Tantas tardes de mi adolescencia malgastadas con estúpidas
teorías matemáticas para que, con el paso de los años, la experiencia las
termine refutando.
No es por desmerecer a Pitágoras pero quienes apliquen su
famoso axioma ‘el orden de los factores no altera el producto’ en la vida
diaria, o más puntualmente hablando, en la sexualidad, deben ser más aburridos
y predecibles que la tabla del dos.
Entiendo que el axioma es objetable en varios y diversos casos pero hoy quiero puntualizar
sobre su total inconsistencia en materia
sexual.
Bien sabemos que para alcanzar el éxito, hay que empezar de
abajo: ni Madonna nació estrella ni las fogatas se encienden sin antes prender la yesca. El éxito es, en este caso, el
resultado de esta armónica acomodación de elementos inflamables que terminan
por producir el tan anhelado fuego. Ahora bien, si el éxito es la concreción
del fuego, las pequeñas pero intensas reavivaciones pueden entonces denominarse
múltiples éxitos.
Personalmente, y con gran orgullo puedo decir soy una mujer
muy exitosa o, siguiendo lo recién señalado, que alcanza múltiples éxitos. Pero es pese o debido a esto, que uno continúa profundizando
en el tema para encontrar otras formas de alcanzarlo: ya sea modificando la
forma en que se acomoda la yesca o buscando otros elementos inflamables.
Tal es así que hubo un grandioso día, en que ‘P’ ordenó los
factores (o la yesca) de otra manera y no sólo me alteró por
completo el producto sino que me hizo conocer un nuevo teorema: el del Indice
Exacto. Un nuevo concepto de éxito que nos demuestra que el factor sorpresa
está siempre un dedo más adelantado
que otros y que un agregado de alcohol al fuego en el momento preciso puede
darnos con un acabado perfecto. Un
éxito rotundo.
Mi producto se alteró tanto que le pedí por favor a ’P’ que
memorizara y, de ahora en más,
implementara el teorema del Indice Exacto cuantas veces pudiera o, mejor
dicho, cuando la multiplicidad de éxitos lo permitiera.
No
creo, por otro lado, que mi lado liberal me permita, algún día, explorar la regla de tres invertida pero por el
momento jugamos a desafiar a Pitágoras.
En cuanto a mis clases de matemáticas, sólo puedo lamentarme
y compadecer a mi recordada profesora que, a juzgar por su malhumor, carecía de
un anti-pitagórico que le desordenara los factores y le alterara un poco el
producto.
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