de todos, esos de los que su madre le rogaba cuidarse. Fueron tan buenos con ella que, de a poco, fue desmintiendo todos sus prejuicios hasta juntarse, incluso, con los resaltadores flúo, los más delirantes de todos. ‘A la gilada ni cabida, nosotros los pasamos por encima’, exclamaban los flúo en medio de carcajadas que, de tan fuertes, machucaban sus puntas. Sus nuevos compañeros le brindaron todo el apoyo que sus ex-amigos lápices le negaron.
Con tiempo y dedicación, logró perfeccionar su trazo y comenzó a compartir cartucheras con resaltadores, fibrones, crayones y gomas- porque gomas nunca faltan. Convivía en perfecta armonía intercambiando trucos con sus colegas y complementándose con otros trazos amigos.
Una tarde, jugando con los flúo, notó que uno de ellos -aparentemente nuevo en la manada- se mantenía lejos de la hoja. Se acercó a conocerlo y notando su resistencia a quitarse el capuchón, lo amenazó con mancharlo en tinta. El tímido flúo, finalmente, se quitó el capuchón dejándola totalmente shockeada. Era él, uno de los lápices que tanto la había difamado por haberse vuelto birome. ‘Perdón, te bardée por envidioso, por cómo te decidiste a probar la tinta. Yo siempre quise ser flúo’. Ella, conmovida, entendió que le hablaba desde lo más profundo de su mina, ahora refill, y le agradeció la disculpa.


Desde entonces, hacen de las suyas en todos los escritorios: motivan a los jóvenes lápices a probar nuevas tintas y frenan a los fibrones inconformistas que bardean a todos: a los no-fibrones por no ser como ellos  y a los que quieren serlo, por querer ser como ellos. En cada hoja que encuentran cerca de los lapicitos escriben un mensaje que escandaliza a las castas de lápices y portaminas más conservadoras: ‘Escribí en la tinta que quieras, que mientras las ganas sean genuinas, no hay fibrón cabeza que pueda tacharte’.


miércoles, 20 de agosto de 2014

Bye-bye Wonder

De las casi ninguna bici que tuve, la Wonder fue la que mejor me quedaba. Azul con un 'wonder' en rojo, a lo mujer maravilla, como lo que queda de mi bolsito Vespa. Asiento incómodo, pintura algo gastada, ruedas intactas, cambios duros pero aún obedientes. La vi con un cartelito de 'se vende' en la puerta de una zapatería: '900 pe', presumía; arreglamos por 700. Éramos la una para la otra, o eso me gustaba creer.
Una tarde fui al departamento de mi única amiga colorada y la dupla Wonder & Moli se acabó. Ella me esperaba atada a un cartel de parquímetro sin saber que más tarde un atrevido le cortaría su collar plateado y la llevaría lejos de mí y mis besitos de 'esperame acá'. Pobrecita, la imagino resistiéndose y me lleno de impotencia. Yo sé que luchaste por quedarte y como dice el Ricky: aún yo te recuerdo.
La sorpresa vino primero, la incertidumbre después, por último el dolor. Stefanía bajó a despedirme y un beso y portazo más tarde, me acerqué al cartel y quedé paralizada.
Qué boluda, otra vez me olvido de dónde dejo la ...No, no pará. Yo la dejé acá. No te puedo creer,  me robaron. ¿Y ahora? En la vereda de enfrente había una obra, los obreros me miraban, por la vereda circulaba gente apurada, todos sonreían, algunos caminaban wasapeando, quizás organizando una pedaleada vespertina. En ese momento todos tenían bicis y eran felices, todos menos yo, la robada.
De inmediato saqué el celular del bolso, fingí buscar un número mientras calculaba mi próximo movimiento. Mirar y no mirar el celular es mi standby más efectivo, el margen donde pienso, decido, tomo carrera; funciona siempre.
¿Qué se hace cuando te roban así, a tus espaldas? Porque claro, de haberla tenido puesta -andando- hubiese, cuanto menos, gritado. Pero ahora nadie sabe de mi desgracia y si bien tengo el celular en mano y no paro de comerme la uña del anular -la más curtida-, mis ojos están en el cartel, revisando la escena del crimen sin encontrar una puta evidencia.
¿Llamo a alguien? ¿Lo tuiteo? La policía acá no aplica, ¿no? No, casi nunca lo hace. ¿Le cuento a mamá? Es la hora de la siesta. Pero bueno esto es un robo, amerita una interrupción. Primero camino y salgo de acá, que seguro ya todos me están viendo la cara de robada. Ya sé, voy al kiosko, tengo que cargar la tarjeta del bondi. Mierda, me robaron. Sigo cayendo, ya empiezo a sufrir.
Le mandé un mensaje a Stefanía para contarle y, como era de suponer, me llamó. 'Ay manita no sé que decirte, me siento re mal'. Su vocecita de muñeca ahora cargaba una culpa absurda. 'Vos no me la robaste boluda, todo bien, te contaba nomás'. Igual la entiendo, yo también me hubiera sentido mal, en nombre de su barrio que no es barrio. En el centro no se habla de barrios sino de zonas. Su zona la hacía quedar mal, de ahí la culpa, supongo.
Caminé a la parada de mi querido 112. Demoró más que nunca, supuse que era su forma de celarme. Cuando por fin llegó -obviamente sin asiento libre- me subí y agarré fuerte de su baranda, caño, como mejor suene. Apretaba con fuerza, me atreví a imaginar que lo masturbaba y por mi cabeza pasaron Franco, Juan, Hernán y todos los chicos lindos y desconocidos que el 112 me prestaba por unas cuadras. La fantasía duró poco, mi represora interna remarcó lo bizarro de la escena '¿posta pajeás un bondi?'. Asiento libre, al fin; me senté, chau masturbación y catequistas enojadas.
Sentada junto a la ventana, encendí la super ocho mental de relaciones y reflexiones: 'wonder' significa maravillarse, preguntarse, asombro; 'one hit wonder' es un hit que la pega un día y luego desaparece. Si, puede tener que ver. Soy tan buena relacionando y buscando casualidades que de a ratos la Tana Ferro me cachetea y me doy asco. Jodorowsky y la boluda de Conny Mendez dicen que el robo no existe, que si lo roban no fue tuyo o fue un préstamo. Me prestaron las preguntas, el asombro, la duda, pero ahora ya está. Adiós a todo eso, supongo que llegó o está por llegar la acción.
Ahora que tipeo y sigo pensando, enumero todas las cosas buenas que pasaron después del 'robo'. No sé si el wondering terminó, pero el 'win some lose some' aplica a la perfección. A veces soy tan optimista que me doy miedo.








