viernes, 31 de agosto de 2012

'Cambiá esa cara de orto y saludá a la abuela!'


Cuando era chiquita mi mamá pensaba que tenía algo en contra de mis abuelos o la tercera edad en general. Y, es que, había cuestiones  particulares en ellos que mi mamá ni mi familia nunca pudieron entender. Yo no tramaba nada contra la tercera edad, sólo odiaba saludar a mis abuelas y las abuelas en general (siempre nos enseñan a decirle a abuela a toda señora que se vea muy mayor) porque eran muy enérgicas en su saludo y porque realmente salía herida cada vez que lo hacía.
Primero que todo, de pequeña me caracterizaba una importante cara de orto a donde fuéramos, por lo que, mi madre, se anticipaba ante el saludo de los otros avisando ‘Tiene carita de culo pero es una santa!’. Si había algo que podía ponerme de peor humor era que dijera eso, no sólo por el mensaje en sí, sino, también, por la respuesta del otro que incluía una opinión acerca del origen de mi cara de orto, como si me conocieran.
Segundo, y casi principal, la gente grande no tenía la puntería necesaria como para inclinarse hacia abajo para saludar a una niña y aterrizar su piquito ansioso justo en la mejilla  y, es por eso que, en ciertas ocasiones, mis abuelas me daban picos o, si tenían los labios mojados, parecía que me transaban. Era un asco. Entiendo que para muchos pueda ser tierno darse picos con los padres y/o abuelos pero para mí no lo es. Lo siento.
Pero eso no era todo. Había algo más. No sólo comentaban sobre mi cara de culo y me transaban sino que, además, me pinchaban los cachetes con sus fuertes e inquebrantables vellos faciales. Porque claro, los adultos entienden por qué esto sucede y lo creen normal, pero para una niña introvertida de siete años, que las abuelas tengan barba que pinche me hacía suponer un posible cambio de sexo superada cierta edad o una especie de castigo celestial por llegar a tan viejo. Vaya uno a saber cuántas cosas habré conjeturado para explicarme este fenómeno que, encima de no tener explicación, era motivo  de sermón y regaño cada vez que se  lo preguntaba a algún mayor.
-‘No seas irrespetuosa no ves que es una señora mayor!
Y encima eso, llamaban falta de respeto a mi curiosidad sobre los bigotes de la abuela. Quién los entiende.
Desde entonces supe que sobre la gente mayor no había que hacerse demasiadas preguntas sino una era tomada por irrespetuosa. Por eso, cada vez que alguna característica de los abuelos llamaba mi atención y no tenía forma de explicármelo, como por ejemplo el hecho de que todas las abuelas tengan pelo corto y blanco, era, para mí, un requisito que Dios tenía para dejar entrar la gente al cielo (si, fui a escuela ultra religiosa).
A lo mejor, al ser todo blanco y limpito en el cielo, este tipo quería que todas suban con sus cabelleras haciendo juego. Andá a saber. De lo único que si estaba segura, era de que las monjas de mi escuela entraban si o si. A mi entender, eran tan fanes de la virgen que se vestían como ellas para que Dios las aceptara y estaba segura de que así sería.
Y si, no les voy a mentir, por un breve tiempo de mi inocente y manipulada niñez pensaba que a lo mejor tenía que volverme monja. Pero al salir de bañarme con el toallón envuelto en pelo a lo monja, me veía tan fea que pensé que los demás me tendrían miedo. Además, las monjas de mi escuela parecían tener una vida tan triste que, de a poco, la idea del llamado divino se fue desvaneciendo.
Por suerte crecí, me hice adolescente y las hormonas llegaron a mi rescate.
 Todo fenómeno aparentemente anormal tiene su explicación hormonal correspondiente. Me preguntó por qué nadie se atrevió a hablarme de hormonas cuando era pequeña, al menos para explicarme por qué mi abuela tenía una barba tan pinchuda. 



