domingo, 31 de agosto de 2014

Pencils gonna hate

Un día, cansada de su trazo se pasó a la tinta. Los lápices se juntaron a sacarse punta y, cual reunión en peluquería de humanos, hablaron pestes de ella toda la tarde. ‘Es una careta, seguro que ahora duerme en cartuchera cara’. Los lápices, ahora unidos por un odio y enemigo común, tramaron un plan siniestro contra las biromes y se jactaban cada vez más de habitar lugares recónditos como cajones olvidados u orejas de carpinteros. ‘Dejala, seguro ahora se junta con las sharpies y sale a escritorios de diseñadores’, gruñían entre sí.
Ella, que apenas empezaba a testear un nuevo trazo, temía tanto que manchaba sus garabatos, no lograba controlar sus líneas. Otras veces, directamente, se paralizaba.
‘Carpetario es una porquería, yo me quiero mudar a Nuevas Hojas, ahí tengo plumas amigas que no se comen el viaje ni te tildan de ‘parker’ si querés cambiar’, se repetía una y otra vez.
Los  nuevos escritorios la asustaban muchísimo. El abandono de sus amigos la obligó a empezar de cero y se encontró, de pronto, garabateando con fibrones. Sí, con los más cabeza de todos, esos de los que su madre le rogaba cuidarse. Fueron tan buenos con ella que, de a poco, fue desmintiendo todos sus prejuicios hasta juntarse, incluso, con los resaltadores flúo, los más delirantes de todos. ‘A la gilada ni cabida, nosotros los pasamos por encima’, exclamaban los flúo en medio de carcajadas que, de tan fuertes, machucaban sus puntas. Sus nuevos compañeros le brindaron todo el apoyo que sus ex-amigos lápices le negaron.
Con tiempo y dedicación, logró perfeccionar su trazo y comenzó a compartir cartucheras con resaltadores, fibrones, crayones y gomas- porque gomas nunca faltan. Convivía en perfecta armonía intercambiando trucos con sus colegas y complementándose con otros trazos amigos.
Una tarde, jugando con los flúo, notó que uno de ellos -aparentemente nuevo en la manada- se mantenía lejos de la hoja. Se acercó a conocerlo y notando su resistencia a quitarse el capuchón, lo amenazó con mancharlo en tinta. El tímido flúo, finalmente, se quitó el capuchón dejándola totalmente shockeada. Era él, uno de los lápices que tanto la había difamado por haberse vuelto birome. ‘Perdón, te bardée por envidioso, por cómo te decidiste a probar la tinta. Yo siempre quise ser flúo’. Ella, conmovida, entendió que le hablaba desde lo más profundo de su mina, ahora refill, y le agradeció la disculpa.


Desde entonces, hacen de las suyas en todos los escritorios: motivan a los jóvenes lápices a probar nuevas tintas y frenan a los fibrones inconformistas que bardean a todos: a los no-fibrones por no ser como ellos  y a los que quieren serlo, por querer ser como ellos. En cada hoja que encuentran cerca de los lapicitos escriben un mensaje que escandaliza a las castas de lápices y portaminas más conservadoras: ‘Escribí en la tinta que quieras, que mientras las ganas sean genuinas, no hay fibrón cabeza que pueda tacharte’.


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