lunes, 14 de julio de 2014

Reseñas de diálogos eternos, Parte I (el eterno soliloquio)


Te miro hablar, ya no te escucho. Tus palabras atolondradas entorpecen el camino, se empujan, arman un pogo, hacen slam, se golpean fuerte entre sí. Te sigo mirando, me detengo un rato en tus ojos. Pienso en contar las pestañas, en calcular la curvatura de tus cejas. Estaciono después en tu boca, la imagino maquillada, con un bigote surrealista, con más y menos grietas en los labios. Me pregunto qué guardan tus grietas, por qué están ahí y cuántos besos bastarían para borrarlas. La imagino al revés y veo tu mentón como la frente de una pequeña y extraña criatura; me río. Ahora estás convencida de que mi risa fue una aprobación, de que pienso igual que vos acerca de vaya saber uno qué cosa. Y seguís hablando. De a poco y con esfuerzo, mi cámara lenta te sigue mirando y esboza, sin permiso, un paisaje a tu alrededor. Son montañas, de a ratos rusas. Suben y bajan bruscamente, tus ojos y tus manos acompañan, siguen el frenesí. Mozart pinta la música de la escena, cada vez más dramática, cada más Requiem. Pronostico un portazo o un grito o una carcajada; no sé qué nos trajo hasta el estribillo, cómo saldremos, ni qué estarás diciendo. Me cuelgo en tu bufanda, no puedo irme de allí. Me parece la más hermosa que he visto en mucho tiempo, no entiendo cómo no la note antes. Quisiera preguntarte por ella pero no me animo a volver. Ya no recuerdo por qué estoy a tu lado ni qué desgracia propició esta charla devenida soliloquio. Veo en tu bufanda una catarata furiosa por la que deseo te sumerjas hasta desaparecer. Lo imagino con tanta fuerza que por un instante lo creo posible y cierro los ojos, tentando a la magia, invitándola a sorpredenderme. Vuelvo a abrirlos y seguís ahí, sólo que ahora furiosa -como la catarata que no fue . Un apagón desdibuja el paisaje, me sacude y entonces me dibujás un estrado, me acercás un micrófono. Estoy por mentirte, otra vez.



jueves, 3 de julio de 2014

Infortunios de probador (sobre la adulación de las vendedoras y los encuentros de mierda)

Todas disfrutamos ir de compras, incluso las anti-sistema, las que sólo compran en ferias, las under y las que se jactan de la misma remera que las obliga a esconder sus placeres prohibidos.
Fue entonces que liberando por completo mi cromosoma consumista me convencí, con admirable facilidad, de que ya era hora, de que merecía una remerita nueva. Hice, de todos modos, lo que toda culpógena pelotuda hace para justificar un gasto innecesario: revisar la parte pobre del placard y señalar las prendas más abatidas para convencer a un otro presente, o a una misma, de que no se trata de un capricho sino de una  necesidad. Con la misma seriedad y dramatismo con el que reclamaríamos un subsidio del estado.
Como es habitual, me caminé todo el centro; de San Luis a San Lorenzo, incluyendo los lugares caros. Esos lugares donde sabés que no vas a llevar nada -más que, con suerte, el saludo de la vendedora- pero igual disfrutás jugar con la susceptibilidad de las comerciantes fingiendo estar por comprar algo carísimo cuando no te alcanza ni para el tacho a casa.
Fui a mi local de siempre. Uno que tranquilamente pasa por local de San Luis pero está en  una galería chetita. Las vendedoras de Suitcat, al igual que las de la galería Cassini, sueltan halagos que de tan exacerbados pecan de sarcásticos. Me probé una blusa que claramente no era mi talla pero me exigí encajarme. En tanto que luchaba por desprendérmela sin que ningún 'crack' de la costura que me condenara, percibí una voz por de más de conocida. Era él, el que alguna vez había sido 'el chico lindo de facebook', ahora muy bien acompañado por una minita cuya cintura, más sinuosa que la de una guitarra, intimidaba a toda la peatonal.
- ¡Mirá vos! Este gil anda con la reina de la crema....¡¿Y ésta que se hace la A.Y Not Dead se viste en mi local mersa?!. La curiosidad me acorralaba y el rincón extremadamente reducido que mal llaman probador no me dejaba mover y sufría el golpe constante de mis brazadas. Espiaba desde un agujerito que había improvisado estirando la cortina y asomando un dedo. Era tan obvio que hasta la boluda de la vendedora 
seguro lo habría notado. Y pareció corroborarlo cuando por desgracia intervino:
- ¿Y Negri? ¿Cómo quedó esa blusita fucsia? ¿Puedo abrir?
Le acepté el negri, dejé pasar la data de mi prenda pero ¿la intromisión?
- No, no pará. Todavía me estoy cambiando.
- Bueno, pero ¿te quedó bien? Porque encontré un 'l' que capaz te entra mejor.
Por fortuna soy oscurita -rara vez me ruborizo- y las cortinas seguían cerradas. Con la poca dignidad que me quedaba le agradecí y expliqué que no quería nada, siempre desde adentro.
La forra pasaba perchas cual inspectora, igual que yo. Lo que me hizo pensar que seguramente sentía mi mismo dolor de bicep capitalista, tal como apodé una tarde luego de revisar al menos cien percheros.
Él, el que estaba bueno pero nunca me había dado bola ni supo que había sido mi chongo imaginario, parado a su lado. Faldero como jamás lo hubiera imaginado. Firme, mostrándose atento e interesado y asintiendo a sus preferencias. En mi cabeza resonaban las voces viriles de mi familia, mi cuñado, sobre todo, mi papá más cercano: 'Es puto, si mira tanto la ropa es puto'. Pero no, no era puto. Está bueno y anda con la cream queen, como una prompt queen pero con años de caravana encima.
Esperé hasta que por fin se fueron, con las manos vacías, para salir de la jaula.
- Dejá, yo la doblo. Me dijo la halagadora. Y mientras me acomodaba la pila de abrigos que vestía insistió:
-Ah, por las dudas, este modelito que miró la chica recién es parecido al que te probaste por si lo querés medir. Tengo tu talle.
La miré con el mismo odio que miraba a los carnívoros cuando hacían chistes anti vegetarianos y le contesté:
- No, nada que ver. No somos, emm, digo, no son parecidos.
Me fui cargando un enojo tan patético que de haber habido puerta le hubiera dado un portazo.