jueves, 30 de agosto de 2012

La peatonal Córdoba y su tendencia a acentuar mi mal humor


No veo la hora de llegar a casa. Bah, casa de mi novio. Pero en fin, ya resolví esa incomodidad de llamarle ‘casa’ sin un posesivo adelante. De hecho, él se siente casi halagado cuando digo ‘casa’ así que es  un golazo.
 Voy caminando tan rápido que ni pienso en jugar a no pisar los bordes de los mosaicos. Es más, me siento madura y superada por no estar haciéndolo, pero por dentro sé que apenas pueda caminar lento voy a volver a jugarlo. Pero eso no importa ahora. Sólo quiero llegar a casa y que el transcurso sea lo más rápido posible. Pero parece a propósito, cuanto menos uno quiere ver gente, aparecen los que encabezan la lista de ‘personas que odiaría cruzarme cuando voy caminando rápido y de mal humor por la calle’. Que no es gente que no bancas sino que todo lo contrario. Es esa gente que no podés no parar a saludar (porque puede que se depriman, dejen de hablarte  o le digan a tu mamá que sos una insolente por no haber saludado) pero que, a la vez, no sabés qué decirles en escenas tan repentinas.
-‘Tanto tiempo!’ Mirá cómo tenés los brazos todo pinturrajeados. Queeeé looocaaa! (con una tonadita ascendente, horrible e interminable)
Sin duda los tatuajes funcionan de imán para preguntas idiotas:
-“ Qué significa esto? Por qué te lo hiciste?. Uuuy, y eso?! Una calavera? Ay qué miedo…por qué una calavera?”
Y te lo dicen preocupados. Como suponiendo que si te tatuás una calavera tuviste una adolescencia ultra problemática o que alguno de tus padres es alcohólico o está en cana. Y ahí se supone que viene tu explicación barata de por qué te gustan las calaveras y no las flores de loto, con un ininterrumpido contacto visual como para evaluar tu mentira, porque ellos están convencidos de que lo que decís es todo ficticio y que estás sufriendo y necesitas terapia.
Pero fingen comprar tu mentira y es ahí cuando tenés que ser lo suficientemente astuto para rápidamente mirar el reloj e improvisar un compromiso urgente para escapar o sino…
-‘Pará… pará, y tu mami cómo anda? Sigue con el negocio? Ay y qué te dice de los tatuajes! Debe estar como loca, o no?!”
Y ahí, cagaste. Cuando empiezan a preguntarte por el resto de tu familia, es mala señal. A partir de ese momento tenés que considerar unos 20 minutos extras para llegar a tu destino.

-“ La puta madre que las parió a todas  las amigas de mi mamá y al mini usb del orto que no aparece por ningún puto lugar y no me deja cargar el mp3 para poder caminar por la calle con música y que me funcione de excusa para no saludar a nadie y maldita facultad hippie por estar justo en el medio del centro y la peatonal!”
...

Me cuesta controlar mi irritabilidad post-periodo y pre-examen final. Sepan disculparme si no los saludo al cruzarlos por la peatonal. Odio la peatonal. Me parece un desfile de personajes. Siempre pienso que los que caminan por ahí, exageran lo que hacen porque se sienten tan observados que necesitan sobreactuar cada uno de sus pasos. Para mi, es por la tipica escena de película en que el personaje camina entre el gentío y se sabe el protagonista de la escena. O algo así.
 Dos de cada tres encuentros casuales en la peatonal suelen ser explosivos, con griterío y abrazo de koala de por medio. Y si hay algo que no soporto es el derroche de euforia en pelotudeces. Si un día se ganan la lotería, qué onda? Se mueren de un infarto? Bueno, por mí que se jodan.

domingo, 26 de agosto de 2012

Cuando hacer el ridículo se vuelve hobby (presentación)


‘De los cuernos y la muerte no se salva nadie’, dicen por ahí. No me opongo pero le agregaría otra cosita más: ‘del ridículo tampoco’.
Sin duda alguna, todos hemos sentido alguna vez ese calorcito propio del pudor que nos recorre de pie a cabeza y nos deja las mejillas bordo, como con una sobredosis de rubor o, nos hace decir pelotudeces que nosotros creemos que nos zafan pero terminan hundiéndonos aún más.
Es cierto, también, que quienes padecemos este tipo de situaciones con mayor frecuencia nos caracterizamos por ser principalmente impulsivos. La gente algo más reservada suele esquivar la escena ridícula con más facilidad pero estoy segura de que cuando la atraviesan, deben sufrir el doble que nosotros, los habitué, que habiendo desarrollado cierto grado de cotidianeidad con ella, terminamos haciendo públicos aquellos momentos que, de tan ridículos, creemos que merecen ser contados.

