La contradicción y
la careteada son parte de nuestras vidas y están más presente de lo
que creemos o desearíamos. Guardar coherencia entre lo que decimos y
hacemos no es tan fácil como parece pero hacernos los boludos y
dejar pasar las giladas que decimos si lo es. El garrón es cuando
los demás lo notan:
-'Pará, no era que
odiabas los lentes de mierda que usan los hipsters'?. Y ahí
cagaste. Pocas cosas nos tiran tan abajo como el escrache público
que nos hace quedar como mentirosos o contradictorios y que luego es
imposible de remontar por el abucheo que nos hacen mientras
intentamos dar explicaciones. Es casi una fórmula: a mayor
explicación, mayor abucheo.
Hace unos años
salí con un chico que siempre criticaba a las mujeres que se
maquillaban y compartía esa falsa y barata idea de que no hay rostro
más bonito que el de la mujer a cara lavada.
Confiada de esto,
evitaba maquillarme cuando estaba con él hasta que un día lo crucé
yendo a una entrevista laboral y me halagó tanto que casi me hizo
llegar tarde.
-' ¿Me estás
jodiendo? Estoy vestida como siempre nada más que me maquillé', le
dije. De inmediato intentó restarle protagonismo al make-up
remarcando estupideces como la combinación del vestuario, que nunca
fue mi fuerte, y la forma en que llevaba la cartera con tal de no
admitir que una grandiosa base Lancome había hecho magia en mi
cutis.
No sé si es por
miedo a hacernos sentir feas si no estamos pintadas o si no quieren
vernos tan producidas por cagazo a que los dejemos pero son pocos los
hombres que admiten preferir a la mujer maquillada.
Algo parecido
sucede con la panza o pancita. Los hombres acostumbran a
criticar y tildar de huecas a las mujeres que se cuidan mucho con la
comida y elogian a las que no tienen problema en sentarse en el
cordón a morfar chatarra de un carrito pero basta con que pase un
yeguón anoréxico para que se atraganten con el chori que el minón
jamás comería. Nunca lo admitirían pero realmente sucede.
Asimismo, existe
una nueva generación de hombres liberales y un toque metro que
abusándose de una rara confianza con sus parejas, les hacen notar
cada leve defecto que va apareciendo. Observaciones como : 'Mirá te
salieron granitos' o 'Tenés como pancita, puede ser?' se están
volviendo preguntas de rutina entre los hombres perfeccionistas que
quieren que sus minas sean unas 24-hour godess para volverse el
macho alfa entre sus secuaces. Por supuesto que no les recrimino la
frivolidad a ellos (únicamente) sino el sometimiento a las boludas que les dan
pelota.
Alejándonos un
poco de los extremos, también nos encontramos con otra realidad: las
mujeres nos esforzamos por hacer que todo parezca casual.
Es muy poco
probable que una mina haga público, incluso entre sus amigas, que
está en una estrictísima dieta sea por 2 rollitos de mierda o 5
kilos de celulitis. Y la explicación es lógica, las mujeres solemos
ser tan basura que nos reimos de la preocupación de la otra y, lejos
de ayudarla, la tentamos con calóricas ofertas así nos cueste un
grano en la frente o un día de isla entrando panza.
Estar lista en
cinco minutos habla de lo hermosas que somos y el poco retoque que
necesitamos para salir y los hombres, aunque lo nieguen, compran esa
farsa. La posta es que son muy pocas las que cumplen ésto y muchas
las que caemos en frecuentes crisis de vestuario. El look dice tanto
de nosotras que tiene el poder de hacernos sentir espléndidas o para
el orto si nos sentimos fuera de contexto, como cuando dormimos en
casa ajena luego de una
salida y tenemos que enfrentar el sol de la mañana y las miradas
difamatorias al día siguiente vestidas como gatos.