martes, 1 de julio de 2014

Teacher pero eterna recursante


Junio me regaló la más valiosa de las oportunidades : la de trabajar con niños, o niña en mi caso. Se llama Morena y tiene apenas seis años. Nos conocimos con la excusa de una sesión de fotos pero afianzamos una amistad cuando llegaron las clases de inglés y pasé a ser su teacher. Tenía prueba de inglés y su mamá quería que la ayudara a repasar colores, números hasta el cinco y algunos adjetivos. Hasta entonces mis alumnitos más chicos habían sido de diez años por lo que Morena representaba un desafío, no sólo por su edad sino también su personalidad. Ella tiene el grandioso don de pasar de un musical de Violetta a una conferencia en la que, cual miembro de la Rae, conceptualiza términos que ni yo tengo aún definidos. La semana pasada, por ejemplo, me dijo que 'la adolescencia es cuando tenés infancia pero podés tener novio porque estás en la secundaria'. Yo sigo dudando si alguna vez fui adolescente, esta nena me hace replantear demasiadas cosas. Ahora bien, la verdadera dificultad a la hora de enseñarle era la escritura, ¿cómo le explico a una nena que recién aprendió a escribir su nombre que las palabras en inglés se escriben de una forma y se dicen de otra? Por suerte no es la ortografía ni el deletreo lo que primero atienden las teachers sino la asociación, lo que happy significa, por más 'p' que falte o 'y' devenida 'i'. Siguiendo esta idea, empezamos por dibujar el clima para terminar pintando animales de diferentes colores, según un número asignado. Ella lo entendió de inmediato y desde entonces me pide ese ejercicio porque dice que así aprende más. Naturalmente, lo que mayor creatividad me demandaba y sigue demandando, es llamar su atención. Mantenerla en la clase sin por eso cortar su imaginación o aburrirla. Una vez le corregí cómo había deletreado 'green' y mirándome con absoluta seguridad me dijo: 'Ya sé Moli, pasa que lo escribí como lo escribimos en mi pueblo'. Me contó que ella en verdad es de Morenalandia y que allí se escribe 'gri'. Por supuesto que me interesé en su pueblo y sus palabras y le prometí que luego de enseñarle cómo se habla en este otro lugar, en el que sólo hay inglés, podríamos ir al suyo. Seguimos repasando otros colores pero cada cinco minutos miraba un reloj y me avisaba que en Morenalandia ya estaba oscureciendo, y que si nos tardábamos mucho tendríamos que ir dando saltos porque después de cierta hora aparecían hormigas y bichos que nos obligarían a saltar. Le dije que no tenía problemas en saltar mientras repasáramos un poco más. Eventualmente terminé a los saltos. Cruzamos toda la cocina en una pata hasta llegar a su habitación: Morenalandia. 'Acá escuchamos Violetta', me dijo mientras ponía el cd en su equipo de música. Me las hacía escuchar y tanteaba mi reacción anticipando lo que se vendría. Yo también fui nena y sé lo necesario que es sentirse en confianza con alguien más grande para compartir un mismo código. Fue así que empecé a bailar libremente sin mirarla, invitándola a seguirme. De a poquito el tarareo tímido desde el borde de su cama fue creciendo y desinhibiéndose hasta volverse una coreografía con canto incluído. Cantaba a los gritos paseándose por todo su pueblo, destellaba alegría. Intuyo que hubo instantes en los que olvidó que yo estaba ahí, a su lado. Yo no me sabía las letras por lo que me perdonó el playback pero me costaba seguirle el paso. La miraba y si me detenía me retaba, me apuraba. Se movía de a ratos frenéticamente y actuaba cada verso, interpretando las palabras y exagerando gestos hasta reírse de ella misma si tropezaba o no le salían las piruetas en la cama. Supe entonces que era muy poco lo que podía enseñarle. Ella ya sabía interpretar las palabras, y lo hacía tan bien porque mientras jugaba estaba en su mayor esplendor, porque cada verso además de cantado era sentido. Yo tardaba en pensar las caras, los gestos y me estancaba en una mímica barata y predecible. Ella  lo veía pero aún así me alentaba.  La que tiene que seguir aprendiendo soy yo.


jueves, 5 de junio de 2014

El amor en tiempos de alergia

Estaba otra vez a punto de cagarla. Ibamos en bici, él pedaleaba y yo iba en el caño, totalmente incómoda pero increíblemente feliz. En momentos como ese que se exceden en ternura decido salir de mi, elevarme o distanciarme unos metros del cuadro y sacar una foto que luego archivo en mi registro de instantes mágicos, para luego recordarlos con alegría o con llanto si sé que no podré repetirlos.
Esa semana había sido una de las más húmedas de Rosario, no es que chequeara ni llevara registro del pronóstico sino que mi lumbalgia me avisa con leves o agudas puntadas el porcentaje de humedad del día. Esa tarde era del ochenta o noventa por ciento, y si bien él se molestaba en esquivar los pozos, a veces arriesgándonos a que nos pisara un auto, yo mantenía mis invisibles abdominales duros para que los adoquines coloniales de la manzana del teatro El Circulo no me dejaran sin espalda ni culo.
Como estaba fresquito los dos ibamos algo encurvados, como para apaciguar el viento y él, por la cercanía, me hablaba al oído. Yo le respondía siempre mirando al frente, sabía que un mínimo giro me encontraría ya en su mejilla y no daba. En verdad si daba, pero no quería facilitarle tanto el trabajo. Al menos en ese momento.
Doblamos en una cuadra minada en plátanos. Intenté advertírselo pero venía tan entusiasmado contándome algo que no quise interrumpir con una boludez. Ya estábamos ahí, en la manzana de la alergia. Llámenle sugestión o como sea pero enseguida empecé a sentir todos los sintomas: el lagrimeo, los mocos flojos, la picazón y todos las ganas de estornudar del mundo.