Es por eso que voy a inaugurar hoy una ‘sección’ de este blog que dedicaré a mis payadas mensuales- semanales de mayor relevancia (cuando aprenda a organizar mis publicaciones por temas verán esto que les digo) para que vean que no soy una feminista empedernida que dedica un blog al escracho de boludos anónimos.
Una de las escenas ridículas que les voy a contar hoy pasó, en verdad, hace ya unos meses y la otra hace semanitas pero decidí reunirlas en esta publicación porque ambas tratan el mismo tema: mi intimidad sexual.
Como habrán leído en el post anterior, de púber, crecí leyendo revistas boludas que te enseñan a elevar tu superficialidad mental a una altísima potencia (y a crear una dependencia horrible con tu media naranja) pero te llenan de consejos sobre cómo mantenerlo hipnotizado y rendido a tus pies (para que, idealmente, vos no vuelvas a trabajar en tu vida). 
Uno de los consejos principales, un must diría la ‘Cosmopolitan’, es mantener encendida la llama y para eso te sugieren pequeños gestos como mandarle mails o mensajitos de textos eróticos, hablándole sucio, como les gusta decir a las revistas.
Quizás sea una secuela de mi período Cosmopolitan pero admito que hay varios tips que, a veces inconscientemente, sigo, aunque no tan al pie de la letra. Hasta el momento parece funcionar (y sino pregúntele a él).
Fue así que tras una tarde de mucho estudio y poco ocio, decidí, como excusa para un  recreo, mandarle un mensajito a mi novio contándole cómo estaba y adelantándole lo que planeaba hacerle apenas lo viera. Por supuesto que el contenido del mensajito de texto era de alto voltaje y gran definición, por no decir muy explícito y el fin no era otro más que calentarlo.
Debo aclararle que esa tarde estaba en el comedor de la casa de mi hermana mayor mientras ella miraba tele desde la cama con mi cuñado en su pieza, que está apenas a unos metros de donde yo estudiaba.
No pasaron treinta segundos luego de apretar el Send y ver el ‘enviado’ en la pantalla de mi precario celular que un estallido de risas se escuchó desde la habitación de mi hermana.
‘Un momento crucial en el programa de chimentos centroamericano que mira mi hermana’, pensé.
Pero bastó con ver el nombre de mi cuñado en el buzón de entrada de mi teléfono para darme cuenta que no era de ninguna novela sino de mi que se reían tanto.
Las manoteadas, cochinadas y pedidos de favores  para mi novio habían sido mandados a mi cuñado que, con total diplomacia, me agradeció la oferta pero me pidió que revisara el número del destinatario.
Creo que si había una fase de mí por revelar ante él, que me conoce desde los 5 años, era ésta, la de porno star virtual no correspondida, fiel discípula de los consejos para mantener la plenitud sexual de revistas femeninas.
El pudor fue inevitable pero, revisando luego el orden en mi lista de contactos del teléfono, agradecí infinitamente al ordenamiento planetario que produjo ese error por haber sido mi cuñado y no un simple conocido de la vida el destinatario de mis deseos sexuales.
Pero esto no termina acá. Meses posteriores a este incidente, hace unas semanas atrás para ser más específica, volví a dar la nota, se ve que extrañaba este tipo de papelones en mi vida así que decidí repetirlo, esta vez en casa de mi suegra.
Hace un tiempo que prácticamente vivo con la familia de mi novio así que, imagínense que, para  mí, el riesgo de hacer el ridículo se duplicó notablemente.
Mis hábitos y conducta sexual, pese a la convivencia, se mantienen intactos pero requieren de un doble esfuerzo por mantenernos motivados porque, convivir, nos saca la careta  y nos vuelve monótonos y aburridos y yo no quiero terminar cocinando en pijamas con mi suegra mientras mi novio, junto a los otros hombres de la familia, hacen las cosas de hombre (me toco la teta izquierda).
‘Ahora que lo tengo en vivo y en directo conmigo puedo ahorrar crédito y decirle las cosas en la cara o al oído’, pensé entusiasta.
Su pieza, que por suerte está en otro piso,  es casi una monoambiente aparte. Lo único malo es que se sube a ella desde la cocina-comedor de su casa que es el centro de reunión familiar por excelencia.
Y si algo aprendí, después de un monólogo erótico de despedida que le di mientras bajaba las escaleras para irme, es la importancia de cerrar esa puertita en particular que conecta la pieza con el abajo, la cocina, el pueblo.
Si mi suegra creía conocer a mi novio, luego de ese discurso se enteró de sus hábitos en la sexualidad ( o de lo puta que es su nuera).
Nunca lo olviden. Las puertas están para algo, ciérrenlas si no quieren hacer de la habitación un auditorio.
Lo mismo con la telefonía celular. Las preguntas, a veces reiterativas que nos hacen los celulares para confirmar el destinatario son prueba de algo: somos muchos los pelotudos que pifiamos el contacto.
El ridículo está siempre al acecho de nuestra impulsividad, cuidense!


viernes, 24 de agosto de 2012

Pateticismo, pose y pubertad: eternos sinónimos.



