sábado, 12 de octubre de 2013

"¡No te juntes con los piojosos!"

Así como 'Ala' dice que para ser niño hay que mancharse, yo pienso que la pediculosis infantil es la prueba fehaciente del paso por la primaria.
No importaba cuánto 'Mujercitas ' o 'Coquetería' se pusieran, el olor a vinagre 'Fischer'  envolvía a las piojosas de tal forma que les perforaba el aura y las acompañaba a donde fueran. Por desgracia, ese no fue mi caso. Digo desgracia y no suerte porque en casa pediculosis era mala palabra y el vinagre o los productos para combatir los piojos hubieran sido una mejor elección. Mi mamá renegaba tanto de mis piojos que se enojaba conmigo por tenerlos y de castigo me ponía alcohol etílico. El pelo, por supuesto, me quedaba hecho una paja por días y me hacía sentir horrible y, para colmo de males, tenía que cuidarme de no acercarme demasiado a las pocas amiguitas que tenía en el curso para que no me contagiaran y así evitarle disgustos a mamá.
Quienes afirman que los niños son crueles claramente nunca fueron a una reunión de madres. Mi mamá las odiaba y yo mucho más. Las cenas post-reunión suponían un listado de cosas que tenía que corregir o evitar. Si bien yo me portaba bien y mamá se agrandaba con los halagos que por mi recibía, en las reuniones paraba la oreja para detectar quienes eran las nenas de las que yo tenía que alejarme para que no me corrompieran. O al menos eso parecía.
Los intentos de las seños por señalar con criterio y sutileza los defectos de algunas niñas claramente fallaban o las madres eran tan básicas y prejuiciosas que los resumían en tres: putitas, burras o sucias-piojosas.
En mi curso había de todo un poco y yo, para variar, me juntaba con nenas de algunas o todas esas horrorosas clasificaciones.
La opinión de las madres tenía un peso tan grande en nosotras que sobre el discurso materno se promulgaban leyes de convivencia en el salón. Yo, en ese sentido, fui una transgresora: me juntaba con las más sucias y piojosas y me dejaba influenciar por las putitas que me incentivaban a acortar el jumper.
Mi entonces gran amiga Romina, distinguida por su uniforme siempre sucio y desarreglado y cortina de liendres en lugar de flequillo, era uno de los ejemplares que todas las madres querían evitar y que mi mamá terminó aceptando en casa. Romina era súper divertida y juntas la pasábamos genial. Venía a casa todos los fines de semana y lejos de acomplejarnos por sus piojos y los míos, algo más escondidos y atontados por el alcohol, hacíamos torneos de piojos sobre toallas blancas. El juego consistía en bañarnos y sobre una mesa con toallones blancos pasarnos el peine fino hasta recolectar la mayor cantidad de piojos y liendres posible durante un tiempo determinado. Mas allá de quien ganara, la mejor parte era el final: reventarlos uno por uno. Nos gustaba tanto el chasquido de la explosión que cuando terminábamos ese juego y mi mamá no nos veía, le sacábamos las pulgas a mis perros. En esos días sí que la pasábamos bomba.
Por supuesto que Romina y yo no éramos las únicas piojosas del curso sino que la mayoría lo era, sólo que se esforzaban en disimularlo. Los piojos, la desprolijidad y la falta de higiene parecían ir de la mano pero había ciertas salvedades que te eximían de ser una 'romina'.
Teníamos una compañerita que era tan piojosa que podíamos ver el recorrido de las liendres por sus trencitas desde el pupitre de atrás, pero estaba lejos de volverse una de las nenas con las que no tenías que juntarte. A diferencia de Romina, María era de una familia religiosa de padres casados que con ejemplares empleos mantenían una hermosa casa en el centro de la ciudad. Mi gran amiga, en cambio, vivía casi en la periferia y mamá escondía la cartera bajo el asiento cada vez que entrábamos a su barrio. Su casa era bastante más humilde que la de casi todas las nenas del curso y vivía sólo con su mamá que se esforzaba por pagarle la cuota aún estando becada.  
Mientras la pequeña María tenía piojos por tener muchos hermanitos, Romina era una piojosa que se contagiaba constantemente por los villeros de su barrio y su mamá, seguramente por ser soltera, no le dedicaba tiempo a combatírselos. Claro que nadie veía ni hubiera admitido el grado de violencia en este tipo de suposiciones pero en la escuela eran moneda corriente.
El plantel docente y en especial las catequistas sí lo notaban, pero sus propuestas de integración eran aún más siniestras Se predicaba el compañerismo tan ligera y livianamente que bastaba con jugar un recreo con alguna 'romina' para ganar la aprobación de las seños que nos premiaban con semáforos verdes, cual cachorro estimulado con huesitos.
La conclusión puede sonar algo trillada pero lo cierto y lamentable es que esos discursos que se instauran en el salón y se estimulan en casa tienden a seguir gobernando nuestra percepción a lo largo de nuestra adultez.
Hace unos días, en el TEDxRosario se presentó como orador un gran sujeto que, vestido como linyera se escabulló entre los asistentes hasta subir al escenario para contar su emocionante historia de vida. Pachi Tamer, el sujeto en cuestión, nos demostró que el prejuicio sigue primando y que esos mismos diesciocho minutos que dedicamos a escucharlo son tan válidos para él como para cualquier otro 'pachi' que esté dando vueltas por nuestras plazas y quizás nunca llegue a un escenario para obligarnos a prestarle atención.

Es cierto que ser padre o madre nos cambia la perspectiva y que, en ocasiones, el temor que infunden y de la cual viven los medios puede hacernos caer en el frecuente 'no hables con extraños' o las típicas agarradas bruscas de cartera cuando vemos gente 'sospechosa'. Del mismo modo, es comprensible que en una sociedad regida por lo visual las primeras impresiones no sólo sean inevitables sino necesarias para construir nuestra idea sobre el otro. Todos vivimos del prejuicio y es sano reconocerlo y poder reírnos de ello pero sí creo imperioso destacar que el acto de conocer al otro debe ser un proceso y que la primera impresión nunca debería ser la definitiva.

¡Gracias Pachi!





* Para más sobre Pachi Tamer:

Y la magnífica web que le creó a su hija:

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