miércoles, 11 de diciembre de 2013

El día del juicio final: cuando extracción es sinónimo de carnicería

La lista de indicaciones pre-quirúrgicas era interminable, en ella había dos marcadas en negrita: la colocación de dos inyectables y los dos gramos de Amoxicilina una hora antes de la intervención.
Me levanté más temprano de lo habitual y desde entonces empecé a recibir mensajitos deseándome suerte. No quería pero ya sentía miedo. Para relajarme escuché música motivadora y me preparé para ir a desayunar a algún barcito, algo que amo hacer y que hoy aprovecharía más que nunca por los días a puré que se venían.
Fui a 'Bao Babs', el bar que frecuenta mamá donde está el mozo que me regaló el exprimido y cree que soy interesante porque escribo. El chico no estaba pero había otro que también es muy simpático y tiene un tatuaje muy lindo. Le pedí el desayuno de siempre y le pedí un vaso de agua extralarge para las pastillotas de Optamox Duo. Le conté lo que me esperaba y con un "Uh, qué garrón" de por medio me deseó suerte. Volví a sentir miedo.
Mamá pasó a buscarme por el bar para acompañarme a la primer fase del juicio: los inyectables.
"Quién los coloca, es esa chica? Es buena? Mirá que son dos y quiero uno en cada cachete" le dije a la farmacéutica que con una sonrisa me dijo que no me preocupara, que no dolían. Pero bastó con que los pusiera sobre el mostrador para leer  'Decadrón' en la cajita justamente más grande. Qué palabra horrible, de inmediato me recordó mis reiterados episodios de bronquitis y ataques de asma infantiles que siempre terminaban con uno de ellos inyectado e inmortalizado con un hermoso moretón en mi colita.
Machista y sin disimulo, sonreí al ver que un peladito de chupines preguntó quién seguía para inyectables. Entré contenta. Como a todos los que me crucé en la semana, quizás quincena, le conté de mis muelas. "Ni te preocupes que con todo esto que vas a tener encima es imposible que sientas algo", me dijo. Por fin alguien me daba confianza. "Ooouch", me quejé. "Y si, este es el decadrón, arde un poquito, pero ahora a este otro ni lo vas a sentir". Dicho y hecho, pero fui una ilusa al pensar que me iría caminando como si nada. Como pude, seguí el apresurado paso de mi madre hasta un taxi y me senté como quien esquiva un vómito en el asiento, por lo duro que tenía el culo, con la pelvis apuntando a  mi vieja.
Una vez en el consultorio, me anuncié y la recepcionista, siempre rubia, me hizo firmar un papel, 'una cuestión formal', me dijo. El papel  básicamente decía que si moría ni el consultorio ni el doctor eran responsables de nada. "Una lavada de manos", pensé por dentro. Hice una firma horrible, como si ello me sirviera de algo más que para mostrar una bronca infantil que nadie captaría.
Apenas me senté el doctor me llamó por mi apellido. Miré a mi mamá por última vez y entré, ya débil e idiotizada por los dos gramos de droga y los inyectables en el traste.
"Bueno, con vos habíamos quedado en sacar las tres muelitas, no? Ponete cómoda que empezamos a aplicar anestesia y mientras te toma hacemos unas plaquitas", me dijo Muñoz sin darme tiempo a decir nada.
Lo vi acercarse con esa jeringa horrible y cromada de dentista y lo frené para preguntarle "No, para, ¿vos no tenés esa pastita que se pone en la encía para no sentir el pinchazo? Mi odontólogo anterior lo tenía", le dije sin filtro alguno y comenzando a odiarlo. Me miró con un gesto burlón y me dijo "Vos con todos esos tatuajes me vas a decir que no te bancás unos pinchazos?" El odio ya era un hecho y se lo hice saber: "No me estás cayendo bien". Fueron seis en total, dos por cada muela a extraer. Sigo sin entender qué necesidad hubo de enterrar toda la aguja y moverla tanto al retirarla. Si una buena cirugía era indolora, ésta ya empezaba mal.
Lo siguiente fueron las placas. Para ese entonces yo sentía que mi boca superaba en botox a todas las vedettes argentinas y mi corazón latía más fuerte que la vez que me tomé cuatro Speeds para no dormirme en la ruta. Le pregunté si era normal, en un tono tranquilo pero por dentro rogando que mi madre irrumpiera en la sala y le pegara. Pero él, muy canchero y relajado, me dijo que si, "súper normal" poniendo Phil Collins de fondo y anunciando la llegada de la asistente.
"Hola, qué tal? Yo soy la asistente del doctor y voy a estar de este lado ayudándolo". Lo que en verdad quería decir: "Hola, yo soy la forra que te va a sostener este lado del cachete con un gancho tipo gato de auto para que nunca cierres la boca y te voy a absorber la saliva con esta mini aspiradora del costado que menos saliva tengas así te ahogás".
