lunes, 16 de diciembre de 2013

La amiga porno

Existe algo mucho peor que caerle mal alguien que nos agrada y es caerle bien a la gente que no bancamos. En primer lugar, caerle  mal a quien nos interesa es penoso porque además de signifcar el fracaso de nuestro encanto, nadie quiere a quien lo considera un salame y, por lógica, se debe empezar a a odiar a esa persona o, cuanto menos, dejar de mostrarle interés. Odiar es un viaje, mejor ignorar; al menos públicamente. Para indagar secretamente en sus vidas, existen las redes.
Caerle bien a los que nos caen mal, por otro lado, es mucho peor. Sobre todo si se tiene poca crueldad o se le da gran importancia a los sentimientos del otro. Es doblemente perverso, la sinceridad y la culpa se disputan la resolución final que será, al menos, complicada si una fuerte crianza católica trastocó nuestra conciencia.
Cuando se trata del sexo opuesto, la cuestión es más sencilla. Hay frases como 'no me llames, yo te llamo' que nos ahorran la explicación: a buen entendedor, pocas palabras. A menos que se trate de un espécimen que no haya superado la fase de negación en la que deliran absurdas excusas de por qué no fueron llamados: 'capaz se quedó sin crédito', 'a lo mejor perdió mi numero', 'mirá si le hackearon el facebook y olvidó mi nombre'. Ellos no aceptan el no.
Con los del mismo género es más jodido, sobre todo si se es mujer. Las minas podemos alcanzar un nivel de cinismo que puede conducirnos a la locura sin retorno, en especial aquellas cuyo dominio del sarcasmo no conoce de límite moral. Porque claro, yo soy irónica y un poco ácida pero tengo mis límites. Mi superyo puede volverme una Heidi en cuestión de segundos haciéndome pedir disculpas a un otro que quizás ni las merezca. Todavía lucho contra eso.
Aún así, he pasado por situaciones en la que la sinceridad se encargó de alejarme de mucha gente. Antes me agradaba decir que tengo más amigos hombres que mujeres pero ya no. Es más, quiero tener amigas nenas, ya pasó eso de ser un pibe más en el mar de huevos. Porque además si uno tiene sólo amigos hombres es evidente que hay algo en una que también nos vuelve una jodida misógina que no interactúa con las de su género. Y hacer amigas sí que es difícil. Las mujeres son cerradas y sus círculos de amistades suelen ser más herméticos que los Tupperware de mi mamá. Si sos muy sincera podés pecar de soreta o de torta por decirle linda a alguien que crees lo merece. Si intentás involucrarte, también, '¿Qué quiere esta piba? ¿No tiene amigas? ¿Por qué me habla?'. Por suerte aún conservo mi pequeño escuadrón de la primaria.
De más grande conocí e hice amigas en otros ámbitos, con poco esfuerzo debo admitir. Mi variada experiencia laboral varias veces propició el encuentro, sobre todo en Teletech, que es como una mini  -o maxi- ciudad. La recuerdo a ella, sobre todo; no diré su nombre pero la llamaré Rubia. La Rubia era el bombón del lugar, tan 'ingenua' como sensual. Hizo estragos durante el tiempo que estuvo y se mostró siempre avasalladora y competitiva. Tenía los mejores puntajes – si, en el call center todo es por puntos y en ranking- y las mejores medidas. De un día para el otro, no sé cómo realmente, nos hicimos amigas. Me di cuenta de esto el día en que me encontré en su casa con ella semi en bolas frente a mí mostrándome los centímetros de cintura que deseaba no tener y su cajón de ropa interior importada. Creí que el castigo por tantos años de revista Cosmo finalmente había llegado, en un esbelto envase y hueco discurso. Ultra Cosmo. Pero ella era divina conmigo, al menos al principio. Era demasiado cariñosa, lo cual me asustaba un poco porque no abrazo tan seguido porque si y mucho menos me mando mensajes melosos con amigas. 'Guau, pegué una de esas amigas que te dicen te amo todo el tiempo', pensé. Sin saber que esto iría aún más lejos.
Salíamos juntas todos los findes en un grupito de cuatro o cinco. Ella maltrataba y mandoneaba a todas excepto a mi. Ven, me quería posta, no daba para forrearla. Una noche decidí no salir y me mandó un mensajito que recuerdo al día de hoy. 'Hoy no vamos a dormir juntitas y no voy a tener quien me caliente la camita'. Quiero explicar antes que nada, cuando ella se quedaba en casa y hacía mucho frío, calentábamos las sábanas con el secador de pelo. A eso se refiere, nada más. Pero aún así, suena raro. 'No puede ser torta, está muy buena y tiene mucho levante. Pará, será bi?, no lograba salir de mi confusión. Le respondí una pelotudez para zafar la incomodidad y todo siguió como si nada. Desde entonces los mensajtos cariño-dudosos aumentaron y con ellos su maltrato al resto del grupo que para entonces eran sus soldaditos. Yo me sentía en una peli yankee de chicas malas y populares, era la consentida. Pero a la vez me asfixiaba cada vez más, llegando incluso a hacerme escenas si rechazaba una propuesta. Pocas cosas me alejan de una persona como la persecusión constante y no sé cómo pero por suerte lo notó y comenzó a alejarse.
Hizo cosas por mí que nadie había hecho antes. Bastaba con decirle que alguien me molestaba para que ella estuviese ahí, cual capitana del equipo de porristas, para defenderme comiéndose al novio de la acechada o vengándonse de alguna manera. Nunca me sentí tan yankee.
Me dio pena perderla pero sus escenas raras me daban 'cosa' y no estaba acostumbrada a dormir en pseudo-cucharita con amigas nuevas.
En la facultad, algo similar volvió a sucederme . Conocí una chica, igual de porno, que, como si viviera en un orgasmo permanente, hablaba y gestualizaba como puta ingenua. Era de esas teens que constantemente provocan a la platea masculina al mismo tiempo que se quejan de no ser tomadas en serio. 'Me dijo de ir a su casa de noche que no había nadie y fui, no pensé que me iba a querer coger', así solían empezar nuestras charlas de pasillo en las que se lamentaba de que el mundo quisiera cogerla cuando ella sólo buscaba ser querida. 'Bueno, te quiere... dar', le decía yo burlándome, 'No deja de ser una forma de querer'. Y de inmediato me hacía trompita y me peleaba de mentirita. Eso también me asustaba. Pegame o insultame pero no me hagas trompita, yo no te quiero coger ni me parecés tierna.
A lo mejor la jodida soy yo. Siempre quejándome de que no tengo amigas nenas y cuando la vida me las cruza en el camino yo las espanto con vómitos de sinceridad. Mi entorno me volvió exigente con el resto de la gente y acá estoy, sin amigas nuevas mientras ellas reparten su tiempo entre trabajo, novio y quehaceres del hogar. De ahora en más las escenas porno de celos las voy a hacer yo, al menos para que me peguen por pelotuda.


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