Un médico ayurvédico una vez me dijo que necesito
refrescarme más seguido que otras personas. Esa conclusión fue resultado de un
largo cuestionario que se hace como primera consulta a un especialista de esta
terapia. Esta clasificación no sólo aplica a personas sino también a países y
animales.
Me explicó que así como hay personas que necesitan y
prefieren lo salado, hay otras, como yo, que necesitan lo cítrico, frutal y
refrescante (un rasgo característico de la clasificación vatta). Y es cierto. Mi
amiga Nadine es fundamentalista del salame y siempre prefirió lo salado y luego
de hacerle intuitivamente el test que a mí hicieron, me dio que ella era del bando
de lo salado (pitta), tal como me
explicó el médico.
Siempre me incomodaron, olfativamente, las casas donde se
cocina frito muy seguido. No por pertenecer a la elite snob de lo orgánico y
natural (aunque que me encanta la comida que sé que me hace bien) sino porque
me hace pensar en cosas desagradablemente calentitas, aceite usado, sudor excesivo y estrofas guarras de algunas
canciones de calle 13. No quiero explicarlo, es una sensación que concentra
todas esas imágenes.
Mi pediatra solía decirme ‘No, lunga, mirá si vas a
transpirar con olor si no consumís una gota de grasa’ y quizás sea por este grandioso don que mi cuerpo me ha
concedido que detecto rápidamente los olores fuertes.
Pero la cuestión no es meramente olfativa. El calor corporal
también me genera cierta incomodidad. No se llama desprecio, frialdad ni ser ortiva.
Como ya lo dije una vez, no me gusta respirar el dióxido de carbono ajeno ni
crear círculos de respiración que se engendren recíprocamente y me obliguen a fumar el aliento ajeno. No, ni
siquiera con mi pareja. El amor, para mí, no pasa por respirarnos sino por
sentirnos ricos y olfato-transportarnos (como cuando olés el cuello de sus
camisas y podés perdonar sus cagadas).
La molestia puede, incluso, volverse problema en verano,
cuando el calor intensifica todo lo que antes nombré. Los días en que el calor
nos azota sin escrúpulos, me vuelvo crudívora y mi dieta puede resumirse en
tomate, naranja y alguna fruta cara (cerezas o arándanos).
El amor sólo encuentra
en los ríos, mares, piletas o habitaciones con aire acondicionado sus escenas
más hot (cuanta Cosmopolitan huelo en
ese término). En otros escenarios, el sentimiento deviene gestual y el contacto
físico se vuelve tácito; los abrazos
pueden ser visuales.
Dormir, por otro lado, también puede volverse un desafío. Tuve
una cuñada que no usaba ventiladores y que, en cambio, recurría a
pulverizadores con agua y rociados corporales intermitentes para pasar la noche.
Increíble pero cierto. Dormí en su casa sólo una vez en verano.
Pero la almohada, señores, es un tema aparte. La almohada es,
por excelencia, el inodoro de las glándulas, cúmulo de secreciones y tumba
viviente de fuertes sensaciones. Tan poético como repulsivo.
No entiendo cómo tanta gente puede dormir por semanas sin
cambiarla. No equivale, acaso, a dormir con residuos corporales comprimidos, cual archivo winrar,
en un rollo de tela?
Si la noche es muy calurosa y estoy lo suficientemente
desvelada como para notar la temperatura del ambiente, suelo recurrir a
almohadones o prendas limpias como repuesto o cubre-almohada y no puedo evitar girarla
cuando el lado que hospeda unos de mis perfiles se calienta.
Sé que la analogía puede ser algo desagradable pero
pensémoslo de este modo, si nos bañamos y cambiamos de ropa interior a diario,
cómo es que no hacemos lo mismo con la almohada y su funda que es no es otra
cosa más que su bombacha?
Tantas cosas que se inventan con fines puramente estéticos
cuando bien podrían alegrar a una manada de neuróticos con una almohada que,
con un sistema de multi-capas intercambiable, de por concluida la era del repugnante lado calentito.
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