sábado, 16 de noviembre de 2013

Las palabras y las cervicales

'Con la casa ordenada se piensa con más claridad', insisten las obse. 'Hacer la cama sería perjudicial para la salud', dicen ahora los científicos. Mis mejores resúmenes pre-examen, esos que colorearon la libreta universitaria que aún no tengo, se concibieron en madrugadas de encierro, café y aroma a Procenex en una cocina impecable y sin tazas desparramadas a la vista.
Los relatos que mejor hablan de mí cobran en lumbalgias, un valor muy alto pero que vale y se corresponde en cada uno de sus nudos y oraciones.
Nunca pude escribir en la cama, al menos nada que me convenciera. Ni siquiera en mis días 'buena onda'-como las mentiritas que perdona Brahma- cuando la liviandad se apodera del estrado y deja a un fan de Arjona en control de calidad. El colchón propicia el descanso y mi voluntad se desvanece al primer hipervínculo que en forma de pestañeo me arrastra al sueño.
A menos que la incomodidad surja desde adentro y sea la emoción quien guíe el trazo, siempre en cursiva cuando hay urgencia, la escritura comprometida que en su caligrafía revela furia envuelta en tachones y ansiedad en lineas que escamotean rectitud, no puede jamás nacer del confort.
Desde el sillón se invita al dolor a un café al paso y con suerte se plasma el sentimiento. Los novatos que aún exprimimos el empuje emocional y el cuadernito en la cartera para capturar ideas que tememos no regresen, nunca nos sentamos en el banco de suplentes sino que nos plantamos en el arco para atajar la gambeta goleadora que nos tire y atraviese.

No sé si quiero comprarme una silla de oficina para escribir más cómoda. 'La escritura engorda' dijo una compañera del taller literario; ' y te caga la espalda' le faltó decir.





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