Desde el principio supe que la idea era
una locura, por eso me gustaba tanto. Sucede que cuando uno tiene
miedo todos los 'si-pero' aparecen para crear excusas y es así como
los grandes proyectos no fracasan sino que nunca se encaran.
En el mail me había escrito 'vivo de
hacer diábolo en el semáforo, es re loco pero la gente paga bien'.
'Yasta, se volvió hippie', fue lo primero que pensé. Encima de loco
ahora malabarista. 'Venite conmigo, vamos a aprender un montón
juntos'. Si, claro. Como si yo tuviese un talento que exhibir en
treinta segundos de semáforo. Aparte, un momentito, ¿dijo 'hacer
semáforo'? Si, todo bien, me encanta ver malabaristas en la ciudad y
siempre les tiro unos pesos pero ¿ plantarme Yo ahí a hacer algo?
No, no. Este pibe está loco. 'De malabares olvidate, soy horrible y
tampoco me interesa aprender. Dejame pensar qué puedo hacer y
vemos'.
Fue entonces que luego de una agitada
actividad onírica me desperté una mañana con una revelación:
'Boludo, soñé que hacía ula-ula, y ahora que me acuerdo, jugábamos
con aros en la escuela. De algo me tengo que acordar!'.
Al día siguiente ya estábamos en la
puerta de 'Olympia Deportes' comprando un aro y en la tarde me puse a
practicar: 'Mirá... todavía me sale!'. Increíble y afortunadamente
mi cuerpo aún recordaba cómo mantenerlo en la cintura e incluso en
el cuello. 'Ya estás lista', me dijo él. 'No, no. Si lo hago lo
hago bien', y durante todos los días posteriores previos al viaje me
la pasé viendo tutoriales de ula-ula en Youtube. Dios bendiga la web
y mi perfeccionismo de principiante.
A las semanas ya había empacado todo y
me llevaba dos aros que, de Bolivia en adelante, serían mis
herramientas de trabajo Si, me estaba yendo a recorrer Sudamérica
hasta Ecuador con mi ex-novio, un plan super sensato que a cualquier
madre dejaría tranquila.
Bolilandia nos dio una cálida y mojada
bienvenida: llovió casi todos los días, con unas pausas en el medio
que propiciaron mi debut artístico en el semáforo.
'Lo importante no es lo que hagas sino
cómo interactúes con la gente' me decía el pelado mientras me
escuchaba renegar con el aro del orto y los trucos que no me salían.
Y no podía estar más acertado. Mi show fue penoso a nivel técnico,
pero un éxito viendo la reacción de mi público, los conductores.
Pasé por entre medio de los autos tirando chistes malos -que
resultaban de una mezcla de nervios y adrenalina a la vez- mientras
en mi mano ya se amontonaban unas cuantas monedas. La luz cambió a
verde y mis primeros espectadores se alejaron, dejándome a la espera
del próximo rojo, mi segundo show. Conté las monedas y no podía
creerlo. No por el monto, quizás no superaban los dos o tres
bolivianos -que por cierto ya era bastante-, sino por toda la
experiencia. Recordé las miles de veces que felicité y ayudé con
unas monedas o billetes en las buenas épocas a los malabaristas
rosarinos y supe que todo estaría bien.
La luz del semáforo volvió a cambiar
y salí otra vez, ahora con más confianza y repitiéndome por
dentro: 'Esta gente me está pagando por hacerlos reír y dejarme
jugar un rato!' Y con esa idea en la cabeza pasó la primera hora. El
bolsillo de mi campera, ya hundido por el peso de las monedas, había
llegado a los setenta bolivianos. '¡¿Qué te dije boluda?! Yo sabía
que la ibas a romper', me dijo el pelado más entusiasmado que yo.
Y si bien no diré que descubrí mi
vocación ni mucho menos que quiero hacer esto por el resto de mi
vida, puedo decir que estar de ese otro lado, fuera de la comodidad
del 206 con música fuerte, aire o calefacción es mucho más
nutritivo que cualquier coaching, charla TEDx o acto de caridad.
Tampoco me la voy a dar de hippie pedante que de un día al otro renuncia a las
comodidades y bardea al consumismo (me gusta consumir) pero creo que
saber cambiar de lugar, recibir halagos, miradas prejuiciosas,
aceptar comida, restos, la temida 'limosna', te hace repensar
muchísimas cuestiones.
Entre ellas, que la indiferencia puede
ser más violenta que cualquier grosería que te pueda decir un
pajero y que la subida de ventanilla puede resultar ofensiva pero
siempre entendible, ¿acaso nunca lo hiciste? Que uno recibe lo que
irradia:si estás desanimado o irritado, la mala onda vuelve y, por
último, que ni el prejuicio ni la bondad tienen límites. De la nada
puede aparecer un hombre que por recordar sus años de viajero te
regala un billete importante o un desubicado que por verte laburar en
la calle se piense que sos puta. Da igual. Una vez que pasás esos
días en los que, cual Caro Pardíaco, pensás 'Loco, mi papá tiene
una empresa con un montón de empleados, ¿qué carajo hago acá
viviendo de la moneda de los demás?' te das cuenta que no hay mejor
opción que jugar con la susceptibilidad de la gente, en lo posible
burlando sus prejuicios.
Siempre me gustó sacudir cabezas,
burlar etiquetas, shockear un poquito. Y no como un vano llamado de
atención, sino para desestructurar lo establecido, para no aceptar
las cosas con insana naturalidad ' Y bueh le tocó ser pobre'.
La
vida nos lleva a lugares y situaciones que nunca hubiéramos
esperado. Nunca sabemos qué vueltas puede dar la calesita vida, y
enseñarme a mi misma a cambiar de zapatos pisando fuerte otro camino
es lo mejor que puede estar pasándome.