Jugaba tanto a la profe de aerobics con
mi peluches cuando era chica que desde entonces sentí que lo mío
era la coreografía.
Convencida de ello, decidí un día
enfrentar a mi madre y estaba dispuesta a acabar con su sueño de que
alguno de sus hijos tuviera un bendito título que la ruborizara aún
más al hablar de nosotros. No es que hablara mal pero por lo
general, de mí, decía que era una santa, que
nunca me peleaba con nadie, que era calladita y no molestaba. Mi mamá
evidentemente festejaba la creación de una pendeja sumisa que no
importaba que sufriera por entrar al salón con las trencitas del
pelo desarmadas mientras regresara a casa con semáforos verdes en
el margen y buenas notas en la libreta.
Yo ya
estaba cansada de tener que esconderme o trabar la puerta con mis
juguetes para que los entrometidos de mis padres no entraran y me
descubrieran bailando; pero sucedía con frecuencia.
Tenía
una cómoda blanca con espejo que se convertía en público cuando yo
daba mis shows en los que era una reconocida bailarina de Aqua,
Vengaboys o Flavia Palmiero y tenía un sector de la platea exclusivo
para mi grupo de fans que estaba encabezado por oso Fidel, presidente del
club.
Cuando
daba clases de baile, Fidel era el rubiecito lindo (era un oso blanco
y albino, por eso) de la clase que cada tanto tenía que echar porque
distraía a sus compañeritos. Me ponía la gorra cuando jugaba para
que resultara más creíble.
Todas
estas cosas pasaban puerta adentro de mi pieza o, con suerte, en el
living cuando mi mamá se iba a hacer los mandados y me daba un
changuí para hacer un
tour con alguna de mis bandas. Esas eran las 'fechas' de tours que
surgían imprevistamente.
Ni mi
mamá ni mis hermanos estaban al tanto de esto; no daba. Lllevaban al
menos seis años viéndome leer y escribir cuentitos que hacían
llorar a las vicedirectoras cuando hablaba de Dios (colegio hiper
católico, sepan entender) y no podía caer un día de la nada a
decirles '¿che, saben qué?, ya fueron los libros, quiero ser
bailarina'. Temía romperles el corazón o que me tomaran para la
joda por no saber que pasaba horas entrenando mis pasos en la pieza.
¿Cómo les demostraba que yo era realmente buena si nunca me habían
visto?
Alguna
que otra vez, porque cuando se es muy chico no te dejan trabar la
puerta, me han agarrado con el cuerpo en plena coreo pero al instante
en que los veía asomarse, rápidamente cambiaba de posición o
fingía un dolor muscular que justificara el movimiento que estaba
haciendo. Un fiasco. La Pitu, mi niñera, era la única lúcida que
me sacaba la ficha y sabía que bailaba y siempre que me encontraba
en esos momentos, sonreía y cerraba la puerta sin hacer escándalo.Al
menos tenía una testigo que les hiciera creer a mis papás que yo
era re bailarina.
Finalmente
me decidí a enfrentar a mi mamá y luchar por mis sueños. Ya lo
había comentado en mi diario íntimo así que no podía no hacerlo.
Aproveché
una noche en que comí a solas con mi mamá y mientras picaba unas
verduras para preparar la cena, la encaré.
Le
dije que a mi me encataba leer y escribir y hacer listas de palabras
nuevas que descubría en el diccionario pero que también me gustaban
otras cosas.
Le
hablé tan tranquila y maduramente por tener ocho años que el
estómago se me estallaba, por supuesto, la procesión
siempre va por dentro. Hasta
sabía fingir el dolor, ya contaba con una cualidad innata de
bailarina de ballet que no muestra dolor por más que le parta una
uña o le sangre un juanete.
Mi
mamá reaccionó bastante bien. Siguió picando cebolla como si nada
y me dijo:
-'¿Pero
qué es lo que vos querés? ¿Empezar danza? Averiguá y anotate...'
Días
de preparación y diálogo con mi diario íntimo para que la muy
yegua respondiera con tanta tranquilidad, propia de madre que
minimiza los delirios de su hija, en vez de abrazarme y correr a
anotarme al Círculo, mínimo, jurándome que sería la próxima
Eleonora Cassano de mi generación.
Le dí
las gracias, de todos modos, y continué hablándole sobre mi pasión
por la danza y los escenarios que ella desconocía. Me dolió tanto
que no soltara el cuchillo por un instante para darle la atención
que semejante acto de valentía ameritaba que me extendí hasta que,
sutilmente, me calló mandándome a poner la mesa.
La
cena fue agradable pero la comida me cayó para el orto. La
previa a mi revelación había sido tan tensa que mi estómago
apenas podía procesar una hoja de lechuga, pero no me importó. Me
senté a comer con ella más erguida y elegante que nunca reparando incluso, en el correcto y refinado uso de los cubiertos. Desde
entonces me esforcé en demostrarle que si bien era una nena
estudiosa, podía llegar a ser una talentosa bailarina y no dudé en
contarle todo lo que sabía de Paloma Herrero, la niña prodigio del
ballet que además de abrirse de gambas y bailar los más emotivos
adaggios también
llevaba semáforos verdes a casa.
El oso Fidel renunció a la presidencia del Fan Club para volverse el oso albino favorito de otro niño de por ahí (fue dado en adopción)
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