miércoles, 8 de junio de 2016

De besos y mordidas

Cuando quiero mucho, muerdo; me dí cuenta. Pero no quiero ponerme freudiana y voy a vencer la tentación de desarrollar la idea detrás de "comer a besos" con palabras prestadas y reclamadas en parciales de facultad. Sólo quiero decir que hoy besé una rodaja de pan lactal que luego acabó en la basura. Tal como mi mamá hace cuando, por ejemplo, deja que los alimentos se descompongan por la impunidad que sólo el tiempo goza. “Para que nunca me falte”, me explicó la primera vez que la vi hacerlo y porque, supongo, mi cara de sorpresa habrá exigido. “Porque a mí me faltó una vez y no puedo permitirme tirar comida a la basura”, insistía mientras yo, en mi cabeza de infante que no tiene muchos amigos y, en cambio, lee demasiado imaginaba a mi madre sin dientes recolectando del piso migajas de opulencias ajenas. La historia de mamá me había marcado tan fuerte que sigo dibujando en mi mente las escenas que con frecuencia se pone a describir. Incluso hoy, cuando por accidente dejo caer una rodaja de pan lactal en la pileta con vajilla y agua sucia y no tengo opción más que el descarte. Beso la tostada y con el eco del término “descarte” aturdiéndome, recuerdo el mensaje de texto que el muy imbécil no supo ocultar mientras me dejaba descansar en su pecho: “estoy por hablar. la descarto y voy para allá”. Le concedí el permiso para descartarme y, como si fuera poco, de darme ese besito en la frente que todavía siento y puedo ver si corro mi flequillo a un costado. “Cada día más flequillo tenés”, comentaban mis amigos para aquellos días. Fijé la vista en la rodaja por algunos segundos como haciéndole reiki con la mirada. Pensé en el imbécil -que me sigo permitiendo llamar así por su cobardía o pésimo uso del lenguaje- en lo trágico que puede volverse un besito de descarte en la frente y en lo horrible que acabo de hacer: sobornar. Como si mi besito significara una bifurcación en la ruta del karma que vuelve a toda velocidad para castigarme pero podría ahora perdonar o reducir la condena. Aún con este pseudo cuestionamiento moral apuntándome, recuerdo o, mejor dicho, no logro recordar cuándo besé o me dejé besar por descarte. Me alegro y sonrío con una complicidad que no entiendo con quién comparto y me hace dudar si sigo siendo una. Río entonces en un guiño compinche conmigo misma. Y es que últimamente sólo me dedico a morder.

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