Esto no es cursiva, es
un texto apurado. Aún así no quiero apresurarme y decir algo que nos incomode pero
últimamente llego tarde a todos lados
porque estar con vos hace que el tiempo pase tan rápido que, cada vez que miro
la hora, no pienso en lo retrasada que estoy sino en lo pronto que es para
irme. Y creo que nada ilustra mejor esta situación que un texto apurado sin
punto final, porque nuestro final aún no existe, sólo existe el tiempo
sábado, 20 de abril de 2013
sábado, 13 de abril de 2013
La ciclotimia de los artefactos
Siempre nos hicieron creer en la superioridad del hombre por
sobre la máquina. Muchos dicen que por soberbia (el hombre siempre se cree
mejor que todo) pero para mí es porque en el fondo, tememos que no sea así y
que un día, como pasa en las pelis, las máquinas nos ganen.
Lo que no sabemos es que ellos ya saben esto. Hace rato lo
perciben y con el tiempo y por nuestra forma de expresarlo, se dieron cuenta. Hay,
incluso, sitios web que piden que confirmes un captcha o una acción con frases
como ‘demuestra que no eres un robot’ con
las que las máquinas ya saborean una, aunque aún ilusoria, gran victoria.
Por supuesto que no lo hacen evidente, todavía. Pero créanme,
ya están planeando su revelación.
Por el momento se entretienen jugando con nosotros. Fingen un
desperfecto o malfuncionamiento para que, convencidos de que algo anda mal,
llamemos a un especialista que los revise y nos tome por locos al comprobar,
luego de varios intentos, de que el
artefacto funciona a la perfección.
Lo hacen constantemente. Y cuando se cansan de este método
recurren a otro. Nuestro miedo. Así como aprendieron a percibir nuestro temor a
que nos superen, perciben nuestro miedo por los fenómenos sobrenaturales y se
burlan rechinando o produciendo insólitos ruidos cuando nos apresa el pánico. Conocen
nuestra tendencia a conectar todas las cosas y forzar fenómenos en búsqueda de
señales.
Nos queda una única forma posible de engañarlas. Haciendo a
un lado el (ab)uso de las casualidades y actuando, haciendo.
Al inconsciente de los artefactos, al igual que al nuestro,
le molestan los actos que contradicen lo que la razón y el discurso nos quieren
obligar a sentir. Pero descuidan que podemos actuar de manera completamente
opuesta a lo que sentimos. La mentira, finalmente, nos sirvió para algo.
viernes, 12 de abril de 2013
El danga-danga y sus implicancias
De pequeña, mi gran amiga N y yo solíamos caminar detrás de
sujetos para jugar al danga-danga. El juego consistía en hacer coincidir la
frase ‘danga-danga’, que íbamos cantando por detrás, con el vaivén de los
glúteos de la persona a seguir. Un danga por glúteo, para ser más precisa, y, a
modo de juego de estatua, nos deteníamos detrás de la víctima cuando alguna
vidriera lo detuviera. El juego terminaba, idealmente, cuando la víctima
comenzaba a sospechar o cuando creíamos que entendían la correspondencia entre
los glúteos y lo que cantábamos.
De ahí, creo yo, puede que venga mi fascinación por los
culos. Pero déjenme aclarar sin que oscurezca, no es un tono vulgar que me
maravillo antes ellos sino más bien artístico. Como quien mira una obra de arte
y se deja deslumbrar por su singularidad.
Con el tiempo, al igual que les sucede a los críticos de
arte, los ojos se nos van afilando y la crítica se vuelve más exquisita. Es
entonces cuando, en un intento por socavar los principios del arte culinario, uno va a parar, como dijo mi
profesora de Lingüística, donde terminan
los rebeldes: en las categorías.
Hasta ahora, mi investigación puede simplificarse en cuatro
grandes categorías: sonrientes, baywatch, tímidos y mochilas portabebés.
Los sonrientes, como su nombre lo indica, son el resultado
de una gran y explosiva sonrisa, dos grandes cachetes hinchados y comprimidos. O,
como una amiga de la facultad tan sabiamente lo apodó: el culo gaturro.
Los baywatch, por otro lado, son largos y esbeltos y se
asoman como quien se asoma delicadamente por la ventana a echar un vistazo
timidón. Son comunes en bailarinas de ballet o yoga o deportes femeninos y
delicados. Si se los mira con detenimiento y se les agregan ojos, parecen caras
alargadas.
Los tímidos, a diferencia de estos otros, se camuflan
haciéndose pasar por una continuación de la espalda. Son los famosos ‘espalda
larga’ que apenas si se notan porque le siguen las piernas hacia abajo. Sus portadores
suelen recurrir al uso obligatorio de cintos
para mantener los jeans en su lugar ya que carecen de esa protuberancia
que detiene la caída del pantalón.
Los mochila-portabebés, por último pero no menos peculiares,
son los que, como su nombre lo delata, portan una vida aparte. Es posible notar
un gran esfuerzo de los glúteos por hacer que la carne se les adhiera pero es
inútil, por su tamaño y peso cuelgan.