Es curioso cómo se forma el estornudo desde lo más profundo de nuestras entrañas y comienza a subir hasta el cableado que una vez supuse que tenemos en la nariz. Mi cara ya comenzaba a desfigurarse. Por suerte yo seguía firme mirando al frente o, mejor dicho, con el rostro hacia adelante. Mi ojos ya estaban cerrados, mi boca comenzaba a abrirse en ese gesto horrible e incontrolable y el cosquilleo era tan fuerte que no pude siquiera intentar reprimirlo. Él seguía hablándome como si nada, como si el estornudo del siglo a milímetros de su cara y en su bici no estuviese por suceder. Pero si sucedió, y no fue un tierno 'achís!', porque nunca me salió hacerlo así. Fue, en cambio, un grandioso: 'AAAA CHÁAAA!' lo que despedí y que nos despidió de la bicisenda, de la bici y del momento romántico para mi archivo. Como sabía que no podría detenerlo, por respeto decidí hacerlo hacia un costado, el opuesto a su rostro, claro. Sólo que no controlé la fuerza para desviarlo y usé todo mi cuerpo para darle dirección. Fue así que terminamos cayendo cómica y patéticamente hacia el cordón desde donde me dijo : '¿Posta estornudás así?.


lunes, 2 de junio de 2014

Acá tenés la flor de loto

Ahora que pegó esta cuestión del misticismo y todos hablan de las vibras y la energía como quien habla del clima, el resto, la resaca de esa gente en la que me incluyo, por rechazo al mundo de hadas de Cris Morena nos alejamos cada vez más. No es que  me haya vuelto escéptica, cada tanto me clavo un librito de autoayuda medio encubierto que hable de ley de atracción y esas cosas pero me jode que se haya banalizado tanto. Igualmente uno elige con quien juntarse y puede alejarse de las personas en ese mambo si resulta molesto, el problema es cuando esas personas son las de tu entorno y no da para cortarte.
Fui mucho tiempo a un psicólogo transpersonal, de esos con los que hacés terapia como con cualquier analista pero le agrega unas jipeadas: meditación, musicoterapia, flores de bach y otras yerbas. Me encantaba, porque no era sólo descargarme y salir a la calle y volver a enloquecer; me iba en otra frecuencia. Ivan era y es lo más, porque si bien es un tipo súper instruído que me hacía esas preguntas que te desencajan y  hacen re-pensar todo, yo podía tratarlo tranquilamente de 'boludo' y putear a gusto y piacere.
Ivan vive de dar cursos, seminarios y otros talleres de cosas jipi (percusion, yoga, rebirthing, reiki) pero no se come el papel de Sidharta urbano como muchos otros falsos gurus que curran por amor a la guita. Me lo demostró varias veces que necesité verlo y no tenía un peso para pagarle: 'No importa, después arreglamos eso, si vos necesitás venir, te venís y punto; el dinero es secundario', dijo y me conquistó.
Tipos como él hay muy pocos y los que abundan son los wannabe y falsos profetas. Más ahora que está de moda ser vegano no sólo por los animales sino también por salud pero clavarte un cartón por finde. Rarísima esa visión, no comen azúcar blanca pero los otros polvitos están más que permitidos. Y es ahí, cuando los cruzo a los nuevos místicos que se me infla un poquito la vena. Porque suele tratarse de chabones y minitas que viven escupiendo veneno para todos lados pero de pronto pareciera que ven la luz y se les agranda el índice y no paran de apuntar y juzgarte. No quiero sonar a Stamateas -que me parece un gil perseguido de la vida- pero es súper peligroso, si uno no es bicho, el cinismo que algunos cargan que puede manipularte e incluso cambiar los hechos en tu cabeza para hacerte sentir un moco bien verde, esos que te salen cuando ya estás enfermísimo, al horno. Te acorralan con acusaciones e insultos enmascarados hasta llegar a donde saben que uno puede erupcionar y cuando eso sucede, te dicen: 'Ves, ves el odio que tenés dentro' o 'Ay pero ¡¿por qué te ponés así?!. De ahí a volverte la mísmísima Violencia Rivas hay un centímetro pero el vampiro te quiere hundir así que te empuja ese centímetro que te falta para llegar a la locura.
Las frases hechas y fragmentitos baratos de libro de Osho salen de la boca del otro cual poeta recitando: 'tu ego no te deja ver', 'lo que te molesta de  mí es un reflejo de vos misma'. Y vos por dentro decís 'con quién carajo te estás juntando o a quién corno le robaste un libro de Osho'. La ira es inevitable pero siempre te juega en contra así que tenés que fruncir un rato el orto y bajar un cambio, por el bien de la discusión, por supuesto. Sin embargo, fruncir hasta los dedos del pie a veces no basta: 'estás rodeada de mala energía y estás vibrando en una frecuencia re fea, hablamos cuando se te pase', típico remate de vampiro que te quiere hacer explotar. Si alguien supera un final así, que me pase la receta. Por el momento mi respuesta a esta gente sigue siendo la misma: agarrame bien la flor de loto!


jueves, 29 de mayo de 2014

Mi miedo a volverme una conchuda

No quiero que me pase pero a veces siento que ya me está pasando. No sé si debiera relacionarlo con el acercamiento a los treinta porque honestamente no me genera miedo ni nada semejante y hasta tomo con humor que los cordobeses de atención al cliente de Movistar me sigan llamado 'señora Luna'.
Lo cierto es que últimamente estoy teniendo ese pensamiento de mierda muy similiar al 'yo a tu edad' que le quita valor a los dichos y actos de los otros si estos otros están por debajo de los veinti y quieren cambiar el mundo. Como si de pronto todo intento revolucionario me pareciera tierno porque en el fondo pienso que jamás será real.
Es más que obvio que mi pérdida de moral tiene mucho que ver en esto, Mi boicotera interna me dice 'claro, ahora que dejaste de ser veggie por un tiempo ya no creés en nada y boicoteás las ilusiones y convicciones ajenas, ¡qué predecible!'. Yo también quería salvar a las ballenas y de chiquita me deprimía bocha la extinción de muchas especies y fue entonces que empecé a torturarme con videos de peta.org sobre la matanza de animales diciéndole adiós al bife de chorizo y hola a los sermones pro-carne de mi familia. Ellos aseguraban que sin carne ni me arrimaba a los treinta.
Pero seamos sinceros, yo también creo muy adentro mío que soy una transgresora por no comer en Mc Donalds sin embargo, por más anti-imperialista que pretenda ser me dejo tentar fácil por los cafecitos de oro y de mierda de Starbucks. Si eso no es hipocresía, ¿qué es?. Es como criticar a la gilada y juntarte con ellos o, lo que es aún peor, enamorarte de un gil.
Ahora pareciera que cagarte en tus viejas convicciones y rendirte ante el consumismo tiene su lado a cool y no puedo evitar culpar a los hipsters de ello que, a mi parecer, lo tienen como premisa: 'Así que es cool odiar Mc Donalds? Entonces nosotros los vamos a amar'.
El  si no puedes contra ellos únete reclutó tantos followers que ahora estamos totalmente descreídos, inmoralizados diría Bunny.
Me acuerdo años atrás cuando milité para Anima Naturalis y con un ejército de hermosos soñadores liderado por el bombón de Gastón Pauls protestamos contra la peletería con unos valientes que se quedaron en bolas en pleno Obelisco - y en pleno invierno- y vuelvo a mirarme ahora y me pregunto: ¿qué carajo me pasó?.
Por eso retomo la idea, mi miedo a los 30 no es a no haber hecho lo que otros esperaban que hicieras ni a las patas de gallo que ya tengo sino a llegar hecha una cerda capitalista que sufre porque no llega para el 42  pulgadas que sus amigas ya tienen. Eso si que me da miedo.



martes, 27 de mayo de 2014

Juan Carlos, la nena!

