lunes, 14 de julio de 2014

Reseñas de diálogos eternos, Parte I (el eterno soliloquio)


Te miro hablar, ya no te escucho. Tus palabras atolondradas entorpecen el camino, se empujan, arman un pogo, hacen slam, se golpean fuerte entre sí. Te sigo mirando, me detengo un rato en tus ojos. Pienso en contar las pestañas, en calcular la curvatura de tus cejas. Estaciono después en tu boca, la imagino maquillada, con un bigote surrealista, con más y menos grietas en los labios. Me pregunto qué guardan tus grietas, por qué están ahí y cuántos besos bastarían para borrarlas. La imagino al revés y veo tu mentón como la frente de una pequeña y extraña criatura; me río. Ahora estás convencida de que mi risa fue una aprobación, de que pienso igual que vos acerca de vaya saber uno qué cosa. Y seguís hablando. De a poco y con esfuerzo, mi cámara lenta te sigue mirando y esboza, sin permiso, un paisaje a tu alrededor. Son montañas, de a ratos rusas. Suben y bajan bruscamente, tus ojos y tus manos acompañan, siguen el frenesí. Mozart pinta la música de la escena, cada vez más dramática, cada más Requiem. Pronostico un portazo o un grito o una carcajada; no sé qué nos trajo hasta el estribillo, cómo saldremos, ni qué estarás diciendo. Me cuelgo en tu bufanda, no puedo irme de allí. Me parece la más hermosa que he visto en mucho tiempo, no entiendo cómo no la note antes. Quisiera preguntarte por ella pero no me animo a volver. Ya no recuerdo por qué estoy a tu lado ni qué desgracia propició esta charla devenida soliloquio. Veo en tu bufanda una catarata furiosa por la que deseo te sumerjas hasta desaparecer. Lo imagino con tanta fuerza que por un instante lo creo posible y cierro los ojos, tentando a la magia, invitándola a sorpredenderme. Vuelvo a abrirlos y seguís ahí, sólo que ahora furiosa -como la catarata que no fue . Un apagón desdibuja el paisaje, me sacude y entonces me dibujás un estrado, me acercás un micrófono. Estoy por mentirte, otra vez.



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