Nadie nació indie, punk ni under. Entiendo que, luego, todos decidamos adoptar un estilo pero si padeciste la pre adolescencia en los 90 y sos mujer, dudo que no hayas, al menos, escuchado las Spice Girls (si no es que las tuviste como referente). Claro que también depende de tu entorno y muchos otros factores pero no nos hagamos los cool since 1900  porque no compro esa farsa. Y si no tuviste una pubertad ridícula, entonces cuidate porque podes estar haciéndolo ahora, de más grandecita.
Es casi una equivalencia, ser púber es ser patético. Especialmente porque a esa edad estamos totalmente perdidos, no sabemos quiénes carajo somos ni qué ni cómo queremos ser entonces nos subimos al colectivo de cualquier tribu urbana que se nos pasa por enfrente y vamos probando qué estilo de ropa, música, humor y hobbies, nos sienta mejor.
De púber me distinguía mi total desinterés por la estética y el qué dirán. Aunque, pensándolo bien, si tenía un concepto algo formado de la estética pero era tan precario, bochornoso  y fluctuante que suena mejor decir que no lo tuve y ya. Los años y la cultura de la discreción nos vuelven más ‘reservados’ al punto de horrorizarnos ante cualquier desacato de lo que se debe hacer.
Pasé por muchas modas. Fui horriblemente hippie por culpa de Stefanía, tuve, por suerte, un breve período cumbiero por culpa de nadie (me quise hacer la distinta y caí en esa) en la que básicamente me vestía como puta a donde fuese y, finalmente, punk por influencias de Nadin y su visión conflictiva y rencorosa de la sociedad.
Con Nadin nos fuimos adentrando, inocentemente, en el confuso tema de la sexualidad y creíamos hacerlo  escondiéndonos detrás de los árboles de la plaza López para mirar parejitas transando o leyendo revistas boludas que, mediante tests (en los que siempre mentíamos) y otros amigables tips (sobre, por ej, cómo colocar un forro cual verdadera actriz porno) nos educaban para ser unas pelotudas totales (pero increíblemente sexies y seductoras).
Aún así, las dos nos vestíamos igual de horribles y poco nos importaba que los joggings y remeras de Archie Reiton o My Picture  hubieran pasado de moda ya para nuestros 13 y 14 años.
Los días de escuela se pasaban entre cartas de amigos invisibles, asombrosos descubrimientos corporales, escenas de celos entre amigas, trágicas discusiones en torno a la organización de la mesa principal de los 15 y obligados momentos de oración con la catequista de labios finitos y paletas prominentes que yo tan bien imitaba. Nos reíamos de todos pero sobre todo de nosotras mismas.
Sabíamos que el ideal de mujer de aquel entonces era parecernos a Britney pero no contábamos con suficientes recursos como para  imitarla y  en nuestros intentos, terminábamos peor que siguiendo el ideal de elegancia materna: vestiditos floreados y zapatitos con medias con voladitos. Un horror.
Aun así, fui siempre muy perseverante y si no podía parecerme físicamente a mis ídolas de revista al menos intentaba aprenderme todas sus coreos. Fue así que pasé días enteros frente a Mtv con la video grabadora lista para  darle ‘Rec’ apenas aperecieran los videos de las coreos que me quería aprender porque, claro, en aquel tiempo youtube no estaba en mis posibilidades y casi lo único que hacía en Internet era chatear por Mirc y Viarosario. Lo mismo con las canciones y los casettes. Realmente memorable.
Nos divertíamos pero no perdíamos de vista la idea de ser chicas fashion por eso con mi amiga Nadin  decidimos fundar lo que hoy recuerdo en el podio de mis anécdotas patéticas, el C.C.F: Club de Chicas Fashion.
Si, con siglas y todo. Fundamos un club de chicas triple R, rudas, rebeldes y reboludas y, como si esto fuera poco, habríamos periódicamente la inscripción para que las  nenitas de mama pudieran aproximarse, con nuestra ayuda, a la vida de una verdadera chica fashion, con todo lo que eso implica. Teníamos, para eso, un reglamento interno inviolable en el que teníamos como ciertas normas, por ejemplo, llevar la jumper por encima de la rodilla y prohibíamos totalmente el uso de carpetas, mochilas y/o accesorios con dibujitos animados como Mickey o Winnieh Pooh. Eramos grandes y listas y nos sentíamos capacitadas para arreglar chicas fracasadas, no sin antes revisar cada caso particularmente y en una cruel pero sincera declaración, te explicábamos qué podíamos hacer con tu triste vida.
Por un breve tiempo nos creímos súper adelantadas a todo pero fue suficiente con asomarnos a la vida de otras chicas de otras escuelas y otras mentalidades para darnos cuenta de que nos habían pasado por encima, mientras nosotras teníamos este patético club, las demás ya estaban de novio e incluso habían tenido su primera vez (o cuarta o quinta).
Y nosotras en la plaza, viendo gente transar y comprando forros a escondidas para, con la ayuda de una cosmo u otra revista teen, aprender a usarlos (para un lejano futuro- ni siquiera teníamos amigos varones, nuestra escuela era de mujeres-).
Llegamos más tarde a muchas cosas, por suerte, y conservamos, por sobre todo y por todo lo que pasamos, un gran rechazo a las poses que no descansan y se estresan en sus burbujas por no saber reírse de quienes fueron y quienes son.



