martes, 24 de septiembre de 2013

Paja e indecisión: cuando el destino está en el color de los confites.

En días como hoy no puedo hacer ni decidir nada. Me dejo manejar por una lista mental de cosas por hacer que, con algo de impuntualidad, trato de ir cumpliendo.
Voy hasta al kiosko y en la fila me encuentro al vecino que hace unos meses atrás llamó a la grúa para que se llevaran mi auto que con tanta puntería había estacionado en la puerta de su garage. Un divino. Ese fue nuestro primer diálogo, así nos conocimos.
Llega mi turno y el kiosquero, con su usual mala onda, me apura a decidirme. Olvido por completo a qué corno vine al kiosko, esto claramente no estaba en mi lista de cosas que hacer, y por azar y presión de estos dos sujetos me compro un paquete de Rocklets.
'Rocklets?, cualquiera!' Bastó con entrar al pasillo para recordar que, en verdad, había ido al kiosko en busca de sanas municiones para mi rato libre de malta y escritura. Y de repente estoy acá, con mi malta endulzada con azúcar integral y un paquete de confites artificiales y por demás de adictivos.
Decido alejar el paquete de la mesa para no tentarme y lo guardo en la alacena. Como si acaso el hambre y la ansiedad no tuvieran la fuerza necesaria como para hacerme levantar e ir a buscarlo.
Abro el paquete y además de confites se me aparecen miles de recuerdos de mis tardes de minimarket, excesiva glucosa y caries. Hermosas épocas. Por aquel entonces, el destino estaba en los confites. Las grandes decisiones se tomaban con un paquete de Rocklets en mano. Incluso las respuestas más difíciles se respondían y correspondían al color de un confite en particular, ese confite que salía sorteado del paquete decidido a cantarte la posta.
'Qué pelotuda que era', pienso por dentro. Y queriendo engañar a mi voz interna, tan crítica de mi pubertad, me pongo a jugar sin que ella se dé cuenta.
Doblemente pelotuda. Además de pajera e indecisa pretendo engañarme a mi misma.
'Y si funciona posta?', vuelvo a preguntarme, con algo de miedo de que mi voz vuelva a ponerse la gorra.
Layla dice que hay que dejar de lado la razón y creer más en la magia.
Suspiro e invoco a no sé qué, pero lo invoco intensamente, como psicochamana que quisiera ser una próxima vida.
'Si sale rojo es porque la ropa que tendí hace un rato ya se secó'. Sale un rojo.
Despacito y haciéndome la que no me importa demasiado subo la terraza.
De lejos parece seca. No quiero perder la fé en estas giladas así que me acerco y las toco. Están duras de lo secas que están. Sonrío y bajo al comedor.
De a poco crece mi esperanza en este método.
'Pruebo una más  y si se cumple posta, voy a hacer de ésto un hábito', me propongo y convenzo.
'Si sale amarillo es porque hay suficiente agua en el tanque como para bañarme antes de ir al laburo por más de que no haya prendido la bomba hasta ahora'. Sale un amarillo.
Entusiasmada, voy al baño quitándome y tirando la ropa en el camino.
La ducha me escupe dos chorros de agua sucia y con un ruido a cañería seca y game over, se me caga de risa.
Casi en tetas, vuelvo al comedor con la cabeza gacha.
Mi voz interna me recuerda lo triplemente pelotuda que soy por haber confiado en estas giladas y en las ocurrencias de Layla que todo el mundo dice que está loca.
Es casi la hora. Con mal humor y descreencia total en estos confites de mierda me voy sucia al trabajo.

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