No es que quiera insistir con el tema pero, como recordarán, les prometí un enfoque distinto y
menos ‘agresivo’ y este nublado mediodía
me regaló la victima de turno para terminar de agotar mis dudas.
Quiero también
aclararles que no voy por la vida mordiendo a quienes me dicen cosas lindas
sino que, por el contrario, suelo aceptarlas poniendo carita de picaflor y
mirando risueñamente hacia un lado, fingiendo una picarona timidez, como para
pasar la cuadra sin cara de arisca total (es eso lo que esperan?)
Sólo reacciono
contra aquellos que no distinguen entre piropo y guarangada, que, por lo
general, son los mismos que tiran comparaciones (o comentarios alusivos a la
morfología del miembro masculino) pelotudas en cotidianeidades como ir a
comprar un kilo de banana a la verdulería o un paquete de salchichas al
almacén.
Esta vez,
me propuse lograr que el chamuyero me encuentre ‘copada’, es decir, acercarme
de alguna manera a lo que él quiere escuchar o, de no ser posible, hacerme el amigo o entrarle por algún lado que me
provea de datos para este profundo y célebre análisis.
La conversación
con este sujeto ‘G’ se inició de la siguiente manera:
Como verán
no le ladré sino que tomé el halago y acoté un chascarrillo para poder encaminar un diálogo sin el típico y
aburrido ‘gracias’.
Renglón
siguiente, el macho de la ventana respondió con una imagen sensorial táctil en la que indicó cómo
se me debería agarrar. Respondí a
esta estupidez con total diplomacia y con un recordatorio de mi estado civil
para delimitar (o mejor dicho bloquear) el área de ataque.
Como suele
suceder, el macho decidió compararse con mi pareja resaltando una cualidad en
común, como para dejar ver que el también tiene eso que yo vi en mi novio.
Tuve, en un momento, que re encarrilar el tema de mi investigación
porque, si descuidaba el fin, el diálogo en si mismo se volvía un chamuyo por
lo que tuve que pedirle que lo deje de lado. No estuve muy cordial en este punto,
mi impulsividad tipeó antes que yo pero, por suerte, él no lo tomó mal. Por el
contrario, se jactó de sus encantos físicos y confesó que su éxito con las
mujeres se debe a ellos y no a su retórica.
Como habrán
visto, mi impulsividad volvió a ganarme y volqué otra gotita de sarcasmo que
fue rápidamente tapada por una descripción más detallada sobre su forma de
encarar. Le restó importancia al chamuyo virtual pero, como todo gran
chamuyero, dejó en claro que si pinta,
vamos con toda, por si cambiaba de opinión o lo estaba dudando y volvió a
tomar el mando de la conversación preguntando qué estaba haciendo. Un tipo
elocuente.
Pero esto
no terminó aquí. Sé que quieren ver más por eso lo mostraré el remate de la
conversación.
Sin duda, ‘G’
es uno de los chamuyeros más inocentes y sinceros que experimenté hasta hoy. No
sólo se cubrió afirmando ser un pelotudo sino que, además, se sintió halagado por
formar parte de mi análisis. Admito que su respuesta me hizo replantear la
publicación de este relato (casi que llega a conmoverme) pero por suerte me
recompongo rápido y las ganas de borrarlo duraron efímeras milésimas de
segundo.
Concluyo,
entonces, que si te animás a subirte al tren y desviar el rumbo del chamuyo, detrás
de todo encare virtual hay una carcajada esperándote.
Dos cosas y
los despido:
- Vieron? Pude ser amable y analítica sin ofender a nadie.
- ‘G’, tu inocencia quedará en mi recuerdo.
Hasta la
próxima.
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