Hasta la próxima!

jueves, 23 de agosto de 2012

El encare virtual (Continuación del polémico post ‘El pajero virtual’)


No es que quiera  insistir con el tema pero, como recordarán, les prometí un enfoque distinto y menos ‘agresivo’  y este nublado mediodía me regaló la victima de turno para terminar de agotar mis dudas.
Quiero también aclararles que no voy por la vida mordiendo a quienes me dicen cosas lindas sino que, por el contrario, suelo aceptarlas poniendo carita de picaflor y mirando risueñamente hacia un lado, fingiendo una picarona timidez, como para pasar la cuadra sin cara de arisca total (es eso lo que esperan?)
Sólo reacciono contra aquellos que no distinguen entre piropo y guarangada, que, por lo general, son los mismos que tiran comparaciones (o comentarios alusivos a la morfología del miembro masculino) pelotudas en cotidianeidades como ir a comprar un kilo de banana a la verdulería o un paquete de salchichas al almacén.
Esta vez, me propuse lograr que el chamuyero me encuentre ‘copada’, es decir, acercarme de alguna manera a lo que él quiere escuchar o, de no ser posible, hacerme el amigo o entrarle por algún lado que me provea de datos para este profundo y célebre análisis.
La conversación con este sujeto ‘G’ se inició de la siguiente manera:


Como verán no le ladré sino que tomé el halago y acoté un chascarrillo para poder encaminar un diálogo sin el típico y aburrido ‘gracias’.
Renglón siguiente, el macho de la ventana respondió con una  imagen sensorial táctil en la que indicó cómo se me debería agarrar. Respondí a esta estupidez con total diplomacia y con un recordatorio de mi estado civil para delimitar (o mejor dicho bloquear) el área de ataque.
Como suele suceder, el macho decidió compararse con mi pareja resaltando una cualidad en común, como para dejar ver que el también tiene eso que yo vi en mi novio.
Aprovechando su interminable risa y asumiendo que su humor se prestaba para el diálogo, proseguí.





Tuve, en un momento, que re encarrilar el tema de mi investigación porque, si descuidaba el fin, el diálogo en si mismo se volvía un chamuyo por lo que tuve que pedirle que lo deje de lado. No estuve muy cordial en este punto, mi impulsividad tipeó antes que yo pero, por suerte, él no lo tomó mal. Por el contrario, se jactó de sus encantos físicos y confesó que su éxito con las mujeres se debe a ellos y no a su retórica.
Como habrán visto, mi impulsividad volvió a ganarme y volqué otra gotita de sarcasmo que fue rápidamente tapada por una descripción más detallada sobre su forma de encarar. Le restó importancia al chamuyo virtual pero, como todo gran chamuyero, dejó en claro que si pinta, vamos con toda, por si cambiaba de opinión o lo estaba dudando y volvió a tomar el mando de la conversación preguntando qué estaba haciendo. Un tipo elocuente.
Pero esto no terminó aquí. Sé que quieren ver más por eso lo mostraré el remate de la conversación.