El regreso a casa fue drástico pero por sobre todas las cosas inesperado. Si, nos habíamos peleado feo con insultos y división imparcial de bienes y perra. Yo huí rescatada por mormones y él se quedó en la habitación que habíamos alquilado con la Mumi, nuestra hija canina.
A la espera de un giro de dinero, la familia de Fernando y sobre todo Fernando mismo, me cuidó hasta que finalmente me mudé al hostal donde encontraría a la Negra, Laura, la uruguaya que conocí en Perú. La negra también me adoptó y cuidó todos esos días del orto post-ruptura en los que una no para llorar, comer, lamentarse, maldecir y mirar facebook compulsivamente . Me fue bastante bien, conocer gente y estar rodeada casi todo el tiempo te inhibe bastante las lágrimas. Eso si, llegás a la almohada y una vez escondida bajo el cubrecama no hay dique que te frene la catarata de llanto salado.
Con el paso de los días, también pasó la bronca, el resentimiento y todo ese gusto amargo que deja una ruptura que parecía cada vez más encaminarse a un arreglo. Había mucho por hablar pero al menos las ganas de llegar a un acuerdo de a poco asomaban, por mas retraso que oponía el orgullo.
Mi madre poco y nada sabía de todo esto. Poco sobre mi necesidad de dinero y nada sobre mi relación. Preocupar a una madre a la distancia es peor que joder a tu novio con un embarazo. Mucho peor.
Ella solo quería que yo regresara a mi casa, cerca suyo y siguiera con mi vida antes de irme con ese pelado aventurero que seguro me enseñaba cosas de jipi o embustero. O al menos eso creía ella.
'Tu mamá está como loca, te aviso, hace días que no podemos hablar de vos porque se pone a llorar'. Mis familiares no exageraban en lo más mínimo. Bastó con abrir facebook una mañana más tarde para ver el mensaje trágico que lo corroboraría: 'te compré un pasaje. ya tenes todo reservado. te volvés el 21 en avión. besitos'. Mi cara se desfiguró peor que la de Carlín Calvo en su peor momento, pobre muchacho. La insulté muy suavemente para no herirla (nunca se le desea un mal muy fuerte a la madre, por las dudas) y de inmediato salí en busca del pelado. Tenía que encontrarlo urgente, el pasaje era para dos días mas tarde. El tic tac del reloj había empezado la cuenta regresiva y la acidez volvía a alterarme los jugos gástricos; salí cagando.
Agarré una de las bicis gratis de esas que hay en Quito y pasé por todos los semáforos donde él solía trabajar. No  aparecía por ningún lado. Devolví la bici y me fui a un cyber; al fin lo encontré conectado. 'Boludo, te quiero ver. Me voy, mi vieja me sacó un pasaje, me re cagó'. Él no entendía nada ni demostraba ni un tercio de la desesperación que yo cargaba. Me hablaba frustrado, casi desinteresado; yo estaba devastada. Para él, yo lo estaba dejando. No importaba la intervención de mi vieja ni nada, el hecho era que yo me iba y eso le molestaba muchísimo. No podía culparlo.
Volví en el trole de las siete de la tarde, el más lleno de todos, toda aplastada y con la cara arrugada de tanto llorar. Había tanta gente que no podía moverme y me bajé dos paradas más tardes  porque no llegaba a la puerta. Cuando bajé llovía. Todo era una mierda, y todavía faltaba llegar al hostal, contarle a la negra lo patética que había sido y la hazaña mala leche de mi vieja.
Pasado todo eso, le dejé escrito en facebook que al día siguiente, mi último día en Quito, iba a estar  a las cinco en la plaza de El ejido tratando de dar en adopción al perrito de los mormones. 'Si te pinta, venite, te quiero ver antes de irme.'
A las seis y viendo que no venía. me conecté desde un cyber para ver qué había pasado. En el camino al cyber el perrito que de tan bebé entraba justo en mi campera, comenzaba a despedir algo calentito. El cachorro me había cagado por completo, toda la remera que tenía debajo y una parte de mi bombacha; pero poco me importó. Me conecté cinco minutos para descubrir que no había visto mi mensaje. Para hacer chistes, el destino se estaba zarpando.
Volví triste y cagada a la plaza para por suerte dar con el padre del perrito, un colombiano que al pasarme por al lado y ver el cachorro se enamoró a primera vista. Se lo ofrecí rogándole que se hiciera cargo y dejándole mi mail, facebook y tres dólares para la leche. Lo vi tan feliz con el bebé en brazos que me quedé super aliviada. Regresé nuevamente en el puto trole de las siete, esta vez pude bajar a tiempo.
Esa noche con la negra comimos un pescado riquísimo y hablamos horas de nuestras desgracias amorosas y lejos de hundirme, me hizo muy bien. Escuchar historias ajenas y tomar distancia de las tuyas te hace ver las cosas de otro modo. La negra había pasado cosas duras en serio. Lo mío era una peleíta más, sólo que implicaba un distanciamiento físico que pesaba y dolía. Nos abrazamos fuerte y me fui a dormir, yo tenía que levantarme a las cinco para irme al aeropuerto.
El check-in fue la escena más desgarradora de todas o al menos está  en el top tres de peores momentos del viaje. El puesto dos se lo llevó el despegue del avión. Escribí un poema tan triste en el vuelo que jamás lo voy a publicar y lloré todo el tiempo contra la ventana para que nadie viera lo patética y triste que me sentía. Si, pude haber rechazado el pasaje y elegir quedarme pero las madres nos pesan y también entendía su dolor. 'Como mucho puedo volver', fue con el verso que elegí consolarme
"Tanto estudio al pedo, decime una cosa: ¿qué pensás hacer de tu vida? ¿por qué elegís vivir así como los crotos? Dejate de joder con eso de andar viajando así". Ya van tres o cuatro veces que intento explicarle que yo no planeo viajar 'de hippie' por el resto de mi vida y que incluso eligiendo eso ella no debería interferir ni tomar decisiones por mi. Pero no termina de entenderlo , y mucho menos mi padrastro: "La piba empezó a ser así después de que se escribió todo el cuerpo, Cristina, vos no te das cuenta?". Estoy convencida de que ambos se metían ficha mutuamente. De que él seguramente le habría reprochado dejarme ser y hacer lo que quisiera y que ella lo lamentaría y se sentiría culpable.
Mi mamá siempre creyó que sería como mis otras compañeritas de la escuela, como Mara quizás, que ya se casó y tiene un trabajo 'bien', o como la Colo, que tiene muchos trabajos y se viste siempre tan lindo. Pero no, le salió una Moli que ya dejó cinco carreras por la mitad y que aún sigue pensando qué otras cosas estudiar y qué otro número de semáforo armar para su próximo viaje.
De chiquita cuando algún peligro rondaba o cuando mi padrastro reaccionaba feo frente a otra gente como para iniciar una pelea -era y es un tipo calentón- mi mamá lo frenaba diciéndole ' Juan Carlos, la nena!', como recordándole que yo estaba ahí y que tenía que cuidarme.  Y si bien ahora estoy acá y por ser padres sienten que deben seguir cuidándome, mi meta es que le diga:  'Juan Carlos, soltemos la nena!.






