Mueren de celos. Pasan más de la mitad
del año encerrados y apilados en ese rincón del placard que rara
vez o rara búsqueda de objetos perdidos frecuentamos.
Más de doscientos días viendo, de
reojo y con angustia, cómo maldecís vaginas familiares por no
encontrar esa musculosa cuyo escote te distingue del resto, cual
oración clave de un texto subrayada en flúo, o ese short que tan
bien logra callar las habladurías de tu cadera.
Pero como si eso fuera poco,
acercándose el clima casi ideal para que los pobrecitos vuelvan a
ser protagonistas, vos decidís, sin reparo ni compasión, que es
hora de renovar esa pila aburrida de sweaters que, para entonces, ya
tienen pelotitas y mal olor. No cumplen ya con tus cambiantes expectativas y se ven avasallados por el grito de una nueva moda
de abrigos que no abrigan pero realzan tus curvas a
costa de hacer de tu cuerpo un archivo .rar.
La única forma que los pobrecitos
tienen de expresar su enfado es provocando, al quitártelos, esas
pequeñas descargas eléctricas que tanto incomodan al saludar o
tocar a alguien, o llenando de frizz tu melena recién planchada.
Algunos, también, intentan encogerse después del lavado pero fracasan al no poder quebrantar la moral de la buena lana.
La próxima vez que deambules entre
vidrieras de abrigos mentirosos, acordate de las tardes y noches que
esos viejos pulóveres estuvieron ahí para abrazarte, abrigarte y
dejarte repetir segundos platos porque ellos siempre te cubrieron y
demostraron que no te quieren por tu curvatura sino por dejarlos hospedarse en tu piel.
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