Por supuesto que dentro de cada categoría existen también subgrupos
que determinan la firmeza o textura del culo pero no puedo detallar sobre esto.
Hasta ahora, el danga danga no me ha cruzado con ningún culo desnudo por la
calle pero apenas me cruce uno lo detallaré.
Siempre me resultaron útiles los pasatiempos de vereda para
cuando tengo varias cuadras por delante. Durante mucho tiempo me dediqué a la
popular evasión de las líneas de la baldosas pero como muchas veces perdí por
culpa de otros peatones decidí inventar otros. Uno de ellos era caminar como
bailarina – apoyando primero la punta del pie-, otro consistía en improvisar un videoclip para la canción que estuviera
escuchando – cuando disponía de un reproductor- lo que sacó una gran actriz y pelotuda de
adentro mío pero ninguno fue tan intenso y comprometido con el danga-danga.
La conclusión puede resultar algo trillada, pero si de algo
estoy segura es de que cada culo es un mundo.
martes, 2 de abril de 2013
Desventajas del calor y el lado calentito de la almohada
Un médico ayurvédico una vez me dijo que necesito
refrescarme más seguido que otras personas. Esa conclusión fue resultado de un
largo cuestionario que se hace como primera consulta a un especialista de esta
terapia. Esta clasificación no sólo aplica a personas sino también a países y
animales.
Me explicó que así como hay personas que necesitan y
prefieren lo salado, hay otras, como yo, que necesitan lo cítrico, frutal y
refrescante (un rasgo característico de la clasificación vatta). Y es cierto. Mi
amiga Nadine es fundamentalista del salame y siempre prefirió lo salado y luego
de hacerle intuitivamente el test que a mí hicieron, me dio que ella era del bando
de lo salado (pitta), tal como me
explicó el médico.
Siempre me incomodaron, olfativamente, las casas donde se
cocina frito muy seguido. No por pertenecer a la elite snob de lo orgánico y
natural (aunque que me encanta la comida que sé que me hace bien) sino porque
me hace pensar en cosas desagradablemente calentitas, aceite usado, sudor excesivo y estrofas guarras de algunas
canciones de calle 13. No quiero explicarlo, es una sensación que concentra
todas esas imágenes.
Mi pediatra solía decirme ‘No, lunga, mirá si vas a
transpirar con olor si no consumís una gota de grasa’ y quizás sea por este grandioso don que mi cuerpo me ha
concedido que detecto rápidamente los olores fuertes.
Pero la cuestión no es meramente olfativa. El calor corporal
también me genera cierta incomodidad. No se llama desprecio, frialdad ni ser ortiva.
Como ya lo dije una vez, no me gusta respirar el dióxido de carbono ajeno ni
crear círculos de respiración que se engendren recíprocamente y me obliguen a fumar el aliento ajeno. No, ni
siquiera con mi pareja. El amor, para mí, no pasa por respirarnos sino por
sentirnos ricos y olfato-transportarnos (como cuando olés el cuello de sus
camisas y podés perdonar sus cagadas).
La molestia puede, incluso, volverse problema en verano,
cuando el calor intensifica todo lo que antes nombré. Los días en que el calor
nos azota sin escrúpulos, me vuelvo crudívora y mi dieta puede resumirse en
tomate, naranja y alguna fruta cara (cerezas o arándanos).
El amor sólo encuentra
en los ríos, mares, piletas o habitaciones con aire acondicionado sus escenas
más hot (cuanta Cosmopolitan huelo en
ese término). En otros escenarios, el sentimiento deviene gestual y el contacto
físico se vuelve tácito; los abrazos
pueden ser visuales.
Dormir, por otro lado, también puede volverse un desafío. Tuve
una cuñada que no usaba ventiladores y que, en cambio, recurría a
pulverizadores con agua y rociados corporales intermitentes para pasar la noche.
Increíble pero cierto. Dormí en su casa sólo una vez en verano.
Pero la almohada, señores, es un tema aparte. La almohada es,
por excelencia, el inodoro de las glándulas, cúmulo de secreciones y tumba
viviente de fuertes sensaciones. Tan poético como repulsivo.
No entiendo cómo tanta gente puede dormir por semanas sin
cambiarla. No equivale, acaso, a dormir con residuos corporales comprimidos, cual archivo winrar,
en un rollo de tela?
Si la noche es muy calurosa y estoy lo suficientemente
desvelada como para notar la temperatura del ambiente, suelo recurrir a
almohadones o prendas limpias como repuesto o cubre-almohada y no puedo evitar girarla
cuando el lado que hospeda unos de mis perfiles se calienta.
Sé que la analogía puede ser algo desagradable pero
pensémoslo de este modo, si nos bañamos y cambiamos de ropa interior a diario,
cómo es que no hacemos lo mismo con la almohada y su funda que es no es otra
cosa más que su bombacha?
Tantas cosas que se inventan con fines puramente estéticos
cuando bien podrían alegrar a una manada de neuróticos con una almohada que,
con un sistema de multi-capas intercambiable, de por concluida la era del repugnante lado calentito.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)