Pobrecitas.
Había días
en que apenas podían caminar. Tenían las articulaciones en las últimas y
padecían tendinitis en las muñecas por sostener cosas todo el día.
Eran
totalmente ignoradas. Nadie notaba el dolor en sus miradas. La gente sólo veía
lo que tenían puesto y seguían de largo. Como si nada.
Pero un día
todo cambió.
Cansadas de
tanto maltrato, acordaron en vengarse y hacer algo por ellas mismas.
Abusándose
del poder que tenían para imponer lo que ellas quisieran como moda, resolvieron,
por decisión unánime, burlarse de las mujeres con una propuesta de vestuario
sui géneris. Exclusivamente ridícula.
Recordando
viejas modas y acentuando el gran rechazo a la, por suerte, breve movida flogger, optaron por hacer que las mujeres se jactaran
de lucir el vestuario que tanto criticaron.
Para ello,
propusieron extravagantes y ordinarias prendas en colores flúo. Bien chillones
y berretas. Como para, de algún modo, desafiar el nivel de imbecilidad de
todas, como para ver qué tan lejos podía llegar la falta de juicio en ellas.
El plan, no
sólo funcionó sino que superó todas las expectativas. Las mujeres, como de
costumbre, obedecieron y llegaron, incluso, a tratar de inferiores y distanciarse
de aquellas que no cumplieran con las órdenes. ‘Ordenes’ que, de tan bien presentadas
e impuestas, no significaban un sacrificio sino un placentero deber. Un must, como le gusta decir al Fashion World.
Meses más
tarde y abusándose de la visible disminución
visual en las mujeres- como producto de la creciente moda flúor- decidieron, una noche, romper las vidrieras y
huir. Ser libres. Andar en pelotas por las sierras sin pelotudas alrededor acosándolas
para copiarles el look.
Para el
momento en que las mujeres recuperaron la visión, ya era demasiado tarde.
Las vidrieras estaban todas destrozadas. Las
alarmas de los locales no paraban de sonar y de los maniquíes nada se sabía.
La calle era un caos. Y las mujeres no salían del shock, temiendo perder sus referentes y, con ellas, el sentido de su look (y para algunas, de sus vidas).
A la semana
siguiente, todas las galerías, boutiques, locales y shoppings del mundo se
llevaron una gran sorpresa.
Todos, al
mismo tiempo, recibieron postales de las maniquíes. Se las veía felices y
libres, corriendo en pelotas por las montañas.
Del otro lado de las postales, había un
mensaje, el mismo en todas ellas:
‘Cópiennos ésta ahora, hijas nuestras, teletubbies
en decandencia hipnotizadas por la industria de la moda. A ver si se animan a
andar en pelotas ahora, descerebradas’
Las
maniquíes sí que la tenían clara.
(Continuará)
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