Con temperaturas como las
que venimos aguantando, de abrazarse ni se habla. Ni siquiera nos
besamos en el saludo, hasta las mujeres nos damos la mano para evitar
el traspaso de sudor de cachete a cachete. Y no me quejo, está muy
bien. No estoy con ganas de hacer un cóctel de sudores en mis
mejillas.
Pero la gente de Echesortu,
que por suerte venimos zafando de los cortes de luz, agua, piernas,
felicidad, nos tiramos abajo del aire acondicionado -siempre en 24
por respeto al prójimo- y nos ponemos a pensar. Me quedé dormida y
la quietud hizo que me diera frío. Increíble, luego de tantos días
ver piel de gallina, era como regresar de un mes de vacaciones y
volver a usar el auto. Uno se extraña, se siente ajeno a lo propio,
es rarísimo. Feliz con mi piel de gallina me dije 'Qué ganas de que
haga frío para cucharear y mirar peliculas'. Y me sobrevinieron unas
ganas de abrazar rarísimas en mi. 'Claro, es la cuadratura de
planetas opuestos que me pronosticó mi signo, estoy en cualquiera'.
Tenía que ser eso. Hay personas que naturalmente deseo apretujar
apenas las veo pero esto de andar con ganas de abrazar por la vida es
preocupante. Por suerte tengo una de esas almohadas chorizo para cama
de dos plazas así que la abracé con brazos y piernas a lo koala y
me quedé pensando un rato más. Ahí me di cuenta que ya me había
desenojado con un amigo pero él todavía
no se podía enterar por eso seguí prendida a la almohada.
En el cumple de un amigo, el cumpleañero hizo un ranking de gente abrazable presente en el
festejo. Le prometí que le sacaría fotos con cada uno de ellos,
cosa que no sucedió, pero reparé en los abrazos que repartió y
noté una cosa que es común en los hombres en general. Si bien él
es cariñoso y le dice 'te quiero' a sus amigos, cada vez que se
abrazan, el gesto no dura más de seis segundos y se remata con unas
dos o tres palmaditas ruidosas en la espalda. 'Ahí cagaste el amor',
pensé. Las palmaditas finales son una suerte de 'bueno tampoco la
pavada', un equilibrio, una gotita de limón que corta. Como el
despechado que aún odiando declara su amor con un 'te amo pelotuda'.
Es tierno también. Me recuerda a cuando mi mamá se quejaba de que
su último novio la abrazaba en público y a ella le daba pudor lo
que pensaran los vecinos. 'Sos una ridícula, ojalá te hagan un
pasacalle con nombre y apellido', le desée. Yo tenía un amigo muy
cariñoso que me abrazaba muy seguido y si bien no me molestaba
porque siempre olía rico, él era tan chiquito que yo sentía que lo
atravesaba y que mis tetas le salían por la espalda, entonces me
ponía incómoda. Él, creyendo que yo era dura y fría me obligaba a
repetirlo. 'Abrazame bien, amiga'. Yo no sabía cómo entrar las
tetas o pedirle a los pezones que miraran para el costado, porque
encima los forros cuando estás incómoda se erectan, como los pitos.
Suerte que ya casi no lo veo.
Hace poco, leí una nota
sobre esos estudios ridículos que hacen en las grandes universidades
que se ve que están muy al pedo porque investigan cosas súper
divertidas de leer pero como que hay cánceres y cosas más serias
que analizar, creo. Decía que el abrazo que supera los treinta
segundos es el más beneficioso porque libera unas hormonas copadas
como oxitocina y no sé cual otra que te hacen más feliz. Lo cuento
en criollo porque no recuerdo la data precisa pero si el tiempo: 30
segundos.
Claro, con razón andamos
tan estresados por la vida. Treinta segundos es una eternidad. Lo
acabo de comprobar cronometrando un abrazo a mi almohada. Nadie los
da tan largos, menos con este calor y menos aún sin las tres
palmaditas 'tampoco la pavada', para regular la dosis de amor y por
si algún homofóbico se piensa que sos puto.
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