Estaba otra vez a punto de cagarla.
Ibamos en bici, él pedaleaba y yo iba en el caño, totalmente
incómoda pero increíblemente feliz. En momentos como ese que se
exceden en ternura decido salir de mi, elevarme o distanciarme unos
metros del cuadro y sacar una foto que luego archivo en mi registro
de instantes mágicos, para luego recordarlos con alegría o con
llanto si sé que no podré repetirlos.
Esa semana había sido una de las más
húmedas de Rosario, no es que chequeara ni llevara registro del
pronóstico sino que mi lumbalgia me avisa con leves o agudas
puntadas el porcentaje de humedad del día. Esa tarde era del ochenta
o noventa por ciento, y si bien él se molestaba en esquivar los
pozos, a veces arriesgándonos a que nos pisara un auto, yo mantenía
mis invisibles abdominales duros para que los adoquines coloniales de
la manzana del teatro El Circulo no me dejaran sin espalda ni culo.
Como estaba fresquito los dos ibamos
algo encurvados, como para apaciguar el viento y él, por la
cercanía, me hablaba al oído. Yo le respondía siempre mirando al
frente, sabía que un mínimo giro me encontraría ya en su mejilla
y no daba. En verdad si daba, pero no quería facilitarle tanto el
trabajo. Al menos en ese momento.
Doblamos en una cuadra minada en
plátanos. Intenté advertírselo pero venía tan entusiasmado
contándome algo que no quise interrumpir con una boludez. Ya
estábamos ahí, en la manzana de la alergia. Llámenle sugestión o
como sea pero enseguida empecé a sentir todos los sintomas: el
lagrimeo, los mocos flojos, la picazón y todos las ganas de
estornudar del mundo.
Es curioso cómo se forma el estornudo
desde lo más profundo de nuestras entrañas y comienza a subir hasta
el cableado que una vez supuse que tenemos en la nariz. Mi cara ya
comenzaba a desfigurarse. Por suerte yo seguía firme mirando al
frente o, mejor dicho, con el rostro hacia adelante. Mi ojos ya
estaban cerrados, mi boca comenzaba a abrirse en ese gesto horrible e
incontrolable y el cosquilleo era tan fuerte que no pude siquiera
intentar reprimirlo. Él seguía hablándome como si nada, como si el
estornudo del siglo a milímetros de su cara y en su bici no
estuviese por suceder. Pero si sucedió, y no fue un tierno 'achís!',
porque nunca me salió hacerlo así. Fue, en cambio, un grandioso:
'AAAA CHÁAAA!' lo que despedí y que nos despidió de la bicisenda,
de la bici y del momento romántico para mi archivo. Como sabía que
no podría detenerlo, por respeto decidí hacerlo hacia un costado,
el opuesto a su rostro, claro. Sólo que no controlé la fuerza para
desviarlo y usé todo mi cuerpo para darle dirección. Fue así que
terminamos cayendo cómica y patéticamente hacia el cordón desde
donde me dijo : '¿Posta estornudás así?.
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