'Con la casa ordenada se piensa con más
claridad', insisten las obse. 'Hacer la cama sería perjudicial para
la salud', dicen ahora los científicos. Mis mejores resúmenes
pre-examen, esos que colorearon la libreta universitaria que aún no
tengo, se concibieron en madrugadas de encierro, café y aroma a
Procenex en una cocina impecable y sin tazas desparramadas a la vista.
Los relatos que mejor hablan de mí
cobran en lumbalgias, un valor muy alto pero que vale y se
corresponde en cada uno de sus nudos y oraciones.
Nunca pude escribir en la cama, al
menos nada que me convenciera. Ni siquiera en mis días 'buena
onda'-como las mentiritas que perdona Brahma- cuando la liviandad se
apodera del estrado y deja a un fan de Arjona en control de calidad.
El colchón propicia el descanso y mi voluntad se desvanece al
primer hipervínculo que en forma de pestañeo me arrastra al
sueño.
A menos que la incomodidad surja desde
adentro y sea la emoción quien guíe el trazo, siempre en cursiva
cuando hay urgencia, la escritura comprometida que en su caligrafía
revela furia envuelta en tachones y ansiedad en lineas que
escamotean rectitud, no puede jamás nacer del confort.
Desde el sillón se invita al dolor a
un café al paso y con suerte se plasma el sentimiento. Los novatos
que aún exprimimos el empuje emocional y el cuadernito en la cartera
para capturar ideas que tememos no regresen, nunca nos sentamos en el
banco de suplentes sino que nos plantamos en el arco para atajar la
gambeta goleadora que nos tire y atraviese.
No sé si quiero comprarme una silla de
oficina para escribir más cómoda. 'La escritura engorda' dijo una compañera del taller literario; ' y te caga la espalda' le faltó decir.
:O Gonzo journalism
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