viernes, 24 de agosto de 2012

Pateticismo, pose y pubertad: eternos sinónimos.



Nadie nació indie, punk ni under. Entiendo que, luego, todos decidamos adoptar un estilo pero si padeciste la pre adolescencia en los 90 y sos mujer, dudo que no hayas, al menos, escuchado las Spice Girls (si no es que las tuviste como referente). Claro que también depende de tu entorno y muchos otros factores pero no nos hagamos los cool since 1900  porque no compro esa farsa. Y si no tuviste una pubertad ridícula, entonces cuidate porque podes estar haciéndolo ahora, de más grandecita.
Es casi una equivalencia, ser púber es ser patético. Especialmente porque a esa edad estamos totalmente perdidos, no sabemos quiénes carajo somos ni qué ni cómo queremos ser entonces nos subimos al colectivo de cualquier tribu urbana que se nos pasa por enfrente y vamos probando qué estilo de ropa, música, humor y hobbies, nos sienta mejor.
De púber me distinguía mi total desinterés por la estética y el qué dirán. Aunque, pensándolo bien, si tenía un concepto algo formado de la estética pero era tan precario, bochornoso  y fluctuante que suena mejor decir que no lo tuve y ya. Los años y la cultura de la discreción nos vuelven más ‘reservados’ al punto de horrorizarnos ante cualquier desacato de lo que se debe hacer.
Pasé por muchas modas. Fui horriblemente hippie por culpa de Stefanía, tuve, por suerte, un breve período cumbiero por culpa de nadie (me quise hacer la distinta y caí en esa) en la que básicamente me vestía como puta a donde fuese y, finalmente, punk por influencias de Nadin y su visión conflictiva y rencorosa de la sociedad.
Con Nadin nos fuimos adentrando, inocentemente, en el confuso tema de la sexualidad y creíamos hacerlo  escondiéndonos detrás de los árboles de la plaza López para mirar parejitas transando o leyendo revistas boludas que, mediante tests (en los que siempre mentíamos) y otros amigables tips (sobre, por ej, cómo colocar un forro cual verdadera actriz porno) nos educaban para ser unas pelotudas totales (pero increíblemente sexies y seductoras).
Aún así, las dos nos vestíamos igual de horribles y poco nos importaba que los joggings y remeras de Archie Reiton o My Picture  hubieran pasado de moda ya para nuestros 13 y 14 años.
Los días de escuela se pasaban entre cartas de amigos invisibles, asombrosos descubrimientos corporales, escenas de celos entre amigas, trágicas discusiones en torno a la organización de la mesa principal de los 15 y obligados momentos de oración con la catequista de labios finitos y paletas prominentes que yo tan bien imitaba. Nos reíamos de todos pero sobre todo de nosotras mismas.
Sabíamos que el ideal de mujer de aquel entonces era parecernos a Britney pero no contábamos con suficientes recursos como para  imitarla y  en nuestros intentos, terminábamos peor que siguiendo el ideal de elegancia materna: vestiditos floreados y zapatitos con medias con voladitos. Un horror.
Aun así, fui siempre muy perseverante y si no podía parecerme físicamente a mis ídolas de revista al menos intentaba aprenderme todas sus coreos. Fue así que pasé días enteros frente a Mtv con la video grabadora lista para  darle ‘Rec’ apenas aperecieran los videos de las coreos que me quería aprender porque, claro, en aquel tiempo youtube no estaba en mis posibilidades y casi lo único que hacía en Internet era chatear por Mirc y Viarosario. Lo mismo con las canciones y los casettes. Realmente memorable.
Nos divertíamos pero no perdíamos de vista la idea de ser chicas fashion por eso con mi amiga Nadin  decidimos fundar lo que hoy recuerdo en el podio de mis anécdotas patéticas, el C.C.F: Club de Chicas Fashion.
Si, con siglas y todo. Fundamos un club de chicas triple R, rudas, rebeldes y reboludas y, como si esto fuera poco, habríamos periódicamente la inscripción para que las  nenitas de mama pudieran aproximarse, con nuestra ayuda, a la vida de una verdadera chica fashion, con todo lo que eso implica. Teníamos, para eso, un reglamento interno inviolable en el que teníamos como ciertas normas, por ejemplo, llevar la jumper por encima de la rodilla y prohibíamos totalmente el uso de carpetas, mochilas y/o accesorios con dibujitos animados como Mickey o Winnieh Pooh. Eramos grandes y listas y nos sentíamos capacitadas para arreglar chicas fracasadas, no sin antes revisar cada caso particularmente y en una cruel pero sincera declaración, te explicábamos qué podíamos hacer con tu triste vida.
Por un breve tiempo nos creímos súper adelantadas a todo pero fue suficiente con asomarnos a la vida de otras chicas de otras escuelas y otras mentalidades para darnos cuenta de que nos habían pasado por encima, mientras nosotras teníamos este patético club, las demás ya estaban de novio e incluso habían tenido su primera vez (o cuarta o quinta).
Y nosotras en la plaza, viendo gente transar y comprando forros a escondidas para, con la ayuda de una cosmo u otra revista teen, aprender a usarlos (para un lejano futuro- ni siquiera teníamos amigos varones, nuestra escuela era de mujeres-).
Llegamos más tarde a muchas cosas, por suerte, y conservamos, por sobre todo y por todo lo que pasamos, un gran rechazo a las poses que no descansan y se estresan en sus burbujas por no saber reírse de quienes fueron y quienes son.



Hasta la próxima!

No hay comentarios:

Publicar un comentario