El timbre de salida fue siempre nuestro
favorito. No porque odiáramos la escuela y quisiéramos huir sino porque el último anticipaba cosas grandiosas que sabíamos que iban a pasar: el 112, Franco (el pestañudo del 112) y la jumper de
Nadine volándose al bajar del cole.
El 112 está sin duda en el podio del
ranking de mis colectivos favoritos (conocí un chico muy lindo que
rankiniza sus preferencias y me está contagiando).
Siempre me dejó en la mayoría de las casas donde viví, tenía peluche
en la palanca de cambio y era blanco, azul y rojo.
Nadine nunca necesitó tomarlo pero lo
hacía igual.Vivía a menos de 10 cuadras de la escuela por lo que
sólo disfrutábamos de unas 6 cuadras juntas arriba del bondi. Para
cuando encontrábamos un lugar cómodo donde pararnos, (esos huecos
entre la gente con espacio suficiente para abrir las piernas y
equilibrarte) la flaca ya tenía que empezar a abrirse camino para bajar por la
puerta de atrás.
Lo interesante, de todos modos, siempre
pasaba en esas seis cuadras de Pasco a Ocampo.
Yo estaba profundamente enamorada de
Franco, el chico de pestañas extra large del 112. Él iba al Cristo
Rey y aparentemente salíamos casi a la misma hora de la escuela.
Para cuando nosotras subíamos, sus pestañas y él, ya estaban ahí.
Las tenía tan largas y curvadas que hoy en dia miro las
publicidades de Maybelline y si le tapo la cara a la modelo de turno,
pienso que puede ser él.
Deduje su nombre de tanto mirarle las
dedicatorias en liquid paper que les hacían sus amigos y unas forras que seguro gustaban de él y me lo querían robar, en la mochila y en
las carpetas que llevaba en la mano.
Nadine solía hacer comentarios o risas
incómodas cuando él estaba cerca asi que yo esperaba a que ella
bajase para vengarme.
'Suerte,Susana, decile que lo amás!',
le gritaba mientras bajaba y ella moría de vergüenza por eso y por
la escena marylin que significaba bajar del cole con el viento soplando la jumper hacia arriba.
Sin Nadine la cosa se complicaba. No sabía qué carajo hacer ni con quien hablar para que Franco me mirara, al menos una vez.
Sin Nadine la cosa se complicaba. No sabía qué carajo hacer ni con quien hablar para que Franco me mirara, al menos una vez.
Lo más arriesgado que hacía era
pararme o sentarme a dos personas de él. Y eso era la gloria.
Para ese entonces yo vivía en zona
sur, que ya era lejos, y me bajaba antes que él. Franco seguramente
vivía en la loma del orto. El 112 tenia un recorrido muy largo.
El único movimiento que podía planear
era mi descenso. Empezaba por acomodarme la jumper y las hebillitas
del pelo del perfil que él vería, con cinco cuadras de anticipación.
Me subía las medias hasta el tope cuidando que ningún pelo rebelde
se asomara (nos depilábamos desde el fin de la media
hasta el comienzo de la jumper, lo justo y necesario, ¿para qué
sufrir inútilmente?).
Por lo general, esos recaudos me daban
resultado. Varias veces lo ví voltearse para mirarme bajar cuando el
112 doblaba y se alejaba llevándose a Franco, sus pestañas y mi
momento romántico del día.
Los mediodías empezaban cuando me
despedía de él. Excepto una vez en la que mi vida pareció terminar
por caer sobre él. Sí, caer.
El extenso recorrido del 112 lo hacía
un colectivo muy popular por lo que muchas veces íbamos comprimidos
ahí dentro, obedeciendo a los reclamos de las señoras que se
quejaban en voz alta:
'Nos tratan como ganado! Mirá toda la
gente que hay y cómo maneja este tipo!'. Protestaban y buscaban
rostros cómplices que, con cara de culo, asintieran y las apoyaran.
Yo las esquivaba siempre mirando hacia
el lado contrario, con poca o nada de discresión. Temía que, como agradecimiento por unirme al reclamo entablaran una conversación
conmigo y esto hiciera que Franco dejara de gustar de mí por verme hablar con viejas rezongonas.