lunes, 19 de mayo de 2014

El rescate mormón

Se fue todo al carajo. ¿Viste cuando no tenés Internet y te ponés a hablar de cosas que no dan y llenás el tender con trapitos al sol? Bueno, algo parecido nos pasó a nosotros. No lo hagan en casa.
Fueron tardes interminables de orgullo, silencio y caras de culo. La discusión sacó lo peor de nosotros aunque también nuestros mejores dotes actorales, debo decir. De a ratos él hacía de víctima y yo de zorra e íbamos invirtiendo los roles cuando veíamos que lo que decíamos no tenía sentido o no convenía ser comentado. Por momentos, la cosa parecía un partido de ping pong, nos tirábamos raquetazos de nombres -fantasmas- del pasado; un desfile patético de muertos vivientes.
Casi a mitad del partido,  la escena me superó y al grito de '¡Dame plata que me voy!' agarré mi valija y sin dudarlo ni pensarlo saludé a la perra con un beso de despedida tan fuerte que casi le trago el hocico.
'No, no te doy nada', me dijo él. Genial, sin lugar ni plata. Pero en  momentos así uno no mide esos detalles sino los  portazos que planea dar. Como es de suceder en mi historial de portazos  mal ejecutados, luego de azotar la puerta recordé que mi campera bordo en la pieza: tuve que volver a entrar; el abrigo valía la humillación.
Nos gritamos unas puteadas de despedida mientras salía hasta que llegando a la vereda le cayó la ficha y bajó las escaleras detrás mío: 'Pará boluda, llevate plata, tomá'. Pero ya era muy tarde, mi orgullo y yo habiamos pactado no recibir ni un beso de despedida de él:  '¡Metétela en el orto!'
Con cara de arrepentido, dio media vuelta y volvió a la casa, su casa a partir de ese instante. La pobre Mumi no entendía nada, lo siguió corriendo como si fuese a darle de comer, yo quería raptarla, pero no daba.
Esta nueva escena era para un tema de Diego Torres o peor, Arjona. Con una mano tenía la maleta y con la otra hacía dedo. Pasaron varios autos hasta que una camioneta frenó. 'Usted no es taxi, no? Porque mire que no tengo plata'. Mi capital no superaba los trece centavos, mi locura todo límite. 'A dónde le llevo?' me dijo el muchacho. Le dije que iba al centro y como quien quiere toda la cosa, le conté que estaba sin lugar. De inmediato me ofreció alojamiento y de inmediato acepté. Dijo que me llevaría a lo de su madre, que odiaba pasar las noches solita, pero que antes tendría que acompañarlo a una clase de su universidad. 'No hay problema'. Le pregunté a qué facultad iba: 'es religiosa', me dijo, 'de los santos de los últimos días, suelen llamarnos mormones'. El bizarrómetro comenzaba a temblar.
La facultad era tanto o más lujosa que su camioneta. Me presentó como amiga e invitada a la clase y todos me recibieron con un cálido 'bienvenida hermana'. Yo me sentía en un capítulo de South Park.
La clase comenzó al minuto, era en inglés. Estábamos sentados al medio, ni muy atrás ni muy adelante, como para no llamar la atención. Como si la ubicación en el salón disimulara mi cara hinchada de seducida y abandonada, con dos días sin baño encima.
El profesor saludó a la clase, eligió a una chica de pésimo inglés para la oración del día y a otra para dirigir el tema que cantaríamos a continuación. Si, los mormones también cantan en la universidad: 'Called to serve' fue el hitazo de apertura. Una canción que sonaba a melodía de pianito de juguete pero con unas lyrics muy fuertes, muy brainwashing.¿Era una señal? De a ratos pensaba que si, que mi momento había llegado, que me convertiría en mormón post-ruptura. Por suerte, recordé todo lo que me había burlado de una ex novia de mi hermano convertida en testigo de jehová luego de que él la dejara- y rápidamente dejé de delirar.
En la clase se enseñaban técnicas para encarar gente en la calle y convencerlos de que Dios re existe. 'Esto es re Herbalife', pensaba todo el tiempo. La religión mormona era el producto y los no creyentes los clientes. Se hicieron roleplays y todo. Yo no salía del shock.
En la segunda parte y también segunda hora, vimos videos y leímos versículos de la biblia remarcando los atributos que debía tener un  buen misionero. Para esta actividad, se formaron grupos de los cuales un integrante  debía pasar al frente a exponer lo discutido. No sólo no me excluyeron del ejercicio sino que los hermanos me eligieron, casi obligaron,  a ser la vocera. Me sentía en deuda con Marco, mi rescatista, y por ende con toda la religión mormona por lo que acepté casi con gusto. Quedaron chochos. El inglés general de la clase era tan malo que de pronto yo parecía nativa. La clase ya me quería. 'Vuelva hermana, siempre es bienvenida', casi me hacen prometer que  volvería pero zafé riéndome y cambiando de tema.
Marco me llevó de su madre, una dulzura de ochenta y pico y gran lucidez que me esperaba con una sopa calentitajunto a su otro hijo, Fernando, el 'tortuga'. Fernando más que tortuga era la oveja oscurita de la familia, el católico terco que nunca cedió. Les agradecí mucho y retuve las lagrimas hasta mi cama en el cuarto de huésped. Ahí, lloré hasta que me dolieron las encías y me dormí. Llorar así, a lo catarata tiene su lado bueno: al otro día, excepto por las ojeras, estás casi nuevita
A eso de las ocho me llamaron a desayunar: café, pancitos y un plato de arroz, con carne. La mamita agradeció por la comida en nombre todos y empezaron a comer. Aflojé la mandíbula, respiré y en muestra de gratitud, me comí el plato entero. El rechazo es súper mal visto, no podía hacerme la vegeta culo roto. La culpa, por otro lado, era tal que por cada bocado mi mente me recordaba diálogos con veganos, sus rostros, sus reproches. todo. A la hora, la culpa había hecho efecto en mi estómago: un garco revolucionario, seguramente auspiciado por todos los veganos que invoqué por culpógena
Esa misma tarde,  Fernando me llevó a su taller en Carapungo donde dijo que me armaría unos ula-ulas para poder trabajar. Fernando era tan bueno conmigo que me asustaba, no se frecuentan tipos solidarios que te ayudan sin querer empomarte. Pasé en total dos noches y tres días con él y su mamá, me trataron como una reina, jipi y sucia pero reina al fin.
Al tercer día finalmente recibí la preocupación de mi mamá en billetes, un giro salvador que restauró mi lado zen. Volví a respirar. Me mudé a un hostal con Laura, una uruguaya divina que conocí en Perú. Estoy súper contenida y entretenida y ganas de llorar me vienen muy cada tanto, cuando me acuerdo. Por el momento, seguimos peleando cada vez que nos vemos conectados. En estos días lo tendría que borrar, o él a mí, pero siempre encuentro un pero que me frena. Nuestra inestabilidad emocional es zarpada pero Irene tiene razón, 'seguro en el fondo quisieran besarse'. Qué mierda las relaciones. Qué nutritivo es viajar.

