No recuerdo cómo pero un día
decidimos que el mejor negocio sería poner una spa urbano. Mi mamá
estuvo de acuerdo desde el principio. No sé si para ahorrar el
tercio de sueldo que deja en manicuría, depilación, podología y
cama solar o porque tenía la esperanza de yo, su hija, dejara de ser
una 'andrajosa', según sus textuales palabras, y me volviera más
femenina. Creo que fue una mezcla de las dos.
Contratamos una manicura y una
cosmetóloga y masajista que resultó ser una conchuda, pero eso es
un tema aparte. En otras palabras, contratamos gente que supíera
hacer lo que nosotras no sabíamos: nada, excepto depilar. No,
no había hecho cursos pero me depilo desde los 13 años después del
incidente que relaté hace varios posts atrás
así que me sentí lo capacitada como para lucrar
con pelos ajenos.
Al principio, como sucede con todo
nuevo emprendimiento, nos costó un huevo juntar clientas pero,
volanteada de por medio y con publicidad de Jorgito el potro, que
era nuestro vecino, nos hicimos una pequeña pero fiel clientela. Por
lo general, las chicas venían por las promos y yo, la depiladora, de
inmediato empecé a frecuentar arbustos femeninos.
Rápidamente deduje tres cosas, tres
patrones que se repetían con frecuencia: que las señoritas de la
zona esperaban al jueves para despejar el área, que el área
a despejar era siempre el púbico y que ninguna usaba esponjita para
refregarse. Éstos, entonces, se volvieron mis consejos de
depiladora.
El único método que usé fue el
tradicional. No porque guardara cariño por el clásico sistema
español sino porque la vez que probé en mi misma el novedoso e
higiénico método descartable preferí haber seguido peluda. Ciertos
avances de la tecnología aplicada a la estética se cagan tanto en
el cuidado de la piel y priorizan tanto la extinción de los pelos
que te los quitan con piel incluída o te dejan, a modo de trueque,
un ardiente sarpullido que nada tiene de hot.
Por eso, cada vez que alguna posmoderna venía a nuestro spa
solicitando esa basura me encargaba de explicarle que ese método era
un one-way ticket al
cáncer de piel, como mínimo.
No es
por agrandarme pero era muy buena en mi oficio y no hubo muchacha que
partiera con un pelo. Por supuesto que mitad del mérito era de la
cera y los materiales que usaba. A veces es preferible ganar unos
mangos menos pero asegurar el peludo regreso de la clienta. Tenía un
hermoso hornito con colador que aún conservo y la mejor cera del
mercado.
En verano la actividad aumentaba
notablemente y, como sucede en los negocios pequeños surgen
complicaciones.
Hubo una vez en que la mejor cera
del mercado se vio consumida en una ardua y tupida tarde de
trabajo por lo que tuve que usar una de esas que te venden en 'Diferent' o 'Soy lola' para atender a la última clienta del
día, casi noche.
'Por una vez que uses la Depimiel no
pasa nada', me dijeron. Y yo confié. No tuve opción.
No recuerdo con exactitud el nombre de
esta señora pero por el bien de este relato y la no reiteración de
'esta señora' vamos a llamarla Raquel. Recuerdo su cuerpo y este
nombre le queda muy bien.
Traté de derretir el bloque de
depimiel antes de su llegada
pero no sucedió. Raquel tuvo que esperarme unos 15 minutos.
La
invitamos con café y una agradable charla de sala de espera de spa
que mi mamá tan bien ofrecía mientras yo, detrás de escena,
luchaba por derretir el bloque cual dealer de faso cortando pedazos
con un tramontina desafilado.
'Ya
estamos Raquel, pasá por acá'. Raquel ya se veía algo impaciente.
Aparentemente la charla de spa no había sido lo suficientemente
grata como para contrarrestar nuestra impuntualidad.
Se
desvistió casi de inmediato y una vez sentada, casi en bolas, en la
camilla empezó a delimitar con sus dedos el perímetro que quería
alisar.
'Perfecto,
Raquel. Hoy te vas de acá hecha una estrella porno', le dije para
romper la tensión que irradiaba su cara de ojete. Cada tanto tiraba
esas frases boludas que a las cuarentonas tanto les gusta escuchar.
Raquel
quería irse con un cavado de bebé y a mi me caían bien las mujeres
jugadas sólo que no tenía la confianza necesaria en la cera de
turno como para cumplir con esta misión.
Empecé
por las piernas, como para testear la elasticidad de la cera. He aquí
uno de los principales requisitos con el que nuestra materia primera
debe contar.