Sin duda, ‘G’ es uno de los chamuyeros más inocentes y sinceros que experimenté hasta hoy. No sólo se cubrió afirmando ser un pelotudo sino que, además, se sintió halagado por formar parte de mi análisis. Admito que su respuesta me hizo replantear la publicación de este relato (casi que llega a conmoverme) pero por suerte me recompongo rápido y las ganas de borrarlo duraron efímeras milésimas de segundo.
Concluyo, entonces, que si te animás a subirte al tren y desviar el rumbo del chamuyo, detrás de todo encare virtual hay una carcajada esperándote.
Dos cosas y los despido:
  • Vieron?  Pude ser amable y analítica sin ofender a nadie.
  • ‘G’, tu inocencia quedará en mi recuerdo.

Hasta la próxima.













































viernes, 17 de agosto de 2012

El pajero virtual

Pocas personas son tan fáciles de reconocer como los pajeros virtuales.
No importa que tan linda, fea, flaca, gorda o patética seas, siempre habrá un boludo anónimo tras la pantalla dispuesto a chamuyarte.
Este relato y la idea que llevó a concretarlo surgió de un breve intercambio de ideas con un muchacho que calificaba perfectamente para la descripción de pajero virtual, por sus constantes 'halagos' (así es como él describe sus declaraciones).
Admito que este muchacho no es el especimen ideal para describir al pajero virtual por antonomasia pero resultó galardonado con un breve sermón por el horario de su performance -que lo define como un chamuyero madrugador-.
Hace tiempo ya, he renunciado a mi pasividad por 'cortesía' frente a las guarangadas que nos gritan los hombres sueltos en la calle que, lejos de ignorar el avance tecnológico de la imagen, se ponen al día recitando guarangadas en hd, no por lo sofisticadas sino por lo finamente ilustrativas.
El añorado piropo callejero ha sido sustituído por un soliloquio que se inicia aún a metros de la hembra seleccionada y comienza, por lo general, con alguna interjección como 'Uy' , 'Ay' o 'Uff'', acompañada de una descomunal cara de baboso.
Una vez exclamado alguno de estos sonidos, la mujer intuye lo que vendrá por lo que acelera su paso o cruza la calle aún sabiendo que no será de utilidad, porque el pajero no se rinde fácilmente y no hay pudor que acalle su discurso (menos aún si están presentes miembros de su jauría que, de seguro, lo bancan con cualquier aporte).
El pajero, a menos que la mujer cruce de calle y deba gritar, con su cuerpo paralizado fijará su mirada en la hembra que pasa por delante y la seguirá mirando hasta donde la rotación (por lo general de 180°) de su cuello lo habilite, relojeándola de arriba a abajo como si la estuviera radiografiando.
Durante esa intensa e incomodísima radiografía que parece nunca acabar, el pajero sacará a relucir sus dotes de falso seductor,creyéndose Don Juan cuando es Don Paja, y te dejará saber todo lo que él te haría si vos, en un acto de delirio e inconciencia total le dieras la oportunidad.
La mayoría de las mujeres atraviesan esta situación con meras expresiones faciales de asco pero les advierto que tanta grosería gratuita y forzosa nos está cansando y ya somos varias las que nos frenamos y sacamos la feminista luchadora de adentro y nos dirigimos hacia el pajero (y/o resto de la manada) con total firmeza y hostilidad.
No les diré que salí siempre ilesa de estos enfrentamientos pero la catarsis lograda no tiene precio. Puede que no diga mucho pero en el momento me hace sentir la líder de un movimiento feminista anti-pajeros y, en mi emoción, imagino una tribuna de mujeres ovacionándome por haber actuado tan justamente en nombre de todas ellas.
De todos modos, y como les decía antes, JP, el pajero del día, no era tan así. Es sólo que ya van varios 'halagos' y yo, presa de mi curiosidad, quise indagar la forma de relacionarse de los boludos virtuales con mujeres desconocidas.
Finalmente JP, terminó disculpándose, cosa que no es común en estos especímenes que, por lo general, se enojan, te agreden o te hacen sentir a vos una engreída total por pensar que realmente significaban lo que nos dicen (lo que nos lleva a deducir que si no son pajeros, son mentirosos).
Gracias JP por permitirme este acercamiento al pensamiento del chamuyero de redes sociales. De ahora en más, no sólo agradeceré todos los halagos sino que les seguiré el chamuyo a todos los de tu especie y los convertiré en material público de burla feminista.