miércoles, 20 de noviembre de 2013

La verdadera función de las fuentes


Eso de que la raza humana es la más importante además de la única que haya habitado el -'nuestro'- planeta son puras falacias. Y dejenme decir, poco inocentes. No se evita hablar del tema por miedo a lo sobrenatural ni por considerarse una pérdida de tiempo; se elude por soberbia. Si, somos tan egocéntricos que preferimos creer o incluso pretendemos demostrar que es imposible que otra especie de tanta relevancia como la humana haya precedido.
Inventamos cosas y les asignamos con tanta convicción una utilidad a cada una que si alguien intenta usar un lápiz para otra cosa que no sea escribir, nos alteramos. Ahora bien, si sucede y por su practicidad se masifica, se declara referente de una época, como las biromes que se usaban para rebobinar casettes. Pero por sobre todo, para dejar en claro que es inusual que respondiera a otra función además de la propia, la 'natural'.
Mi asombro se despierta más todavía con las cosas que no sirven para algo o que son meramente decorativas. Las columnas que no sostienen nada, por ejemplo, ¿para qué están ahí?, ¿quién dijo que son lindas? Lo mismo con las fuentes; las que tiran agua y las que no también. Pasé muchas tardes tomando jugos en citas con chicos que me gustaban cerca de la fuente de la plaza López mientras los perros se bañaban ahí, en ese agua verdosa y desagradable producto de lluvia y orina acumulada. De hecho, cada vez que iba con amigos nos fijábamos, primero, si había lugar cerca de la fuente antes de elegir cualquier otro banco. De a ratos la comparo con un altar y si me pongo la gorra y pienso como tal, creo que es un lugar súper estratégico para poner una cámara. Las fuentes son testigos de manejes y franeleos que más tienen de ilegales que de inocentes. Suficiente, me saco la gorra.
Cuando voy al cine del Alto, me divierte suponer que las mini salchichas blancas con una línea roja en la punta que cercan el estacionamiento son tampones de gigantes y siempre hago el mismo chiste de sentarme sobre ellas.
Hace dos noches atrás, me quedé mirando la luna llena desde la ventana de mi habitación, nunca antes mejor ubicada, e imaginaba que los tanques de agua de las terrazas eran las tacitas o shots de whisky de los gigantes. 'Es obvio', me convencía.

En todo momento, he notado, estoy resignificando la funcionalidad de las cosas que me rodean como si fuese un gigante, o como si ellos hubieran existido. A veces ni siquiera me lo planteo y directamente asumo que existieron. 'Eso es re de agrandada', me dijeron una vez. Puede ser. Es que la era de las gigantografías y los mega edificios es imposible hacer la vista gorda al bombardeo y, en cambio, divertido minimizar el supersize jugando a ser gigante y percibiendo la pequeñez de cada cosa. 
Debo decir, además, que en mi juego le encuentro más sentido a muchos objetos e instalaciones que nadie comprende pero por snobismo halagan como críticos de arte. En este sentido, es más que obvio: las fuentes son los bidets; pero por más agua que algunas se siguen echando, no todos lo ven tan claramente. Por eso es que suelen estar cercadas: son altares, lugares de reverencia, casi sagrados como el acto mismo  o, debiera decir, la parte del cuerpo divina que incluso los gigantes hubieron de venerar con un aseo.
En Estados Unidos hay fuentes pero no se usan bidets.¿Será que existieron gigantes y que los yankees tienen el culo sucio?.


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