(homework para la próxima clase)




martes, 13 de mayo de 2014

Calienta que caliente

Estoy horrible. Y no, no es para que me digan 'na sonsa, estás re linda'. Yo sé cuando estoy linda. Me veo al espejo y veo una piba dejada que de pronto usa sweaters sueltos y se hace rodetes con el pelo todo encualquierado porque total 'somos viajeros' y 'está todo bien'. Es que hay gente tipo, no sé, Ashley Olsen, Celeste Cid que llevan re bien el look 'estoy en cualquiera' y hasta a veces les sienta mejor que cuando se re producen. Bueno, yo no soy de esas. Demasiado que en este viaje  dejé el corrector de ojeras y con suerte -y electricidad- me plancho el pelo (obvio que viajo con la planchita).
Me vuelvo a ver al espejo y criticando alguna gilada escucho un 'estás hermosa'. Guau, zarpado el amor, pienso. Suerte que venimos cogiendo lindo y me quiere posta. Digo esto porque a mi cada tanto me pasa que si me siento fea y al mirarme no me doy, me cuesta coger. Ponele que finalmente accedo -entrego- pero el pobre me tiene que laburar más; y apagar la luz. Esos son los momentos que decidí apodar CFK: 'Cayó Frígida Kahlo'. La similitud con las iniciales de la presi son pura coincidencia, posta.
En ese sentido los hombres la tienen mucho más fácil, o más complicada, según por donde se mire. A  una mina es más fácil customizarla, hacer que esté buena. Un tipo, en cambio, es lindo o no, no hay mucho por hacer. Si, bueno, el peinado y la ropa siempre suman puntos. Pero hay más chances de que sea un chabón quien se asuste más al ver con quién se despierta al lado por la mañana. La mina también, es cierto, pero del terrible pedo que se agarró y la pelotudez que terminó haciendo pero no de una mutación o gran cambio físico del loco. Si el loco estaba bueno, lo sigue estando y sino, ok, caridad.
De todos modos hay una cuestión que no termino de entender y es eso de ponernos lindos para salir. Si lo más probable (en mi caso al menos) es que nos volvamos a la media hora del antro-bar-fiesta y terminemos viendo una peli en la cama -con suerte cogiendo-, ¿para qué todo el viaje de ponernos lindos?. O, mejor dicho, ¿por qué hacerlo para salir y no para quedarnos en casa gustándonos?
Yo creo que es obvio. Y es que en el fondo, bien al fondo cruzando la calle de los celos nos cabe que nuestra pareja caliente. Esto se ve más claramente en los chabones que en vez de salir con chicas, sacan a pasear trofeos. Dudo que haya momento más glorioso y falogratificante que la agarradita de cintura, u orto, cuando todos los buitres están al acecho con el '¿estás solita?' en la punta de la lengua (tristemente muchos siguen encarando así). Aún sabiendo que gran parte de esos buitres suelte un 'qué carajo le vio ese minón a ese pelotudo' más que un 'qué ganador, mirá la minita que pegó!'. El pito se les agranda en ambos casos.
Calentar a otro hace que tu chic@ te mire con más ganas. Pero créase o no, hay sujetos que no están de acuerdo :
- Todo bien pero la verdad que tu novio te debe coger como una bestia o algo tiene porque con esa cara de salame no entiendo que hace con vos.
- Por mí, mejor. Así nadie me lo mira.
Increíblemente este diálogo fue real y lo triste es que ella resultó ser una mujer preciosa en todos los sentidos pensables y él un gil que encima de fiero la cagó varias veces.
Ni la fealdad es garantía de fidelidad ni la 'potrez' es siempre signo de calentura. Hace tiempo vi una peli de un chabón que se calentaba filmando a su mina con otros tipos. Mierda que hay fetiches raros en el mundo!
Mi novio está preocupado por su pelada y visibles entradas y cada tanto se queja en voz alta a la espera de mi aceptación. Por supuesto que lo banco,y no sólo eso, me alegro que haya algo que lo haga verse un poco feo para las demás. Yo no termino de cruzar la calle de los celos. O si, con esfuerzo la cruzo; pero prefiero quedarme de este lado que cerca del psico de la peli.


