jueves, 24 de octubre de 2013

Espacio y movimiento

Desapercibida, entra a la sala y se escabulle entre la gente. Todos hablan con alguien sobre algo que les interesa o no, pero hablan; es lo que tiene que pasar en un coffee break.
Ella no habla, no tiene con quien ni quiere crearlo. Deambula mirando los cuadros en la pared con falso asombro porque nada la conmueve y por el contrario le recuerda a la decoración de la cocina de la casa de su abuela, la que le meaba el colchón cuando dormía en su cama.
La fila de cuadros termina y comienza entonces la búsqueda de una nueva excusa, un nuevo algo que la haga parecer ocupada o entretenida en vez de sola y perdida en una multitud.
Fingir le cansa y se propone, esta vez, evitar el celular como evasión para enfrentar este tipo de situaciones. A unos metros descubre una silla escondida entre gente alta y amontonada y camina hacia ella. La silla  era un pequeño patio de casa de pasillo rodeado de grandes edificios. Ella se sienta y ni el edificio rubio de la derecha ni la torre de rulos de la izquierda advierten su llegada. Ahora, además se sola se siente pequeña.
Bebe con extremo cuidado su café esquivando los codazos y movimientos bruscos del hombre-edificio que se mueve y habla enérgicamente para resaltar su presencia mientras ella suspira, tose y sopla con fuerza su infusión para evitar la incomodidad del 'ojo que estoy acá atrás' o cualquier otra frase que, sin duda, sería tanto más efectiva como humillante. Avisar que se está nunca es agradable, a menos que se llegue y corte la ansiedad del que nos espera.
El diálogo de los hombre-edificios llega al climax y uno de los señores choca contra la silla donde resultó estar la chica. Se disculpa tocándole el hombro y con una reverencia se aleja unas dos baldosas hacia un costado. Ella, de pronto, siente el calor de los focos iluminándola en un nuevo escenario al que el desconocido que tanto se movía la había empujado.
Los codazos y empujones en las fiestas y pistas de baile reclaman distancia y desaparecen cuando en sincronía, la coreografía dirige a los cuerpos en la misma dirección  en cada momento. Si uno se queda quieto, ni sigue o amolda al movimiento del otro, debe correrse o será golpeado. La mímesis es una orden.
El resto de los presentes en la sala al fin la descubre sentada.
La distancia de los cuerpos en una multitud advierte y respeta la presencia del otro. Ese distanciamiento dio a luz a la muchacha-jardín que por la proximidad con los hombre-edificios no se dejaba ver. La reverencia fue el parto y las dos baldosas, sus dos primeros minutos de vida: intensos e iluminados.
Los familiares de la mujer que da a luz van al encuentro del bebé que por fin toma distancia de la madre pero sigue de ella dependiendo.
La muchacha nace cuando es descubierta por la multitud de la cual sigue siendo parte.
El segundo bloque del seminario vuelva a comenzar. La multitud, violando las baldosas ajenas, se dirige en masa hacia el auditorio.Ella, aún sentada, queda sola en otro espacio, que más que espacio es otro momento: el coffee break. Mira el suelo y las baldosas; la distancia esta vez es extrema y se siente sola otra vez. Vuelven las luces y la exposición, aún sin espectadores. Las dos baldosas que le dieron vida se multiplican y ahora la matan.
En los velorios se contempla brevemente el cadáver y luego se toma distancia. Se lo llora lejos para no encender las luces y se habla  y desplaza lentamente. La muerte implica  suavidad en el movimiento y una infinidad del baldosas.


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