martes, 2 de abril de 2013

Desventajas del calor y el lado calentito de la almohada



Un médico ayurvédico una vez me dijo que necesito refrescarme más seguido que otras personas. Esa conclusión fue resultado de un largo cuestionario que se hace como primera consulta a un especialista de esta terapia. Esta clasificación no sólo aplica a personas sino también a países y animales.
Me explicó que así como hay personas que necesitan y prefieren lo salado, hay otras, como yo, que necesitan lo cítrico, frutal y refrescante (un rasgo característico de la clasificación vatta).  Y es cierto. Mi amiga Nadine es fundamentalista del salame y siempre prefirió lo salado y luego de hacerle intuitivamente el test que a mí hicieron, me dio que ella era del bando de lo salado (pitta), tal como me explicó el médico.
Siempre me incomodaron, olfativamente, las casas donde se cocina frito muy seguido. No por pertenecer a la elite snob de lo orgánico y natural (aunque que me encanta la comida que sé que me hace bien) sino porque me hace pensar en cosas desagradablemente calentitas, aceite usado,  sudor excesivo y estrofas guarras de algunas canciones de calle 13. No quiero explicarlo, es una sensación que concentra todas esas imágenes.
Mi pediatra solía decirme ‘No, lunga, mirá si vas a transpirar con olor si no consumís una gota de grasa’ y quizás  sea por este grandioso don que mi cuerpo me ha concedido que detecto rápidamente los olores fuertes.
Pero la cuestión no es meramente olfativa. El calor corporal también me genera cierta incomodidad. No se llama desprecio, frialdad ni ser ortiva. Como ya lo dije una vez, no me gusta respirar el dióxido de carbono ajeno ni crear círculos de respiración que se engendren recíprocamente y  me obliguen a fumar el aliento ajeno. No, ni siquiera con mi pareja. El amor, para mí, no pasa por respirarnos sino por sentirnos ricos y olfato-transportarnos (como cuando olés el cuello de sus camisas y podés perdonar sus cagadas).
La molestia puede, incluso, volverse problema en verano, cuando el calor intensifica todo lo que antes nombré. Los días en que el calor nos azota sin escrúpulos, me vuelvo crudívora y mi dieta puede resumirse en tomate, naranja y alguna fruta cara (cerezas o arándanos).
El amor  sólo encuentra en los ríos, mares, piletas o habitaciones con aire acondicionado sus escenas más hot (cuanta Cosmopolitan huelo en ese término). En otros escenarios, el sentimiento deviene gestual y el contacto físico se vuelve  tácito; los abrazos pueden ser visuales.
Dormir, por otro lado, también puede volverse un desafío. Tuve una cuñada que no usaba ventiladores y que, en cambio, recurría a pulverizadores con agua y rociados corporales intermitentes para pasar la noche. Increíble pero cierto. Dormí en su casa sólo una vez en verano.
Pero la almohada, señores, es un tema aparte. La almohada es, por excelencia, el inodoro de las glándulas, cúmulo de secreciones y tumba viviente de fuertes  sensaciones. Tan poético  como repulsivo.
No entiendo cómo tanta gente puede dormir por semanas sin cambiarla. No equivale, acaso, a dormir con residuos  corporales comprimidos, cual archivo winrar, en un rollo de tela?
Si la noche es muy calurosa y estoy lo suficientemente desvelada como para notar la temperatura del ambiente, suelo recurrir a almohadones o prendas limpias como repuesto o cubre-almohada y no puedo evitar girarla cuando el lado que hospeda unos de mis perfiles se calienta.
Sé que la analogía puede ser algo desagradable pero pensémoslo de este modo, si nos bañamos y cambiamos de ropa interior a diario, cómo es que no hacemos lo mismo con la almohada y su funda que es no es otra cosa más que su bombacha?
Tantas cosas que se inventan con fines puramente estéticos cuando bien podrían alegrar a una manada de neuróticos con una almohada que, con un sistema de multi-capas intercambiable, de por concluida la era del repugnante lado calentito.

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