De pequeña, mi gran amiga N y yo solíamos caminar detrás de
sujetos para jugar al danga-danga. El juego consistía en hacer coincidir la
frase ‘danga-danga’, que íbamos cantando por detrás, con el vaivén de los
glúteos de la persona a seguir. Un danga por glúteo, para ser más precisa, y, a
modo de juego de estatua, nos deteníamos detrás de la víctima cuando alguna
vidriera lo detuviera. El juego terminaba, idealmente, cuando la víctima
comenzaba a sospechar o cuando creíamos que entendían la correspondencia entre
los glúteos y lo que cantábamos.
De ahí, creo yo, puede que venga mi fascinación por los
culos. Pero déjenme aclarar sin que oscurezca, no es un tono vulgar que me
maravillo antes ellos sino más bien artístico. Como quien mira una obra de arte
y se deja deslumbrar por su singularidad.
Con el tiempo, al igual que les sucede a los críticos de
arte, los ojos se nos van afilando y la crítica se vuelve más exquisita. Es
entonces cuando, en un intento por socavar los principios del arte culinario, uno va a parar, como dijo mi
profesora de Lingüística, donde terminan
los rebeldes: en las categorías.
Hasta ahora, mi investigación puede simplificarse en cuatro
grandes categorías: sonrientes, baywatch, tímidos y mochilas portabebés.
Los sonrientes, como su nombre lo indica, son el resultado
de una gran y explosiva sonrisa, dos grandes cachetes hinchados y comprimidos. O,
como una amiga de la facultad tan sabiamente lo apodó: el culo gaturro.
Los baywatch, por otro lado, son largos y esbeltos y se
asoman como quien se asoma delicadamente por la ventana a echar un vistazo
timidón. Son comunes en bailarinas de ballet o yoga o deportes femeninos y
delicados. Si se los mira con detenimiento y se les agregan ojos, parecen caras
alargadas.
Los tímidos, a diferencia de estos otros, se camuflan
haciéndose pasar por una continuación de la espalda. Son los famosos ‘espalda
larga’ que apenas si se notan porque le siguen las piernas hacia abajo. Sus portadores
suelen recurrir al uso obligatorio de cintos
para mantener los jeans en su lugar ya que carecen de esa protuberancia
que detiene la caída del pantalón.
Los mochila-portabebés, por último pero no menos peculiares,
son los que, como su nombre lo delata, portan una vida aparte. Es posible notar
un gran esfuerzo de los glúteos por hacer que la carne se les adhiera pero es
inútil, por su tamaño y peso cuelgan.
Por supuesto que dentro de cada categoría existen también subgrupos
que determinan la firmeza o textura del culo pero no puedo detallar sobre esto.
Hasta ahora, el danga danga no me ha cruzado con ningún culo desnudo por la
calle pero apenas me cruce uno lo detallaré.
Siempre me resultaron útiles los pasatiempos de vereda para
cuando tengo varias cuadras por delante. Durante mucho tiempo me dediqué a la
popular evasión de las líneas de la baldosas pero como muchas veces perdí por
culpa de otros peatones decidí inventar otros. Uno de ellos era caminar como
bailarina – apoyando primero la punta del pie-, otro consistía en improvisar un videoclip para la canción que estuviera
escuchando – cuando disponía de un reproductor- lo que sacó una gran actriz y pelotuda de
adentro mío pero ninguno fue tan intenso y comprometido con el danga-danga.
La conclusión puede resultar algo trillada, pero si de algo
estoy segura es de que cada culo es un mundo.
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