Retomando
la idea, la negación de la dieta también ha inaugurado una nueva
generación de pseudo veganas y celíacas que lejos de preocuparse
por los animalitos y las desventajas del .t.a.c.c, priorizan lo más
importante: estar flacas sin la espada de la dieta sino por
enfermedad o ideología. Puede hasta sonar conmovedor, 'pobrecita, no
puede comer harinas'.
En una
cena en pareja, los platos hablan por si sólos. El vacío suele ser
el del hombre y el que deja los adornitos
y algún que otro raviol de la vergüenza, el de la mujer. En mi caso
esto es al revés. Alvaro come como pajarito cuando sale a comer
conmigo mientras que yo limpio el plato con pan o rasqueteando con el
cuchillo hasta arrasar con los adornos. Lo divertido es que cuando
salimos con sus amigos casualmente tiene más de hambre que de
costumbre y trata de seguirles el ritmo hasta no poder más. Igual no
lo juzgo, una cena con sus amigos basta para saber que ser el
pajariito de la crew o el que tiene que ir al cajero a buscar plata
es condición suficiente para una cargada colectiva de larga
duración. Yo, mientras pueda,me voy a tirar siempre para el lado de
ellos, verlo a Alvaro indefenso y pensando su coartada me resulta
gracioso y tierno a la vez. Sobre todo cuando repiten las historias
para volver a gastarlo un rato y se rebela el espíritu Martinelli que rápidamente se contagia: seguir bardeando para ser
felices. Son un amor.
Sin
duda prefiero el bombardeo en tono afectivo del grupo de muchachos
que pelean el podio de la virilidad al grupo de señoritas que se
tira flores pero tirotea por detrás. No digo que en las mujeres esto
sea siempre así pero a menos que se tengan amigas sin filtro como
Nadine, es más frecuente de lo que desearíamos.
Todos
somos caretas y esa idea de 'me puse lo primero que encontré' es
totalmente falsa. Lo que debiera erradicarse, a mi parecer, es esa
otra idea que subestima el 'ponerse lindo'. Ya sea que nos vistamos
horrible o sofisticadamente, la preparación siempre viene bien. Nos
bombardean con ofertas y giladas de cosmética que si bien consumidas
compulsivamente pueden crear dependencias y obsesiones, ¿por qué no
hacer uso de ellas si nos hacen sentir bien un rato?, ¿por qué
criticar a la rellenita que clavó un mini short o a la lunga que se
zarpa en brillos y transparencias si a ella la hace feliz?. Para mi
está claro. No es tanto la ropa lo que se critica sino la actitud,
porque yeguones sobran pero son pocas las que se despojan de sus
represiones y se ponen eso que tantas ganas tienen de vestir. Y con
esto no me refiero a prendas hot. De hecho, cualquier galería vende
mini shorts, polleritas y demás prendas que, cual uniformes, el
ejército de yeguas luce creyéndose original. Las vidrieras son
imposiciones y los looks están tan bien pensados y nosotros tan
manipulados que no me sorprendería ser hombre y erectarme con un
maniquí. La verdadera actitud, al menos para mi, es escandalizar un
poco las vidrieras y combinar incluso esas mismas ropitas de otra
forma o con ropa 'de todos los días' y salir con la misma actitud a
toda hora. Aparentemente, a la noche la líbido recibe una credencial
para batir cualquiera que hace que varias jovencitas terminen
gritando orgásmicamente para detener un taxi o por el cambio de
color del semáforo. Eso, no es actitud.
Hubo
una época en la que ninguna propuesta nocturna de salida me
convencía y con mis amigas hacíamos una previa de make up y ropa
hot sin salir a ningún lado. Nos conformábamos con tomar tragos
baratos home-made y boludear en casa vestidas como diosas para
después quedarla o salir a dar vueltas en auto cantando canciones
bizarras y volver a dormir.
'Dos
días en la vida nunca vienen nada mal' y cinco minutos más de
espera que luego se retrucan con un vestuario super estiloso nunca
han matado a nadie.
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