Ese día no hubo señora quejándose
por nada. El colectivo tampoco estaba tan lleno. Franco estaba
sentado en la segunda fila doble del lado derecho. Y yo más cerca de
él que nunca: parada cual patovica al lado de su asiento. Ese día
no pude acomodarme la jumper ni ajustarme las hebillitas. Estaba
ahí. Lo único que hacía era controlar mi respiración, como si el aliento a sopa del primer recreo (tomábamos tazas de sopa Knorr Quick, en sobrecito) fuese a rozar su perímetro de aire y estropearlo todo. Mantenía la espalda recta como nos decía la profe Silvia en danza , el cuello alto como restándole importancia y quebraba cadera
para el lado que él mas veía para estafarlo con unas curvas
definidas e inexistentes.
Pero como es sabido, las mentiras y las
poses tienen patas cortas o te acortan el movimiento de las patas por
lo que a la primer frenada trágica del 112, mi cadera,
oportunamente, eligió frenar su caída en la falda de Franco.
Él abrió tanto sus ojos que sus
pestañas hicieron un loop y le tocaron los párpados. No
eran tan verdes al final, tenían matices grises también. Eso hacía
que me gustara más.O no. Cuando se gusta de alguien, ese alguien no tiene
defectos sino detalles distintivos que lo vuelven aún más
gustable.
Le pedí perdón y me levanté enseguida sosteniéndome de una de las barandas. Me alejé al menos
tres asientos. En el Ludo hubiera retrocedido al primer casillero. Desde ese día, decidí empezar a unirme a las protestas de todas las señoras- siempre que estuviéramos a más de 3 personas de él- y practiqué muecas con fuertes caras de culo en el espejo que bancaran el reclamo.
Nadine de seguro lo recuerda riéndose
al día de hoy. Yo, de a poco, empecé a encontrar excusas para tomar
el 134 por Sarmiento.
Por suerte para nosotras, las jovencitas
timidonas, en aquel entonces comenzaba el apogeo de
las salas virtuales de chat como Via Rosario y Mirc que descartaban la posibilidad de desplomarte sobre el chico que te
gusta. Además, podías pensar tu respuesta y gritar después de
darle enter a un mensaje super jugado como 'hola, como estás?'. Por
esos días, divertirse con amigas significaba abrir la ventana de
chat del chico que a alguna le gustaba y escribir 'te amo' o 'a dónde
vas esta noche?' y amenazarla con apretar enter si no hacía lo que
le pedías. Funcionaba siempre.
Al principio no teníamos internet en
casa así que ibamos al Shopping del Siglo a conectarnos, cuando
acceder a la red era un lujo burgués. Y más aún si conseguíamos
compus una al lado de la otra para chusmear lo que la otra hacía o
pescar a algún pajero viendo porno y contárselo a alguna amiga por
chat mientras le relojeábamos con carpa el bulto para ver cómo
carajo era una erección en vivo y en directo.
Con Nadine, el plan era siempre el
mismo. Encontrarnos en San Martin y Córdoba, ver los perritos en
adopción y empezar a caminar riéndonos de todos. Ella era puntual,
y lo sigue siendo. Yo no y ni siquiera me esforcé por corregirlo.
Ella padeció mi impuntualidad que llegó a marcar un récord de hora
y media de espera.
Desde ahí nos ibamos al shopping y nos
parábamos en algún Royal a buscar golosinas, cuando comprar ahí
era realmente más barato. Algo parecido a lo que pasó con los
chinos que ahora se avivaron y te cobran más o igual.
La misión del chat era conseguir
números de teléfono o concretar citas. Por supuesto que siempre
decidíamos lugares públicos o el mismo shopping, por precaución
más que nada ; y, en parte, porque compensaba la culpa de no
contarle a nuestras mamás que hacíamos semejantes cosas.
El colectivo que me llevaba a las
'citas', en el lugar del centro que fuese, seguía siendo el 112 y
aunque ya no volví a gustar de chicos en mi cole,
disfrutaba el viaje y aprovechaba a sentarme en el fondo para
arreglarme los invisibles, porque claro, ya no usaba inmaduras
hebillitas. Ya no me preocupaba el vuelo del uniforme al bajar sino
que el tiro bajo de la época no pusiera en evidencia mis bombachas
coloridas al agacharme.
El timbre que más disfrutaba era el
que me dejaba en Mitre y Córdoba dónde empezaba el autoboicot con
preguntas como 'a dónde me escapo si no me gusta?', 'cómo le hago
saber que no transo en la primer cita?' y el temido 'qué hago si me
secuestra y mi mamá se entera de que en realidad no me tomé el 112
para ir a lo de Nadine?'.
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