domingo, 13 de octubre de 2013

'Me puse lo primero que encontré': la posta sobre las careteadas.


La contradicción y la careteada son parte de nuestras vidas y están más presente de lo que creemos o desearíamos. Guardar coherencia entre lo que decimos y hacemos no es tan fácil como parece pero hacernos los boludos y dejar pasar las giladas que decimos si lo es. El garrón es cuando los demás lo notan:
-'Pará, no era que odiabas los lentes de mierda que usan los hipsters'?. Y ahí cagaste. Pocas cosas nos tiran tan abajo como el escrache público que nos hace quedar como mentirosos o contradictorios y que luego es imposible de remontar por el abucheo que nos hacen mientras intentamos dar explicaciones. Es casi una fórmula: a mayor explicación, mayor abucheo.
Hace unos años salí con un chico que siempre criticaba a las mujeres que se maquillaban y compartía esa falsa y barata idea de que no hay rostro más bonito que el de la mujer a cara lavada.
Confiada de esto, evitaba maquillarme cuando estaba con él hasta que un día lo crucé yendo a una entrevista laboral y me halagó tanto que casi me hizo llegar tarde.
-' ¿Me estás jodiendo? Estoy vestida como siempre nada más que me maquillé', le dije. De inmediato intentó restarle protagonismo al make-up remarcando estupideces como la combinación del vestuario, que nunca fue mi fuerte, y la forma en que llevaba la cartera con tal de no admitir que una grandiosa base Lancome había hecho magia en mi cutis.
No sé si es por miedo a hacernos sentir feas si no estamos pintadas o si no quieren vernos tan producidas por cagazo a que los dejemos pero son pocos los hombres que admiten preferir a la mujer maquillada.
Algo parecido sucede con la panza o pancita. Los hombres acostumbran a criticar y tildar de huecas a las mujeres que se cuidan mucho con la comida y elogian a las que no tienen problema en sentarse en el cordón a morfar chatarra de un carrito pero basta con que pase un yeguón anoréxico para que se atraganten con el chori que el minón jamás comería. Nunca lo admitirían pero realmente sucede.
Asimismo, existe una nueva generación de hombres liberales y un toque metro que abusándose de una rara confianza con sus parejas, les hacen notar cada leve defecto que va apareciendo. Observaciones como : 'Mirá te salieron granitos' o 'Tenés como pancita, puede ser?' se están volviendo preguntas de rutina entre los hombres perfeccionistas que quieren que sus minas sean unas 24-hour godess para volverse el macho alfa entre sus secuaces. Por supuesto que no les recrimino la frivolidad a ellos (únicamente) sino el sometimiento a las boludas que les dan pelota.
Alejándonos un poco de los extremos, también nos encontramos con otra realidad: las mujeres nos esforzamos por hacer que todo parezca casual.
Es muy poco probable que una mina haga público, incluso entre sus amigas, que está en una estrictísima dieta sea por 2 rollitos de mierda o 5 kilos de celulitis. Y la explicación es lógica, las mujeres solemos ser tan basura que nos reimos de la preocupación de la otra y, lejos de ayudarla, la tentamos con calóricas ofertas así nos cueste un grano en la frente o un día de isla entrando panza.
Estar lista en cinco minutos habla de lo hermosas que somos y el poco retoque que necesitamos para salir y los hombres, aunque lo nieguen, compran esa farsa. La posta es que son muy pocas las que cumplen ésto y muchas las que caemos en frecuentes crisis de vestuario. El look dice tanto de nosotras que tiene el poder de hacernos sentir espléndidas o para el orto si nos sentimos fuera de contexto, como cuando dormimos en casa ajena luego de una salida y tenemos que enfrentar el sol de la mañana y las miradas difamatorias al día siguiente vestidas como gatos.
Retomando la idea, la negación de la dieta también ha inaugurado una nueva generación de pseudo veganas y celíacas que lejos de preocuparse por los animalitos y las desventajas del .t.a.c.c, priorizan lo más importante: estar flacas sin la espada de la dieta sino por enfermedad o ideología. Puede hasta sonar conmovedor, 'pobrecita, no puede comer harinas'.
En una cena en pareja, los platos hablan por si sólos. El vacío suele ser el del hombre y el que deja los adornitos y algún que otro raviol de la vergüenza, el de la mujer. En mi caso esto es al revés. Alvaro come como pajarito cuando sale a comer conmigo mientras que yo limpio el plato con pan o rasqueteando con el cuchillo hasta arrasar con los adornos. Lo divertido es que cuando salimos con sus amigos casualmente tiene más de hambre que de costumbre y trata de seguirles el ritmo hasta no poder más. Igual no lo juzgo, una cena con sus amigos basta para saber que ser el pajariito de la crew o el que tiene que ir al cajero a buscar plata es condición suficiente para una cargada colectiva de larga duración. Yo, mientras pueda,me voy a tirar siempre para el lado de ellos, verlo a Alvaro indefenso y pensando su coartada me resulta gracioso y tierno a la vez. Sobre todo cuando repiten las historias para volver a gastarlo un rato y se rebela el espíritu Martinelli que rápidamente se contagia: seguir bardeando para ser felices. Son un amor.
Sin duda prefiero el bombardeo en tono afectivo del grupo de muchachos que pelean el podio de la virilidad al grupo de señoritas que se tira flores pero tirotea por detrás. No digo que en las mujeres esto sea siempre así pero a menos que se tengan amigas sin filtro como Nadine, es más frecuente de lo que desearíamos.
Todos somos caretas y  esa idea de 'me puse lo primero que encontré' es totalmente falsa. Lo que debiera erradicarse, a mi parecer, es esa otra idea que subestima el 'ponerse lindo'. Ya sea que nos vistamos horrible o sofisticadamente, la preparación siempre viene bien. Nos bombardean con ofertas y giladas de cosmética que si bien consumidas compulsivamente pueden crear dependencias y obsesiones, ¿por qué no hacer uso de ellas si nos hacen sentir bien un rato?, ¿por qué criticar a la rellenita que clavó un mini short o a la lunga que se zarpa en brillos y transparencias si a ella la hace feliz?. Para mi está claro. No es tanto la ropa lo que se critica sino la actitud, porque yeguones sobran pero son pocas las que se despojan de sus represiones y se ponen eso que tantas ganas tienen de vestir. Y con esto no me refiero a prendas hot. De hecho, cualquier galería vende mini shorts, polleritas y demás prendas que, cual uniformes, el ejército de yeguas luce creyéndose original. Las vidrieras son imposiciones y los looks están tan bien pensados y nosotros tan manipulados que no me sorprendería ser hombre y erectarme con un maniquí. La verdadera actitud, al menos para mi, es escandalizar un poco las vidrieras y combinar incluso esas mismas ropitas de otra forma o con ropa 'de todos los días' y salir con la misma actitud a toda hora. Aparentemente, a la noche la líbido recibe una credencial para batir cualquiera que hace que varias jovencitas terminen gritando orgásmicamente para detener un taxi o por el cambio de color del semáforo. Eso, no es actitud.
Hubo una época en la que ninguna propuesta nocturna de salida me convencía y con mis amigas hacíamos una previa de make up y ropa hot sin salir a ningún lado. Nos conformábamos con tomar tragos baratos home-made y boludear en casa vestidas como diosas para después quedarla o salir a dar vueltas en auto cantando canciones bizarras y volver a dormir.

'Dos días en la vida nunca vienen nada mal' y cinco minutos más de espera que luego se retrucan con un vestuario super estiloso nunca han matado a nadie.




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