martes, 1 de octubre de 2013

'Mamá, quiero ser bailarina'


Jugaba tanto a la profe de aerobics con mi peluches cuando era chica que desde entonces sentí que lo mío era la coreografía.
Convencida de ello, decidí un día enfrentar a mi madre y estaba dispuesta a acabar con su sueño de que alguno de sus hijos tuviera un bendito título que la ruborizara aún más al hablar de nosotros. No es que hablara mal pero por lo general, de mí, decía que era una santa, que nunca me peleaba con nadie, que era calladita y no molestaba. Mi mamá evidentemente festejaba la creación de una pendeja sumisa que no importaba que sufriera por entrar al salón con las trencitas del pelo desarmadas mientras regresara a casa con semáforos verdes en el margen y buenas notas en la libreta.
Yo ya estaba cansada de tener que esconderme o trabar la puerta con mis juguetes para que los entrometidos de mis padres no entraran y me descubrieran bailando; pero sucedía con frecuencia.
Tenía una cómoda blanca con espejo que se convertía en público cuando yo daba mis shows en los que era una reconocida bailarina de Aqua, Vengaboys o Flavia Palmiero y tenía un sector de la platea exclusivo para mi grupo de fans que estaba encabezado por  oso Fidel, presidente del club.
Cuando daba clases de baile, Fidel era el rubiecito lindo (era un oso blanco y albino, por eso) de la clase que cada tanto tenía que echar porque distraía a sus compañeritos. Me ponía la gorra cuando jugaba para que resultara más creíble.
Todas estas cosas pasaban puerta adentro de mi pieza o, con suerte, en el living cuando mi mamá se iba a hacer los mandados y me daba un changuí para hacer un tour con alguna de mis bandas. Esas eran las 'fechas' de tours que surgían imprevistamente.
Ni mi mamá ni mis hermanos estaban al tanto de esto; no daba. Lllevaban al menos seis años viéndome leer y escribir cuentitos que hacían llorar a las vicedirectoras cuando hablaba de Dios (colegio hiper católico, sepan entender) y no podía caer un día de la nada a decirles '¿che, saben qué?, ya fueron los libros, quiero ser bailarina'. Temía romperles el corazón o que me tomaran para la joda por no saber que pasaba horas entrenando mis pasos en la pieza. ¿Cómo les demostraba que yo era realmente buena si nunca me habían visto?
Alguna que otra vez, porque cuando se es muy chico no te dejan trabar la puerta, me han agarrado con el cuerpo en plena coreo pero al instante en que los veía asomarse, rápidamente cambiaba de posición o fingía un dolor muscular que justificara el movimiento que estaba haciendo. Un fiasco. La Pitu, mi niñera, era la única lúcida que me sacaba la ficha y sabía que bailaba y siempre que me encontraba en esos momentos, sonreía y cerraba la puerta sin hacer escándalo.Al menos tenía una testigo que les hiciera creer a mis papás que yo era re bailarina.
Finalmente me decidí a enfrentar a mi mamá y luchar por mis sueños. Ya lo había comentado en mi diario íntimo así que no podía no hacerlo.
Aproveché una noche en que comí a solas con mi mamá y mientras picaba unas verduras para preparar la cena, la encaré.
Le dije que a mi me encataba leer y escribir y hacer listas de palabras nuevas que descubría en el diccionario pero que también me gustaban otras cosas.
Le hablé tan tranquila y maduramente por tener ocho años que el estómago se me estallaba, por supuesto, la procesión siempre va por dentro. Hasta sabía fingir el dolor, ya contaba con una cualidad innata de bailarina de ballet que no muestra dolor por más que le parta una uña o le sangre un juanete.
Mi mamá reaccionó bastante bien. Siguió picando cebolla como si nada y me dijo:
-'¿Pero qué es lo que vos querés? ¿Empezar danza? Averiguá y anotate...'
Días de preparación y diálogo con mi diario íntimo para que la muy yegua respondiera con tanta tranquilidad, propia de madre que minimiza los delirios de su hija, en vez de abrazarme y correr a anotarme al Círculo, mínimo, jurándome que sería la próxima Eleonora Cassano de mi generación.
Le dí las gracias, de todos modos, y continué hablándole sobre mi pasión por la danza y los escenarios que ella desconocía. Me dolió tanto que no soltara el cuchillo por un instante para darle la atención que semejante acto de valentía ameritaba que me extendí hasta que, sutilmente, me calló mandándome a poner la mesa.

La cena fue agradable pero la comida me cayó para el orto. La previa a mi revelación había sido tan tensa que mi estómago apenas podía procesar una hoja de lechuga, pero no me importó. Me senté a comer con ella más erguida y elegante que nunca reparando incluso, en el correcto y refinado uso de los cubiertos. Desde entonces me esforcé en demostrarle que si bien era una nena estudiosa, podía llegar a ser una talentosa bailarina y no dudé en contarle todo lo que sabía de Paloma Herrero, la niña prodigio del ballet que además de abrirse de gambas y bailar los más emotivos adaggios también llevaba semáforos verdes a casa.


1 comentario:

  1. El oso Fidel renunció a la presidencia del Fan Club para volverse el oso albino favorito de otro niño de por ahí (fue dado en adopción)

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