Nadie nació
indie, punk ni under. Entiendo
que, luego, todos decidamos adoptar un estilo pero si padeciste la pre
adolescencia en los 90 y sos mujer, dudo que no hayas, al menos, escuchado las
Spice Girls (si no es que las tuviste como referente). Claro que también depende
de tu entorno y muchos otros factores pero no nos hagamos los cool since 1900 porque no compro esa
farsa. Y si no tuviste una pubertad ridícula, entonces cuidate porque podes
estar haciéndolo ahora, de más grandecita.
Es casi una
equivalencia, ser púber es ser
patético. Especialmente porque a esa edad estamos totalmente perdidos, no
sabemos quiénes carajo somos ni qué ni cómo queremos ser entonces nos subimos
al colectivo de cualquier tribu urbana que se nos pasa por enfrente y vamos
probando qué estilo de ropa, música, humor y hobbies, nos sienta mejor.
De púber me
distinguía mi total desinterés por la estética y el qué dirán. Aunque, pensándolo
bien, si tenía un concepto algo formado de la estética pero era tan precario,
bochornoso y fluctuante que suena mejor
decir que no lo tuve y ya. Los años y la cultura de la discreción nos vuelven más
‘reservados’ al punto de horrorizarnos ante cualquier desacato de lo que se debe hacer.
Pasé por
muchas modas. Fui horriblemente hippie por culpa de Stefanía, tuve, por suerte,
un breve período cumbiero por culpa de nadie (me quise hacer la distinta y caí
en esa) en la que básicamente me vestía como puta a donde fuese y, finalmente,
punk por influencias de Nadin y su visión conflictiva y rencorosa de la
sociedad.
Con Nadin
nos fuimos adentrando, inocentemente, en el confuso tema de la sexualidad y
creíamos hacerlo escondiéndonos detrás
de los árboles de la plaza López para mirar parejitas transando o leyendo revistas boludas que, mediante tests (en los
que siempre mentíamos) y otros amigables
tips (sobre, por ej, cómo colocar un forro cual verdadera actriz porno) nos educaban para ser unas pelotudas
totales (pero increíblemente sexies y seductoras).
Aún así,
las dos nos vestíamos igual de horribles y poco nos importaba que los joggings
y remeras de Archie Reiton o My Picture hubieran
pasado de moda ya para nuestros 13 y 14 años.
Los días de
escuela se pasaban entre cartas de amigos invisibles, asombrosos
descubrimientos corporales, escenas de celos entre amigas, trágicas discusiones
en torno a la organización de la mesa principal de los 15 y obligados momentos
de oración con la catequista de labios finitos y paletas prominentes que yo tan
bien imitaba. Nos reíamos de todos pero sobre todo de nosotras mismas.
Sabíamos
que el ideal de mujer de aquel entonces era parecernos a Britney pero no contábamos
con suficientes recursos como para imitarla y en nuestros intentos, terminábamos peor que
siguiendo el ideal de elegancia materna: vestiditos floreados y zapatitos con
medias con voladitos. Un horror.
Aun así,
fui siempre muy perseverante y si no podía parecerme físicamente a mis ídolas
de revista al menos intentaba aprenderme todas sus coreos. Fue así que pasé
días enteros frente a Mtv con la video grabadora lista para darle ‘Rec’ apenas aperecieran los videos de
las coreos que me quería aprender porque, claro, en aquel tiempo youtube no estaba
en mis posibilidades y casi lo único que hacía en Internet era chatear por Mirc
y Viarosario. Lo mismo con las canciones y los casettes. Realmente memorable.
Nos
divertíamos pero no perdíamos de vista la idea de ser chicas fashion por eso
con mi amiga Nadin decidimos fundar lo
que hoy recuerdo en el podio de mis anécdotas patéticas, el C.C.F: Club de
Chicas Fashion.
Si, con
siglas y todo. Fundamos un club de chicas triple R, rudas, rebeldes y reboludas
y, como si esto fuera poco, habríamos periódicamente la inscripción para que las
nenitas
de mama pudieran aproximarse, con nuestra ayuda, a la vida de una verdadera
chica fashion, con todo lo que eso implica. Teníamos, para eso, un reglamento
interno inviolable en el que teníamos como ciertas normas, por ejemplo, llevar
la jumper por encima de la rodilla y prohibíamos totalmente el uso de carpetas,
mochilas y/o accesorios con dibujitos animados como Mickey o Winnieh Pooh. Eramos
grandes y listas y nos sentíamos capacitadas para arreglar chicas fracasadas, no sin antes revisar cada caso particularmente
y en una cruel pero sincera declaración, te explicábamos qué podíamos hacer con
tu triste vida.
Por un breve
tiempo nos creímos súper adelantadas a todo pero fue suficiente con asomarnos a
la vida de otras chicas de otras escuelas y otras mentalidades para darnos
cuenta de que nos habían pasado por
encima, mientras nosotras teníamos este patético club, las demás ya estaban
de novio e incluso habían tenido su primera vez (o cuarta o quinta).
Y nosotras
en la plaza, viendo gente transar y comprando forros a escondidas para, con la
ayuda de una cosmo u otra revista teen,
aprender a usarlos (para un lejano futuro- ni siquiera teníamos amigos varones,
nuestra escuela era de mujeres-).
Llegamos más
tarde a muchas cosas, por suerte, y conservamos, por sobre todo y por todo lo
que pasamos, un gran rechazo a las poses que no descansan y se estresan en sus
burbujas por no saber reírse de quienes fueron y quienes son.
Hasta la
próxima!
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