'Estoy
hasta el ojete', pensé por dentro. La depimiel resultó ser más
poronga de lo que pensaba y tenía que pasársela casi hirviendo para
lograr la maleabilidad que me permitiera acortar la tortura. La
fórmula es sencilla: más flexible es la cera, menos pasadas, menos
tirones y, por ende, menos sufrimiento.
Por
supuesto que una profesional jamás admitiría estar usando una
berreteada de productos por lo que le pasé la bola a Raquel
insinuándole cuán arraigados estaban sus vellos y lo pronto que había decidido venir a depilarse.
'Hace
como 20 días que no me depilo' , me dijo la muy yegua.
'Qué
raro!', le dije yo, haciéndome la sorprendida y haciéndole creer
que era afortunada por tener un crecimiento tan lento.
Lo que
normalmente hubiera logrado en unos cinco tirones, en Raquel me llevó
unos diez. Y lo peor aún estaba por llegar: el cavado.
Le
levanté y até la bombacha a lo Moria Casán para ver que con qué me
enfrentaría a continuación.
Raquel
era un claro especimen de las mujeres que no usan esponjita para
desencarnar los pelos. De treinta y cinco pelitos, al menos veinte
estaban encarnados.
'Raquel,
vos te pasás esponjita en la bañera?', le pregunté, sumándole
traumas a la pobre cuarentona.
'
Tengo una guante exfoliante en la ducha', me respondió. La piel de
Raquel evidentamente era una mierda o me estaba mintiendo
grandiosamente.
Le
dije que haría lo mejor y que para ello tendría que usar más la
pincita que la cera.
Me
miró cual radical enterándose de la reelección de la presidenta
así que rápidamente le dije que, de todos modos, haríamos unas
pasaditas de cera para que aflojaran un poco.
Raquel
se tensionó aún más. Ni hablar de sus pelos. Los muy hijos de puta
parecían escuchar todo lo que hablábamos y se aferraron a la piel
de su propietaria con más fuerza.
Cuando
uno se tensa de esta forma, el sudor es inevitable. La pelvis de
Raquel para ese momento ya estaba húmeda. Probé unos tirones y
decidí usar talco para secar un poco el área.
Los
pedazos de cera que arrancaba de ella se me cagaban de risa. Con
suerte salían tres pelos locos por tirón. Ella se sujetaba la
bombacha con fuerza y apretaba los deditos del pie para comunicarme su sufrimiento.
Aproveché
que ya la zona estaba medio curtida y empecé a usar la pincita como
chinita comiendo arroz con palitos a toda velocidad. Por suerte y por
experiencia, uso la pincita como un lápiz y pude acelerar muchísimo
el proceso.
Cada
tanto, Raquel se levantaba a espiar como iba la cosa. Cada vez que lo
hacía le recordaba la importancia de la esponjita. Ya no sabía qué más decirle.
Para
empeorar las cosas, mi vieja golpeó la puerta preguntando cómo iba
todo. La odié. Me acerqué hasta ella y, por lo bajo, le dije que
la depimiel era una
mierda y que la vieja era una conchuda. Más tarde le dije que nunca
más volviera a golpear para no preocupar a las clientas ni hacerlas
sentir Chewbacca.
Gracias
a todas las estatuas de Buddha que tenía en el spa, la misión se
cumplió casi a la perfección. Pero el casi no era menor. Raquel
había quedado divina. Sin un pelo. Pero con un lindo eccema de
recuerdo. La chochis de la cuarentona no dudó en expresar su rechazo
al calor de la cera y los apretones de pincita por lo que parecía
una frutilla vista de cerca, bien roja y granulosa.
Rogué
que la reacción alérgica se fuera mágicamente y para darle tiempo,
la soborné con unos masajes con crema en las piernas que, si bien
estaban hirviendo, no parecían frutillas.
Los
masajes funcionaban siempre. Logré que Raquel se relajara un poco
pero a los minutitos empezó a inquietar los dedos de sus pies como
apurándome a terminar.
'Bueno,
ya estamos', le dije. Raquel se acarició la frutilla y, preocupada,
me preguntó por qué le había quedado así. Por tercera vez le
insistí con el verso de la esponjita con tanta elocuencia y suerte
que la convencí y procedió a cambiarse.
'La
próxima voy a esperar un poco más así no te la complico tanto ni
sufro yo', me dijo con una sonrisita irónica.
Le
agradecí haber venido y le recordé lo que le dije en un principio:
'Te
dije que de acá te ibas como una porn star, Raquel, sin un pelo.
Y,sobre todo, ardiente...', y me reí, con un poco de miedo.
Se
rió y casi rengueando fue a pagar a la caja, osea, a mi mamá.
Nunca
más supe de Raquel y mucho menos de su frutilla.
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