Hacían tantos chistecitos malos entre ellos para relajarme que yo sospechaba que armaban guiones para cada intervención o que la naturalidad y despreocupación que mostraban  era proporcional a la gravedad del caso.
"Si llegás a sentir dolor, cosa que no creo por toda la anestesia, vos me levantás la mano pero nunca te muevas o te puedo hacer mal, ¿estamos?". Asentí con la cabeza mientras sentía como el fruncimiento de mi culo elevaba mi cadera a la altura de mis tetas como si levitara, pero en tensión. "Relajate Marianela, estás muy tensa", el forro lo notó. Me solté y desplomé en el asiento ultra moderno como globo que se desinfla.
Barrió la encía un rato y excarvó la primera muela, siempre preguntándome si dolía, hasta largar el primer anuncio del terror: "Bueno, vas a sentir un crack, un chasquido, no te asustes, la vamos a sacar en pedacitos porque está encariñada, se quiere quedar con vos". La asistente se rió como restándole importancia mientras yo le deseaba una buena vaginitis que no la dejara coger por meses. Una horrible maquinita me trituraba las paredes de la muela hasta que una pala y tres chasquidos más tarde, llegó el hilo. La primer extracción ya era un hecho.
Seguimos con la del lado derecho. Volvió a excarvar y decidí de inmediato cerrar las ojos al ver que lo que entraba en mi boca era un bisturí, filoso y aún con restos de sangre de la extracción anterior. Ya sabía que me iban a cortar pero ver un cuchillo entrar en uno no es cosa agradable. Desde entonces no volví a abrir los ojos.
La asistente, de la nada, largó el peor comentario que pudo haber hecho en la jornada: "Che, esta nos está costando más que la paciente de hoy de los molares súper retenidos, puede ser, doctor?" Dupliqué el lapso e intensidad de la vaginitis que le había deseado hacía instantes. Muñoz, supongo queriendo arreglarla, dijo que "Esta asistente es una exagerada, sabías que ella viene a sacarse una muela por semana? Claro, la muy viva en vez de fumarse uno prefiere sentir la anestesia, es te-rri-ble". Pocos chistes malos y desubicados superaban a los de esta dupla. Ni siquiera abrí los ojos para avisarles que lo había escuchado.
La segunda fase de la cirugía se completó luego de otra destrucción. Mis dientes eran el asfalto que rompía una excavadora conducida por un obrero bien en pedo. Mis glúteos ya no daban más de tanta tensión y de a ratos tenía que aflojar mis gemelos para no acalambrarme. "Necesito comer más banana", pensé por dentro. Ni aún agonizando dejo de pensar en comida.
Finalmente llegó la tercer muela, la de arriba, esa que me tuvo de hija todo el mes. Rogué que ésta saliera entera, pero tampoco tuvo suerte.
"Vas a sentir que te empujo todos los dientes hacia adelante, vos oponé resistencia porque sino no sale", me avisó . Creí que exageraba pero de no haberme tirado con todo el cuerpo hacia el lado de la graciosa asistente, me hubiera caído del asiento. La muela se quebró en dos partes, casi igual que mi cara. Sentí por tercera vez el hilito acariciándome el labio superior, el único que sentía algo y así me enteré de que habíamos llegado al final.
"Terminamos", me dijo como quien termina de asistir un parto. Me hizo unas últimas placas y luego de pasarme un papel por mi mentón que terminó empapado en sangre, comenzó con los 'no' post-operatorios que también me alistó por escrito.
Yo sentía que la boca me colgaba por las tetas. Me toqué la pera sosteniéndola para asegurarme de que siguiera allí. Me dijo que la verdadera hinchazón se vería en las próximas cuarenta y ocho horas y que iba a estar molesta por lo que me volvió a recetar otro decadrón. 'Molestia' en odontología significa morir de dolor. La lengua casi me tocaba el paladar y apenas si podía hablar y tragar así que como pude me despedí de él.
Abrí la puerta y ahí estaba ella, sentada y fingiendo estar despierta en la sala de espera una hora y media más tarde. Su cara lo dijo todo, no tuve más que disentir con la cabeza para contarle lo terrible que había sido.
Fuimos de inmediato a comprar los calmantes y nos tomamos un taxi hasta su casa donde pensaba quedarme unos días. Nada mejor que el cuidado materno cuando se sufren los dolores más indisimulables.
"Ez ud cadnicero", le dije como pude en el taxi, resumiendo la operación e iniciando el relato de la anécdota con el taxista.







No hay comentarios:

Publicar un comentario