viernes, 2 de mayo de 2014

Bus a la boliviana, cistitis asegurada

Si creías que ir de compras a Once o a La salada era lo peor que podía pasarte es porque nunca fuiste a una terminal de colectivos en Bolivia. Los empleados se manejan bajo el mandato 'vendo luego existo' y poco les importa si deben mentir piadosa o alevosamente para conseguirlo.
Las terminales son como hinchadas o plateas de un espectáculo. No hay un segundo de silencio y cada empresa tiene su propio vendedor ambulante al grito de 'La Paz, La Paz, La paz' o 'Sucre-Sucre-Sucre', según el destino que ofrezca y en el tonito que considera más molesto.
La peor parte es la entrada. Si tenés cara o valija de turista, el grito va a tu cara y si los ignorás, alguno te tomará del brazo o intentará ayudarte con el equipaje con tal de que le compres. Sin dudas, lo más stalker que vi en mi vida en un lugar público.
El primer bus que tomamos, de Yacuiba  a Santa Cruz, me sirvió para saber qué recaudos tomar en los próximos viajes. 'Primera y última vez que viajo nueve horas en un bus sin baño', me dije. Con lo problemático que es mi sistema urinario, que me castiga con ardores si no orino o tomo agua cada tres horas, no estaba para andar forzando el cuerito porque sí.
El segundo viaje fue hasta Sucre, donde nos esperaba quien luego se convertiría en la protagonista del viaje: la Mumi, nuestra perra viajera. Más precisamente en Yotala, un pueblito más chico que Timbúes, Freddy, un artesano amigo del pelado, estaba cuidando de la cachorra y su hermanita.
Estaba vez estaba decidida a viajar cómoda por lo que le pedí al pela que nos aseguráramos de viajar en un bus con baño. 'Yo me encargo', me dijo. Y como muchos sabrán, el pibe suele ser algo drástico en sus métodos:
- 'Escuche papacho, ¿el bus tiene baño? Porque le explico, estoy con una cagadera terrible. Vio cuando la caca le sale bien líquida?', le dijo el hijo de puta mientras con las manos resaltaba la idea de líquido, como gestualizando la lluvia.
Ni el vendedor, ni las cholitas ni el resto de los compradores ahí presentes pudieron contener la risa y fue en cuestión de segundos que todo el ala oeste de la terminal supo que un hombre con diarrea se dirigía a Sucre. Poco me importó. Nos aseguraron que el bus tendría baño y con eso ya estaba feliz.
Con alivio y los pasajes en mano, compré una botella de agua y tomé hasta asegurarme un meíto previo al viaje. Pagué un boliviano por el uso del baño o debería decir, de la canilla y el jabón porque de pis no hubo noticias. En menos de media hora y con la presión de desagotar antes de subir, mi máquina de meo no llegó a expulsar una gota. 'Ya fue, hago en el bondi'.
Luego de alguna que otra demora y con algún que otro empujón de por medio, nos subimos y encaramos una misión que, no entiendo por qué, altera con tanta facilidad a los pasajeros: buscar el número de asiento. Estábamos en el diecialgo, lo encontramos rápido. Acomodé el bolso de mano para usar de almohadón y antes de sentarme miré hacia atrás para localizar el baño: Mana‑n  kan‑chu! Así se dice 'no hay' en quechua. El tan solicitado baño para la falsa diarrea de mi novio brillaba por su ausencia. 
El sobresalto y las ganas de mear me invadieron al mismo tiempo. 'No boludo, me muero', le dije desesperada con la vejiga casi en la mano. 'Ya fue, andá y pedile al chofer que pare en un rato, que te cagás encima. Yo una vez amenacé con cagar todo el bondi y me frenaron' fue el alentador consejo del pelado. Fui hasta la 'cabina' y le pregunté al chofer cuándo pararía, a lo que me respondió, en quien sabe que idioma, que si, que más tarde que me fuera a sentar y que, paf! me cerró la puerta. 'Yasta, me meo encima posta'.
El colectivo arrancó y como era de esperar, no esquivó un puto pozo. El cuerito se me estallaba. Volví a mirar para atrás y esta vez noté que todos los asientos del fondo estaban vacíos. Agarré la mochila del pelado y gracias a Buddha me encontré con que el cacharrito que usábamos de olla estaba amarrado al bolso. ¡Bingo!. 'Boludo, vámonos atrás. Tenemos el cacharro, vos tapame que yo meo ahí!'. Sin hacer mucho espamento, nos llevamos las cosas al fondo y esperamos a que el bus finalmente tomara una calle lisita para poder embocar. Puse una bolsa tipo camiseta dentro de mi inodoro, como para que a nadie le molestara volver a cocinar y comer de allí y empecé a probar mi equilibrio.
Me senté en cuclillas arriba del último asiento del lazo izquierdo y aprovechando que no había nadie en el penúltimo, me sostuve del respaldar para mejorar la puntería. 'Guau boluda, alto meo!', exclamó el pelado, como contándole a todos sobre el amarillo acontecimiento. 
Mi pis casi llenaba el cacharro por lo que apenas podía cerrar la bolsa. 'Abrí rápido que la tiro por la ventana', y fue así que mi adn en estado líquido voló hasta probablemente  estallarse contra algún parabrisas. Nunca lo sabré. El alivio posterior  fue tan conmovedor que él no quiso quedarse atrás: 'Yo también voy a mear pero todo bien, yo asomo la chota por la ventana y ya'. ¡Qué hijos de puta que son los hombres! Pero qué forros son los bolivianos que no tienen baños en los buses a menos que viajes en coche cama -servicio casi inexistente y el triple de caro-. 
Yo no entiendo cómo es que hacen las cholitas pero les puedo asegurar que incluso en las paradas que hace el chofer, son pocas las que mean. La mayoría se la pasa peinándose las trenzas o lavándose los dientes. Benditas vejigas.
El viaje siguió de maravillas. Teníamos todos los asientos del fondo para nosotros solitos, incluso nuestro baño privado. El camino, por otro lado, fue horrible:  ripio, piedras, subidas empinadas, quizás aplastamiento de cadáveres, no estamos seguros ni nos importaba. Mientras la vejiga está vacía viajar es un placer.
A las doce horas llegamos a la terminal de Sucre en busca de la Mumi. No estábamos seguros de cómo íbamos a localizarla, pero si de algo teníamos certeza, es de que jamás volveríamos a viajar sin el tarrito salvador en el bolso de manos.