miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sumisión en la peatonal

Me equivoqué de bondi, otra vez. Cada vez que me pasa siento que es el 112 mostrándome sus celos -y cada vez que lo pienso me siento una boluda. Me bajo apenas me doy cuenta y, sin planearlo, me encuentro otra vez caminando por la odiada peatonal, la pasarela por la que desfila toda la gente que vos no querés ver. Empiezo a caminar cada vez más rápido, elijo las canciones que quiero escuchar hoy -día nublado post lluvia y limpieza- y al ritmo de Rancid camino imaginando que lidero una patota de punkrockers dispuestos a romper vidrieras y, otra vez, quiero jugar a que soy el tipo del video Bittersweet Simphony. Me corro para el lado que más gente pasa y me propongo mirar a quien venga caminando frente a mí con tal fuerza que logre hacerlo correr, la meta es que sea el otro quien se corra y yo pase victoriosa. Empiezo con una señora que viene retando a su -quizás- hija, no me importa, no me dejo conmover, nos acercamos cada vez más hasta que un hombrazo más tarde nos chocamos. Ella me mira y parece saber todo, enseguida me disculpo, con cara de cachorra arrepentida, y culpa. Ahora además de frustrada me siento forra, justo vengo a jugar al ‘correte vos’ con una señora que va ocupada con su hija -que seguro es un demonio que la hace renegar- pensando en cosas seguramente más importantes que las mías. En eso, siento que la patota de punkrockers me deja, que se va con una líder menos sumisa que no se deja conmover por una señora que seguramente se preocupa por mantener ocupada a su hija para poder ir a la manicura y seducir a su jefe para ascender en la oficina. Vuelvo a jugar, ahora con un grupo de chicos carilindos. Imagino, prejuiciosamente, que hablan del finde y de las fotos del boliche y de la ph forra que los escrachó en una foto horrorosa. Es una presa ideal, el desafío es muy grande y están cada vez más cerca. Me miro fuerte con unos de ellos con mi mejor cara de orto y cuando nos estamos por chocar, se corre; gané. Ahora suena NOFX y al ritmo de Don’t call me white pateo saboreando mi victoria. A la distancia diviso un grupo de púberes conflictivos: nuevo reto. Al acercarnos unos metros detecto un grado de descaro en ellos con el que no creo poder lidiar. Seguro son los que hacen bullying en el curso, lo sé. Veo el asco con  que miran a la gente pasar y la fuerza e intensidad de sus miradas me hace sentir Eminem en medio de raperos negros de la vieja escuela, Ale Sergi en Valentín Alsina un Miércoles de madrugada, Iggy Azalea en una riña de gallos de negras. Aborto la misión, esta vez con una serie de argumentos a mi favor: que conocer las limitaciones de una misma no es ser cagona sino inteligente y que -en todo caso- es preferible salir herido en defensa de otro o por una causa real, que valga la bajada de comedor. Toda la cuadra siguiente pienso en empezar un arte marcial pero termino resignándome, pienso que -de hacerlo- estaría atrayendo situaciones violentas a mi vida.

Ahora escucho Libertines, ‘Don’t look back into the sun’, de repente pienso en lo feliz que soy, incluso en mi sumisión. Juego a no pisar los bordes de las baldosas.


lunes, 1 de septiembre de 2014

La niña tímida y los adultos-reflectores

 A veces pienso que los padres mandan  a sus hijos a aprender diferentes actividades para luego exponerlos en alguna reunión familiar o, lo que es peor, de mujeres que venden Tupperware, Essen o Mary Kay. De hecho, he llegado a pensar que la venta por catálogo y las -en su momento- populares limpiezas de cutis que organizaba la revendedora en su casa eran una trampa siniestra para traumar niños. La hija o hijo de la revendedora por lo general padecía estas juntadas por lo que, en ocasiones, ha llegado a inventar  enfermedades o huir con algún amigo invisible a otra parte, a otro mundo.
Nunca faltaba en estas mesas un triángulo maldito de mujeres compuesto por alguna de risa estrafalaria -que generaba una mezcla de pánico y vergüenza ajena, o ambas- alguna otra que no opinaba sobre nada sino que resaltaba la opinión ajena y , las más temida de todas: la humilladora. Por supuesto que el triángulo maldito actuaba con total permiso de la madre quien, cuando se trataba de festejar a la nena, experimentaba un significativo agrandamiento de busto, una manifestación física del orgullo materno producto de la concepción de la criatura como una prolongación de su propio ser. Algo similar, o quizás el equivalente, a lo que algunos hombres sienten en su miembro cuando su preciado vehículo es venerado.
Los niños más afectados eran aquellos que para llegar al baño tenían que atravesar el living o comedor donde se llevaban a cabo dichas reuniones. No me sorprendería enterarme de que alguno meara en la abandonada pelela o, en casos extremos, se hiciera encima con tal de esquivar la incomodidad.
La escena solía comenzar con algún diálogo de esta naturaleza:
- Vení, mi amor, mostrale a las ‘chicas’ lo que aprendiste en danza
- Pero mami, hace dos clases empecé.
- Ay dale, no seas tímida, mostrales la palomita esa que me hiciste el otro día.
- Es un arabesque pero no me sale.
- Bueno dale, algo que te salga
- No mami, basta, sé hacer un demi plié, nomás.
- Hacelo, dale a ver. Miren, mirenla que divina cómo le sale.
Las ‘chicas’ amigas festejaban cualquier cosa con tal de acotar una apreciación  generando un paréntesis en el tiempo -y luego en la vida de la niña- saturado de exageraciones que lejos de motivar, promovían ideas suicidas. 
- No, no te puedo creer, es divina. Mirá cómo  pone el bracito
- Ay esta chica nació para esto, aparte es delgadita así cualquiera. ¿Te imaginás nosotras ahora haciendo un 'semi pliegue' o eso que hace? (no importa cuán sencillo fuese el nombre del paso, el adulto adulador siempre lo decía mal)
- Ja ja, ¡qué plato! Y qué dulce ella, es la próxima bailarina del Colón, la próxima, ¿cómo se llama la nena esta que baila tan lindo?
- ¡La Paloma!
- Ay, si. La Paloma, ¡qué rica chica!
El diálogo podía volverse eterno por lo que era conveniente no acotar más que un suspiro para no alimentar el fuego. Cabe aclarar, además, que la escena sucedía y se prolongaba en presencia y en la cara de la niña que, por larguísimos minutos, veía en primer plano -y cual reflectores- dentaduras, arrugas, entrecejos y cejas agrandarse sin control para acentuar un presunto asombro.
Las niñas que disfrutaban de la adulación de los adultos reflectores son, en su gran mayoría, las que en su adolescencia temprana asistieron a cual casting existiera y soñaban con ser reina de Colectividades o alguna de esas fiestas de las que los Cualca tan bien se burlan.
El resto, por el contrario, formó parte de los grupos de niños problemáticos de cada curso y en camino a su adultez desarrolló un fuerte interés por todo aquello que, en su momento, no fue socialmente aceptado: piercings, tatuajes, drogas, destrucción esporádica de vajillas varias y, en los peores casos, autoflagelo.