sábado, 13 de octubre de 2012

La rebelión de las maniquíes


Pobrecitas.
Había días en que apenas podían caminar. Tenían las articulaciones en las últimas y padecían tendinitis en las muñecas por sostener cosas  todo el día.
Eran totalmente ignoradas. Nadie notaba el dolor en sus miradas. La gente sólo veía lo que tenían puesto y seguían de largo. Como si nada.
Pero un día todo cambió.
Cansadas de tanto maltrato, acordaron en vengarse y hacer algo por ellas mismas.
Abusándose del poder que tenían para imponer lo que ellas quisieran como moda, resolvieron, por decisión unánime, burlarse de las mujeres con una propuesta de vestuario sui géneris. Exclusivamente ridícula.
Recordando viejas modas y acentuando el gran rechazo a la, por suerte, breve movida flogger,  optaron por hacer que las mujeres se jactaran de lucir el vestuario que tanto criticaron.
Para ello, propusieron extravagantes y ordinarias prendas en colores flúo. Bien chillones y berretas. Como para, de algún modo, desafiar el nivel de imbecilidad de todas, como para ver qué tan lejos podía llegar la falta de juicio en ellas.
El plan, no sólo funcionó sino que superó todas las expectativas. Las mujeres, como de costumbre, obedecieron y llegaron, incluso, a tratar de inferiores y distanciarse de aquellas que no cumplieran con las órdenes. ‘Ordenes’ que, de tan bien presentadas e impuestas, no significaban un sacrificio sino un placentero deber. Un must, como le gusta decir al Fashion World.
Meses más tarde y abusándose de la visible disminución visual en las mujeres- como producto de la creciente moda flúor-  decidieron, una noche, romper las vidrieras y huir. Ser libres. Andar en pelotas por las sierras sin pelotudas alrededor acosándolas para copiarles el look.
Para el momento en que las mujeres recuperaron la visión, ya era demasiado tarde.
 Las vidrieras estaban todas destrozadas. Las alarmas de los locales no paraban de sonar y de los  maniquíes nada se sabía.
La calle era un caos. Y las mujeres no salían del shock, temiendo perder sus referentes y, con ellas, el sentido de su look (y para algunas, de sus vidas).
A la semana siguiente, todas las galerías, boutiques, locales y shoppings del mundo se llevaron una gran sorpresa.
Todos, al mismo tiempo, recibieron postales de las maniquíes. Se las veía felices y libres, corriendo en pelotas por las montañas.
 Del otro lado de las postales, había un mensaje, el mismo en todas ellas:
 ‘Cópiennos ésta ahora, hijas nuestras, teletubbies en decandencia hipnotizadas por la industria de la moda. A ver si se animan a andar en pelotas ahora, descerebradas’

Las maniquíes sí que la tenían clara. 



(Continuará)