miércoles, 30 de abril de 2014

Hacer semáforo. Diversión y lección de vida

Desde el principio supe que la idea era una locura, por eso me gustaba tanto. Sucede que cuando uno tiene miedo todos los 'si-pero' aparecen para crear excusas y es así como los grandes proyectos no fracasan sino que nunca se encaran.
En el mail me había escrito 'vivo de hacer diábolo en el semáforo, es re loco pero la gente paga bien'. 
'Yasta, se volvió hippie', fue lo primero que pensé. Encima de loco ahora malabarista. 'Venite conmigo, vamos a aprender un montón juntos'. Si, claro. Como si yo tuviese un talento que exhibir en treinta segundos de semáforo. Aparte, un momentito, ¿dijo 'hacer semáforo'? Si, todo bien, me encanta ver malabaristas en la ciudad y siempre les tiro unos pesos pero ¿ plantarme Yo ahí a hacer algo? No, no. Este pibe está loco. 'De malabares olvidate, soy horrible y tampoco me interesa aprender. Dejame pensar qué puedo hacer y vemos'.
Fue entonces que luego de una agitada actividad onírica me desperté una mañana con una revelación: 'Boludo, soñé que hacía ula-ula, y ahora que me acuerdo, jugábamos con aros en la escuela. De algo me tengo que acordar!'.
Al día siguiente ya estábamos en la puerta de 'Olympia Deportes' comprando un aro y en la tarde me puse a practicar: 'Mirá... todavía me sale!'. Increíble y afortunadamente mi cuerpo aún recordaba cómo mantenerlo en la cintura e incluso en el cuello. 'Ya estás lista', me dijo él. 'No, no. Si lo hago lo hago bien', y durante todos los días posteriores previos al viaje me la pasé viendo tutoriales de ula-ula en Youtube. Dios bendiga la web y mi perfeccionismo de principiante.
A las semanas ya había empacado todo y me llevaba dos aros que, de Bolivia en adelante, serían mis herramientas de trabajo Si, me estaba yendo a recorrer Sudamérica hasta Ecuador con mi ex-novio, un plan super sensato que a cualquier madre dejaría tranquila.
Bolilandia nos dio una cálida y mojada bienvenida: llovió casi todos los días, con unas pausas en el medio que propiciaron mi debut artístico en el semáforo.
'Lo importante no es lo que hagas sino cómo interactúes con la gente' me decía el pelado mientras me escuchaba renegar con el aro del orto y los trucos que no me salían. Y no podía estar más acertado. Mi show fue penoso a nivel técnico, pero un éxito viendo la reacción de mi público, los conductores. Pasé por entre medio de los autos tirando chistes malos -que resultaban de una mezcla de nervios y adrenalina a la vez- mientras en mi mano ya se amontonaban unas cuantas monedas. La luz cambió a verde y mis primeros espectadores se alejaron, dejándome a la espera del próximo rojo, mi segundo show. Conté las monedas y no podía creerlo. No por el monto, quizás no superaban los dos o tres bolivianos -que por cierto ya era bastante-, sino por toda la experiencia. Recordé las miles de veces que felicité y ayudé con unas monedas o billetes en las buenas épocas a los malabaristas rosarinos y supe que todo estaría bien.
La luz del semáforo volvió a cambiar y salí otra vez, ahora con más confianza y repitiéndome por dentro: 'Esta gente me está pagando por hacerlos reír y dejarme jugar un rato!' Y con esa idea en la cabeza pasó la primera hora. El bolsillo de mi campera, ya hundido por el peso de las monedas, había llegado a los setenta bolivianos. '¡¿Qué te dije boluda?! Yo sabía que la ibas a romper', me dijo el pelado más entusiasmado que yo.
Y si bien no diré que descubrí mi vocación ni mucho menos que quiero hacer esto por el resto de mi vida, puedo decir que estar de ese otro lado, fuera de la comodidad del 206 con música fuerte, aire o calefacción es mucho más nutritivo que cualquier coaching, charla TEDx o acto de caridad. Tampoco me la voy a dar de hippie pedante que de un día al otro renuncia a las comodidades y bardea al consumismo (me gusta consumir) pero creo que saber cambiar de lugar, recibir halagos, miradas prejuiciosas, aceptar comida, restos, la temida 'limosna', te hace repensar muchísimas cuestiones.
Entre ellas, que la indiferencia puede ser más violenta que cualquier grosería que te pueda decir un pajero y que la subida de ventanilla puede resultar ofensiva pero siempre entendible, ¿acaso nunca lo hiciste? Que uno recibe lo que irradia:si estás desanimado o irritado, la mala onda vuelve y, por último, que ni el prejuicio ni la bondad tienen límites. De la nada puede aparecer un hombre que por recordar sus años de viajero te regala un billete importante o un desubicado que por verte laburar en la calle se piense que sos puta. Da igual. Una vez que pasás esos días en los que, cual Caro Pardíaco, pensás 'Loco, mi papá tiene una empresa con un montón de empleados, ¿qué carajo hago acá viviendo de la moneda de los demás?' te das cuenta que no hay mejor opción que jugar con la susceptibilidad de la gente, en lo posible burlando sus prejuicios.

Siempre me gustó sacudir cabezas, burlar etiquetas, shockear un poquito. Y no como un vano llamado de atención, sino para desestructurar lo establecido, para no aceptar las cosas con insana naturalidad ' Y bueh le tocó ser pobre'. 
La vida nos lleva a lugares y situaciones que nunca hubiéramos esperado. Nunca sabemos qué vueltas puede dar la calesita vida, y enseñarme a mi misma a cambiar de zapatos pisando fuerte otro camino es lo mejor que puede estar pasándome.



3 comentarios:

  1. Aca tenes mi comentario cuña: "Los quiero mucho, disfruten y aprendan que la vida es una sola, besotes, La Vaca =)"

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  2. quiero q sepas q me hizo llorar, te amo mucho y disfruta de todo eso q es INCREIBLE!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!1

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