viernes, 2 de mayo de 2014

Bus a la boliviana, cistitis asegurada

Si creías que ir de compras a Once o a La salada era lo peor que podía pasarte es porque nunca fuiste a una terminal de colectivos en Bolivia. Los empleados se manejan bajo el mandato 'vendo luego existo' y poco les importa si deben mentir piadosa o alevosamente para conseguirlo.
Las terminales son como hinchadas o plateas de un espectáculo. No hay un segundo de silencio y cada empresa tiene su propio vendedor ambulante al grito de 'La Paz, La Paz, La paz' o 'Sucre-Sucre-Sucre', según el destino que ofrezca y en el tonito que considera más molesto.
La peor parte es la entrada. Si tenés cara o valija de turista, el grito va a tu cara y si los ignorás, alguno te tomará del brazo o intentará ayudarte con el equipaje con tal de que le compres. Sin dudas, lo más stalker que vi en mi vida en un lugar público.
El primer bus que tomamos, de Yacuiba  a Santa Cruz, me sirvió para saber qué recaudos tomar en los próximos viajes. 'Primera y última vez que viajo nueve horas en un bus sin baño', me dije. Con lo problemático que es mi sistema urinario, que me castiga con ardores si no orino o tomo agua cada tres horas, no estaba para andar forzando el cuerito porque sí.
El segundo viaje fue hasta Sucre, donde nos esperaba quien luego se convertiría en la protagonista del viaje: la Mumi, nuestra perra viajera. Más precisamente en Yotala, un pueblito más chico que Timbúes, Freddy, un artesano amigo del pelado, estaba cuidando de la cachorra y su hermanita.
Estaba vez estaba decidida a viajar cómoda por lo que le pedí al pela que nos aseguráramos de viajar en un bus con baño. 'Yo me encargo', me dijo. Y como muchos sabrán, el pibe suele ser algo drástico en sus métodos:
- 'Escuche papacho, ¿el bus tiene baño? Porque le explico, estoy con una cagadera terrible. Vio cuando la caca le sale bien líquida?', le dijo el hijo de puta mientras con las manos resaltaba la idea de líquido, como gestualizando la lluvia.
Ni el vendedor, ni las cholitas ni el resto de los compradores ahí presentes pudieron contener la risa y fue en cuestión de segundos que todo el ala oeste de la terminal supo que un hombre con diarrea se dirigía a Sucre. Poco me importó. Nos aseguraron que el bus tendría baño y con eso ya estaba feliz.
Con alivio y los pasajes en mano, compré una botella de agua y tomé hasta asegurarme un meíto previo al viaje. Pagué un boliviano por el uso del baño o debería decir, de la canilla y el jabón porque de pis no hubo noticias. En menos de media hora y con la presión de desagotar antes de subir, mi máquina de meo no llegó a expulsar una gota. 'Ya fue, hago en el bondi'.
Luego de alguna que otra demora y con algún que otro empujón de por medio, nos subimos y encaramos una misión que, no entiendo por qué, altera con tanta facilidad a los pasajeros: buscar el número de asiento. Estábamos en el diecialgo, lo encontramos rápido. Acomodé el bolso de mano para usar de almohadón y antes de sentarme miré hacia atrás para localizar el baño: Mana‑n  kan‑chu! Así se dice 'no hay' en quechua. El tan solicitado baño para la falsa diarrea de mi novio brillaba por su ausencia. 
El sobresalto y las ganas de mear me invadieron al mismo tiempo. 'No boludo, me muero', le dije desesperada con la vejiga casi en la mano. 'Ya fue, andá y pedile al chofer que pare en un rato, que te cagás encima. Yo una vez amenacé con cagar todo el bondi y me frenaron' fue el alentador consejo del pelado. Fui hasta la 'cabina' y le pregunté al chofer cuándo pararía, a lo que me respondió, en quien sabe que idioma, que si, que más tarde que me fuera a sentar y que, paf! me cerró la puerta. 'Yasta, me meo encima posta'.
El colectivo arrancó y como era de esperar, no esquivó un puto pozo. El cuerito se me estallaba. Volví a mirar para atrás y esta vez noté que todos los asientos del fondo estaban vacíos. Agarré la mochila del pelado y gracias a Buddha me encontré con que el cacharrito que usábamos de olla estaba amarrado al bolso. ¡Bingo!. 'Boludo, vámonos atrás. Tenemos el cacharro, vos tapame que yo meo ahí!'. Sin hacer mucho espamento, nos llevamos las cosas al fondo y esperamos a que el bus finalmente tomara una calle lisita para poder embocar. Puse una bolsa tipo camiseta dentro de mi inodoro, como para que a nadie le molestara volver a cocinar y comer de allí y empecé a probar mi equilibrio.
Me senté en cuclillas arriba del último asiento del lazo izquierdo y aprovechando que no había nadie en el penúltimo, me sostuve del respaldar para mejorar la puntería. 'Guau boluda, alto meo!', exclamó el pelado, como contándole a todos sobre el amarillo acontecimiento. 
Mi pis casi llenaba el cacharro por lo que apenas podía cerrar la bolsa. 'Abrí rápido que la tiro por la ventana', y fue así que mi adn en estado líquido voló hasta probablemente  estallarse contra algún parabrisas. Nunca lo sabré. El alivio posterior  fue tan conmovedor que él no quiso quedarse atrás: 'Yo también voy a mear pero todo bien, yo asomo la chota por la ventana y ya'. ¡Qué hijos de puta que son los hombres! Pero qué forros son los bolivianos que no tienen baños en los buses a menos que viajes en coche cama -servicio casi inexistente y el triple de caro-. 
Yo no entiendo cómo es que hacen las cholitas pero les puedo asegurar que incluso en las paradas que hace el chofer, son pocas las que mean. La mayoría se la pasa peinándose las trenzas o lavándose los dientes. Benditas vejigas.
El viaje siguió de maravillas. Teníamos todos los asientos del fondo para nosotros solitos, incluso nuestro baño privado. El camino, por otro lado, fue horrible:  ripio, piedras, subidas empinadas, quizás aplastamiento de cadáveres, no estamos seguros ni nos importaba. Mientras la vejiga está vacía viajar es un placer.
A las doce horas llegamos a la terminal de Sucre en busca de la Mumi. No estábamos seguros de cómo íbamos a localizarla, pero si de algo teníamos certeza, es de que jamás volveríamos a viajar sin el tarrito salvador en el bolso de manos.



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