lunes, 19 de mayo de 2014

El rescate mormón

Se fue todo al carajo. ¿Viste cuando no tenés Internet y te ponés a hablar de cosas que no dan y llenás el tender con trapitos al sol? Bueno, algo parecido nos pasó a nosotros. No lo hagan en casa.
Fueron tardes interminables de orgullo, silencio y caras de culo. La discusión sacó lo peor de nosotros aunque también nuestros mejores dotes actorales, debo decir. De a ratos él hacía de víctima y yo de zorra e íbamos invirtiendo los roles cuando veíamos que lo que decíamos no tenía sentido o no convenía ser comentado. Por momentos, la cosa parecía un partido de ping pong, nos tirábamos raquetazos de nombres -fantasmas- del pasado; un desfile patético de muertos vivientes.
Casi a mitad del partido,  la escena me superó y al grito de '¡Dame plata que me voy!' agarré mi valija y sin dudarlo ni pensarlo saludé a la perra con un beso de despedida tan fuerte que casi le trago el hocico.
'No, no te doy nada', me dijo él. Genial, sin lugar ni plata. Pero en  momentos así uno no mide esos detalles sino los  portazos que planea dar. Como es de suceder en mi historial de portazos  mal ejecutados, luego de azotar la puerta recordé que mi campera bordo en la pieza: tuve que volver a entrar; el abrigo valía la humillación.
Nos gritamos unas puteadas de despedida mientras salía hasta que llegando a la vereda le cayó la ficha y bajó las escaleras detrás mío: 'Pará boluda, llevate plata, tomá'. Pero ya era muy tarde, mi orgullo y yo habiamos pactado no recibir ni un beso de despedida de él:  '¡Metétela en el orto!'
Con cara de arrepentido, dio media vuelta y volvió a la casa, su casa a partir de ese instante. La pobre Mumi no entendía nada, lo siguió corriendo como si fuese a darle de comer, yo quería raptarla, pero no daba.
Esta nueva escena era para un tema de Diego Torres o peor, Arjona. Con una mano tenía la maleta y con la otra hacía dedo. Pasaron varios autos hasta que una camioneta frenó. 'Usted no es taxi, no? Porque mire que no tengo plata'. Mi capital no superaba los trece centavos, mi locura todo límite. 'A dónde le llevo?' me dijo el muchacho. Le dije que iba al centro y como quien quiere toda la cosa, le conté que estaba sin lugar. De inmediato me ofreció alojamiento y de inmediato acepté. Dijo que me llevaría a lo de su madre, que odiaba pasar las noches solita, pero que antes tendría que acompañarlo a una clase de su universidad. 'No hay problema'. Le pregunté a qué facultad iba: 'es religiosa', me dijo, 'de los santos de los últimos días, suelen llamarnos mormones'. El bizarrómetro comenzaba a temblar.
La facultad era tanto o más lujosa que su camioneta. Me presentó como amiga e invitada a la clase y todos me recibieron con un cálido 'bienvenida hermana'. Yo me sentía en un capítulo de South Park.
La clase comenzó al minuto, era en inglés. Estábamos sentados al medio, ni muy atrás ni muy adelante, como para no llamar la atención. Como si la ubicación en el salón disimulara mi cara hinchada de seducida y abandonada, con dos días sin baño encima.
El profesor saludó a la clase, eligió a una chica de pésimo inglés para la oración del día y a otra para dirigir el tema que cantaríamos a continuación. Si, los mormones también cantan en la universidad: 'Called to serve' fue el hitazo de apertura. Una canción que sonaba a melodía de pianito de juguete pero con unas lyrics muy fuertes, muy brainwashing.¿Era una señal? De a ratos pensaba que si, que mi momento había llegado, que me convertiría en mormón post-ruptura. Por suerte, recordé todo lo que me había burlado de una ex novia de mi hermano convertida en testigo de jehová luego de que él la dejara- y rápidamente dejé de delirar.
En la clase se enseñaban técnicas para encarar gente en la calle y convencerlos de que Dios re existe. 'Esto es re Herbalife', pensaba todo el tiempo. La religión mormona era el producto y los no creyentes los clientes. Se hicieron roleplays y todo. Yo no salía del shock.
En la segunda parte y también segunda hora, vimos videos y leímos versículos de la biblia remarcando los atributos que debía tener un  buen misionero. Para esta actividad, se formaron grupos de los cuales un integrante  debía pasar al frente a exponer lo discutido. No sólo no me excluyeron del ejercicio sino que los hermanos me eligieron, casi obligaron,  a ser la vocera. Me sentía en deuda con Marco, mi rescatista, y por ende con toda la religión mormona por lo que acepté casi con gusto. Quedaron chochos. El inglés general de la clase era tan malo que de pronto yo parecía nativa. La clase ya me quería. 'Vuelva hermana, siempre es bienvenida', casi me hacen prometer que  volvería pero zafé riéndome y cambiando de tema.
Marco me llevó de su madre, una dulzura de ochenta y pico y gran lucidez que me esperaba con una sopa calentitajunto a su otro hijo, Fernando, el 'tortuga'. Fernando más que tortuga era la oveja oscurita de la familia, el católico terco que nunca cedió. Les agradecí mucho y retuve las lagrimas hasta mi cama en el cuarto de huésped. Ahí, lloré hasta que me dolieron las encías y me dormí. Llorar así, a lo catarata tiene su lado bueno: al otro día, excepto por las ojeras, estás casi nuevita
A eso de las ocho me llamaron a desayunar: café, pancitos y un plato de arroz, con carne. La mamita agradeció por la comida en nombre todos y empezaron a comer. Aflojé la mandíbula, respiré y en muestra de gratitud, me comí el plato entero. El rechazo es súper mal visto, no podía hacerme la vegeta culo roto. La culpa, por otro lado, era tal que por cada bocado mi mente me recordaba diálogos con veganos, sus rostros, sus reproches. todo. A la hora, la culpa había hecho efecto en mi estómago: un garco revolucionario, seguramente auspiciado por todos los veganos que invoqué por culpógena
Esa misma tarde,  Fernando me llevó a su taller en Carapungo donde dijo que me armaría unos ula-ulas para poder trabajar. Fernando era tan bueno conmigo que me asustaba, no se frecuentan tipos solidarios que te ayudan sin querer empomarte. Pasé en total dos noches y tres días con él y su mamá, me trataron como una reina, jipi y sucia pero reina al fin.
Al tercer día finalmente recibí la preocupación de mi mamá en billetes, un giro salvador que restauró mi lado zen. Volví a respirar. Me mudé a un hostal con Laura, una uruguaya divina que conocí en Perú. Estoy súper contenida y entretenida y ganas de llorar me vienen muy cada tanto, cuando me acuerdo. Por el momento, seguimos peleando cada vez que nos vemos conectados. En estos días lo tendría que borrar, o él a mí, pero siempre encuentro un pero que me frena. Nuestra inestabilidad emocional es zarpada pero Irene tiene razón, 'seguro en el fondo quisieran besarse'. Qué mierda las relaciones. Qué nutritivo es viajar.

(homework para la próxima clase)




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